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PinturaBiografía

Pacheco del Río, Francisco (1564-1644).

Pintor y teórico español, nacido en Sanlúcar de Barrameda en 1564 y fallecido en Sevilla en 1644. Fue hijo de Juan Pérez y Leonor del Río, pero no usó sus apellidos, sino que adoptó el de su tío homónimo Francisco Pacheco, canónigo de la catedral de Sevilla y escritor de formación humanista muy destacado en el ambiente culto, quien le acogerá e introducirá en los círculos eruditos de Sevilla.

Más conocido hoy día por ser el maestro de Alonso Cano y (sobre todo) de Diego de Velázquez (del que también fue suegro) que por su propia obra pictórica, radica su inmensa importancia para la Historia del Arte en el hecho de ser el autor del Arte de la Pintura, el tratado artístico más importante del siglo XVII.

A pesar de varios viajes a la Corte y aspiraciones ambiciosas en Madrid, Pacheco estuvo, tanto en su personalidad como en su obra, estrechamente vinculado con Sevilla. Fue aquí, en este crisol andaluz del comercio y del arte, donde el pintor y teórico mantuvo numerosos contactos y un permanente intercambio intelectual con los artistas y pensadores más importantes de su tiempo. Nobles, clérigos, pintores, escritores, escultores y letrados como Fernando Enríquez Afán de Ribera, Pablo de Céspedes, Juan de Jáuregui, Juan de Arguijo, Luis de Alcázar, Juan de Pineda, Rodrigo Caro y Francisco de Rojas se encontraban entre sus amigos, con los que solía reunirse de manera regular en su taller y en la Casa Pilatos para mantener tertulias, sobre todo en torno a temas artísticos y religiosos.

Aunque se desconoce la fecha exacta de su traslado de Sanlúcar de Barrameda a Sevilla, es de suponer que se realizó en torno a 1580, ya que el mismo Pacheco relata tener dieciséis años cuando se solía confesar con el jesuita Gaspar de Zamora y cuando empezó su aprendizaje con el hoy desconocido Luis Fernández, ambos personajes residentes en Sevilla.

La primera constatación documental de Pacheco data del 1583, año en el que ingresó a la edad de diecinueve años en la Hermandad de Nazarenos de Santa Cruz en Jerusalén. Dos años más tarde arrendó una casa en la sevillana calle Limones, y declaró en esta ocasión ser maestro pintor. Iniciado por su tío en tareas poéticas, compuso unos versos para el entierro del jesuita Rodrigo Álvarez y es probable que en el año 1585 realizase un viaje a Madrid, ya que en el Arte de la pintura relata haber visto pintar a Alonso Sánchez Coello. Teniendo en cuenta que el retratista de la Corte murió en 1588 y que en sus últimos años ya no realizó viajes, cabe pensar que Pacheco le conociera en un viaje a Madrid, aunque también pudo haberle conocido antes en Sevilla.

Aunque nunca estuvo estudiando en Flandes con Lucas de Here, como se ha creído por una mala interpretación de sus palabras en su Arte de la pintura, los primeras obras que se conocen de Pacheco, como por ejemplo la Virgen de Belén de 1590 (Granada, Catedral), asimismo una copia de un cuadro de Marcelus Cofferman, reflejan un dibujo seco y leñoso, una materia lisa y esmaltada y una tendencia a copiar con fidelidad, rasgos característicos de la pintura de los Países Bajos que había podio conocer fácilmente en Sevilla a través de la obras de Hernando Sturmio y Pedro de Campaña.

En 1593, junto a sus hermanos Pedro, Juan y Mateo (los dos primeros eran sastres y el tercero linero), declaró ser hijo legítimo de Juan Pérez y de Leonor del Río y descender de cristianos viejos, para poder contraer matrimonio con María Ruiz del Páramo el 17 de enero de 1594 a los treinta años de edad.

Como muestra de su espíritu gremial y de su afán de guardar los intereses de una profesión que él consideraba noble, participó en 1595 con otros pintores sevillanos en un pleito en el que los artistas rechazaban los impuestos con los que se pretendía gravar su actividad laboral.

En 1598 participó junto a otros pintores en un grandioso monumento funerario en memoria de Felipe II, y en 1599 empezó a realizar su Libro de descripción de verdaderos retratos de Ilustres y memorables varones, considerado hoy una de las más importantes (de las casi inexistentes) aportaciones españolas al dibujo como autónoma técnica artística y, al mismo tiempo, un compendió de valor inestimable para el conocimiento de la vida y los hechos notables de muchos famosos personajes de su época.

Bien arropado en el círculo de sus amigos artistas, nobles y clérigos Pacheco era en 1600 uno de los más importantes pintores de la ciudad. El gran número de encargos le revelan como el pintor muy conocido y altamente estimado. En este mismo año ejecutó, junto a Alonso Vázquez, un ambicioso ciclo de pinturas con escenas de la vida de los fundadores de la Merced, san Ramón Nonato y san Raimundo de Peñafort, destinado a decorar el claustro grande del Convento de la Merced. Aunque fue un ciclo de expresión fuertemente manierista, conservado parcialmente, fue también uno de los primeros conjuntos narrativos monásticos del siglo XVII en España.

En 1603 recibió de Fernando Enríquez de Ribera, tercer duque de Alcalá, el encargo de pintar el techo del camarín del duque de Alcalá (también llamado Salón de Pacheco) de la Casa de Pilatos en Sevilla con motivos mitológicos, ciclo que concluyó en 1604 (in situ). Inspirado por el teólogo y humanista Francisco de Medina, el secretario del obispo Rodrigo de Castro, este encargo fue el primer proyecto profano para Pacheco. Sin embargo, la asamblea de los dioses mitológicos y la evocación del buen y del mal hacer implicaba una intencionada lectura cristiana. Pacheco realizó un conjunto en el que el cuadro central de la Asamblea de los dioses y el apoteosis de Hércules está acompañado por lienzos de menor formato que representan la Caída de Faetón y la Caída de Ícaro, y (aun de menor formato), la Envidia, la Justicia, Ganímedes y Perseo. El techo del salón se vuelve de este modo en una exaltación humanista de virtud, a partir del triunfo de Hércules que obtiene de los dioses el premio singular de la inmortalidad; las otras escenas advierten de los peligros posibles en ese camino, como la imprudencia o la temeridad, encarnada en la historia de Faetón o en la de Ícaro. Los distintos cuadros que representan los vicios y las virtudes están separados por lienzos que representan grutescos. El programa entero ha sido pintado en el taller para ser posteriormente aplicado al techo. Refleja además el conocimiento de las pinturas que realizó Alonso Vázquez para el techo de la biblioteca en la casa del poeta Juan de Arguijo (Sevilla, Palacio de Monsalves). Aun así, revela las grandes dificultades de Pacheco a la hora de representar el cuerpo humano desnudo y sus carencias en el conocimiento de perspectiva y escorzo. Los dibujos preparatorios para el Faetón (Granada, Fundación Rodríguez-Acosta. Instituto Gómez Moreno) y la Envidia (Madrid, Biblioteca Nacional) dan testimonio de la influencia de Luca Cambiaso en Pacheco.

Con la llegada de Juan de Roelas a Sevilla en el mismo año en el que dio por terminado la decoración de la Casa de Pilatos, se debilitó el monopolio de Pacheco en Sevilla, ya que el clérigo-pintor Roelas, formado probablemente en Venecia, era dueño de una imaginación creativa y una técnica pictórica superior a la de Pacheco. Sin embargo, Pacheco siguió recibiendo numerosos encargos de pinturas religiosas para iglesias sevillanas. Así, en 1605 Pacheco concertó, junto con el escultor Juan Martínez Montañés, la realización de un retablo para una capilla que Francisca de León poseía en la iglesia del Convento del Ángel de la orden de los carmelitas descalzos en Sevilla. De este retablo, realizado entre 1605 y 1608, se conservan hoy en el Museo del Prado de Madrid Santa Catalina de Alejandría, Santa Inés (firmado y fechado: F. Paciecus, 1608), San Juan Bautista y San Juan Evangelista.

En 1610 comenzó una viaje a Madrid, El Escorial y Toledo que duró hasta octubre de 1611 y a lo largo del cual Pacheco conoció a Vicente Carducho y El Greco. Este viaje sirvió para la renovación y el enriquecimiento de la pintura de Pacheco, y le llevó en 1614 a pintar lo que el mismo consideró su obra maestra, El Juicio Final (Castres, Musée de Goya), cuadro del que hasta 1999 sólo se tenía constancia a través de la descripción que da el propio Pacheco en su Arte de la pintura y un grabado de Boucort de 1869. Tal es su nueva motivación que hasta incluye algunos desnudos y su propio autorretrato. Este autorretrato, mencionado por el mismo en su tratado, permite poder afirmar a ciencia cierta que la persona inmortalizado por Diego Velázquez en un Retrato de 1622-23 (Madrid, Museo del Prado) es efectivamente su suegro.

El septiembre del año 1611 es una fecha clave en la vida de Pacheco, ya que fue entonces cuando Diego Velázquez ingresó de aprendiz en su taller. Otras fechas importantes son también el agosto de 1616 por el comienzo del aprendizaje de Alonso Cano y el año 1618, por ser el año en el que la relación maestro-aprendiz con Velázquez se vuelve en relación suegro-yerno, cuando Velázquez se casa con su hija, Juana Pacheco.

El Cristo crucificado, firmado en 1614 (Granada, Fundación Rodríguez-Acosta. Instituto Gómez Moreno) es una obra programática en la que Pacheco anticipa de manera práctica y pictórica el capítulo XV de las "Adiciones a algunas imágenes" de su Arte de la pintura y en el que se declara estar "en favor de la pintura de los cuatro clavos con que fue crucificado Cristo Nuestro Redentor". Arropado por las opiniones de sus amigos jesuitas, Pacheco defendió la representación de las crucifixiones con cuatro clavos, dejando descansar a Cristo en un supedáneo, como la única manera correcta con verdad histórica. La cuestión de si se habría de pintar a Cristo en la cruz con tres o cuatro clavos levantó apasionadas discusiones en el círculo de Pacheco, llegando incluso a crear una polémica entre Fernando Enríquez de Ribera, tercer duque de Alcalá y Francisco de Rojas.

En 1616 pintó uno de sus cuadros más conseguidos y acabados, el Cristo servido por los ángeles (firmado y fechado: Franciscus Paciecus, 1616; Castres, Musée Goya) para el refectorio del Convento de San Clemente de Sevilla. El tema relatado por los evangelistas Lucas (4,1-13), Mateo (4,1-11) y Marcos (1,12-13) era buscado para los refectorios de los conventos, y es probable que Jerónimo Ramírez conociera la pintura de Pacheco y se dejara inspirar por ella para sus versiones de la Catedral de Sevilla y de la iglesia de San Lorenzo (Sevilla, Depósito del Museo de Bellas Artes). Del mismo año es el San Sebastián atendido por Santa Irene pintado para el Hospital de San Sebastián en Alcalá de Guadaira y destruido en la Guerra Civil.

Desde 1616 actuó también como alcalde veedor del oficio de pintor, nombrado por el Ayuntamiento de la ciudad, y desde 1618, designado por la Inquisición, veedor de pinturas sagradas. Estos cargos le permitieron inspeccionar y revisar todo tipo de pinturas realizadas por sus colegas sevillanos, vigilando sobre todo que los lienzos tuviesen un contenido digno, conforme a la fe y el decoro.

Dentro de su obra de temática religiosa de la segunda y tercera década del siglo XVII destacan las pinturas dedicadas a la representación de la Inmaculada Concepción. De 1619 data uno de los más famosos cuadros de Pacheco, la Inmaculada Concepción con Miguel de Cid (firmado con monograma y fechado: O. F. P., 1619; Sevilla, Catedral), en la que sigue al pie de la letra los elementos iconográficos para este tema expuesto por el mismo más tarde en su tratado Arte de la pintura. La pintura, encargada por los herederos del poeta Miguel Cid (fallecido en 1615), que aparece representado en el ángulo inferior de la izquierda, además presume de cierto orgullo local ya que en ella la Torre de David, evocada en el Cantar de los Cantares para ser posteriormente un símbolo mariano, es sustituida por la Giralda. Otro cuadro de la misma temática, la Inmaculada Concepción con Mateo Vázquez de Leca (firmado con monograma y fechado: O. F. P., 1621), en una colección particular de Sevilla, plantea el problema si el retratado es realmente el presbítero Vázquez de Leca, ya que el retratado aparenta una edad en torno a treinta años y Vázquez de Leca cumplió cuarenta y ocho en el año que se pintó este cuadro. De otra Inmaculada Concepción (firmado con monograma y fechado: O. F. P., 1624) en la sevillana iglesia de San Lorenzo, que recoge uno por uno los símbolos de pureza y castidad del Cantar de los Cantares, del Libro de Sabiduría, del Libro de los Salmos, del Libro del Eclesiástico y del Génesis, existe una versión reducida en la Catedral de Jerez de la Frontera.

En comparación con sus obras religiosas, el Retrato de Caballero (firmado: Franco Pacheco / 30 de julio de 1625; Massachussetts, Williamstown, Williams College) da testimonio de que el retrato fue el género pictórico en el que Pacheco consiguió su mejor calidad, confirmando así lo ya verificado en su Libro de Retratos y en los retratos de sus Inmaculadas.

Las aspiraciones de Pacheco (reflejadas en un último viaje a Madrid entre 1625 y 1626) de asentarse en la Corte solicitando primero el cargo de pintor real a título honorífico para llegar más tarde a ser pintor de Cámara, fracasaron definitivamente en 1626 a pesar de que su yerno, Velázquez, solicitase personalmente este mismo año una plaza de pintor real para su suegro. Esta decepción profesional coincidió con la llegada de Francisco de Zurbarán a Sevilla. Zurbarán y Herrera el Viejo fueron los protagonistas del nuevo estilo y el naturalismo impactó de tal manera en Sevilla que Pacheco quedó de un momento a otro casi sin encargos y marginado, por no querer y no poder hacer suyo una tendencia pictórica que le parecía, a buen seguro, demasiado ruda.

Dentro de las obras que ejecutó ya a finales de los años veinte figuran Los Desposorios de Santa Catalina de 1628 (Sevilla, Museo de Bellas Artes), algunos retratos, procedentes algunas veces de predelas de retablos, y su última obra fechada en 1630. Los lienzos del retablo de la iglesia de la Pasión de Cristo en Sevilla (Sevilla, Museo de Bellas Artes). Sus pinturas a partir de 1630 (de pequeño formato y débil técnica) reflejan la imposibilidad de alistarse u oponerse a las nuevas tendencias y dan también testimonio de un evidente decaimiento físico.

Los preparativos para su gran proyecto, la redacción de un tratado de arte, tendrían que verse afectadas por la aparición en 1633 en Madrid de los Diálogos de la Pintura de Vicente Carducho. Aunque Pacheco comentó al pintor vallisoletano Diego Valentín Díaz que se sentía traicionado por Carducho, por haberle robado sus ideas y haberse también adelantado en publicarlas, no se rindió y llevo a cabo su proyecto. Redactado entre 1634 y 1638, Pacheco (a pesar de sus esfuerzos para verlo editado con rapidez) no llegó a verlo impreso. Pacheco falleció en Sevilla y fue enterrado el 27 de Noviembre de 1644; su Arte de la pintura se editó (aún no se sabe quien siguió llevando adelante el asunto) de manera póstuma en 1649.

El Arte de la pintura se trata del más importante y exhaustivo tratado de pintura español del siglo XVII. Consiste de tres libros, marcados por un prólogo y un copioso apéndice en torno al decoro y la decencia de algunas iconografías en las pinturas religiosas. El primer libro trata la "antigüedad y grandezas" de la pintura, el segundo de su "teórica y partes de que se compone" y el tercero de "su práctica y de todos los modos de exercitarla". El tratado refleja implícitamente la intención programática de Pacheco de elevar a la pintura a rango de arte liberal.

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Autor

  • Esther Alegre Carvajal. / 0302 Félix Scheffler