A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
PeriodismoLiteraturaBiografía

Poe, Edgar Allan (1809-1849).

Edgar Allan Poe

Poeta, narrador, periodista y ensayista estadounidense nacido en Boston (en el estado de Massachusetts) el 19 de enero de 1809 y fallecido en Baltimore (Maryland) en 1849. Máximo exponente del Romanticismo en las Letras norteamericanas, dejó una espléndida producción creativa y una lúcida obra teórica que anticipan, con asombrosa precocidad, algunos de los grandes movimientos y corrientes de las Letras y las Artes universales, como la asimilación del Simbolismo en el discurso poético, o el auge de la novela negra y los géneros de misterio y terror en la prosa de ficción. A pesar de estas intuiciones geniales y de la indiscutible calidad de sus escritos en verso y en prosa, la obra de Edgar Allan Poe no fue bien entendida por sus compatriotas hasta que, muchos años después de su trágica y prematura desaparición, algunos de los grandes escritores simbolistas europeos (con los franceses Baudelaire, Mallarmé y Valéry a la cabeza) reivindicaron sus deslumbrantes aciertos; ya en el siglo XX, los estudios que le dedicaron otros poetas y críticos conspicuos (como Thomas Stearns Eliot y Allen Tate), sumados al interés que despertó su figura y su obra entre los psicoanalistas seguidores de Freud (entre ellos, la propia discípula del maestro vienés, Marie Bonaparte, o el célebre psiquiatra francés Jacques Lacan), contribuyeron definitivamente a elevar a Edgar Allan Poe a la categoría de arquetipo universal del escritor romántico atormentado y sombrío, precursor de la figura decadente del poeta maldito que habría de abundar en Europa a finales del siglo XIX y comienzos de la siguiente centuria.

Vida

Nacido en el seno de una familia poco convencional -sus padres eran unos modestos cómicos ambulantes-, con tan sólo dos años de edad comenzó a experimentar, a raíz del abandono de que fue objeto por parte de su progenitor, la larga serie de desgracias y dificultades que habrían de jalonar su breve y penosa existencia. Acogido, entonces, en casa de un adinerado comerciante de Richmond (Virginia) que ni siquiera se molestó en formalizar legalmente su adopción, tuvo una infancia triste y traumática, afectada por el rencor que le producía el recuerdo de su padre y por la obsesiva reaparición, en su subconsciente, de la figura de su madre, muerta cuando el pequeño Edgar era todavía un niño de corta edad. A lo largo de toda su vida, esta ausencia materna le atormentó hasta el extremo de fijar en su mente la idea de que la belleza y la bondad estaban destinadas irremediablemente a una precoz desaparición.

En 1815, cuando Edgar Allan contaba seis años de edad, John Allan -su peregrino tutor y antiguo amigo de sus padres- se trasladó con los suyos a Inglaterra, donde el futuro escritor comenzó a recibir una formación académica elemental que, cinco años después, ya de nuevo en los Estados Unidos de América, completó en las escuelas secundarias de Richmond. Corría, por aquel tiempo de su regresó a su país natal, el año de 1820, fecha en la que un joven Edgar Allan de apenas once años ya mostraba una notable predisposición hacia el estudio de esa cultura clásica que había conocido durante su permanencia en las aulas inglesas y escocesas. Las dotes intelectuales del muchacho -que, al tiempo que se interesaba por estos estudios humanísticos, comenzaba a mostrar una acusada inclinación hacia el cultivo de la creación literaria- no pasaron inadvertidas para John Allan, quien facilitó su ingreso en la Universidad de Virginia; pero ya por aquel entonces la vida bohemia y disipada del joven había generado bruscos roces entre él y su padre adoptivo, quien decidió no hacerse cargo de las cuantiosas deudas de juego contraídas por el futuro escritor. Así las cosas, Edgar Allan Poe se vio obligado a abandonar las aulas universitarias cuando apenas llevaba un año en ellas.

Tras la ruptura definitiva con su familia de adopción, el joven Poe -ya inmerso en una agitada espiral de juego y alcohol que, a la postre, habría de acelerar su dramático fin- se trasladó a Boston y empezó a frecuentar los círculos intelectuales y artísticos de su ciudad natal, donde pronto se dio a conocer como poeta merced a la publicación de Tamerland and other poems (Tamerlán y otros poemas, 1827), opera prima en la que se mostraba como un poeta romántico inequívocamente europeo (para más señas, de acusada filiación byroniana) y, en cierto modo, como ese juglar extraño y desarraigado que creyó ver en él la sociedad americana de su época, en la que jamás llegó a ser admitido como un escritor propio (se le valoró, más bien, en vida con el desprecio que los norteamericanos de entonces reservaban a la cultura y las costumbres procedentes de Europa).

Complacido con esta imagen de poeta maldito que estaba logrando consolidar, Edgar Allan Poe decidió huir de los foros literarios y la vida social de Boston para alistarse, a finales de los años veinte, en el ejército de su nación. En 1830, su paso por la severa y prestigiosa academia militar de West Point fue tan fugaz como esperado en una personalidad confusa y atormentada como la suya, ya que al cabo de unas semanas fue expulsado por graves infracciones disciplinarias. Truncada, así, su pasajera vocación militar, volvió a entregarse de lleno al cultivo de la creación literaria, ahora atraído por el complejo género del relato breve, al que pronto habría de aportar algunas de las obras maestras de la literatura universal.

Instalado, ahora, en Baltimore, a mediados de los años treinta coincidió la aparición de sus primeros cuentos en el rotativo Courier con la llegada a la ciudad de su tía Maria Clemm y la joven hija de ésta, Virginia. Por aquel entonces, el autor bostoniano se ganaba la vida como periodista, en una relativamente estable situación profesional que quedó apuntalada en 1835 por su ingreso como redactor en la plantilla del Southern Literary Mesenger. Al año siguiente, Edgar Allan Poe contrajo nupcias con su prima Virginia Clemm, que a la sazón aún no había alcanzado los quince años de edad, y se entregó a un fructífero período de creación literaria en el que escribió algunos de sus mejores cuentos y poemas, publicados en periódicos y revistas y recogidos, a partir de 1840, en algunos de sus libros más celebrados por críticos y lectores.

Vivía, entretanto, de los beneficios que le producían sus artículos periodísticos, sus escritos de crítica literaria y sus relatos de ficción, algunos de los cuales le granjearon, en los años cuarenta, no sólo fama y prestigio como creador, sino también suculentos dividendos -así, v. gr., The gold bug (El escarabajo de oro, 1843)-; sin embargo, su irremediable inclinación a la bebida y su tendencia a caer en los reclamos del juego llevaron al matrimonio Poe a pasar grandes privaciones durante largos períodos, sin que las considerables sumas de dinero que recibió el escritor en diversos momentos de su trayectoria profesional bastaran para cubrir los gastos que le acarreaba su vida desordenada. Al tiempo que escribía algunas de las obras más destacadas de las Letras estadounidenses de todos los tiempos, Edgar Allan Poe acusaba cada vez con mayor virulencia el pernicioso efecto de los traumas y las obsesiones que le acompañaban desde la infancia, seriamente agravados, desde su entrada en la edad adulta, por atribuladas inquietudes de naturaleza existencial.

En medio de esta peligrosa inestabilidad psíquica, el detonante que precipitó su acelerado derrumbe fue la muerte prematura de su esposa, desaparecida en 1847 cuando apenas contaba un cuarto de siglo de existencia. Desolado por esta dolorosa pérdida -que vino a incrementar su sufrimiento por la también precoz desaparición de su madre- el poeta bostoniano fue absorbido por el vértice de esa espiral caótica que le conducía inexorablemente hacia su propia destrucción. Sus constantes obsesiones, agravadas por el consumo de alcohol, degeneraron en terribles alucinaciones que, a su vez, le empujaron hacia la soledad y la autocompasión; hasta que, cada vez más apartado del mundo y encerrado a solas con sus propios demonios, al amanecer de un frío día de octubre de 1849 apareció sin sentido en una calle de Baltimore, en la que había quedado tendido la noche anterior, víctima de un delirium tremens provocado por la bebida. Trasladado a un hospital de la ciudad de Maryland, perdió la vida a los pocos días, bajo el efecto fulminante de un derrame cerebral.

Obra

Poesía

En su condición de poeta, el escritor de Boston se dio a conocer, como ya se ha apuntado más arriba, por medio de las composiciones románticas de Tamerland and other poems (1827), claramente deudoras de la poesía de Lord Byron que el joven Edgar Allan había tenido ocasión de conocer durante su prolongada estancia en suelo británico (1815-1820). Aún habrían de transcurrir varios años antes de que Poe encontrara su propia, personal y auténtica voz poética, como quedó patente en tras la publicación de Poems: Second Edition (Poemas: segunda edición, 1831), en la que las influencias de los poetas ingleses contemporáneos no se reduce al legado byroniano, sino que abarcan también la producción de otros grandes maestros universales del romanticismo, como Percy Bysshe Shelley.

Fue a raíz de la publicación de The Raven and other poems (El Cuervo y otros poemas, 1845) cuando Edgar Allan Poe, ya consagrado como un magnífico prosista, sentó las bases de una poesía original que, al cabo del tiempo, sería estudiada como la más importante de la lírica norteamericana del siglo XIX hasta la irrupción de Walt Whitman. En la larga composición que da título a este volumen -concebida, como el resto de sus grandes creaciones poéticas, como una combinación del discurso lírico con el narrativo-, el poeta de Boston dejó plasmado un complejo drama interior que, en su riqueza y variedad temáticas, incluye elementos reales del exterior, ingredientes psicológicos de los personajes y sombríos trazos sobrenaturales, lo que permite al lector optar por una valiosa multiplicidad de lecturas que comprende desde el significado literal de la historia narrada hasta las sugerencias brindadas por la naturaleza simbólica de algunos de los materiales empleados en la construcción del poema. Surgía así en "The Raven", por primera vez en la literatura escrita en lengua inglesa, un nuevo significado literario de los signos lingüísticos que, a medio camino entre la representación y la sugestión, estaba anticipando ese Simbolismo que, ya en la segunda mitad del XIX, habrían de explotar con notable acierto algunos poetas franceses.

Idénticas características reaparecen en los restantes poemas de Edgar Allan Poe, entre los que hay que subrayar algunas joyas de la lírica universal como "Ulalume" (1847) o "Annabel Lee" (1849), así como otras composiciones tan relevantes como "Eulalia", "A Hellen" o "El Valle del Desasosiego". En líneas generales, conviene recordar que todas estas creaciones líricas del autor bostoniano no merecieron los elogios de la crítica anglosajona, que un principio recriminó a Poe su búsqueda constante -y, en ocasiones, tal vez algo forzada- de la musicalidad y su exceso de artificio narrativo en la invención ("defectos" que, por otra parte, estaban preludiando lo que luego serían algunas de las mayores "virtudes" del Modernismo). Sin embargo, tras las traducciones al francés realizadas por el ya mencionado Stéphane Mallarmé en la segunda mitad del siglo XIX, tanto la crítica europea como la norteamericana se rindieron a la evidencia de que la exacta y rigurosa arquitectura verbal de los poemas de Edgar Allan Poe, así como su extraordinario vigor sugestivo, habían trazado algunos de los senderos más transitados luego por los poetas de todo el mundo.

Prosa de ficción

La única novela extensa escrita por quien habría de revelarse como uno de los grandes maestros universales en la técnica del relato breve lleva por título The Narrative of Arthur Gordon Pym (La narración de Arthur Gordon Pym, 1838). Se trata de la relación de un viaje marítimo en busca del polo Sur, argumento que, en el fondo, no era sino un pretexto para que Poe pusiera en práctica una de sus más célebres consideraciones teóricas acerca del hecho literario (y, en general, de la creación artística en sí): la de la gratuidad del arte o, dicho de otro modo, la de la escritura como artificio que crea un espacio en el que la literatura no es un medio, sino un fin en sí misma. Así, las grandes dosis de imaginación vertidas en la trama de esta novela se ponían al servicio del universo semántico que Poe esté empezando a crear, en el que sus temas literarios recurrentes y sus obsesiones psíquicas personales pronto habrían de configurar un alfabeto de signos de la más variada procedencia (los mitos universales, los fantasmas individuales del autor, la tradición de la literatura fantástica anterior, etc.), que aparecería ante los ojos del lector como el único vehículo capaz de expresar ese mundo de la pesadilla y el horror en el que parecía estar inmerso el escritor. Tal apuntalamiento de un código simbólico propio queda bien patente, dentro de su única novela, en los efectos causados por un terremoto en una isla, en cuya superficie aparecen terribles simas que reproducen, en su azaroso trazado, los caracteres del alfabeto latino.

Este procedimiento que convierte personajes, espacios y situaciones en signos de un nuevo lenguaje del misterio insondable del horror y las profundidades ignotas de la psique dará sentido a toda la producción narrativa de Edgar Allan Poe, presente de nuevo en los anaqueles de las librerías estadounidenses bajo el título de Tales of the grotesque am the arabesque (Cuentos de lo grotesco y lo arabesco (Filadelfia, 1840). Entre las páginas de esta recopilación de narraciones breves aparecieron algunos de los cuentos más célebres del escritor de Boston, quien se encargó, unos años después, de ofrecer una relación personal de los relatos suyos que él consideraba mejores. Siguiendo su propia catalogación, entre sus cuentos de terror habría que destacar los titulados "Ligeia", "William Wilson", "The tell-tale heart" ("El corazón delator"), "The black cat" ("El gato negro") y "The fall of the house of Usher" ("La caída de la casa Usher"), este último considerado como una de las narraciones más terroríficas de la literatura inglesa. En él, un personaje-narrador cuenta su visita a la casa de su amigo Roderick Usher, quien, rodeado de una atmósfera verdaderamente espeluznante, vive en compañía de su hermana lady Madeline, que está afectada por un terrible y misterioso mal. Cuando la mujer muere, es sepultada en un nicho practicado en los muros de la siniestra mansión, en medio de la agitación nerviosa de su hermano, cada vez más próximo a la locura. Al cabo de unos días, en medio de una violenta tempestad, aparece lady Madeline ante los ojos espantados de su hermano y del narrador, para decirles que ha escapado de un sepulcro en el que había sido enterrada con vida. Los dos hermanos mueren, presas del terror, y el narrador huye despavorido de una horrorosa mansión que se derrumba a sus espaldas. Ingredientes temáticos de esta índole, procedentes de la mejor tradición de la novela gótica inglesa y de algunas narraciones fantásticas del alemán Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, contribuyeron a difundir, entre la crítica y los lectores estadounidenses, la imagen de un Edgar Allan Poe europeizado y, por ende, muy alejado de la cultura y los gustos literarios locales.

En la enumeración de los mejores relatos que, según sus propios criterios de lectura, habían salido de su pluma, el autor bostoniano estableció un segundo apartado de cuentos policiales, en los que resulta obligado detenerse ahora para analizar la singularísima figura de Auguste Dupin, el investigador-artista creado por Edgar Allan Poe, mitificado de inmediato por los lectores más intelectualizados, y considerado actualmente como el primer gran detective de la moderna novela policíaca. En "Murders in the Rue Morgue" ("Los crímenes de la Calle Morgue"), "The purloined letter" ("La carta robada") y "El misterio de María Roget", el narrador es uno de los fieles amigos de Dupin, hombre de mente "poco hábil" que, además de dar pie a otra de las figuras paradigmáticas del género (el amigo/comparsa que asiste atónito a la habilidad deductiva del investigador y relata luego sus proezas), va construyendo un prolijo y tedioso monólogo que resalta, por contraste, la capacidad intelectual del auténtico protagonista de los relatos. Desde unos criterios estrictamente cronológicos, el caballero Auguste Dupin es el primer mito del género policíaco; y, aunque la aparición de nuevos héroes novelescos de la deducción ha rebajado notablemente su popularidad, puede afirmarse que, durante muchos años, fue uno de los personajes que contribuyeron decisivamente a dotar de un considerable prestigio intelectual a la narrativa centrada en el mundo del crimen. Por lo demás -y al margen de la aportación decisiva que supone la construcción de este paradigmático personaje-, Edgar Allan Poe dejó codificadas algunos de los tópicos y motivos que pronto habrían de definir todo uno de los géneros más populares de la literatura universal: un detective o investigado que actúa siguiendo un procedimiento deductivo; unos personajes inocentes que, durante buena parte de la obra, concitan sobre sus figuras graves sospechas; un crimen cometido en un recinto cerrado y reducido, en el que parece imposible que pueda darse una situación delictiva; etc.

Otra categoría que estableció el narrador de Boston a la hora de seleccionar sus mejores narraciones breves fue la del relato metafísico, en la que subrayó la importancia del cuento titulado "A descent into the Maelström" ("Un descenso al Maelström"). En esta pequeña joya de la narrativa breve universal, Poe relata la sobrecogedora experiencia de un marinero que naufraga cerca de las costas de Noruega y resulta absorbido por un remolino gigantesco llamado Maelström. A pesar de que consigue sobrevivir gracias a la serenidad que había mantenido a la hora de amarrarse a un tonel vacío, el horror que le ha provocado la contemplación de los abismos marinos le ha convertido en un anciano débil, medroso y encanecido.

Además de estos cuentos cuya calidad literaria quedó resaltada por su propio autor, conviene recordar otros relatos de Edgar Allan Poe tan dignos de elogio como "The man of the crowd" ("El hombre de la multitud"), en el que resultan esclarecedoras las intuiciones del escritor de Boston sobre la futura vida en las grandes ciudades, o "The devil in the belfry" ("El diablo en el campanario"), donde la prosa de Poe vuelve a alcanzar cotas pocas veces coronadas por la narrativa gótica. De impresionante y sobrecogedor hasta su última línea puede tildarse asimismo "El pozo y el péndulo", en el que el autor norteamericano traslada a sus personajes hasta una España dominada y aterrorizada por la Inquisición, para relatar con una complacencia que podría calificarse de sádica los suplicios a los que se ve sometido un hombre que ha sido condenado por este tribunal religioso (en el suelo del calabozo se abre un pozo que está a punto de tragarse al reo; sobre el techo cuelga un péndulo que es, en realidad, una afilada cuchilla oscilante que, poco a poco, va ganando terreno en dirección al atribulado protagonista; las paredes de la celda se tornan incandescentes y comienzan a aproximarse unas a otras, reduciendo el espacio libre que le queda al condenado; etc.). Y también ha causado pavor a varias generaciones de lectores "La máscara de la Muerte Roja", un relato de resonancias clásicas en el que Poe se burla de los desesperados intentos del príncipe Próspero -quien se ha encerrado con un millar de amigos en una abadía fortificada que aparece invulnerable- por escapar de la amenaza de la peste (o "muerte roja"); cuando el peligro parece haber pasado, el príncipe organiza en la abadía un fastuoso baile de máscaras en el que, en medio de tétricas figuras, aparece en persona la Muerte Roja para llevarse al príncipe y arrasar su refugio, donde nadie queda con vida.

Crítica y ensayo

En su faceta de crítico y ensayista, Edgar Allan Poe dejó impresos una serie de estudios que, en buena medida, sentaron algunas de las bases más importantes sobre las que vino a afirmarse la crítica literaria contemporánea. Así, v. gr., el autor de Boston insistió en la necesidad de que el crítico literario se ciñera al estudio de la obra en cuestión y fundamentara sus juicios, frente a la tendencias dominantes en la época, que abusaban de la relación entre obra y biografía del autor, e imponían criterios que, en la mayor parte de los casos, sólo respondían a los gustos arbitrarios de cada crítico. Pero, por encima de esta novedosas directrices, Poe arremetió con singular virulencia contra el mito romántico de la inspiración, que por aquel entonces rendía pleitesía a la espontaneidad creativa de poetas, narradores y dramaturgos. Para asombro de sus colegas (tanto de los que compartían sus inclinaciones creativas como de los que ejercían, como él, la crítica), Edgar Allan Poe encabezó una provocadora corriente estética que defendía la posibilidad de construir un texto literario de espaldas a la inspiración, o, dicho de otro modo, trabajando cada una de sus partes como se actúa en una cadena de montaje, en la que todo el proceso de producción sigue unos pasos previstos que, previamente, han tenido en cuenta el resultado final y las necesidades del consumidor (en este caso, el lector de la obra).

Para autorizar estos radicales postulados estéticos (que causaron espanto entre quienes seguían ponderando la supremacía de la inspiración y de la genialidad azarosa y caótica), Poe no dudó en ofrecer en uno de sus textos críticos más difundidos -The Philosophy of Composition (La filosofía de la composición, 1845)- una detallada explicación de los pasos que él mismo había seguido para componer uno de sus obras más famosas, el poema "The Raven"; y aunque en su época estas revelaciones causaron una honda confusión entre quienes se negaban a aceptar que una obra de arte de tal calidad pudiera haber sido elaborada siguiendo un proceso creativo tan mecánico, lo cierto es que, a partir de entonces, críticos y creadores comenzaron a poner en duda la auténtica responsabilidad de los raptos de inspiración en el resultado final de la obra.

Antes de la publicación de La filosofía de la composición, el malogrado escritor norteamericano ya se había estrenado como teórico de la literatura en sus numerosas críticas aparecidas en periódicos y revistas, así como en el volumen ensayístico titulado The rational of verse (Fundamento del verso, 1843). Otras consideraciones suyas referidas a la creación vieron la luz bajo los títulos de Marginalia y Eureka (1848), así como en el libro póstumo The poetic principle (El principio poético, 1850).

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.