José Álvarez de Toledo y Dubois (1779-1858). Una figura clave entre la independencia americana y la política española
Nacido en La Habana en 1779, José Álvarez de Toledo y Dubois fue un marino y político que, a lo largo de su vida, transitó por los escenarios más decisivos del convulso cambio de época que significaron las guerras napoleónicas y la independencia de las colonias americanas. Su trayectoria, compleja y llena de giros, refleja no solo su propia ambición y visión política, sino también las tensiones de un mundo en ebullición, dividido entre la fidelidad a la metrópoli y el surgimiento de nuevas naciones.
Contexto de su nacimiento y formación
Hijo primogénito del teniente de navío Luis de Toledo y Liche y de María de los Dolores Dubois, José Álvarez de Toledo nació en un momento en que La Habana, como gran puerto del Caribe, era punto de encuentro de intereses imperiales, comercio internacional y tensiones sociales. Su familia, de origen noble, estaba profundamente vinculada a la marina y a las estructuras coloniales. Su padre desempeñó diversos cargos navales importantes, desde comandante del arsenal hasta capitán del puerto de La Habana.
Consciente de las oportunidades que brindaba la formación naval en la España metropolitana, su familia decidió enviarlo a la Escuela Naval de Cádiz. En 1794, con apenas 15 años, inició su servicio en la marina española, un entorno de disciplina y jerarquía que le ofreció acceso a viajes a los puertos americanos y a la comprensión de la red comercial y militar que mantenía la unidad del imperio español.
Este temprano contacto con las realidades coloniales y europeas, unido a su captura en dos ocasiones por la flota inglesa —de la que fue liberado a finales de 1807—, forjaron un carácter osado y flexible. La experiencia de la prisión en manos británicas y la exposición a ideas de independencia y comercio libre fueron caldos de cultivo para un espíritu que, como se vería más tarde, no dudaba en cambiar de bando si la coyuntura lo exigía.
Logros y momentos importantes de su vida
El inicio de la Guerra de la Independencia española en 1808 lo encontró en Galicia, como alférez de navío en el departamento del Ferrol. Su papel como ayudante del general Riquelme en la batalla de Espinosa de los Monteros y la posterior retirada, junto al embarque con las tropas inglesas desde La Coruña, lo consolidaron como un oficial competente y adaptable.
Ya en Cádiz, se le encomendó el mando de la goleta Tigre, con la que socorrió en Asturias al marqués de la Romana. Allí, sus decisiones tácticas y su apoyo al conde de Noroña, vencedor de las tropas de Ney en el Puente de San Payo, confirmaron su participación en momentos decisivos de la lucha contra el invasor francés.
Su carrera militar en la marina lo llevó, sin embargo, a enfrentarse con un dilema crucial: la representación de los intereses de las provincias americanas en las Cortes de Cádiz. Nombrado diputado suplente por Santo Domingo, en 1810, participó activamente en la defensa de los derechos de los territorios ultramarinos. Su proposición americana del 16 de diciembre de 1810, que abogaba por la igualdad de representación y de oportunidades económicas y sociales, aunque rechazada, marcó un antes y un después en la conciencia política de los representantes de ultramar.
La tensión con los diputados peninsulares y la censura de los ministros de Estado, Guerra y Gracia y Justicia culminaron en la huida de Álvarez de Toledo a Filadelfia en 1811. Allí comenzó una nueva etapa: el exilio y la conspiración.
Impacto en la sociedad y su tiempo
Su estancia en Estados Unidos durante seis años lo convirtió en un actor clave en la gestación de las ideas independentistas hispanoamericanas. Su Manifiesto o satisfacción pundonorosa y su correspondencia con James Monroe ilustran su visión: la creación de una Confederación Antillana Libre y la defensa de los intereses americanos frente a la metrópoli.
La colaboración con Mariano Picornell y su participación en la República de Texas, donde sustituyó a Bernardo Gutiérrez de Lara, llevaron a Álvarez de Toledo a la primera línea de la insurgencia. La derrota frente a Joaquín de Arredondo en la batalla del río Medina en 1813 no detuvo su actividad conspirativa, aunque algunos historiadores interpretan esta derrota como una posible maniobra acordada previamente con el embajador Luis de Onís, reflejando la ambigüedad y el oportunismo que marcaron su trayectoria.
Desde Nueva Orleans, donde colaboró con agentes franceses y norteamericanos, hasta sus propuestas de apoyo al Congreso mexicano y su contacto con José María Morelos, Toledo tejió alianzas y proyectos ambiciosos. La Instrucción de don José Alvarez de Toledo a la Junta de Rebeldes de Nueva España, conocida como los pliegos del Norte, sorprendió por su minuciosidad y la amplitud de sus propuestas: sueldos, marina de corso, planes económicos y armamentos.
Pese a la confianza inicial de los insurgentes mexicanos, la llegada de Javier Mina y de Fray Servando en 1816 desplazó a Álvarez de Toledo. Su relación con personajes como Pedro Gual y su posterior acercamiento al embajador Onís revelaron un viraje estratégico: la traición a la causa insurgente para volver a la lealtad con la Corona española.
Legado y controversias posteriores
La Justificación de D. José Alvarez de Toledo en la que exponía las razones para abandonar la lucha por la independencia y promover la reconciliación con la Madre Patria marcó un cambio de lealtad que lo hizo polémico. Firmada el 1 de diciembre de 1816, esta obra evidenciaba su habilidad para adaptarse a las circunstancias y mantener el favor de las autoridades españolas.
Su regreso a España en 1817, donde fue recibido por el ministro León y Pizarro y otros destacados como Vázquez Figueroa y Martín Garay, consolidó su nuevo papel como informante y asesor de la Corona. Las “Memorias” que entregó y los informes sobre la pacificación de América y los límites de la Luisiana muestran su influencia en las decisiones estratégicas de la Monarquía.
La reconciliación con el poder real culminó con su matrimonio en 1818 con Tomasa de Palafox y Portocarrero, y su retorno a la diplomacia oficial. Fue ministro en Berna en 1828 y embajador en Nápoles en 1831. Su apoyo al pretendiente Don Carlos durante la Primera Guerra Carlista le valió el exilio hasta su reconocimiento de la reina Isabel II en 1849, lo que le permitió volver a la vida pública y recibir distinciones como la Cruz de San Hermenegildo.
Reflexión final sobre su figura y legado
La figura de José Álvarez de Toledo y Dubois sigue siendo objeto de debate entre historiadores y estudiosos de las independencias americanas. Su vida estuvo marcada por una constante oscilación entre la fidelidad a la Corona y el impulso de las causas insurgentes. Desde las Cortes de Cádiz hasta sus actividades en Texas, desde sus alianzas con revolucionarios como José María Morelos y Javier Mina hasta su retorno a la corte de Fernando VII, Toledo encarna las tensiones y dilemas de un mundo colonial en transformación.
Su legado deja preguntas abiertas: ¿fue un traidor oportunista o un diplomático pragmático? ¿Representó la voz de los americanos en Cádiz o solo sus propios intereses? ¿Su participación en la insurgencia fue un acto de convicción o un medio para fortalecer su posición política? La respuesta sigue siendo materia de discusión, pero lo cierto es que su nombre, sus memorias y sus proyectos forman parte de la historia compartida de España y América, uniendo en su biografía los destinos de ambos continentes.
Bibliografía
Carlos M. Trelles. Un precursor de la independencia de Cuba: Don José Alvarez de Toledo. Imprenta El siglo XX. La Habana, 1926.
José García de León y Pizarro. Memorias. Revista de Occidente. Madrid, 1953.
Joseph B. Lockey. “The Florida Intrigues of José Alvarez de Toledo”. The Quarterly of the Florida Historical Society. Abril de 1934 (hay traducción española publicada en La Habana, en 1939).
Harris G. Warren. “José Alvarez de Toledo’s iniciation as a filibuster (1811-1813)”. Hispanic American Historical Review. XX. 1940.
Harris G. Warren. “José Alvarez de Toledo’s reconciliation with Spain”. The Louisiana Historical Quarterly. July, 1940.
Manuel Ortuño.