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HistoriaPolíticaBiografía

Felipe II. Rey de España (1527-1598)

Rey de España, llamado el Prudente, nacido el 21 de mayo de 1527 en Valladolid y muerto el 13 de septiembre de 1598 en El Escorial. Fue hijo primogénito del emperador Carlos V y de la emperatriz Isabel de Portugal.

Felipe II. Sánchez Coello.

La infancia del príncipe Felipe

El 11 de marzo de 1526, en el alcázar de Sevilla, Carlos V contrajo matrimonio con su prima Isabel de Portugal. La joven pareja pasó su luna de miel en la Alhambra granadina, donde fue concebido el futuro Felipe II.

El 21 de mayo de 1527, con la Corte trasladada a Valladolid, la reina se puso de parto. El alumbramiento fue difícil y largo, duró trece horas. Según cuentan las crónicas de la época, la comadrona que asistía a la reina Isabel la instó a que gritara, a lo que la reina contestó, en su portugués natal: Nao me faleis tal, minha comare, que eu morirei, mas no gritarei.

Seis semanas después del parto, el príncipe fue bautizado por el arzobispo de Toledo en el convento de San Pablo de Valladolid. Como padrinos ejercieron el condestable de Castilla, el duque de Béjar y la hermana mayor del Emperador, Leonor. La situación política internacional provocó que la alegría de Carlos V fuera efímera, ya que la guerra con Francia se recrudeció en estas fechas. El 6 de mayo de 1527 las tropas imperiales habían castigado la alianza del papa Clemente VII con el rey francés en el famoso Saco de Roma. Las noticias de este suceso llegaron a Valladolid en el mes de junio, lo que provocó el fin de los festejos. La difícil situación política absorbió la atención del Emperador, que en los años siguientes apenas pudo encargarse de la educación de su primogénito.

El 10 de mayo de 1528, los procuradores de las Cortes se reunieron en el convento madrileño de San Jerónimo donde reconocieron al niño como regente del reino. El 27 de julio de 1529 el Emperador embarcó en Barcelona, para no regresar hasta 1533.

La infancia del príncipe transcurrió entre las ausencias de su padre y los desvelos de la Corte, encabezada por su madre. Tuvo una infancia solitaria, como casi todos los príncipes de la época, alejado del contacto con otros niños de su edad. Ello, unido a la temprana muerte de su madre, marcó su carácter. Felipe creció muy unido a sus hermanas: María y Juana; y a su madre. En los primeros años de su vida tuvieron gran protagonismo los personajes portugueses de la Corte de Isabel, especialmente la dama Leonor Mascarenhas.

Fue la emperatriz Isabel la que inculcó a su hijo el sentido del deber y la profunda religiosidad de la que hizo gala a lo largo de toda su vida. La Emperatriz procuró en todo momento estar junto a sus hijos, pero Carlos V consideraba necesario que el que estaba llamado a ser su sucesor recibiera una cuidada educación y que no pasara su infancia rodeado de mujeres, por ello, nombró a Pedro González de Mendoza mayordomo mayor y ayo del príncipe. La labor de González de Mendoza consistió en instruir al príncipe en el protocolo de la Corte, ofrecerle una sólida formación religiosa e inculcarle los valores que Carlos V consideraba imprescindibles en su sucesor. El ayo del príncipe tenía la misión de informar asiduamente al Emperador de los progresos y del aprendizaje de su heredero. A este efecto, González de Mendoza mantuvo una amplia correspondencia con el Emperador, que supone un importante testimonio no sólo de la educación recibida por el príncipe sino también de la vida en la Corte.

Emperador Carlos V. Tiziano.

En 1533 Carlos V regresó a España y tomó las riendas de la educación del príncipe. Al año siguiente nombró como preceptor al erudito Martínez de Silíceo. La preceptura de Martínez de Silíceo tuvo graves deficiencias, hasta el punto de que el príncipe Felipe aún no sabía leer ni escribir a los siete años de edad. En 1535, el Emperador decidió que había llegado la hora de que su heredero tuviera casa propia y saliera de la tutela de su madre y las damas de la Corte. Pedro González de Mendoza fue sustituido por Juan de Zuñiga, que enseñó al príncipe equitación, esgrima y maneras cortesanas. El nuevo ayo era mucho más austero y severo que el anterior. Ese mismo año Carlos V volvió a abandonar España, los años siguientes estarían marcados por un continuo ir y venir del Emperador. En estos años se redactaron una serie de manuales especiales destinados al aprendizaje del príncipe. También, se tradujo al castellano la obra de Erasmo de Rotterdam Institución del príncipe cristiano, para que sirviera de guía a sus educadores. Entre 1535 y 1540 Martínez Silíceo mantuvo una nutrida correspondencia con el Emperador informándole de los avances en la educación de su hijo.

La salud del joven príncipe no era especialmente mala, aunque a lo largo de su infancia padeció enfermedades provocadas por sus hábitos alimenticios. En 1535, al parecer por culpa de un envenenamiento por salmonela, estuvo a punto de morir. A partir de entonces se extremaron las preocupaciones en la Corte y Felipe desarrolló una eterna preocupación por su estado de salud y su higiene personal. En contraposición a su más o menos débil salud, el príncipe era agraciado físicamente y, según un reciente estudio del historiador Henry Kamen (Felipe de España. Madrid, Siglo XXI, 1997), se convirtió en un gran seductor al que apasionaban las aventuras amorosas. Era un gran bailarín y disfrutaba de las fiestas y la música.

En el verano de 1538 Carlos V regresó a España en busca de fondos y hombres para las guerras europeas. En octubre se convocaron Cortes en Toledo. Estas supusieron una gran decepción para el Emperador, ya que se negaron a proporcionar más dinero. Durante la primavera de 1539 la emperatriz, de nuevo embarazada, enfermó en Toledo. A finales de abril de ese año sufrió un aborto y su estado de salud empeoró. El 1 de mayo de 1539 la emperatriz Isabel falleció. Esta muerte afectó mucho al príncipe Felipe, hata el punto de que en esa fecha se puede decir que acabó su infancia y se inició su larga preparación como heredero del Emperador. Ese mismo año Carlos V salió de España para acabar con una revuelta en Gante. Debido a la edad del príncipe, se formó un consejo de regencia formado por el cardenal Tavera, el duque de Alba y Francisco de los Cobos.

Duque de Alba. Tiziano.

El año de 1540 fue especialmente difícil tanto para Carlos V como para el Imperio. La Reforma Protestante se extendía por Alemania, el rey de Francia fomentaba las aspiraciones de los protestantes y reclamaba el estratégico ducado de Milán; Castilla sufría los efectos de las malas cosechas y las excesivas guerras. A todo ello se sumaba la amenaza otomana, cada vez más poderosa gracias a la dirección de Solimán.

La mayoría de edad: su formación como gobernante

La muerte de la emperatriz y la deficiente educación del príncipe, llevaron a Carlos V a tomar medidas para convertir a Felipe en un buen heredero. En 1541 Silíceo fue destituido, Carlos V nombró a nuevos profesores, Cristóbal Calvete de Estrella, Honorato de Juan y Juan Ginés de Sepúlveda. Por expresa recomendación de Martínez de Silíceo no se buscó ningún profesor de lenguas modernas, por lo que el príncipe nunca fue capaz de hablar las lenguas de sus dominios ni de los reinos vecinos, aunque llegó a entenderlas. El joven Felipe no fue un buen alumno, pese a los esfuerzos de sus profesores y a la insistencia de su padre, nunca llegó a dominar el latín, su caligrafía no era buena, sus conocimientos del griego muy elementales, y su estilo literario, en el mejor de los casos, mediocre. Mostró mayor interés por la danza, la música y la caza. A partir de 1540 tuvo un profesor de música, Luis Narváez. A partir de 1541, el príncipe dispuso de un secretario personal, Gonzalo Pérez. Ese mismo año Felipe fue declarado mayor de edad y puso fin al luto que había guardado por su madre.

Los profesores del príncipe Felipe recibieron considerables recursos económicos para formar una biblioteca para el heredero. En la década de 1540, Felipe inició una de las mayores aficiones de su vida, el coleccionismo de libros. El príncipe llegó a formar una de las mayores bibliotecas de su tiempo, atesorada en su obra magna, el Monasterio de El Escorial. Entre sus aficiones se encontraban también los torneos y las justas, tanto era así que el Amadís de Gaula fue siempre uno de sus libros predilectos. Desde pequeño, el príncipe organizaba torneos y justas con sus compañeros de estudios, entre los que se encontraba el hijo de Juan de Zúñiga, Luis de Requesens. El príncipe Felipe mantuvo un gran interés por las artes en general, lo que le llevó a ser uno de los mayores mecenas de su tiempo, pero mostró especial predilección por la arquitectura.

Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Herrera. Madrid.

Por orden de Carlos V se redactó un libro que describía como fue educado el príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos. Una vez redactado el libro, se ordenó a Zúñiga que lo usara como modelo para educar al príncipe Felipe. Gracias a estos esfuerzos, la educación del príncipe mejoró considerablemente. Se puso especial énfasis en enseñar al joven príncipe a ser disciplinado, autocontrolarse y no mostrar sus emociones en público.

En 1542 el príncipe Felipe realizó su primer viaje de Estado. Carlos V, tras su desastrosa expedición a Argel se refugió en Bugía (Argelia), de donde pasó a Cartagena a finales de 1541, desde allí hizo llamar a su hijo y ambos se encontraron en Ocaña en mayo de 1542. Una vez allí emprendieron viaje a Valladolid y el 22 de mayo la comitiva viajó hasta Burgos. El 2 de junio se dirigieron a Navarra y el día 22 llegaron a Monzón, en Aragón. El objetivo del viaje era que el príncipe jurase los fueros de la Corona de Aragón. Por ello, se convocaron las cortes en Monzón. Felipe enfermó de fiebres y estuvo convaleciente hasta el mes de agosto. Entre finales de septiembre y principios de octubre las distintas cortes juraron al príncipe. En esos meses los franceses amenazaron la frontera. El 12 de octubre el príncipe marchó hacia Zaragoza y Carlos V a Barcelona. Ambos volvieron a reunirse a principios de noviembre en Barcelona, donde el príncipe disfrutó de la vida nocturna de la ciudad y de las fiestas que se hicieron en su honor. En noviembre la comitiva marchó a Valencia y a finales de año el príncipe regresó a Castilla.

Tras este viaje, el Emperador inició la que sería su ausencia más larga, estuvo catorce años fuera, y dejó a su hijo al frente del gobierno. Para ayudar al joven príncipe, Carlos V confeccionó un consejo de regencia integrado por políticos de su confianza: Francisco de Cobos, el Duque de Alba, el cardenal Tavera y Fernando de Valdés. El Emperador recomendó a su hijo, en dos cartas, conocidas como Instrucción, la mejor manera para tratar con sus consejeros e imponer su autoridad. Los consejos que le dio su padre, acompañaron a Felipe a lo largo de toda su vida: no fiarse nunca de nadie, no demostrar sus emociones, aparecer en público a horas determinadas, ser devoto, temeroso de Dios y justo. En la segunda de las cartas, Carlos V hizo una serie de recomendaciones a su hijo sobre su vida privada que Felipe no atendió.

A medida que el príncipe se iba haciendo con las riendas del gobierno y aprendía el funcionamiento de los diferentes consejos de la Monarquía Hispánica, cada vez fueron mayores los roces entre padre e hijo. El Emperador solicitaba continuamente fondos para sufragar sus campañas y Felipe se quejaba del perjuicio que estas peticiones hacían al bienestar de los reinos. En 1544 el Emperador firmó con el rey de Francia la Paz de Crêpy, para alivio de la Corte y de su hijo. A pesar de estas diferencias, Carlos V nunca desautorizó a su hijo en público, es más, estaba orgulloso de la independencia del príncipe y de su buena voluntad para el gobierno. Felipe se entregó a sus nuevas responsabilidades, mostrando un gran interés por todo lo que sucedía en sus dominios. Zúñiga en una carta al Emperador fechada el 8 de junio de 1543 decía a este respecto: "Su Alteza recibió las Instrucciones, con los poderes q V. Mgd. le invia para la overnacion destos reynos y de Aragon. Y despues de leydo todo, invió las instruciones particulares a los tribunales y consejos, y a començado a entender con mucho quydado en lo q se le manda, y hasta aqui con buena voluntad. Y todo se comunica con el duque de Alba y el Comendado Mayor de Leon". A finales de 1543 la autoridad del príncipe era incontestable, manejaba todos los asuntos importantes del gobierno, participaba en los consejos, dictaba órdenes y recibía audiencias.

En esos momentos la Corte se encontraba dividida en dos facciones antagónicas, que pese a sus diferencias siempre colaboraron con las decisiones reales. Por un lado se encontraba el grupo dirigido por el cardenal Tavera, presidente del Consejo de Estado, arzobispo de Toledo e inquisidor general. El otro grupo estaba dirigido por Francisco de los Cobos, que controlaba la administración. De este grupo formaban parte Fernando de Valdés, presidente del Consejo Real; y Francisco García de Loaysa. El Duque de Alba se encontraba ajeno a ambos grupos, aunque acabaría aliándose con la facción de Cobos. Entre ellos, el más importante de los colaboradores del príncipe fue Gonzalo Pérez, su secretario personal y secretario del Consejo de Estado.

En 1543 la Casa del Príncipe, presidida por Zúñiga, estaba compuesta por 110 personas. Los gastos corrientes ascendían a 32.000 ducados, una octava parte de los gastos de la Casa del Rey. El príncipe basaba su alimentación en el consumo de carne, en ocasiones se incluían hortalizas y frutas, pero nunca pescado.

En 1542 Carlos V había firmado las Leyes Nuevas, un intento de regularizar la situación de los territorios americanos. Una figura capital en su implantación fue Bartolomé de Las Casas, que en 1544 regresó a América, como obispo de Chiapas, para impulsar la nueva legislación. La aplicación de las Leyes Nuevas estuvo a punto de provocar un motín entre la población española de América, que no estaba dispuesta a perder sus privilegios. La situación fue especialmente grave en el Virreinato del Perú, donde Gonzalo Pizarro encabezó una revuelta. El príncipe Felipe reunió a sus consejeros en 1545 para buscar una salida. Finalmente se envió un negociador, Pedro de la Gasca, que logró, en 1548, acabar con la sublevación y ejecutó a Pizarro. Para el príncipe Felipe esta fue su primera acción de gobierno importante.

El primer matrimonio: María Manuela de Portugal

A partir de 1541 Carlos V empezó a considerar la necesidad de casar a su heredero para asegurar la sucesión dinástica y fortalecer las alianzas internacionales. El Emperador pensó inicialmente en la francesa Juana de Albret, heredera del Bearne, una rica región situada al sur de Francia; pero el proyecto fue vetado por Francisco I, ya que si el Bearne caía en manos de Carlos V, éste podía poner en peligro la unidad territorial de Francia.

Francisco I de Francia con su familia y miembros de la corte.

Tras el fracaso de las negociaciones, Carlos V consideró la posibilidad de mejorar las relaciones con Francia a través de un doble enlace con los hijos de Francisco I. Pensó casar a Felipe con Margarita de Valois, y al heredero de Francia, Enrique, con la princesa María, sobrina del Emperador e hija de Fernando de Austria. Para afianzar esta unión, Carlos V estaba dispuesto a ceder, el Milanesado o los Países Bajos. El príncipe Felipe se negó al matrimonio al considerar inadmisible tanto la cesión del Milanesado como la de los Países Bajos.

El propio príncipe presentó dos candidatas a su padre, María Tudor; y su favorita, María Manuela de Portugal. La preferencia de Felipe por María Manuela pudo estar motivada por la juventud de ésta y por el recuerdo de su madre, la emperatriz Isabel, que también era portuguesa. El Emperador accedió a los deseos de su hijo e inició los trámites con la corona portuguesa. Para el Emperador, Portugal suponía un buen aliado frente a Francia y, además, albergaba esperanzas de conseguir una buena dote.

Las negociaciones matrimoniales fueron complejas debido al parentesco que unía a ambos príncipes. El rey portugués Juan III, era hijo de Manuel I El Afortunado y de la infanta María, hija de los Reyes Católicos; y era hermano de la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V y madre del príncipe Felipe. Por otra parte, el emperador Carlos era hermano de Catalina de Austria, la esposa de Juan III. A la complicada relación de parentesco, se sumaba la mala situación económica de Portugal. Juan III pretendía casar a su hija con su hermano, el infante Luis, para rebajar la dote. La intervención de la reina Catalina de Austria fue fundamental para los planes de Carlos V. Las presiones de Catalina, la gran diferencia de edad entre el infante Luis y su sobrina María Manuela y las enormes posesiones territoriales de Carlos V acabaron por decidir a Juan III.

Un sector de la nobleza portuguesa se oponía al enlace debido a que en caso de que el príncipe Juan Manuel, el heredero al trono, falleciera sin descendencia, los derechos sucesorios pasarían a la princesa María Manuela y por tanto al príncipe Felipe.

A principios de 1543 se fijaron las capitulaciones matrimoniales, en las que además se incluía el matrimonio del heredero portugués con la hija de Carlos V, Juana de Austria. Desde ese momento se iniciaron los trámites con el Papado para obtener la necesaria dispensa que permitiera en enlace entre los primos hermanos. La dote fue fijada en trescientos mil ducados.

El matrimonio por poderes se celebró en Portugal el 12 de Mayo de 1543. El representante del príncipe Felipe fue Luis Sarmiento de Mendoza. Tras las primeras celebraciones la princesa emprendió viaje para encontrarse con su futuro esposo, en este viaje estuvo escoltada por el duque de Braganza y el arzobispo de Lisboa. Por su parte, el Emperador eligió a Juan Alfonso de Guzmán, duque de Medina Sidonia y a Martínez Silíceo, obispo de Cartagena, para recibir a la princesa. Tras encontrarse ambas comitivas, una serie de incidentes diplomáticos estuvieron a punto de hacer fracasar el proyecto.

El 13 de noviembre de 1543 María Manuela y Felipe llegaron a Salamanca, donde el día 14 se celebró el matrimonio. Las fiestas populares se sucedieron durante cinco días. Tras los fastos, los jóvenes se dirigieron a Valladolid y a su paso por Tordesillas, acudieron a visitar a la abuela de ambos, la reina Juana la Loca, que llevaba tres décadas encerrada. Pese a su locura y a su encierro, mientras vivió fue considera reina de Castilla conjuntamente con su hijo, el emperador Carlos. Así lo demuestra el hecho de que el príncipe Felipe, durante estos años firmase sus decretos en nombre de la Catholica Reyna y Emperador y Rey mis señores.

Juana I, La Loca, reina de Castilla.

El Emperador mostró gran interés por las relaciones entre María y Felipe, preocupado porque un exceso de actividad sexual acabara con la salud de su hijo, como ocurrió con el príncipe Juan. El Emperador hizo todo lo posible por limitar los encuentros entre ambos. Felipe se mostró dispuesto a hacer poco caso a su padre en este asunto, pero un virulento ataque de sarna, poco después de la boda, le obligó a dormir lejos de su esposa.
En la madrugada del 8 al 9 de Julio de 1545 María Manuela de Portugal dio a luz en Valladolid a un varón, el parto fue muy doloroso y el niño nació muy débil. En honor a su abuelo el nuevo infante recibió el nombre de Carlos. La alegría duró poco ya que cuatro días después del parto, moría la princesa de Asturias. La muerte de María sumió al príncipe en una profunda tristeza que tardó años en superar, se refugió en el trabajo y se apartó de su hijo que, desde los primeros momentos de su infancia, dio muestras de tener graves problemas físicos y mentales.

La regencia de los reinos peninsulares y la formación internacional del príncipe de Asturias

Tras la muerte de María Manuela, y poco después del cardenal Tavera, Felipe se dedicó de lleno al gobierno. En 1546 falleció Juan de Zúñiga, que había acompañado al príncipe desde su infancia; y el 10 de mayo de 1547 murió Francisco de los Cobos. De sus principales consejeros sólo el Duque de Alba estaba vivo, pero en 1546 fue llamado a Alemania por el Emperador para preparar una nueva campaña contra los protestantes. El Emperador puso a nuevos consejeros al lado de su hijo, entre los que se encontraban Fernando de Valdés y Luis Hurtado de Mendoza. Pese a la importancia que estos hombres tuvieron en la Corte, el príncipe no dependió de ellos como de los anteriores y empezó a tomar sus propias decisiones. Para reforzar la autoridad del príncipe, Carlos V le nombró duque de Milán el 16 de septiembre de 1546.

Felipe aconsejó en repetidas ocasiones al Emperador que moderase sus gastos, ya que la población no podía seguir pagando sus grandes empresas. Felipe y Francisco de Cobos, opinaban que el sistema impositivo debía mejorarse, y a través de todos los medios a su alcance intentaron hacer frente a los costosos gastos militares a los que estaba sometido el Imperio, vendiendo juros, arrendando impuestos y solicitando subsidios en las Cortes. La situación económica era desesperada y a pesar de los esfuerzos la economía se desmoronaba, ni siquiera la llegada de la plata de América podía paliar la mala situación de las finanzas del reino. En 1546, todas las rentas estatales estaban empeñadas hasta 1550. Felipe escribía a su padre, el 20 de diciembre de 1546, mostrándole su preocupación: "De manera que a lo que yo siento, y a lo me ha significado el Comendador Mayor antes de su indisposición, para dezir verdad a Vuestra Magestad como se deve dezir, esto se puede tener por muy acabado. Ny se sabe de donde ny como se cumpla y buscar arbitrios y formas de donde se encarescer, y esto se tiene por cierto que proncipalmente ha puesto al Comendador Mayor en el estado en que está, y aggravado su mal".

Felipe actuaba como regente de unos reinos que suponían el corazón del imperio de su padre. Castilla tenía entonces una población de unos cinco millones de personas y la Corona de Aragón aproximadamente un millón y medio. A pesar del carácter agrario de la economía, el regente se veía obligado a importar grano de forma regular para asegurar el abastecimiento de los mercados. La expansión demográfica que se produjo en la primera mitad del siglo XVI acentuó aún más los problemas de abastecimiento de la población. Tanto el regente como su gobierno se preocuparon por encontrar una solución a los problemas de su pueblo. Se adoptaron leyes para regular la mendicidad, se crearon hospitales para los necesitados y en las universidades se debatía sobre el problema de la pobreza. Otros grandes debates de la época eran los indígenas de América y la situación de los judíos conversos. En lo referente a América, el príncipe se mostró partidario de la postura de Bartolomé de Las Casas. En cuanto al problema de los conversos, Felipe se mostró decidido a luchar contra el antisemitismo de algunos altos cargos, como el obispo Silíceo que en 1546 había emitido un estatuto por el que obligaba a probar la limpieza de sangre a los aspirantes al cabildo toledano. Felipe suspendió el estatuto.

En 1547 se produjeron una serie de hechos fundamentales en Europa. El 28 de febrero falleció Enrique VIII de Inglaterra, el 31 de marzo expiró Francisco I de Francia, un año antes habían muerto Lutero y Khair Barbarroja. Con ello, los principales enemigos de Carlos V desaparecían. Además, el propio Emperador padecía de gota y veía su final cercano. Era urgente preparar a Felipe para la nueva situación política. La paz entre las distintas potencias hacía que el viaje del príncipe hasta los Países Bajos fuera seguro. Por todo ello, a principios de 1548 Carlos V ordenó al Duque de Alba que fuera en busca de su hijo. Antes de que éste partiera, elaboró una serie de Instrucciones en Augsburgo que debían ser entregadas al príncipe. El Duque de Alba tenía además la misión de introducir en España el ceremonial de la Corte de Borgoña, con el objetivo de preparar al príncipe para sus nuevas responsabilidades al frente de los dominios paternos.

Lutero. Lucas Cranach, 1522.

La marcha del príncipe Felipe provocó las protestas de las Cortes de Castilla, que llevaban años sin su rey y que temían perder también a su príncipe. El archiduque Maximiliano, sobrino del Emperador, quedó al frente de la administración de los reinos peninsulares. El archiduque desembarcó en Barcelona en la flota de Andrea Doria, que esperó en el puerto a la llegada del príncipe Felipe para llevarlo a Italia, de donde pasó a los Países Bajos. En septiembre de ese año, el archiduque Maximiliano contrajo matrimonio con su prima María de Austria.

Las ciudades italianas recibieron con grandes festejos al séquito del príncipe Felipe, el cual dejó una grata impresión. El príncipe disfrutó de los festejos que se hicieron en su honor y se destacó tanto en los bailes como en los torneos. En este viaje por Italia conoció al gran pintor Tiziano, al que encargó algunos retratos. A finales de enero de 1549 la comitiva abandonó Italia. En Trento, a donde llegó el 24 de enero, el príncipe fue recibido por los prelados dependientes de Carlos V que participaban en el Concilio y por el joven Mauricio de Sajonia, con el que el príncipe entabló una buena relación. El viaje hacia los Países Bajos duró seis meses llenos de festejos. En abril de 1549 llegó a Bruselas, donde se reunió con su padre y con el principal consejero de éste, Granvela. La reina María de Hungría, hermana de Carlos V y regente de los Países Bajos, dio una gran fiesta a los viajeros.

Felipe y Carlos pasaron tres meses en Bruselas debido a la mala salud del Emperador. El príncipe Felipe tuvo dificultades con el idioma, lo que hizo que los nobles locales se formaran una mala impresión inicial. Pero el joven príncipe supo adaptarse a la situación y se ganó el favor de los nobles gracias a su participación en los festejos. Felipe entró en contacto con los principales nobles del territorio, los cuales tendrían un papel destacado en la política europea de los próximos años. Allí conoció a Guillermo de Orange y a Lamoral de Egmont, entre otros jóvenes dirigentes. Parece ser que Felipe mostró un especial interés por la hermosa duquesa de Lorena. Finalmente, el 12 de julio Carlos V emprendió con su hijo el viaje por los Países Bajos.

A lo largo de 1549 Carlos V y el príncipe Felipe realizaron un viaje por los Países Bajos, con la intención de que tanto Felipe como sus súbditos se conocieran. El viaje fue todo un éxito y las distintas ciudades que visitaron rivalizaron entre sí en cuanto a fiestas y engalanamiento, gracias a lo cual, el príncipe Felipe se llevó una grata impresión de los Países Bajos. El príncipe se mostró tolerante con los protestantes, disfrutó de los espectaculares festejos en su honor y sedujo a algunas damas. Felipe quedó impresionado por la riqueza y esplendor de las ciudades flamencas, en especial con Amberes, el principal centro comercial de Europa. La comitiva también estuvo en Rotterdam, la ciudad natal de Erasmo, donde el príncipe mostró interés por los lugares en los que había vivido el humanista.

Erasmo de Rotterdam. Holbein el Joven, (1523).

El 8 de julio de 1550 Carlos V y Felipe llegaron a Augsburgo para la apertura de la Dieta Imperial. El príncipe participó en las sesiones políticas de la Dieta, en la que se debatió sobre los problemas religiosos de Alemania y la posibilidad de una invasión turca por el Danubio. En la Dieta se estableció el respeto a la fe luterana en Alemania y se acordó que las disputas religiosas fueran llevadas al Concilio de Trento.

El príncipe Felipe hizo llamar a Tiziano a Alemania y le encargó una serie de obras conocidas como las Poesías. También aprovechó esta estancia para ampliar sus conocimientos arquitectónicos. Tras la Dieta, Carlos V reunió a la familia Habsburgo para tratar sobre el reparto de su herencia. Carlos V pretendía que su hijo heredase la corona imperial junto al resto de sus posesiones, pero su hermano Fernando, a quien ya había hecho nombrar Rey de Romanos, se negó a renunciar, por lo que el Emperador tuvo que desistir de su propósito. La reunión familiar duró seis meses, plagados de disputas y negociaciones, tras los cuales se llegó a una solución de compromiso que no sería respetada. Se acordó que la corona imperial pasaría a Fernando de Austria, de éste a Felipe y por último al archiduque Maximiliano.

La estancia en los Países Bajos y Alemania se prolongó hasta mayo de 1551, fecha en la que Felipe regresó a la península Ibérica para hacerse cargo del gobierno. El príncipe había pasado dos años en el Imperio, rodeado de protestantes con los que había participado en fiestas de todo tipo. El viaje del príncipe fue considerado como un gran éxito por parte de la Corte, aunque Felipe cometió numerosos errores y su desconocimiento de los idiomas supuso un problema para su integración en las reuniones.

En el verano de 1551 Felipe llegó a Barcelona, donde permaneció algunos días a la espera de su primo Maximiliano. Tras despedirse de su primo, emprendió viaje a Zaragoza y posteriormente hacia el norte, alcanzando Tudela el 19 de agosto. Allí, fue jurado como señor de Navarra. En el otoño de 1551 llegó a Valladolid, desde donde se hizo cargo del gobierno de forma directa. Su padre, convencido de la capacidad de gobierno del príncipe, le pidió desde entonces opinión en todos los asuntos importantes, sin dar consejos ni instrucciones y confiando en el criterio de su hijo.

En 1551 estalló la guerra de nuevo. Los príncipes protestantes alemanes, apoyados en Francia, se sublevaron contra el Emperador. En este conflicto ocurrió un hecho que marcó profundamente al príncipe Felipe, la traición de su amigo Mauricio de Sajonia. La situación del Emperador era complicada y numerosos nobles salieron de España en su auxilio, Felipe quiso participar en la guerra, pero Carlos V le convenció de que se puesto estaba en la península. A lo largo del año, Felipe reunió a las Cortes en busca de dinero y efectivos para la guerra. En 1552 permaneció seis meses en Monzón negociando con las Cortes de Aragón.

Ese mismo año la hermana pequeña de Felipe, Juana de Austria, marchó a Portugal para casarse con el heredero al trono luso, el príncipe Juan, heredero de Juan III. El matrimonio fue breve por el fallecimiento del príncipe, pero nació un hijo, Sebastián, futuro rey de Portugal. Entre 1552 y 1555 fueron años desastrosos para Carlos V, los protestantes alemanes se aliaron con Enrique II y el Emperador perdió las plazas de Toul y Verdún, y fue humillado en Merzt. En la batalla de Innsbruck el Emperador estuvo a punto de caer prisionero de las tropas de Mauricio de Sajonia. En 1555 fue elegido Papa el italiano Giamprietro Caraffa, bajo el nombre de Paulo VI; enemigo acérrimo del Emperador.

El segundo matrimonio: María Tudor, reina de Inglaterra

Ante la complicada situación del Imperio, Carlos V buscó nuevos aliados en Inglaterra. Tras la muerte de Enrique VIII en 1547 había subido al trono su hijo Eduardo VI. Este falleció en 1553 y la corona pasó a María I Tudor, hija de Enrique VIII y de Catalina de Aragón. Carlos V vio con buenos ojos la subida al trono de María Tudor, ya que la nueva reina era su prima. El Emperador ya era demasiado mayor para casarse con María, pero no su hijo Felipe.

María Tudor, reina de Inglaterra. Antonio Moro. Museo del Prado. Madrid.

El Parlamento inglés, temeroso de que el enlace supusiera la entrada de Inglaterra en las costosas guerras de Carlos V, se mostró contrario al enlace entre María y Felipe, el cual por su parte, tampoco estaba muy decidió. El Consejo Real de Inglaterra también se opuso y la Cámara de los Comunes solicitó formalmente a la reina que no contrajera este matrimonio. No obstante, la férrea disposición de Carlos V y la voluntad de la reina hicieron posible el enlace. María se enamoró del príncipe Felipe nada más ver el retrato de Tiziano que le envió Carlos V. La reina inglesa tenía treinta y nueve años, estaba muy envejecida y no era especialmente agraciada, mientras que su prometido tenía veintiséis años, era elegante y, para los gustos de la época, muy agraciado físicamente. Hacía ocho años que Felipe se había quedado viudo y durante ese tiempo habían sido numerosos sus escarceos con otras damas. En los momentos en los que se estaba preparando el enlace, Felipe mantenía una intensa relación con Isabel Osorio. Esta relación duró varios años y Felipe se encargó de mantener a Isabel hasta su muerte en 1590. En cuanto a su nueva esposa, Ruy Gómez de Silva, que acompañó al príncipe Felipe a Inglaterra escribió: "Paréceme que si usase nuestros vestidos y tocados, que se le parecería menos la vejez y la flaqueza. Para hablar verdad con vustra merced, mucho Dios es menester para tragar este cálid".

El rey de Francia, ante la imposibilidad de detener el matrimonio, financió una revuelta para quitar el trono a María Tudor, pero la reina, arropada por el pueblo resistió y la conjura fue desmantelada.

Las capitulaciones matrimoniales se firmaron en Londres el 12 de enero de 1554. En ellas se establecía que la reina no estaba obligada a salir de Inglaterra y que el posible hijo que naciera del matrimonio sería rey de Inglaterra, de los Países Bajos y, en caso de que falleciese el perturbado príncipe Carlos, heredaría los reinos correspondientes a Felipe. La autoridad de Felipe en Inglaterra sería igual a la de su esposa, pero en el caso de que la reina falleciera antes que el rey, éste debería abandonar la isla y no reclamaría el trono. Inglaterra no quedaba obligada a participar en ninguna guerra ajena a sus propios intereses y ningún cargo público podría ser ocupado por extranjeros. Estas condiciones eran muy semejantes a las que se habían acordado en el enlace de los Reyes Católicos.

Felipe preparó su viaje en Valladolid, allí reclutó al que debía ser su séquito, entre tres y cinco mil acompañantes además de seis mil soldados y marineros. El futuro rey de Inglaterra consideraba que este séquito era el adecuado, incluso algo modesto, pero sus consejeros le convencieron de que más que un séquito aquello parecía una fuerza de invasión. Antes de partir para Inglaterra, Felipe había hecho que su hermana Juana, viuda desde el 2 de enero, regresara de Portugal para hacerse cargo de la regencia. Felipe zarpó de La Coruña el 13 de julio de 1554.

La flota de Felipe, tras un desapacible viaje, tomó puerto el 20 de julio. El príncipe fue nombrado entonces miembro de la Orden de la Jarretera. Felipe y María se encontraron en Winchester el 23 de julio. Al día siguiente la pareja recibió al enviado personal del Emperador, Juan de Figueroa, quien hizo entrega a Felipe del regalo de bodas de su padre, la investidura como rey de Nápoles y duque de Milán. La boda se celebró en la catedral de Winchester el 25 de julio de 1554.

Desde el primer momento, Felipe se preocupó por causar una buena impresión en sus nuevos súbditos y dio instrucciones precisas a su séquito para que se adaptasen en todo a las costumbres inglesas. Así se desprende de la Instrucción del 16 de febrero de 1554 al conde Egmont: "governar y acomodar a las costumbres de los naturales, las quales todos havemos de tener por propias". Felipe incorporó a algunos nobles ingleses a su séquito personal y adoptó algunas de las costumbres de sus nuevos súbditos, como beber la cerveza tibia típica de Inglaterra. También trató de aprender algo de inglés, pero con poco éxito. Pese a los esfuerzos, los españoles no acababan de adaptarse a Inglaterra, el clima no les gustaba, las fiestas les parecían aburridas y de los ingleses pensaban: "son blancos, colorados, belicosos (...). Todas las fiestas de acá son comer y bever, que en otra cosa no entienden (...). Porque hay mucha cerveza se bebe más que lleva agua el río de Valladolid". El séquito español no se sentía seguro y eran frecuentas las disputas con los nobles ingleses: "Aunque estamos en buena tierra, estamos entre la mas mala gente de nacion que hay en el mundo. Son estos ingleses muy enemigos de la nacion española, lo cual bien se ha mostrado en muchas pendencias e muy grandes que entre ellos e nosotros se han travado".

La principal preocupación de la nueva pareja fue tener descendencia que consolidase la unión dinástica. A finales de 1554 la reina parecía estar embarazada, pero eran muchos los que dudaban de ello. Ruy Gómez de Silva decía al respecto: "Aunque su vientre abulta ya tanto como el de Guitierre López, todavía sigo en mis dudas de que esté en cinta". Y, efectivamente, pasados los meses, se comprobó que la inflamación del vientre de la reina era obra de la hidropesía. El príncipe Felipe, que había prometido permanecer junto a la reina hasta que diera a luz, se vio liberado de su promesa, por lo que el 29 de agosto de 1555 partió hacia Bruselas, donde le esperaba el Emperador. En los Países Bajos Felipe mantuvo relaciones con al menos dos mujeres, una de las cuales puede que incluso le diera un hijo.

En octubre de ese mismo año, Carlos V, cansado, enfermo y envejecido, abdicó en su hijo el gobierno de los Países Bajos. La abdicación, que tuvo lugar en Bruselas, fue una gran ceremonia a la que asistieron los principales nobles de Europa. El cansado Emperador pronunció un emotivo discurso en el que repasó los principales acontecimientos de su vida: "Nueve veces fuí a Alemania la Alta, seis he pasado en España, siete en Italia, diez he venido aquí a Flandes, cuatro en tiempo de paz y de guerra he entrado en Francia, dos en Inglaterra, otras dos fuí contra Africa (...) sin otros caminos de menos cuenta. Y para esto he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el Océano de España, y agora será la cuarta que volveré a pasarlo para sepultarme". (Sandoval, op. cit., p. 479). En enero de 1556, el príncipe Felipe se convirtió en rey de España como Felipe II. El 5 de febrero Carlos V le transfirió el Franco Condado. El 28 de marzo Felipe fue proclamado rey de España en Valladolid. A partir de la primavera de 1556 Felipe II se convirtió en el monarca más poderoso de su tiempo. Sus posesiones eran inmensas. En España poseía los reinos de Castilla, Aragón, Navarra, Rosellón y Baleares; a esto se unían los amplios territorios americanos, dependientes de la Corona de Castilla, junto con algunas posesiones en Oceanía; bajo su reinado se completó la conquista de las islas Filipinas. En África poseía las Canarias, Orán, Bujía y Túnez. En Italia era rey de Nápoles, Sicilia y Cerdeña, y duque de Milán. Además, le pertenecía la herencia borgoñona, los Países Bajos y el Franco Condado.

Durante los dos años que Felipe II pasó en los Países Bajos, María Tudor envió constantemente cartas a su esposo para que regresara a Inglaterra, pero este rehusó argumentando que los asuntos de los Países Bajos y la guerra con Francia le retenían en el extranjero. En marzo de 1557 Felipe II se dirigió a Inglaterra en busca de ayuda contra Francia. En julio de ese mismo año embarcó de nuevo hacia el continente para no regresar nunca a las islas Británicas. El 17 de noviembre de 1558 María Tudor falleció en Londres.

Reinado de Felipe II (1556-1598)

Felipe II el emperador hispánico.

Una de las primeras decisiones de Felipe II como rey de España fue resolver la vieja cuestión del empleo de mano de obra indígena en América. En este asunto, pese a que Felipe había apoyado reiteradamente las posturas de Bartolomé de Las Casas, acabó por ponerse del lado de los españoles asentados en América, ya que estos ofrecieron a la Corona cinco millones de ducados en oro. Carlos V era contrario a esta decisión, pero Felipe II se mostró inflexible ante la apremiante necesidad de fondos. El Emperador permaneció durante un tiempo en Bruselas, dirigiendo en la sombra la política de su hijo, para posteriormente retirarse definitivamente a Yuste, donde falleció el 21 de septiembre de 1558.

Durante los dos años que Felipe II permaneció en los Países Bajos (desde finales de 1555 hasta 1558) su política estuvo centrada en resolver la contribución de los Países Bajos a las finanzas de su imperio y en tratar de resolver las tensas relaciones con el Papado. Tras estos problemas se encontraba Enrique II de Francia, cuyo reino se encontraba completamente rodeado por los Estados de los Habsburgo. El rey de Francia estaba aliado con Paulo IV, al tiempo que prestaba su apoyo a los protestantes de los Países Bajos. Felipe II no quería la guerra con Francia, ya que era consciente de la imposibilidad de hacer frente a nuevos gastos. En febrero de 1556 Felipe II firmó por sorpresa la Tregua de Vaucelles. No obstante la guerra acabó estallando al año siguiente. En 1555 Felipe II había nombrado al Duque de Alba virrey de Nápoles. Tras meses de provocaciones por parte del Papado, en septiembre de 1556 Felipe II dio la orden de hostigar los Estados papales. Paulo IV solicitó la ayuda francesa y en enero de 1557 el duque de Guisa invadió Italia al tiempo que el almirante Coligny atacó los Países Bajos. La guerra había empezado.

Felipe II reagrupó sus fuerzas, obtuvo la ayuda de Inglaterra y se lanzó sobre Francia con el objetivo de obligar a Enrique II a declarar la paz. Felipe II se reunió con su ejército en Bruselas, allí, las tropas estaban al mando del joven Manuel Filiberto de Saboya. El ejército de Felipe II estaba integrado por unos 35.000 infantes, entre los que se encontraban el príncipe de Orange y el conde de Egmont. Los franceses, comandados por Anne de Montmorency, Colygny y Saint-André, se lanzaron al ataque e invadieron los Países Bajos. Ambos ejércitos se encontraron en la localidad de San Quintín, con victoria para Felipe II. El ejército francés fue aplastado y algunos de los principales militares franceses murieron o fueron apresados. San Quintín fue un triunfo de los ejércitos de Felipe II, pero no de las tropas españolas como tantas veces se ha dicho. De los 48.000 efectivos que finalmente pudo reunir Felipe II, sólo el 12% eran españoles, mientras que el 53% eran alemanes, el 23% neerlandéses y el 12% ingleses; ninguno de los generales era español.

La guerra también fue favorable para Felipe II en Italia, donde Alba obligó al Papado a firmar la paz. Pese a todo, Francia no estaba vencida. El duque de Guisa reclutó un nuevo ejército y el 1 de enero de 1558 arrebató Calais a los ingleses. La reacción de Felipe II fue fulminante y en julio los franceses volvieron a ser aplastados, esta vez por el conde de Egmont, en Gravelinas. La paz se hizo entonces posible.

El 1 de noviembre de 1558, en Arras, Felipe II recibió la noticia de la muerte de Carlos V (ocurrida el 21 de septiembre) en Yuste. Inmediatamente partió hacia Bruselas, pero por el camino recibió la noticia de la muerte de su esposa María Tudor (acontecida el 17 de noviembre). Esto provocó un problema de protocolo ya que Felipe II no estaba dispuesto a que se confundieran las ceremonias de ambas muertes. Manuel Filiberto de Saboya fue enviado a Londres para que organizase los funerales de la reina y ocupase su lugar en la ceremonia, mientras que él se dirigió a Bruselas a preparar el funeral paterno. En esta ciudad se celebraron, primeros los funerales por Carlos V, después por María Tudor y finalmente por su tía María de Hungría, fallecida el 18 de octubre.

La muerte de María Tudor suponía que Felipe II perdía sus derechos en Inglaterra, pero el rey no estaba dispuesto a retirarse sin presentar batalla. Antes de que la reina inglesa falleciera, Felipe II tanteó la posibilidad de una vez producida la defunción de María, contraer matrimonio con su hermana Isabel. Para Felipe no eran un obstáculo las tendencias protestantes de Isabel y a ésta no le desagradaba la idea de contraer matrimonio con su cuñado. Finalmente, se impuso la estrategia de alianzas internacionales y Felipe concertó su matrimonio con Isabel de Valois para cimentar las relaciones con Francia. Pese a ello, Felipe II no renunció a mantener Inglaterra bajo su influencia y propuso el matrimonio entre Isabel Tudor y su sobrino el archiduque Carlos. Al mismo tiempo, Francia conspiraba para hacerse con el trono de Inglaterra por medio del enlace entre el delfín Francisco, y la reina de Escocia María Estuardo.

En 1559 aún se estaban desarrollando las conversaciones de paz con Francia, que en esta fecha se trasladaron a Cateau-Cambrésis, lugar en el que finalmente se firmó la paz el 3 de abril. Para Felipe II era urgente firmar una paz definitiva, ya que tanto el estado de la Hacienda como las inquietantes noticias provenientes de Castilla así lo aconsejaban. Unos informes de mayo de 1558, alertaban a Felipe II sobre el descubrimiento de un grupo protestante en Valladolid. El inquisidor general, Fernando de Valdés, exageró la situación de los reinos peninsulares para tratar de ganarse el favor del rey, así, alertó sobre grupos protestantes en Valladolid, Sevilla, Salamanca y Murcia, al tiempo que aseguraba que los moriscos estaban al borde de la sublevación. La Paz de Cateau-Cambrésis permitió que Felipe II asegurase su hegemonía sobre Italia. El tratado se ratificó con el compromiso matrimonial entre Felipe II e Isabel de Valois, hija de Enrique II y de Catalina de Médicis.

El tercer matrimonio: Isabel de Valois

El 22 de junio de 1559 se celebró en la catedral de Nôtre Dame de París la boda por poderes entre Felipe II e Isabel de Valois. El 30 de junio se celebró un gran torneo en la Corte francesa como parte de las celebraciones nupciales. En un lance con el conde de Montgomery, la lanza de éste se introdujo accidentalmente por el visor del casco del rey de Francia causándole una fatal herida de la que falleció el 10 de julio. El trono de Francia pasó entonces a su hijo Francisco II. Felipe II, tras celebrar los funerales por el rey de Francia en Gante, inició los preparativos para regresar a España y dejó el gobierno de los Países Bajos en manos de su hermanastra Margarita de Parma, situó junto a ella a Antonio Perrenot como consejero. El 14 de septiembre llegó a Valladolid.

A lo largo de su estancia en los Países Bajos, Felipe II llegó a conocer y apreciar su cultura, le gustaba la música y el arte flamenco, hasta el punto de que a su regreso a España introdujo en la Corte a algunos artistas flamencos. No obstante, estaba deseoso de regresar a España, de donde echaba de menos el clima, el idioma y las costumbres con las que estaba más familiarizado. En España había problemas que requerían de su intervención. Desde que en 1543 se había hecho cargo del gobierno de España habían transcurrido dieciséis años, de los cuales ocho los había pasado fuera del país, en territorios de Alemania, Francia, Italia, Inglaterra y los Países Bajos. Ningún otro monarca de la época, a excepción de Carlos V, había viajado tanto. Felipe II había mantenido contacto con los principales personajes de la Europa de su tiempo, se había relacionado con los protestantes, había participado en batallas y había acumulado una gran experiencia en política internacional. No obstante, el mayor problema que había tenido a lo largo de estos años era su incapacidad para los idiomas, lo que le había ocasionado fama de silencioso y tímido.

La primera etapa de su reinado (1559-1565)

En 1559 la situación en los reinos peninsulares era mala, en Castilla escaseaban los alimentos y en Aragón la situación política se había deteriorado peligrosamente por el intento de la Inquisición de extender su influencia en el reino aprovechando el problema de los moriscos. Además, la Hacienda se encontraba en una situación muy delicada y el inquisidor Valdés, en un intento de recuperar la influencia perdida, había iniciado una serie de procesos contra lo que él consideraba células protestantes.

Felipe II. La política heredada

El luteranismo en España

El proceso más importante contra el luteranismo ibérico fue el que inició Valdés contra el principal clérigo de España, el arzobispo de Toledo Bartolomé de Carranza. La pugna entre Carranza y Valdés tuvo más que ver con diferencias personales que con el supuesto luteranismo del arzobispo, pero supuso un duro pulso por el poder eclesiástico del que no fue ajeno el propio rey. El proceso se prolongó hasta 1576, fecha en la que Carranza falleció, en este período el arzobispo fue obligado a retractarse de alguna de sus tesis, pero no perdió su dignidad eclesiástica. En 1558, tras haberse descubierto algunos grupos protestantes en España, el inquisidor Valdés trató de convencer a Felipe II para que aumentara los poderes de la Inquisición a lo que Felipe II se negó.

El 8 de octubre de 1559 Felipe II presidió en Valladolid un impresionante auto de fe, que suponía toda una novedad debido a la pompa y el ceremonial empleado. La ceremonia duró unos doce horas y fue presenciada por miles de personas. Felipe, que asistió a todo el proceso, no estuvo presente sin embargo en las ejecuciones, en realidad a lo largo de su reinado nunca asistió a ninguna.

A partir de esta fecha se estableció la censura en las publicaciones y se prohibió cursar estudios en universidades del extranjero, como medidas para evitar una posible influencia protestante. La medida referente a los estudios en el extranjero fue más un símbolo que otra cosa, ya que sólo afectó a Castilla y eran muy pocos los castellanos que estudiaban en universidades europeas. A pesar de la prohibición el comercio de libros con el extranjero no se interrumpió; navarros, catalanes y aragoneses continuaron estudiando en las universidades extranjeras. En una época en la que los controles fronterizos eran deficitarios, una medida de este tipo estaba condenada al fracaso. Además, gran parte de la población desconocía las leyes y aún eran menos los que estaban dispuestos a respetarlas; en la sociedad española del siglo XVI el contrabando era tan habitual que las autoridades no tenían ninguna opción para imponer este tipo de medidas.

Felipe II se mostró siempre muy preocupado por mantener la unidad religiosa, trató de impedir por todos los medios que se reprodujeran en España los enfrentamientos religiosos que asolaban media Europa. Las medidas religiosas impuestas por el Rey y la Inquisición tuvieron sus frutos y el luteranismo nunca llegó a enraizar. En los años inmediatamente posteriores a 1559 en Inglaterra habían sido ejecutados el triple de herejes que en España, en Francia más del doble y en los Países Bajos casi diez veces más. Las medidas adoptadas por Felipe II en 1559 no fueron, en lo esencial, diferentes a la de los demás países europeos.

Felipe II había rechazado en 1547 el estatuto de limpieza de sangre del obispo Silíceo, pero en 1559 la situación había cambiado. El Rey había recibido diversos informes sobre la actividad de los conversos y sus relaciones con la herejía protestante, estos informes, impulsados por el inquisidor Valdés lograron convencer a Felipe II de que los conversos podían suponer un peligro para la unidad religiosa. Felipe II adoptó a partir de ese momento una política marcadamente antisemita caracterizada por su apoyo total a las actividades de la Inquisición y al estatuto de limpieza de sangre. En 1554 aprobó los estatutos de limpieza de sangre para las cuatro catedrales del Reino de Granada.

Los problemas de los primeros años

Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, fue uno de los hombres claves en estos primeros años de gobierno. El príncipe de Éboli se había educado junto al rey y había ocupado puestos de responsabilidad junto al monarca. Ruy Gómez, a pesar de su incuestionable fidelidad a Felipe II, fue reuniendo a su alrededor un nutrido círculo de seguidores que acabaron por formar un poderoso partido cortesano. Una figura clave de dicho círculo era la joven esposa del Ruy Gómez, la intrigante Ana de Mendoza. Frente al grupo de Éboli, se encontraba el Duque de Alba, único superviviente de los consejeros que Carlos V había puesto al servicio de su hijo. Alba, si bien en un principio se mantuvo ajeno a las luchas de poder de la época de Cobos, acabó finalmente por formar su propio grupo para oponerse a la ascensión de Éboli. Felipe II se fue alejando progresivamente del partido el Duque de Alba, por el que sentía un gran respeto, pero al que unían pocas cosas; al tiempo que se fue aproximando al partido de Éboli, con el que tenía una mayor afinidad ideológica. A pesar de que estas dos facciones eran capaces de discutir sobre cualquier asunto, por banal que fuera, lo cierto es que la fidelidad al rey, incuestionable en ambos personajes, les mantuvo siempre unidos en los momentos críticos. Lo que todos sabían era que la decisión correspondía en exclusiva al Rey y por tanto, la diversidad de opiniones favorecía el gobierno más que entorpecerlo. Este sistema sólo pudo mantenerse por la habilidad de Felipe II para igualar a ambos grupos y no apoyar a unos sobre otros.

La economía española bajo el reinado de Felipe II.

En 1559 uno de los principales problemas de Felipe II era el lamentable estado e la Hacienda, prácticamente arruinada por las guerras imperiales. La situación económica llevó a medidas desesperadas, a aumentar constantemente la presión fiscal, a arrendar rentas de unos años para otros y a una gran dependencia de la llegada de las remesas de plata americana. Felipe II se vio obligado a decretar entonces la primera bancarrota de su reinado.

Pese a la mala situación económica, el mayor problema de Felipe II en estos años fue conjurar la amenaza otomana. El poderoso Imperio Otomano había invadido el Mediterráneo oriental, se extendía por la costa norte de África, presionaba las fronteras rusas y sobre todo las fronteras orientales de Europa, defendidas por los Habsburgo. El poder otomano se basaba en una flota inmensa y en una capacidad de movilización de tropas muy superior a la del resto de poderes de la época. Los otomanos además, eran aliados de los estados musulmanes de Trípoli y Argel, cuyas flotas corsarias eran dirigidas por el temible Dragut. Ante esta amenaza, en junio de 1559, Felipe II puso en marcha una expedición para conquistar Trípoli. La flota cristiana, unos 12.000 hombres y 90 naves, estaba al mando de Andrea Doria. Los cristianos lograron conquistar Djerba, pero los otomanos reaccionaron y derrotaron a los cristianos en mayo de 1560. La flota cristiana, al mando ahora de Gian Andrea Doria, fue hundida o capturada por los otomanos. El desastre, la mayor derrota militar de España en toda su historia, sumió a los estados europeos en la desesperación.

El problema de la herejía luterana, la crisis económica, la rebelión de los Países Bajos y la derrota frente a los otomanos, dejaron a Felipe II en una situación crítica que aún podía empeorar y lo hizo. 1559 fue un año de malas cosechas, que provocaron hambrunas en 1560, de nuevo, en 1561 se perdieron las cosechas, por lo que la hambruna se agudizó en 1562. A principios de 1561 el trastornado príncipe Carlos sufrió un grave accidente que casi le costó la vida. El príncipe cayó por unas escaleras mientras perseguía a una doncella y sufrió un fuerte golpe en la cabeza. La única alegría de Felipe II en estos años fue su boda con Isabel de Valois.

Francia, los Países Bajos, el Concilio de Trento y la amenaza turca

La política de Felipe II.

En 1559 falleció Enrique II, lo que produjo una gran inestabilidad en el principal enemigo de España en Europa. Los calvinistas franceses, aprovecharon el vacío de poder para fortalecerse y aumentar sus filas. El ascenso de los hugonotes estaba directamente ligado a las luchas nobiliarias por hacerse con el control de la monarquía, sobre todo, con el ascenso de la familia Borbón. La prematura muerte de Francisco II, no hizo más que aumentar la inestabilidad ya que la monarquía recayó entonces en Carlos IX, un niño de diez años. La reina madre, Catalina de Médicis, se hizo con las riendas del gobierno. Los católicos franceses, agrupados bajo la dirección de la familia Guisa, se enfrentaron violentamente con los hugonotes. En 1562 la masacre de hugonotes de Vassy dio comienzo a las Guerras de Religión. Para el Rey de España, el conflicto francés era alarmante ya que podía extenderse tanto a los Países Bajos como a España. Lo peligroso no era el protestantismo, era la revuelta que su triunfo implicaba frente al poder establecido. La ayuda militar española a Catalina de Médicis estaba condicionada a que Francia no aplicase la tolerancia religiosa (prometida en enero de 1562) ya que las autoridades españolas temían que esto podía desestabilizar los Países Bajos.

En 1565 el conflicto religioso en Francia llevó a la reina Catalina de Médicis a buscar la ayuda de España. Felipe II, que no estaba seguro de los beneficios de participar directamente en el conflicto, encargó a la reina Isabel la representación de España en la reunión. Tras una serie de largas conversaciones y un increíble gasto económico, el encuentro entre la delegación española y la francesa acabó por no acordar nada y tan solo levantó las suspicacias de los hugonotes.

La sublevación flamenca en el reinado de Felipe II.

En estas fechas la situación en los Países Bajos era muy delicada. Los Países Bajos, una pieza fundamental en la economía de la Monarquía Hispánica, estaban bajo el gobierno de Margarita de Parma. La regente tenía en el cardenal Granvela a su principal consejero, sin embargo, los nobles locales se oponían a Granvela, sobre todo debido al deseo de éste de crear una red de episcopados que hicieran frente al avance del protestantismo. En 1563 los principales nobles de los Países Bajos enviaron un ultimátum a Felipe II, Granvela debía retirarse del Consejo de Estado. Las facciones cortesanas de Madrid, también tomaron parte en el conflicto. El grupo de Alba tomó partido por Granvela, mientras que el de Ruy Gómez se manifestó en contra del cardenal. En 1563 la regente Margarita cedió a las presiones y escribió a Felipe II recomendándole la destitución de Granvela; en enero de 1564 Felipe II envió una carta al cardenal recomendándole que saliera de Flandes. Finalmente, en marzo Granvela abandonó los Países Bajos.

En el verano de 1563 el Rey inició un viaje por la península con la idea de visitar sus dominios y reunir a las cortes para que juraran al príncipe Carlos como heredero. La destitución de Granvela aconteció mientras el Rey se encontraba en Monzón, asistiendo a la reunión de las Cortes de Aragón. Una vez resuelta la crisis y finalizada la reunión de las Cortes, Felipe II partió hacia Barcelona, el 23 de enero de 1564. Tras disfrutar de los carnavales en Barcelona, marchó con la Corte hacia Valencia, de donde salió el 25 de abril rumbo a Madrid. Allí descansó durante unos meses, pero a finales de 1564 la situación internacional volvió a complicarse.

La destitución de Granvela no había acabado con el problema de los Países Bajos. La cuestión religiosa planteaba problemas con la autoridad nobiliaria en sus territorios, por lo que la crisis no tardó en estallar. En diciembre de ese año Guillermo de Orange se pronunció en favor de la libertad de conciencia. Al mismo tiempo, el conde de Egmont representó a los nobles ante Felipe II. Egmont llegó a Madrid el 23 de febrero de 1565 y presentó un memorial de quejas. Felipe II, tras un detenido estudio, respondió a Egmont dándole esperanzas de que algunas de sus demandas serían atendidas. Egmont regresó a los Países Bajos contento y con la idea de que los problemas en Flandes tendrían rápida solución. La paz en los Países Bajos duró poco, ya que en mayo de ese mismo año, Felipe II dio la orden de ejecutar a varios anabaptistas. Los nobles, con Egmont a la cabeza, protestaron por lo que ellos consideraban un engaño a lo pactado en Madrid.

Felipe II nunca pensó engañar a Egmont, lo que sucedió fue un malentendido de fatales consecuencias; por un lado, la respuesta de Felipe II a Egmont había sido redactada en la Corte madrileña, mientras que las instrucciones para la ejecución de los anabaptistas habían salido de Valladolid, los secretarios franceses de Valladolid nada sabían de lo acordado en Madrid, ni estos de lo escrito en Valladolid. El secretario Gonzalo Pérez escribía poco después: "Muchos negocios yerra y errará Su magestad, por tractarlos con diversas personas, una vez con una y otra con otra, y encubriendo una cosa a uno y descubriendole otras; y assi no es de maravillar que salgan despachos diferentes, y aun contrarios, y no acaesce en solo Flandes sino en las otras provincias: de lo qual no puede dexar de resultar grave daño a los negocios y muchos inconvenientes. Del despacho del conde d'Egmont no supieron nada Tisnacq ni Courteville, ni el seór Ruy Gomez ni yo del que ellos escrivieeron de Valladolid". Para Felipe II no era necesario hacer concesiones a los protestantes, él, al igual que los demás reyes católicos de la época, confiaban que la Iglesia nueva nacida del Concilio de Trento sería tan perfecta que haría desaparecer la herejía protestante.

En 1545 se habían iniciado las sesiones del Concilio de Trento con la idea de dar una respuesta al desafío planteado por la Reforma Protestante. Desde sus sesiones iniciales los teólogos españoles jugaron un papel de gran importancia. Tanto el Rey como el clero hispano estaban convencidos de que la autoridad del Concilio era independiente de la del Papado, por lo que no es de extrañar que al mismo tiempo que se apoyaba fervientemente las decisiones conciliares, se sucedieran los enfrentamientos con el Papado. El Concilio de Trento se clausuró a finales de 1563 y en junio de 1564 el Papa hizo públicas las conclusiones. Unas semanas más tarde, Felipe II convirtió los decretos conciliares en ley en todos sus territorios. Casi al mismo tiempo rompió las relaciones diplomáticas con el Papado.

En la primavera de 1565 Felipe II empezó a preocuparse por la amenaza turca en el Mediterráneo. El Rey trató de recabar toda la información posible sobre el estado de la flota otomana, al tiempo que se inició un fabuloso programa de construcción naval. Los acontecimientos se precipitaron en mayo de ese mismo año, cuando una flota otomana atacó Malta, protegida por los Caballeros de San Juan. La situación de los defensores de Malta se hizo insostenible, por lo que en septiembre Felipe II mandó una flota que logró liberar la isla. El cambio en la política interna relegó a Ruy Gómez a un segundo plano en beneficio del Duque de Alba, partidario de un línea de acción más dura.

Felipe II en guerra (1566-1572)

Durante los primeros años de su reinado Felipe II buscó incesantemente la paz y sólo participó en guerras defensivas. Esto se debió al convencimiento de que España carecía de recursos para costear la guerra. Sin embargo, a partir de 1566 Felipe II se vio envuelto en numerosos conflictos que le obligaron a potenciar su capacidad bélica.

Los años que Felipe II había vivido en España habían estado marcados por la paz. A excepción de las correrías de los piratas del norte de África, la península se había visto a salvo de los conflictos bélicos. La guerra era algo lejano que ocurría en Italia o en Flandes, pero no al sur de los Pirineos. Felipe II gobernaba sobre unos extensos territorios que muy poco tenían que ver entre sí. El imperio o la Monarquía Hispánica eran una serie de Estados que sólo tenían en común la figura del Rey y carecían de obligaciones los unos con los otros. La unidad la confería el Rey y los tributos que los Estados pagaban.

La demografía bajo el reinado de Felipe II.

España carecía de un ejército o marina permanentes y la población, tras décadas de paz, estaba muy poco preparada para afrontar la guerra. La mayoría de los soldados que formaban los ejércitos españoles eran italianos, alemanes o de los Países Bajos; sólo una pequeña parte eran españoles, de estos la mayor parte eran castellanos. Hasta mediados del siglo XVI, España carecía de dinero para la guerra ya que aún se estaban pagando las deudas de Carlos V.

A partir de la década de 1560 Felipe II trató de revitalizar la potencia militar de España. Su primer objetivo era pacificar el Mediterráneo. En una década, Felipe II logró crear una formidable marina de guerra que superaba en mucho a la de Carlos V. La flota nunca hubiera sido posible sin la enorme contribución de los Estados italianos, pero aún así, no era suficiente para hacer frente a la amenaza otomana. El gran desembolso bélico empezó a causar problemas en 1566, fecha en la que las Cortes castellanas empezaron a quejarse del aumento de tributos. La plata americana fue una pieza fundamental para el crecimiento militar, por lo que era necesario mantener el monopolio a cualquier precio.

El segundo punto conflictivo eran los Países Bajos, donde las tensiones políticas entre los nobles y la regente Margarita iban en aumento. Margarita realizó apremiantes llamamientos a Felipe II para que viajara a la región, convencida de que sólo la presencia del Rey podría parar la disidencia. Felipe II por su parte, estaba demasiado ocupado en los asuntos internos de España. La posición de los nobles, maquillada como disidencia religiosa, se deslizaba peligrosamente hacia la rebelión. En 1566 Felipe II empezó a contemplar la posibilidad de realizar una intervención armada en los Países Bajos ante lo que parecía una rebelión inminente. En 1566 parecía seguro el viaje de Felipe II a los Países Bajos, pero en abril falleció Gonzalo Pérez, su colaborador más cercano, y el viaje se canceló. Felipe II dividió las responsabilidades del difunto entre Gabriel de Zayas (personaje del grupo del Duque de Alba) y Antonio Pérez (hijo del difunto).

En el verano de 1566 la situación de los Países Bajos era alarmante, un grupo de nobles protestantes estaba formando un ejército y estaban llegando a Flandes numerosos predicadores calvinistas de Francia y Suiza que llamaban abiertamente a la sublevación. Felipe II se decidió a viajar a los Países Bajos al mando de un ejército. El rey dejó claras sus intenciones desde el primer momento, así, en un mensaje al Papa afirmaba: "(...) podreis certificar a Su Santidad que antes que sufrir la menor quiebra del mundo en lo de la religión y del servicio de Dios, perderé todos mis estados y cien vidas que tuviese; porque no pienso ser señor de hereges. (...) si ser pudiere, yo procuraré de acomodar lo de la religión en aquellos estados sin venir a las armas, porque veo que será la total destruccion tomarlas. Pero que sino se puede remediar todo como yo lo deseo, sin venir a ellas, estoy determinado a tomarlas". La marcha del Rey a los Países Bajos volvió a retrasarse debido a que enfermó. No obstante, en la primavera de 1567 un ejército de 10.000 castellanos fue puesto a las órdenes del Duque de Alba y marchó a los Países Bajos. El 22 de agosto Alba entró en Bruselas con plenos poderes militares y con la idea de la inminente llegada del Rey. El 5 de septiembre Alba puso en marcha el Tribunal de Tumultos, para castigar a los líderes de la revuelta. A lo largo de 1567 Alba aplastó la rebelión actuando tanto contra protestantes como contra católicos, de forma que para finales de año todos los cabecillas habían sido encarcelados o habían marchado al exilio. La labor de Alba había finalizado, así al menos lo entendieron algunos de los consejeros del Rey que además instaban a Felipe II a que viajara inmediatamente a los Países Bajos. No obstante, Felipe II mantuvo a Alba y continuó postergando su viaje a los Países Bajos.

Felipe II, rey de España. Palacio Real de Madrid.

El motivo fundamental por el que Felipe II retrasó continuamente el necesario viaje a los Países Bajos fue su hijo Carlos. La salud del príncipe se había deteriorado tras el accidente de 1561. El príncipe tenía serios problemas físicos y, en ocasiones, mentales; pero pese a todo, era inteligente y sabía ganarse la confianza de los que le rodeaban cuando convenía a sus planes. Desde el verano de 1564 el rey permitió a su hijo participar en las reuniones del Consejo de Estado. Por esas fechas, se empezó a pensar en la necesidad de que el heredero del trono de España contrajera matrimonio, muchas eran las candidatas aunque Ana de Austria era la que tenía más posibilidades. El príncipe Carlos tenía un carácter violento, del que dio numerosas muestras a lo largo de su vida. Por ello, Felipe II no pudo cumplir la promesa que hiciera en 1559 de enviar a su heredero a gobernar los Países Bajos. Para el príncipe Carlos, el hecho de que su padre no le confiara el gobierno de los Países Bajos se convirtió en la mayor afrenta que podía hacérsele. Cuando Alba fue enviado a la región el príncipe protestó e incluso trató de asesinar a Alba. Posteriormente, cuando Felipe II canceló la visita al territorio, el príncipe amenazó de muerte a su padre. A finales de 1567 el príncipe Carlos planeó arrebatar el trono a su padre, para ello buscó el apoyo de los nobles y de Juan de Austria. El día de Navidad de 1567 Juan de Austria denunció la conjura al rey que se encontraba en El Escorial. El 17 de enero Felipe II estaba de regreso en Madrid y en la noche del día 18 arrestó a su demente hijo en el Alcázar. La conducta del príncipe empeoró e incluso trató de suicidarse en varias ocasiones. Finalmente, enfermó y falleció el 24 de julio de 1568. El rey perdió a su heredero, mientras por sus reinos circulaban los rumores más absurdos sobre el conflicto.

La muerte del príncipe Carlos no fue la única que se produjo en 1568. El 3 de octubre falleció la reina Isabel, embarazada en el momento de su muerte. Estas muertes, junto con los trágicos sucesos de Flandes, provocaron que por las cortes europeas corrieran los peores rumores sobre Felipe II. Se le acusó de asesinar a su hijo y a su esposa, al tiempo que se creó la leyenda de su extremada crueldad.

En los Países Bajos la situación volvió a empeorar en 1568. La represión de Alba no sólo provocó las críticas de las cortes europeas, además despertó fuertes sentimientos contrarios a los españoles. El único noble importante que había permanecido a salvo de las purgas del Tribunal de Tumultos, Guillermo de Orange, fue ahora el encargado de defender su patria frente a Alba. En 1568, desde Alemania, Orange lanzó diversas expediciones sobre los Países Bajos, todas ellas fueron derrotadas. La situación se complicó aún más el 5 de junio, cuando los condes de Egmont y Hornes fueron decapitados. La ejecución conmocionó a Europa. Los condes habían sido amigos personales de Felipe II y sobre todo de Alba, el cual lamentó profundamente su ejecución; además, eran miembros de la Orden del Toisón de Oro y por tanto, sólo podían ser juzgados por la propia Orden, de la cual Felipe II era el Gran Maestre. Los condes se arrepintieron en el último momento, demasiado tarde, la crisis política de Flandes, de la que ambos habían tomado parte, era demasiado grave para hacer posible el perdón. En 1569, Felipe II empezó a pensar en la posibilidad de un perdón general para Flandes, al tiempo que continuaba insistiendo en que el problema en los Países Bajos era político y no religioso.

El cuarto matrimonio: Ana de Austria

La ejecución de Egmont y Hornes causó un enfrentamiento entre las dos ramas de la familia Habsburgo. El emperador Maximiliano envió a su hermano Carlos de Estiria a Madrid para tratar del asunto con Felipe II. Mientras el archiduque emprendía el viaje llegó la noticia de la muerte de la reina Isabel, Carlos de Estiria recibió entonces instrucciones para ofrecer a Felipe II la mano de la princesa Ana de Austria, anteriormente propuesta como esposa del difunto príncipe Carlos.

La otra candidata a futura esposa de Felipe II era la princesa Margarita de Valois, hermana de la difunta reina Isabel. No obstante, Felipe II no se mostró dispuesto a contraer este matrimonio: "tengo por tan gran escrupuloso el casar con dos hermanas, que en ninguna manera podria concurrir ni convenir en ello." También pesó en la decisión del Rey la idea de que las mujeres de la familia Valois no solían tener hijos varones y Felipe II necesitaba desesperadamente un heredero. Felipe II trató en vano de lograr una gran alianza matrimonial entre las principales casas reales europeas que trajeran la paz al continente. Así, propuso su unión con la hija del Emperador, la princesa Ana; la boda de la infanta Isabel con el rey de Francia y la de la princesa Margarita con el rey de Portugal.

Isabel Clara Eugenia. Sánchez Coello. Museo del Prado. Madrid.

El 24 de enero de 1570, tras la correspondiente dispensa papal, se realizaron las capitulaciones matrimoniales entre Felipe II y su sobrina Ana de Austria. El enlace por poderes tuvo lugar en Praga el 4 de mayo. El 3 de octubre, la nueva reina llegó a Santander, de donde pasó a Burgos y Segovia. En el alcázar de esta ciudad se ratificó el enlace el 14 de noviembre. Felipe II, que se enamoró rápidamente de su esposa, contaba entonces con 43 años, mientras que Ana tenía 21, a pesar de lo cual, ambos esposos tuvieron una buena relación durante los diez años que permanecieron juntos.

El 4 de diciembre de 1571 nació el primer hijo de la pareja, el infante Fernando (1571-1578). Al nacimiento de su hijo y a la felicidad que le proporcionaba su nueva esposa, se sumó la victoria de Lepanto y la llegada de las flotas de América cargadas de tesoros. Dos años más tarde nació el segundo hijo, Carlos Lorenzo (1573-1575). El mismo año de la muerte de éste nació Diego (1575-1582), al que siguió Felipe (1578-1621), a la postre el heredero. La última hija del matrimonio fue María (1580-1583). El 16 de octubre de 1580 la última esposa de Felipe II falleció a consecuencia de la gripe.

Flandes y los problemas con los moriscos

En 1568 Felipe II ofreció las explicaciones solicitas por el Emperador a través de Carlos de Estiria. Afirmó que su único interés era la defensa de la fe, que lo ocurrido en Flandes no era de su agrado pero que no había otra solución ante la rebelión, que todos los acusados habían dispuesto de un juicio, que las leyes de los Países Bajos no se habían alterado y que los procesos se habían efectuado según las mismas; aseguró que las tropas españolas de Flandes no suponían una amenaza para ningún otro Estado. Las explicaciones de Felipe II no sólo se dirigían al Emperador, más bien eran una justificación pública de sus actos en Flandes.

En 1569 Felipe II se encontraba prácticamente aislado. Las monarquías europeas habían condenado las ejecuciones de Egmont y Hornes, incluso Roma se había opuesto a ello. Guillermo de Orange se convertía en enemigo declarado de Felipe II, aunque de momento parecía una amenaza menor debido a sus derrotas militares y al control que sobre los Países Bajos estaba ejerciendo Alba. De momento, la crisis de Flandes debía pasar a segundo plano ante las dificultades que a Felipe II se le presentaban en otros lugares.

Las relaciones entre Felipe II y la reina de Inglaterra Isabel Tudor atravesaban un momento complicado. Para Inglaterra la llegada de Alba a los Países Bajos suponía una amenaza directa a su seguridad nacional. En 1568 Isabel decomisó una pequeña flota española cargada de oro para pagar a las tropas de Flandes, que se había refugiado de una tormenta en costas inglesas. Ese mismo año, una flota española destrozó a una flota inglesa que comerciaba ilegalmente en América, de los barcos ingleses sólo llegó a puerto uno, el capitaneado por Hawkins y en el que se encontraba Francis Drake. En ese mismo año, el embajador inglés en Madrid fue expulsado. A principios de 1569, en venganza por la decomisión de la flotilla española, se decretó el embargo de todas las propiedades inglesas en los Países Bajos y España; los ingleses respondieron con la misma medida. La guerra con Inglaterra parecía cercana, pero ninguna de las dos partes la deseaba. España no quería enfrentarse a la marina inglesa, además, un conflicto con Inglaterra habría supuesto su acercamiento a Francia; por su parte, Isabel temía que una guerra con España fuera utilizada por los católicos ingleses para sublevarse.

Sir Francis Drake.

En la década de 1560 se calcula que en España había unos 300.000 moriscos, los cuales vivían en unas condiciones penosas. La mayoría de ellos continuaban practicando el Islam, lo que no ayudaba a su asimilación por parte de la mayoría cristiana. Los moriscos buscaron el apoyo del Imperio Otomano y de los estados musulmanes del norte de África. Ante esta situación la clase dirigente estaba dividida, por un lado, los nobles de viejas familias eran partidarios de una política de tolerancia; mientras que los nobles más recientes y la Iglesia eran partidarios de una política agresiva de asimilación cultural. En 1567 Felipe II se decidió por la opinión de la Iglesia y prohibió el uso de la lengua y las tradiciones de los moriscos. El marqués de Mondéjar, capitán general de Andalucía, protestó y auguró una rebelión de seguir esas medidas. Nadie le hizo caso y la rebelión estalló en la Navidad de 1568.

La rebelión de los moriscos era especialmente peligrosa debido a la actividad de la flota otomana en el Mediterráneo y a que las mejores tropas se encontraban en Flandes. En un principio fueron las tropas de los marqueses de Mondejar y Los Vélez los que hicieron frente a los moriscos, pero estos recibieron armas de los musulmanes del norte de África, con lo que la situación se complicó. En la primavera de 1569 Juan de Austria se puso al frente de los ejércitos cristianos, para entonces la rebelión se había convertido en guerra abierta.

En 1570 Felipe II reunió a las Cortes en Córdoba y se desplazó a las principales ciudades de Andalucía en busca de fondos para la guerra. Desde ese momento, el resultado del conflicto estuvo del lado de Juan de Austria. En el verano de 1570 la rebelión estaba agotada. La rebelión de los moriscos fue una guerra brutal que causó miles de muertos y en la que ninguno de los dos bandos dio cuartel. La rebelión demostró una cosa, España estaba totalmente aislada y no podía permitirse la animadversión del resto de las potencias europeas.

El enfrentamiento con el Imperio Otomano

Solimán el Magnífico, el artífice del poderío turco, falleció en 1566. Sólo esto evitó que los otomanos invadieran el este de Europa, ya que justo entonces un enorme ejército otomano de unos 300.000 hombres se encontraba en la frontera húngara.

En enero de 1566 había sido elegido Pío V como nuevo papa. El pontífice hizo un llamamiento a la guerra contra el Islam que no tuvo repercusión. En 1570 una flota otomana capturó la isla de Chipre y las alarmas se encendieron por toda la Cristiandad. Pío V hizo un nuevo llamamiento a la cruzada y esta vez Venecia y Felipe II respondieron. Los tres poderes formaron la Liga Santa el 25 de mayo de 1571. La flota de la Liga, reunida en Mesina, fue puesta bajo las órdenes de Juan de Austria; constaba de unos 200 barcos y unos 40.000 hombres. El 16 de septiembre partió de Mesina en dirección al golfo de Lepanto, donde se encontraba la flota otomana, compuesta de 230 barcos y unos 50.000 hombres. El 7 de octubre ambas escuadras entablaron combate en Lepanto. Tras una jornada de lucha, la flota de la Liga obtuvo la victoria, los otomanos sufrieron unas 30.000 bajas mientras que las de la Liga apenas alcanzaron las 8.000.

La Santa Liga y Lepanto.

La victoria de Lepanto hizo concebir a Pío V la idea de recuperar Tierra Santa para la Cristiandad. Felipe II se negó a tal empresa, consciente de que la Monarquía Hispánica no estaba en condiciones de iniciar una empresa tan ambiciosa. La victoria de Lepanto se debía en gran medida a las fuerzas de Felipe II, pero estas fueron en su mayor parte de origen italiano. Felipe II, mucho más realista que Pío V o que el impetuoso Juan de Austria, supo refrenar el entusiasmo de la victoria y no perdió de vista sus objetivos, muy alejados de Tierra Santa y mucho más cercanos a lograr la estabilidad en el Mediterráneo para protegerse la retaguardia.

Alegoría de Lepanto y Felipe II. Tiziano. Museo del Prado.

Francia y la unión de los protestantes

En la primavera de 1572 un grupo de calvinistas exiliados a Inglaterra, conocidos como los Mendigos del mar, se apoderaron del puerto de Brill, con lo que lograron una base desde la que atacar las posiciones españolas en Flandes. Además, lograron el apoyo de muchas poblaciones, desencantadas con la administración de Alba, sobre todo desde que éste había aprobado (1571) un nuevo impuesto destinado a pagar al ejército. Los Mendigos del mar contaban con el apoyo de Luis de Nassau, hermano de Guillermo de Orange.

La situación se complicó aún más debido al acercamiento entre Inglaterra y Francia. En Inglaterra se había descubierto una conjura, de la que formaba parte el embajador español, que pretendía entregar el trono a María Estuardo. La conspiración convenció a la reina inglesa de la necesidad de romper definitivamente con Felipe II y buscar la alianza con el joven Carlos IX, que se encontraba dominado por el hugonote Gaspard de Coligny. Para complicar aún más la situación, el protestante Enrique de Navarra tomó también partido en la alianza al contraer matrimonio con la princesa Margarita de Valois. Esto suponía una alianza internacional de protestantes, apoyados por la católica Francia, en contra de Felipe II.

Carlos IX mandó un ejército en ayuda de Luis de Nassau para liberar los Países Bajos, pero fue derrotado. Isabel Tudor, por su parte, no quería unos Países Bajos en poder de Francia, ya que estos podía poner en peligro sus intereses comerciales y su seguridad territorial tanto o más que si estuvieran en poder de Felipe II. Por esta razón, Inglaterra abandonó la alianza en 1572. Carlos IX se encontraba entonces ante la difícil decisión de luchar en solitario contra España o abandonar a sus aliados hugonotes. El 18 de agosto de 1572, con motivo de la boda entre Enrique de Navarra y Margarita de Valois, todos los nobles importantes de Francia se encontraban en París. El día 22 se produjo un atentado contra el almirante Coligny y dos días más tarde el almirante fue asesinado. Carlos IX, a instancias de su madre Catalina de Médicis, aprobó la represión. La noche del día de San Bartolomé más de tres mil hugonotes fueron asesinados en las calles de París y 25.000 por toda Francia. Con ello Francia ponía fin a la política de conciliación y se embarcaba en un nuevo episodio de las Guerras de Religión.

La Matanza de San Bartolomé supuso un gran alivio para Felipe II, ya que fue conjurada la amenaza de que Francia se aliara con las potencias protestantes. El fin de la amenaza francesa permitía desarmar las guarniciones españolas en Italia. Además, la matanza de los hugonotes provocó la indignación de los protestantes ingleses y el distanciamiento de ambas potencias. En realidad, Inglaterra se volvió a acercar a España y en 1573 se firmaron provechosos acuerdos comerciales.

Años de dificultades (1572-1580)

La victoria de Lepanto supuso un respiro para Felipe II, pero aún era necesario controlar el norte de África para afianzar definitivamente la seguridad de la frontera sur. Felipe II confió a Juan de Austria esta labor. Éste, el 10 de octubre de 1573 conquistó la ciudad de Túnez, pero en 1574 la flota turca demostró que el Imperio Otomano estaba lejos de la derrota, una escuadra mayor que la de Lepanto reconquistó Túnez.

A lo largo de la década de 1570 Felipe II se mostró preocupado por la posibilidad de un nuevo levantamiento morisco en combinación con un ataque directo de los turcos sobre la península. Por ello, y a pesar de que a finales de 1576 la flota del Mediterráneo fue reducida para ahorrar gastos, Felipe II siempre mantuvo en alerta a sus tropas mediterráneas.

En 1572 la represión en los Países Bajos llegó a extremos alarmantes, las tropas de Alba saquearon distintas poblaciones que habían apoyado a Orange, las matanzas de la población llegaron a cotas de tal crueldad que los funcionarios españoles protestaron ante Felipe II. Éste, convencido de la necesidad de cambiar la política en Flandes, organizó el relevo de Alba. En 1572, tras cinco años al frente de los Países Bajos, el Duque de Alba, cansado, viejo y enfermo; fue relevado como gobernador y sustituido por Juan de la Cerda, duque de Medinaceli. El nuevo gobernador proponía una política menos represiva y encaminada a alcanzar un acuerdo con los protestantes. Ambos duque debían gobernar de forma conjunta, Alba dedicado a los aspectos militares, Medinaceli a los políticos.

La actitud del Duque de Alba tan sólo había conseguido provocar el odio hacia los españoles y aumentar el número de los descontentos. En lugar de debilitarse, la oposición en los Países Bajos se endurecía. El propio Granvela, virrey de Nápoles, lo escribía así: "Todavia vamos perdiendo. Es el odio que la tierra tiene a los que agora governan, mayor de lo que se puede imaginar". El virrey de Milán, Luis de Requesens era de la misma opinión. Además de las críticas, otro factor impulsaba hacia un cambio en la política de Flandes, la Hacienda no podía seguir haciendo frente a los terribles gastos de la guerra. En 1574 los ingresos anuales de la tesorería ascendían a seis millones de ducados, mientras que los gastos se disparaban hasta los ochenta millones. La situación era desesperada.

Medinaceli y Alba eran incapaces de entenderse, sus puntos de vista eran demasiado contrarios como para gobernar juntos. El 30 de enero de 1573 ambos duques fueron relevados por Luis de Requesens. El Rey tuvo que obligar a su amigo a que aceptara el cargo, ya que éste no se veía capaz de hacer frente a los numerosos problemas de los Países Bajos.

Mientras tanto en España una serie de acontecimientos obligaron a profundos cambios en el consejo privado de Felipe II. En septiembre de 1572 falleció el cardenal Espinosa y el 29 de julio de 1573 murió Ruy Gómez. Como sustituto del cardenal Espinosa, Felipe II aceptó al secretario de éste, Mateo Vázquez de Leca, el cual se ganó pronto el favor real y la enemistad de Antonio Pérez.

Felipe II era consciente de que necesitaba una poderosa flota para hacer frente a sus numerosos compromisos, tanto en el Mediterráneo como en los Países Bajos y desde luego en América. Fuera del Mediterráneo el poderío naval de Felipe II era prácticamente nulo. También sabía que la solución al problema de Flandes pasaba por hacerse con el control del mar. En 1574 Pedro Menéndez de Avilés, organizó una importante flota que debería ir a los Países Bajos pero que nunca llegó a zarpar debido a la muerte de su organizador y a la epidemia de tifus que asoló a los marineros. A lo largo del año siguiente continuaron los esfuerzos para enviar una escuadra a los Países Bajos, pero siempre fracasaron. A finales de 1575 Felipe II decidió aplazar el tema de la flota para mejores momentos. Fue una decisión fatal, ya que la única manera de controlar la región pasaba efectivamente por dominar el mar. La superioridad naval en el norte quedó en manos de las potencias protestantes y esto, a largo plazo, provocó la pérdida definitiva de Flandes.

América

Entre 1560 y 1570 se extendió entre los quechuas de Perú un movimiento de carácter milenarista conocido como Taqui Onqoy. Este movimiento predecía el inminente regreso de los antiguos dioses que vencerían a los cristianos. El movimiento fue cobrando fuerza hasta convertirse en una auténtica sublevación indígena contra los españoles.

En 1572 el virrey Francisco Álvarez de Toledoaplastó a los indígenas y ejecutó al último de sus líderes, Tupac Amaru. Pero el descontento con el gobierno se extendió a los españoles, entre los que aparecieron voces proféticas que predicaban la pronta aniquilación. El dominico Francisco de la Cruz aseguraba en Perú que en sus sueños proféticos se le había anunciado la destrucción de España. Francisco de la Cruz criticaba que los políticos españoles sólo estaban preocupados en la obtención de riquezas y no en el buen gobierno. En 1575 fue detenido por la Inquisición y tras tres años de arresto fue quemado en la hoguera. En 1579 fray Luis de León acusó a los colonos de estar: "cometiendo grandes asesinatos y exterminando pueblos y hasta razas enteras".

Felipe II estaba informado de estos acontecimientos, pero su política se limitó siempre a preservar el orden y tratar de legislar con justicia. No tomó parte en las disputas sobre América, pero sus leyes, emitidas desde España, tuvieron un carácter progresista y estuvieron encaminadas a la protección de los indígenas. El Rey confiaba en la labor de los virreyes para gobernar territorios tan lejanos. La introducción de la Inquisición en 1571 aseguraba la protección de la fe. El 13 de julio de 1573 Felipe II emitió la Ordenanza sobre los descubrimientos por la que prohibía nuevas conquistas en América y marcaba los objetivos de la expansión del cristianismo y la protección de los indígenas. Para la redacción de esta ley se usaron los escritos y las ideas de Bartolomé de las Casas. Desde este momento, los dominios españoles en América tenían unas fronteras establecidas y sólo los misioneros podrían traspasarlas, acompañados de militares si fuera necesario. La confianza en sus virreyes no impedía a Felipe II reprenderlos cuando pensaba que se habían equivocado, así, cuando Álvarez de Toledo regresó a Madrid Felipe II le espetó, en relación a Tupac Amaru, que le había enviado a América a gobernar reyes, no a ejecutarlos.

El giro de la política en Flandes

En 1574 Felipe II se dispuso a dar un giro radical a la política seguida hasta entonces en Flandes. Para ello pidió el consejo de dos destacados eruditos Benito Arias Montano y Fadrique Furió Ceriol. Arias Montano contó con la confianza de Felipe II y se convirtió en consejero de Luis de Requesens, no obstante, tuvo que hacer frente a la oposición del inquisidor general Gaspar de Quiroga, partidario de la línea dura del Duque de Alba. Otro hombre de gran influencia fue Joachim Hopperus, representante de los Estados de los Países Bajos en España.

En marzo de 1574 Luis de Requesens acabó con el Tribunal de Tumultos, promulgó una amnistía general y abolió el diezmo. Estas medidas no contaron con la aprobación de los Estados Generales de los Países Bajos que las consideraban insuficientes y exigían la retirada de las tropas españolas. Los tercios se amotinaron en Amberes exigiendo el pago de los atrasos en su sueldo. En noviembre, las tropas acantonadas en Holanda se amotinaron, desertaron y entregaron la provincia al enemigo. Los motines de los tercios arruinaron las decisiones políticas. Requesens, incapaz de hacer frente a la situación aconsejó la capitulación. En estos difíciles momentos Joachim Hopperus se convirtió en la persona clave del gobierno, pero su muerte y la de Requesens en 1576 dejó a Felipe II sin sus principales consejeros.

El cambio de la política en Flandes se produjo en un momento en el que el descontento en Castilla había alcanzado cotas altísimas. Para hacer frente a las enormes deudas de la Hacienda, Felipe II había aprobado en 1573 una subida de impuestos. Las negociaciones con las ciudades se extendieron a lo largo de 1574 ya que estas no estaban en condiciones de hacer frente a las pretensiones reales. En febrero de 1577 el gobierno decidió subir la tasa fija de la alcabala hasta el 10%, lo que provocó grandes protestas. A pesar de que la alcabala no subió tanto, las ciudades aceptaron otorgar subsidios especiales al rey, con lo que la carga impositiva ascendió para disgusto del pueblo. La situación de la Hacienda era tan lamentable que en septiembre de 1575 Felipe II declaró la tercera bancarrota de su reinado. A todo esto se sumaron los problemas de salud que Felipe II padeció entre 1576 y 1577.

Para sustituir a Requesens, Felipe II pensó en el príncipe Juan de Austria que entonces se encontraba en Nápoles. Juan de Austria recibió la orden de ir a Bruselas en abril, pero desobedeciéndola marchó hacia Madrid para entrevistarse con Felipe II. El impetuoso príncipe quería presentar ante su hermano un ambicioso plan que consistía en invadir Inglaterra desde los Países Bajos, casarse con María Estuardo y convertirse así en gobernador de Inglaterra y de los Países Bajos. Con este plan la paz en Europa quedaría asegurada, ya que sólo Francia escaparía del control directo de Felipe II. El Rey escuchó a su hermano, pero desestimó sus planes. Juan de Austria recibió la instrucción de que en los Países Bajos todo era negociable salvo la religión y la obediencia a Felipe II.

Un día después de la llegada de Juan de Austria a los Países Bajos se produjo el motín de las tropas españolas de Amberes que acabó con la credibilidad de España en Europa. Los Estados Generales iniciaron conversaciones de paz con Guillermo de Orange que dieron lugar a la Pacificación de Gante. En febrero de 1577 Juan de Austria se vio obligado a aceptar este acuerdo mediante el Edicto perpetuo de Juan de Austria. Juan de Austria se comprometió a la retirada de las tropas españolas, maniobra que se inició el 7 de abril. El nuevo gobernador se encontraba sin ejército y sin autoridad. En el verano, ante la posibilidad de que los rebeldes iniciaran un golpe contra la autoridad española, Juan de Austria pidió a su hermano el regreso de las tropas, a lo que Felipe II accedió.

Los Estados Generales, en una hábil maniobra política, nombraron al archiduque Matías de Austria, gobernador general. Se trataba de un intento de escapar de la influencia de Guillermo de Orange y al mismo tiempo de congraciarse con Felipe II. Pero la maniobra salió mal, Felipe II protestó enérgicamente ante el Emperador por la interferencia alemana en los asuntos de los Países Bajos. Había entonces dos gobernadores en los Países Bajos, Matías colocado por los Estados Generales y que buscó el apoyo de Guillermo de Orange, y Juan de Austria. Éste pasó rápidamente a la acción y atacó a los rebeldes.

Mientras tanto, Felipe II, que había sido padre recientemente, decidió tomarse unos días de descanso en El Escorial. El Monasterio había sido convertido recientemente en panteón real de los Habsburgo por orden de Felipe II. En El Escorial Felipe II organizó un torneo al estilo medieval del que disfrutó con sus compañeros.

En el verano de 1578 España y el Imperio Otomano firmaron una tregua, aprovechada por Felipe II para reducir la flota del Mediterráneo y suprimir gastos. Ese mismo año, en los Países Bajos, las provincias católicas del sur cansadas del extremismo de los calvinistas, se dispusieron a alcanzar un acuerdo con Felipe II. El 1 de octubre de 1578 Juan de Austria falleció. Antes de su muerte, nombró heredero al príncipe de Parma, Alejandro Farnesio. Felipe II aprobó el nombramiento y Farnesio se convirtió en el nuevo gobernador de los Países Bajos.

El caso Antonio Pérez

Cuando en 1573 falleció Ruy Gómez, Antonio Pérez se convirtió en la cabeza del partido de Éboli. Antonio Pérez era el secretario para los asuntos de Italia, además, su influencia sobre el Rey era considerable. Como secretario, Pérez estuvo en contacto con Juan de Austria y con el secretario de éste Juan de Escobedo, en el tiempo en el que el príncipe permaneció en Italia. Escobedo fue siempre un firme defensor de los planes de Juan de Austria con respecto a Inglaterra, lo que levantó las suspicacias de Antonio Pérez.

En enero de 1576 Antonio Pérez denunció ante Felipe II a Juan de Austria, acusándole de conspirar para traicionarle y hacerse con la corona de Inglaterra y de los Países Bajos. Ese mismo año Juan de Austria fue nombrado como gobernador de los Países Bajos, lo que parece probar que Felipe II no tuvo en consideración las acusaciones de su secretario.

Felipe II no estaba del todo en desacuerdo con los planes de Juan de Austria, pero no acabó de decidirse a tan arriesgada empresa. Las dudas del Rey fueron aprovechadas por Pérez para conspirar contra Juan de Austria y contra Escobedo. Mientras tanto Juan de Austria esperaba que su hermano se decidiera a enviarle los apoyos necesarios. Al ver que no le llegaban refuerzos, Juan de Austria mandó a Escobedo a Madrid para que se informara de lo que estaba ocurriendo. En julio de 1577 Escobedo llegó a Madrid y descubrió que Pérez no sólo estaba conspirando contra él y contra su señor, también estaba conspirando contra Felipe II. En marzo de 1578, antes de que pudiera delatar la conspiración, Juan de Escobedo fue asesinado.

Pese a todo lo que dijo Antonio Pérez posteriormente, lo cierto es que no hay pruebas de que Felipe II ordenase el asesinato de Escobedo, ni siquiera de que tuviera algo que ver. Felipe II, pese a estar rodeado de consejeros que defendían posturas antagónicas, nunca recurrió al asesinato como medio para silenciarlas. No obstante, tampoco hay pruebas de que el Rey no tomara parte en la muerte de Escobedo.

Princesa de Éboli. Sánchez Coello.

En este asunto aún falta otro personaje, Ana de Mendoza, la princesa de Éboli. Mucho se ha escrito sobre la relación de la princesa en la muerte de Escobedo y poco es lo que se puede considerar cierto. Es falsa la idea de que la princesa mantuviera una relación con Felipe II, pero sin embargo es cierta la relación entre Antonio Pérez y Ana de Mendoza. No se puede demostrar que ambos personajes fueran amantes, como se rumoreaba en Madrid, pero si es seguro que compartieron maquinaciones políticas. Es posible que Éboli estuviera implicada en la conspiración de Pérez y por lo tanto que fuera descubierta por Escobedo. Ana de Mendoza conocía secretos de Estado que sólo Antonio Pérez pudo revelar, esto podía ser considerado como un delito de alta traición y es probable que fuera esto lo que Escobedo iba a revelar al Rey cuando fue asesinado.

Felipe II ordenó una investigación para esclarecer estos hechos. El encargado de la misma fue su secretario Rodrigo Vázquez de Arce. Pese a que en un primer momento Felipe II se negó a creer en la culpabilidad de Pérez, en 1579 las evidencias le hicieron cambiar de opinión. En la noche del 28 de julio de 1579 Antonio Pérez y la princesa de Éboli fueron detenidos por orden del Rey. El cardenal Granvela se hizo cargo de los consejos de Italia y Flandes.

En 1582 la princesa de Éboli fue condenada a reclusión en su palacio de Pastrana, donde falleció diez años más tarde. Por contra, Pérez vivía libremente en Madrid mientras los magistrados del Rey hacían acopio de cargos. La tardanza en juzgar a Pérez respondía a que éste poseía documentos confidenciales del rey y se temía que pudiera hacerlos públicos. En enero de 1585, ante el temor de que Antonio Pérez escapara, se ordenó su inmediata detención. El 19 de abril de 1590 Antonio Pérez logró escapar y marchó a Aragón, donde las leyes le ofrecían protección contra la justicia regia. Antonio Pérez logró hacerse con el apoyo de las autoridades y el pueblo aragonés. Felipe II trató de sacarlo de la cárcel en la que se encontraba para llevarlo a las dependencias de la Inquisición en Zaragoza y poder juzgarlo.

La revuelta de Aragón en el reinado de Felipe II.

En 1591 el pueblo de Zaragoza evitó que los inquisidores trasladaran a Pérez al palacio de la Aljafería. En los tumultos el virrey de Aragón fue herido y falleció. La muerte del virrey y la pérdida de autoridad de la Inquisición inquietaban a Felipe II, pero la enfermedad le impedía tomar decisión alguna. Finalmente, Felipe II dispuso un ejército en secreto para entrar en Zaragoza, esto era algo que no había ocurrido nunca desde que Aragón y Castilla se unieran en el siglo XV. A finales de septiembre, la Inquisición trató de trasladar al preso de nuevo, los disturbios se repitieron con mayor violencia y el preso fue liberado en el tumulto. Antonio Pérez, ayudado por sus amigos logró llegar hasta Inglaterra. Felipe II levantó un ejército a toda prisa y lo mandó contra Aragón mientras que el tribunal del Justicia Mayor declaraba que esta acción era un contrafuero. El 11 de noviembre el ejército real entró en Aragón y cuatro días después en Zaragoza sin resistencia. El Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza, y otros nobles fueron detenidos, procesados y ejecutados.

La sucesión a la Corona de Portugal

Felipe II tenía una estrecha relación con la línea sucesoria portuguesa, tanto como hijo de Isabel de Portugal, como por los derechos de su hermana Juana. Desde que en 1557 su sobrino Sebastián se convirtió en rey de Portugal, Felipe II mostró un gran interés por la evolución del díscolo hijo de su hermana.

La anexión de Portugal.

El rey Sebastián mostró siempre un escaso interés en las mujeres y en sus obligaciones como monarca. Su mayor pasión eran los juegos bélicos y los torneos medievales. A lo largo de su vida protagonizó alocadas aventuras que en alguna ocasión estuvieron a punto de costarle la vida, tal fue el caso de la absurda expedición al norte de África de 1574. La mayor locura del rey luso fue la expedición contra Marruecos que comandó en 1578. A pesar de los intentos de Felipe II por hacer entrar en razón a su sobrino, éste se empecinó en mandar personalmente un ejército imbuido de los ideales cruzados. El rey Sebastián, junto a la flor y nata de la nobleza portuguesa, perdió la vida el 4 de agosto en la batalla de Alcazarquivir. Portugal quedaba indefensa, sin ejército, sin nobles y sin rey.

El otoño de 1578 fue trágico para Felipe II, en pocos meses tuvo que presenciar la muerte de su sobrino Sebastián, de su hermano Juan de Austria, de su hijo Fernando y de otro sobrino, el archiduque Wenceslao. Felipe II trató de superar todas estas muertes sumergiéndose en la cuestión sucesoria de Portugal.

Felipe II envió a Portugal a Cristóbal de Moura, para que defendiera sus derechos sucesorios. El heredero varón más cercano era el tío abuelo del difunto monarca, el cardenal Enrique, que fue proclamado rey a finales de agosto. Tras el cardenal Enrique, el siguiente en la línea sucesoria era Felipe II. El nuevo rey portugués era un anciano, prácticamente sordo y ciego, senil y enfermo de tuberculosis; por lo que nadie esperaba que durara mucho tiempo. Había un tercer candidato con cierta legitimidad, el sobrino del nuevo rey, Antonio, prior de Crato.

Desde el mismo momento de la elección de Enrique, Felipe II inició una campaña con el objetivo de ganarse el favor de los portugueses. Contrató a los mejores juristas de la época para que apoyaran su candidatura. Trató de ganarse el favor de los nobles y las ciudades lusas por medio de sus embajadores en Portugal y emprendió una campaña de sobornos selectivos destinados a las altas instituciones portuguesas. En 1579 Felipe II dio un paso más, preparó el ejército por si fuera necesaria la invasión de Portugal. Sesenta galeras españolas e italianas se reunieron a las órdenes del marqués de Santa Cruz y los nobles españoles cuyas posesiones se encontraban cerca de la frontera reclutaron sus ejércitos. Todos estos preparativos bélicos tenían un fin más disuasorio que militar. Felipe II no quería la invasión, pero no estaba dispuesto a renunciar a sus derechos.

Mientras tanto, la situación internacional era esperanzadora. Alejandro Farnesio se mostró como uno de los mejores generales del momento y supo aprovechar la división interna para lograr el apoyo de buena parte de las provincias. Así, mientras que las provincias del norte se integraban en la calvinista Unión de Utrecht, las del sur aceptaban la autoridad española y conformaban la Unión de Arrás. Por otro lado, las negociaciones en el Mediterráneo con el Imperio Otomano iban por buen camino.

El 31 de enero de 1580 falleció el cardenal Enrique sin haber nombrado heredero para el trono portugués. Pese a todos los esfuerzos diplomáticos y a que Felipe II contaba con el apoyo de los nobles y el clero portugués, la candidatura del prior de Crato continuaba siendo fuerte. Felipe II llamó al anciano duque de Alba, que había caído en desgracia años antes, para que se pusiera al frente de las tropas. El 13 de junio el Rey, acompañado de Alba, pasó revista a los 47.000 hombres que componían el ejército. El 8 de julio la flota al mando del Marqués de Santa Cruz zarpó rumbo a Portugal. Cinco días después de pasar revista a las tropas se inició la invasión. Los disidentes portugueses, que habían nombrado rey al prior de Crato, prestaron poca resistencia. La última semana de agosto, tras la resistencia más feroz de todo el conflicto, Lisboa capituló. El 12 de septiembre Felipe II fue proclamado formalmente rey de Portugal en Lisboa.

La Corte había permanecido en Badajoz durante toda la guerra, allí sufrieron las consecuencias de la epidemia de gripe que asoló la península. A causa de la epidemia la reina Ana enfermó y falleció la madrugada del 26 de octubre. Esto fue un durísimo golpe para Felipe II, que había amado profundamente a su esposa y que nunca volvió a casarse.

Tras el luto por la muerte de la reina Ana y tras asegurar los asuntos más urgentes de España, Felipe II se encaminó a Portugal y llamó a las cortes para que jurasen al nuevo rey. En abril de 1581 se reunieron las Cortes de Tomar, donde se confirmó la unión de la península bajo una única Corona. Felipe II fue jurado como rey y el príncipe Diego como su heredero, a cambio el Rey aseguró los privilegios y una independencia del Reino de Portugal similar a la de los demás reinos de la Monarquía Hispánica.

El prior de Crato mientras tanto, se había refugiado en Azores protegido por los franceses. En el verano de 1582 el Marqués de Santa Cruz derrotó a los franceses y tomó posesión de las islas. Ese mismo año falleció Alba. La muerte del Duque de Alba y la disolución del grupo de Éboli tras la detención de Antonio Pérez supuso el nacimiento de una nueva época.

El apogeo del poder de Felipe II (1580-1589)

En 1580 Felipe II era el monarca más poderoso de su tiempo, sus reinos se extendían por todos los rincones del mundo conocido en lo que fue el mayor de los imperios jamás creados. Era la primera vez que un monarca reunía todos los reinos de la península, por lo que por primera vez se podía titular rey de España con toda autoridad. En la Edad Media el término España hacía referencia a la suma de todos los reinos peninsulares, incluida Portugal. Felipe II había firmado numerosos documentos anteriormente titulándose rey de España como una manera de abreviar todos sus títulos, desde 1580 esto se convirtió en una realidad política.

En la época eran muchos los que veían a Felipe II como el artífice de la monarquía universal. Había logrado estabilizar el Mediterráneo tras sucesivos acuerdos con el Imperio Otomano; las provincias más ricas de los Países Bajos se encontraban pacificadas y bajo su control; se habían conquistado las lejanas islas Filipinas, así llamadas en su honor; en el Virreinato de Perú se había conseguido doblegar la resistencia inca y se había fundado la ciudad de Buenos Aires; desde el Virreinato de Nueva España partían exitosas expediciones hacia los territorios al norte del río Grande; Portugal proporcionó a Felipe II territorios en la costa africana, en India, Indonesia y China. El Imperio Romano cabía en una esquina de las inmensas posesiones de Felipe II.

La incorporación de Portugal supuso un cambio en la estrategia defensiva de Felipe II, el Mediterráneo se había convertido en un mar interior y pasó a un segundo plano. La prioridad era el Atlántico. Desde Portugal, Felipe II inició un programa de fortalecimiento naval que le llevó a disponer de más de cien barcos en el Atlántico. Felipe II pasó más de dos años en Portugal, tratando de hacerse con el favor de sus nuevos súbditos y mostró un gran interés por los asuntos comerciales. En 1581 recibió un nuevo título, rey de Ceylán.

En el plano económico, la incorporación de Portugal supuso el acceso a importantes rentas comerciales. En 1582 se suprimieron las alcabalas fronterizas entre Castilla y Portugal. Lisboa se convirtió en un puerto inmejorable para las flotas americanas. Los ingresos que proporcionaba América se vieron aumentados por el rico comercio portugués con Asia.

Con Felipe II en Portugal, la corte madrileña se sumió en constantes luchas por el poder. Granvela, que había quedado al frente de la administración, no tenía la autoridad suficiente para controlar a las distintas facciones. Granvela desarrollaba un ritmo de trabajo frenético, fue una gran políglota capaz de dictar cartas simultáneamente en cinco idiomas. Este carácter chocaba con los hábitos de unos ministros acostumbrados a la lentitud administrativa e incapaces de entender ninguna lengua que no fuera la propia. El único apoyo de Granvela era el secretario Juan de Idíaquez. Pese a los problemas, el gobierno funcionó razonablemente bien durante la ausencia del Rey. El 21 de noviembre de 1582 falleció el príncipe Diego, lo que obligó a Felipe II a partir de inmediato hacia Castilla. El infante Felipe pasaba a ser el nuevo heredero y era necesario que las distintas cortes le jurasen. Antes de abandonar Portugal, logró el juramento de las cortes lusas para el nuevo heredero. Además, en septiembre había firmado un decreto por el que en todos sus reinos se adoptaba el nuevo calendario gregoriano. En aplicación de las nuevas normas, el jueves 4 de octubre de 1582 fue seguido por el viernes 15 de octubre de 1582.

El 29 de marzo Felipe II llegó a Madrid para iniciar la etapa más solitaria de su largo reinado. El Rey tan sólo contaba con la compañía de sus hijas y con su hermana, la emperatriz viuda María. En esta época Felipe II dividió su tiempo entre las obras de El Escorial y sus hijas, mostrándose obsesivo con respecto a los asuntos de la Iglesia. En el otoño de 1583 Felipe II aceptó las pretensiones matrimoniales de Carlos Manuel de Saboya hacia su hija Catalina Micaela.

La primera decisión de Felipe II a su regreso a Castilla fue la convocatoria de Cortes para el verano de 1583. Estas se prolongaron durante dos años y en ellas, el príncipe Felipe fue jurado heredero.

El camino hacia la invasión de Inglaterra

El apoyo inglés a las aspiraciones del prior de Crato y a los rebeldes holandeses, provocó que en el verano de 1583 Felipe II considerase la posibilidad de un ataque naval. La idea surgió del Marqués de Santa Cruz, que tras su victoria en las Azores instó al rey a dirigir de inmediato la flota sobre Inglaterra. Realmente, desde al menos 1576 Felipe II contemplaba la posibilidad de invadir Inglaterra, en esa fecha discutió los planes con Juan de Austria, pero la situación en los Países Bajos lo hizo imposible. En 1583 la situación en los Países Bajos era muy distinta, Alejandro Farnesio había obtenido importantes éxitos apoyado en la Unión de Arras, además, los protestantes se encontraban divididos. El archiduque Matías había sido relevado de su cargo en 1581 y sustituido por Francisco de Anjou. El nuevo defensor de los Países Bajos tuvo que hacer frente a la injerencia de Guillermo de Orange, el francés trató de hacerse con el gobierno por las armas pero fue rechazado por los neerlandeses. En junio de 1584 Francisco de Anjou falleció de tisis y un mes después falleció también Guillermo de Orange, víctima de un atentado. Tras la muerte de Orange, los éxitos militares de Alejandro Farnesio se multiplicaron, Ypres, Brujas, Gante, Bruselas y Amberes fueron conquistadas. Los rebeldes solicitaron la ayuda de Inglaterra y en diciembre de 1585 el duque de Leicester acudió con tropas inglesas.

La muerte de Francisco de Anjou supuso que Enrique III de Francia se quedara sin heredero. El trono francés correspondería, a la muerte del rey, a Enrique de Borbón, el rey protestante de Navarra. Si Francia se hacía protestante los Países Bajos estarían perdidos. Por ello, Felipe II buscó la alianza con la Liga Católica, el poderoso grupo nobiliario encabezado por la familia Guisa. La política española levantó las suspicacias de las cortes europeas, Felipe II apoyaba por un lado a los poderosos Guisa, para desestabilizar Francia; y por otro a María de Escocia, con la idea de desestabilizar Inglaterra. El objetivo de Felipe no era otro que el de evitar la ayuda a los Países Bajos y asegurarse así el control de la región.

Felipe II pasó el año 1585 sumido en sus propios asuntos. A principios de año él y su familia se trasladaron a Zaragoza, donde tuvo lugar la boda entre su hija Catalina Micaela y el Duque de Saboya. La familia permaneció junta hasta el verano, cuando los duques de Saboya partieron hacia sus dominios desde Barcelona. Felipe II convocó las cortes de Aragón para que jurasen a Felipe como su heredero. Las cortes se prolongaron hasta diciembre y el Rey pasó estos meses aquejado de varias enfermedades y con graves ataques de gota. A principios de 1586 Felipe II se trasladó a Valencia, donde su salud sufrió una mejoría. Durante todo este tiempo, Felipe II estuvo meditando las distintas posibilidades que se le planteaban para resolver el asunto de Inglaterra, convenciéndose cada vez más de la necesidad de una invasión. En marzo, Felipe II había recibido noticias de que Francis Drake estaba armando una gran flota para apoderarse del cargamento de plata de América. Felipe II decretó entonces la movilización de su armada, pero como esta no era suficiente, se expropiaron todos los barcos de gran tamaño; esto levantó las protestas de los comerciantes y sobre todo de los ingleses.

A finales del invierno de 1586 Felipe II se encontraba de regreso en Madrid, donde se ocupó de supervisar los trabajos de construcción de El Escorial. Después, se iniciaron los preparativos para la gran acción contra Inglaterra. España tenía graves problemas para armar una flota poderosa, ya que el país carecía de casi todo lo necesario y dependía del resto de los reinos de la Monarquía Hispánica. En el verano de 1586 se emprendieron reformas administrativas profundas y se puso en marcha un ambicioso programa de construcción naval. El 28 de marzo de 1586 una increíble noticia llegó a Madrid, Santo Domingo, la principal ciudad de América, fue saqueada por Drake. Esto acabó por convencer a Felipe II de la necesidad de acabar con la amenaza inglesa, los preparativos para la invasión se aceleraron. 1586 fue un año difícil para Felipe II, ya que a las malas noticias americanas se sumaba la tristeza personal. En ese año fallecieron Granvela, Margarita de Parma y Juan de Zúñiga, joven consejero en el que había puesto grandes esperanzas. Además, su propia salud se deterioró de forma alarmante.

El enfrentamiento con Inglaterra. La gran armada.

En los primeros meses de 1587, en medio de un durísimo invierno, la salud de Felipe II se deterioró aún más, la gota le impedía permanecer en pie y tenía problemas en su mano derecha que le impedían escribir con normalidad. Pese a todo, continuó haciéndose cargo de los asuntos de gobierno, pero su salud provocó retrasos importantes. El 18 de febrero María de Escocia fue ajusticiada en Inglaterra, con ello Felipe II obtenía la excusa necesaria para intervenir, una reina católica había muerto a manos de una reina protestante. La flota, conocida como Armada Invencible, estaba prácticamente lista, pero los ingleses continuaban llevando la iniciativa y las acciones de sus corsarios se propagaban por las posesiones españolas. El 27 de abril Drake atacó por sorpresa Cádiz y Sagres. Estos ataques impidieron que la Armada Invencible zarpara ese mismo año como estaba previsto, con lo que Inglaterra ganó un tiempo precioso.

A los destrozos causados por Drake se sumó la enfermedad de Felipe II, durante meses fue incapaz de firmar documentos y los preparativos finales se demoraran en exceso. Todo estaba listo, pero Felipe II no se encontraba en condiciones de tomar ninguna decisión. En febrero de 1588 el Marqués de Santa Cruz falleció, con lo que la Armada Invencible se quedó sin almirante. Felipe II designó entonces a Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina-Sidonia, buen soldado y administrador, pero sin experiencia en el mar. En la primavera de 1588 los Guisa organizaron un levantamiento en Francia y se hicieron con el gobierno de París, unos meses antes Leicester había abandonado los Países Bajos, donde Alejandro Farnesio se había hecho con el control de la situación. En esa primavera, 130 barcos con 18.000 hombres a bordo salieron del puerto de Lisboa rumbo a Inglaterra.

La Armada tenía que embarcar a las tropas de Farnesio y lanzarse contra la costa inglesa, pero todo salió mal. El puerto de Calais, donde debería de haberse producido la reunión no era apropiado ya que los galeones no podían acercarse a la costa y las tropas de tierra no podían embarcar. Los galeones españoles tuvieron que hacer frente a la flota inglesa y a las malas condiciones de los barcos. Alejandro Farnesio por su parte tenía que luchar contra el oleaje del puerto, contra los ataques de la flota holandesas y contra la dificultad de embarcar en una flota que estaba siendo atacada. Tras varias horas de combate la Invencible fue dispersada y Farnesio tuvo que volver a tierra firme. La mayor parte de la Armada (unos 115 barcos) estaba intacta, pero dispersa por el mar y sin posibilidades de embarcar al ejército. El viaje de regreso a España fue una pesadilla, lo que no había hecho la flota inglesa lo hicieron las tormentas del Atlántico, sólo unos 60 barcos alcanzaron las costas peninsulares.

La Armada Invencible. Escuela Flamenca.

La Armada Invencible fue el mayor desastre del reinado de Felipe II, no tanto por los daños inmediatos, ya que hubo otras armadas y España recuperó sorprendentemente rápido su potencia naval; el gran problema de la Invencible fue que destruyó la confianza del pueblo en su rey, hizo desaparecer el espíritu triunfalista, provocó una profunda crisis económica y evitó una solución al problema de Flandes, que se enquistó definitivamente. Felipe II se encontraba cada vez más enfermo, cada vez más solo y profundamente desesperado ante las noticias de sus ejércitos.

Los últimos años (1589-1598)

En 1589 la salud de Felipe II empezó a mejorar. La situación en los Países Bajos se encontraba bloqueada y el enfrentamiento con Inglaterra en vía muerta. Tras la Invencible, la flota inglesa continuó hostigando intereses españoles, pero con pocos resultados. En los Países Bajos, las tropas protagonizaron una serie de motines por los retrasos en los pagos. En estos años, Alejandro Farnesio recomendó llegar a un acuerdo que pusiera fin al conflicto, convencido de la imposibilidad de que sus armas lograran reconquistar las provincias rebeldes de Holanda y Zelanda. Felipe II, por primera vez en todo su reinado, se mostró dispuesto a pactar la tolerancia religiosa. En 1591 se produjo un encuentro entre los representantes de Felipe II y los rebeldes, bajo patronazgo del Emperador y con la presencia de delegados pontificios. Felipe II ofreció la tolerancia religiosa a cambio de la paz, demasiado tarde para los rebeldes que exigían la independencia.

En esta situación, Felipe II se vio involucrado en los acontecimientos de Francia. El asesinato de Enrique III a manos de un religioso dominico era un ejemplo de lo que ocurría en Francia y de la situación desesperada a la que había llegado Enrique III, acosado por los protestantes y desautorizado por los católicos. Enrique III había ordenado el asesinato de los dos miembros principales de la familia Guisa, incluido un cardenal, algo que ni siquiera un rey podía permitirse, por lo que fue excomulgado. La familia Guisa por su parte se recompuso bajo el liderazgo del duque de Mayenne.

Felipe II temía que Enrique de Borbón se hiciera con el trono francés, pero temía mucho más que lo hiciera con la complicidad del Papado. Por ello, tras la muerte de Enrique III el apoyo de España a la Liga Católica se multiplicó. Muchos de los consejeros de Felipe II presionaban al monarca para que pusiera en marcha una política más activa. Por un lado, una facción apostaba por levantar una nueva flota y atacar Inglaterra; otros apostaban por mandar los ejércitos y la armada contra Francia; y finalmente otros por aplastar los Países Bajos. En 1589 Felipe II reaccionó violentamente ante las presiones: "Se verá si son tan faciles estas cosas como las imaginan los que las proponen, mas querria yo saver dellas si les parece que se pueden hazer estas cosas con solo quererlas y imaginarlas, porque si esto fuesse en verdad, que a nadie diese ventaja en hazerlas con mas brevedad ni aun a ocupar mas el pensamiento en ellas. Mas, como no dependen desto sino del dinero, es fuerza ir al paso, en que veo lo poco que hazen y la floxedad con que van todos desde el primero hasta el postrero." Posteriormente afirmaba: "Si Dios no haze milagros no ay que esperar de Francia y de todo, sino lo peor que se pueda. Y creed que los inconvenientes y peligros un niño los sabria decir, mas los remedios sin dinero muy pocos."

Felipe II no tenía posibilidad de realizar ninguna invasión ya que los gastos para armar la Invencible habían dejado agotadas sus reservas. Además, la situación interna del reino era compleja y ruinosa. A esto se unía su propia enfermedad y un creciente convencimiento de que todo estaba en manos de Dios.

En febrero de 1589 las Cortes de Castilla, conmocionadas por la noticia del desastre de la Invencible, aprobaron uno de los impuestos más impopulares de la época, los millones. En los años siguientes, el malestar de la población fue en aumento, en Madrid se llegó a un conato de rebelión en 1591, mientras que en otras ciudades de Castilla aparecieron pasquines denunciando la enorme carga impositiva.

Antes de ocuparse de Francia Felipe II tenía que resolver la situación en el interior. Por ello era imprescindible que los disturbios en Aragón, provocados por el caso Antonio Pérez, fueran solucionados. En enero de 1592 decretó una amnistía total para los implicados en la fuga de Pérez, no obstante, se dejó fuera de la amnistía a 150 personas que fueron condenadas y ejecutadas por tribunales civiles y por la Inquisición. El propio Antonio Pérez figuraba entre los condenados, acusado de homosexualidad. Para acabar de pacificar la situación en Aragón, Felipe II decidió convocar a las Cortes. El 15 de junio de 1592 se abrieron las sesiones. En el viaje desde Madrid, en el que también se visitaría Navarra para que las Cortes jurasen al heredero, Felipe II perdió a dos importantes compañeros, su médico Francisco Vallés y al humanista Furió Ceriol. El séquito real llegó a Pamplona el 20 de noviembre y dos días más tarde el príncipe Felipe fue jurado heredero. El último día de noviembre Felipe II llegó a Tarazona, enfermo y enfadado con Aragón por el conflicto con Antonio Pérez. Felipe II recortó algunas de las libertades de Aragón y sobre todo afianzó el poder real y amplió los poderes de la justicia regia. A principios de diciembre, el príncipe Felipe juró los fueros de Aragón y la comitiva real partió de regreso a Castilla. A finales de diciembre Felipe II llegó a Madrid, tras ocho meses de viaje por sus reinos peninsulares, su estado de salud era alarmante.

A principios de la década de 1590, los problemas civiles causados por los millones en Castilla y el descontento social de Aragón, hacían que toda la península estuviera a punto de la sublevación. Las personas más cercanas a Felipe II le aconsejaban prudencia y moderación, pero el Rey, viejo y enfermo, no encontraba salida a los muchos problemas que tenía que afrontar. En las últimas Cortes castellanas del reinado, que comenzaron en 1592, se denunciaba que las constantes guerras estaba arruinando España. Felipe II se vio obligado a hacer grandes concesiones a estas Cortes a cambio de nuevos impuestos. A lo largo de la década, la situación en España se había deteriorado y había llevado a la población a la miseria. Años sucesivos de malas cosechas, epidemias, guerras y la creciente presión impositiva, había provocado la ruina de demasiados ciudadanos. La situación era verdaderamente alarmante. Portugal no estaba en mejor estado, por lo que empezaron a circular libelos que llamaban a la sublevación contra Felipe II. En Italia se perdieron las cosechas de 1590 y 1591, lo que agravó los problemas de suministro de España, que en épocas de crisis recurría al trigo siciliano. En Nápoles hubo tentativas de rebelión. En América, la ciudad de Quito se sublevó en 1592.

La situación se complicó aún más debido al problema de Francia. En 1590 las tropas navarras de Enrique de Borbón habían marchado sobre París y habían derrotado a las fuerzas católicas en Ivry. En abril, los protestantes pusieron cerco a París. Tras cuatro meses de asedio, la situación de la capital francesa era desesperada, por lo que Felipe II se vio obligado a tomar partido. En mayo envió instrucciones secretas para que Alejandro Farnesio marchara sobre Francia. Las tropas de Farnesio lograron que Enrique de Borbón levantara el sitio de París. Felipe II quería acabar entonces su participación en el conflicto, pero el bando católico carecía de un líder capaz. El único candidato católico al trono francés, el cardenal Borbón, falleció en 1590. Felipe II tenía su propio candidato al trono, su hija, Isabel. Trató de alcanzar un acuerdo con los Guisa por el que estos apoyarían a Isabel Clara Eugenia a cambio del apoyo de las tropas de Felipe II.

En agosto de 1591 Felipe II volvió a mandar a Alejandro Farnesio sobre Francia. El Duque de Parma se desesperaba ya que al ocupar sus tropas en Francia se debilitaba su situación en los Países Bajos. Los rebeldes aprovecharon la ausencia de Farnesio para lanzar una ofensiva hacia el sur y arrebatar importantes ciudades a los españoles. En el transcurso de la campaña francesa, Alejandro Farnesio sufrió graves heridas de las que nunca se recuperaría, no obstante las tropas de Enrique de Borbón fueron puestas en fuga. En noviembre de 1592 Felipe II volvió a solicitar a Farnesio que atacara Francia. La salud del duque de Parma era tan mala que no era capaz de mantenerse sobre su caballo, aún así volvió a ponerse al frente de las tropas hasta que el 3 de diciembre falleció. Los tercios españoles se encontraba a las puertas de París.

Las victorias de Alejandro Farnesio habían llevado a Enrique de Borbón a una complicada situación militar, pero seguía contando con importantes apoyos políticos, mientras que los católicos continuaban divididos. Felipe II trató de lograr un arreglo diplomático. En 1593 los Estados Generales se reunieron para buscar una salida al conflicto, pero los católicos se mostraron incapaces de presentar a un único candidato. Los representantes de Felipe II presentaron oficialmente la candidatura de Isabel Clara Eugenia, que contaba con dos serios inconvenientes, por un lado, la Ley Sálica impedía el gobierno de una mujer; por otro, los católicos franceses no aceptaban su candidatura. Enrique de Borbón, con su ejército derrotado, con los tercios por toda Francia y ante la posibilidad de que los católicos alcanzaran algún tipo de acuerdo, dio el definitivo golpe de efecto, abjuró públicamente del protestantismo y abrazó el catolicismo. La postura de Felipe II estaba perdida. En febrero de 1594 Enrique de Borbón fuer coronado como rey de Francia bajo el nombre de Enrique IV, los católicos le apoyaron y la mayoría de los protestantes también. Los tercios abandonaron París en marzo, despedidos con honores. Felipe II había empleado mucho dinero, tropas y al mejor de sus generales, pero no había logrado nada salvo arruinar la Hacienda y complicar aún más la situación de los Países Bajos.

El deterioro final de Felipe II (1593-1598)

Los últimos años del reinado de Felipe II.

A partir de 1593 la salud de Felipe II le impedía afrontar las tareas de gobierno, los ataques de gota eran tan intensos y frecuentes que ya no podía escribir. El engranaje de la administración seguía funcionando, pero era necesario que alguien se pusiera al frente. El príncipe Felipe era demasiado joven, por lo que se recurrió al archiduque Alberto que ejercía como virrey de Portugal y gozaba de la confianza del Rey.

El 7 de marzo de 1594 Felipe II, gravemente enfermo, legalizó su testamento en el que declaraba al príncipe Felipe como su legítimo heredero. Desde este momento, la actividad de Felipe II se redujo al mínimo, seguía firmando documentos y tomando decisiones, pero el gobierno estaba en manos de Cristóbal de Moura y Juan de Idíaquez. Felipe II estaba poco menos que invalido y le costaba un gran esfuerzo concentrarse en los asuntos de gobierno, la enfermedad había desfigurado su caligrafía hasta hacerla ilegible, su juicio se nublaba y las respuestas a los asuntos de Estado se volvieron inconexas. El príncipe Felipe empezó a ocupar cada vez más el papel de su padre y se hizo cargo de sus obligaciones como heredero.

En 1595 el archiduque Alberto fue nombrado gobernador de los Países Bajos en sustitución de su difunto hermano, el archiduque Ernesto. Con esta decisión, Felipe II perdió en la Corte a uno de sus más valiosos consejeros.

La administración cada vez se encontraba menos sujeta al control del Rey. En 1595 había dos equipos de ministros trabajando en paralelo, uno en Madrid y otro en El Escorial. A menudo estos ministros tomaban decisiones contradictorias de las que Felipe II no sabía nada.

En el verano de 1595 la salud de Felipe II era lamentable, por lo que se vio obligado a delegar todas las responsabilidades en su hijo. Todo parece indicar que Felipe II se sentía decepcionado con la actitud de su heredero ya que la infanta Isabel había participado mucho más activamente en la política que el heredero. Además, Felipe II desaprobaba la amistad de su hijo con Francisco Sandoval.

Pese a la enfermedad y a los problemas, Felipe II hizo lo que pudo por mantenerse hasta el final al frente del gobierno. En 1596 había tomado la decisión de distanciar todo lo posible su política de los Países Bajos. Para ello se preparó la boda entre la infanta Isabel y el archiduque Alberto. Una vez realizado el enlace, ambos se convertirían en corregentes. Al mismo tiempo, la guerra con Enrique IV de Francia continuaba, en un intento de Felipe II de lograr una buena posición negociadora. En mayo se agravó el conflicto con Inglaterra, en parte por Antonio Pérez, que refugiado en este país instigaba a las autoridades a que atacaran España. El 30 de junio de 1596 una importante flota inglesa apareció frente a Cádiz y se hizo con el control del puerto. Durante dos semanas Cádiz estuvo en poder de Inglaterra, lo que suponía un importante descrédito. La indignación se extendió por todo el país, todos estaban convencidos de la necesidad de acabar con las guerras que arruinaban el país, pero la mayoría estaba dispuesta a pasar a la ofensiva en todos los frentes para lograr una paz honrosa.

A instancia de Martín Padilla, adelantado de Castilla, Felipe II se dispuso a un gran esfuerzo final. Martín Padilla fue encargado de reunir una flota poderosa en el Atlántico, capaz de responder a la amenaza de la flota inglesa. En abril las tropas españolas habían conquistado Calais, con lo que se tenía un puerto en territorio enemigo. En octubre una gran flota de más de 80 barcos zarpó de Lisboa, la idea era hacer creer a todo el mundo que se dirigía a Irlanda, cuando el destino auténtico era Bretaña. Cuando la flota se encontraba en el Canal de la Mancha fue dispersada por un temporal y, muy diezmada, tuvo que regresar a puerto. En enero de 1597 una nueva flota estaba lista, 96 barcos y 17.000 hombres la componían. Una vez más la flota fue diezmada por las tormentas. Para complicar más las cosas, los restos de la flota que lograron regresar al puerto de Santander se encontraron que la ciudad era víctima de la peste.

Los últimos años de la década de 1590 fueron especialmente difíciles. En 1594, 1597 y 1598 se perdieron las cosechas. En Castilla estallaron virulentas protestas en contra de los millones, la tesorería recomendaba la reducción de la alcabala, las aldeas se negaban a pagar los impuestos, el pueblo estaba empobrecido y pasaba hambre. Se empezaban a oír testimonios en contra de la propia monarquía y se recuperaba el sentimiento revolucionario de los comuneros. En 1596 se había producido una nueva bancarrota, pero al año siguiente se tuvieron que pedir nuevos préstamos. En Portugal aparecieron movimientos mesiánicos que presagiaban el regreso del fallecido rey Sebastián. En diciembre de 1597 Felipe II recibió un golpe demoledor, su hija Catalina Micaela falleció tras dar a luz.

En mayo de 1598 Francia y España pusieron fin a la guerra con el Tratado de Vervins. Para se trataba de una humillación, Felipe II, cansado, enfermo y derrotado, renunció a todas las conquistas realizadas por sus ejércitos a cambio de una paz sólo ventajosa para Francia. Ese mismo mes, el abatido rey firmó el acta por el que los Países Bajos eran cedidos al archiduque Alberto y a la princesa Isabel. En el caso de que el matrimonio no tuviera hijos el territorio regresaría al control de España.

En julio de 1598 Felipe II entró en la fase final de su enfermedad. Su cuerpo se llenó de supurantes llagas que le postraron en la cama. El estado del enfermo era tal que era imposible moverle o cambiarle de ropa. Durante 53 días Felipe II estuvo agonizando en su cama, en medio de un nauseabundo olor producido por la suciedad de su ropa y por el hedor que despedían sus llagas. El dolor era incesante. El 1 de septiembre se le administró la extremaunción y a las cinco de la mañana del 13 de septiembre de 1598 falleció. Felipe III se convertía en el nuevo rey.

Las críticas a Felipe II comenzaron nada más producirse su muerte y en ningún sitio fueron tan fuertes como en Castilla. Los castellanos, que durante medio siglo habían cargado con el peso fundamental del imperio filipino, mostraban ahora su descontento. La Monarquía Hispánica exigía huir del autoritarismo de Felipe II, se imponían ideas constitucionalistas de un pacto entre la monarquía y el reino. La política inmediatamente posterior a la muerte de Felipe II se dirigió hacia la paz, en pocos años se firmaron acuerdos con Inglaterra y con los rebeldes de los Países Bajos.

Felipe II, muchas veces llamado el monarca más poderoso de su tiempo, fue siempre consciente de sus propias limitaciones. Amante de la paz, se vio arrastrado a la guerra por problemas que superaban sus cualidades. Infatigable trabajador, fue incapaz de vender sus éxitos al nivel al que sus enemigos vendieron sus fracasos. Los enemigos de Felipe II se convirtieron, en la propia Castilla, en héroes legendarios. La figura de Felipe II cayó así en un desmerecido descrédito.

La familia de Felipe II

La vida privada de Felipe II puede tildarse de desgraciada. Su madre falleció cuando él no había cumplido aún los doce años y su padre se encontró ausente a lo largo de gran parte de su infancia. Se casó en cuatro ocasiones y tuvo de ocho hijos. Ninguna de sus mujeres le sobrevivió y a su muerte sólo dos de sus hijos seguían con vida.

En 1543 Felipe realizó un matrimonio de Estado con la princesa portuguesa María Manuela. Del matrimonio, que duró dos años, nació el príncipe Carlos (1545-1568). En 1554 Felipe II se casó con la reina de Inglaterra María Tudor. Dos años más tarde Felipe II se casó con Isabel de Valois. En ocho años de matrimonio nacieron las princesas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. En 1570 se casó con Ana de Austria. El matrimonio duró diez años, en los cuales nacieron: Fernando (1571-1578), Carlos Lorenzo (1573-1575), Diego (1575-1582), el heredero Felipe (1578-1621) y María (1580-1583).

Probablemente el personaje de la Familia Real más importante a lo largo de la vida de Felipe II fuese su hermana Juana, a la que el rey se sintió siempre muy unido. Juana apenas desempeñó cargos públicos, sólo fue regente entre 1554 y 1559. En 1560, la princesa inició la construcción del convento de las Descalzas Reales de Madrid, donde se retiró en 1564. Juana fue una figura clave en la Corte, la mejor compañera de sus cuñadas Isabel y Ana, además de una fiel confidente de su hermano.

De las cuatro esposas de Felipe II, las dos últimas fueron las que tuvieron un papel más importante en la vida privada del monarca y una mayor influencia sobre la política del reino.

Isabel de Valois era una adolescente de apenas catorce años cuando contrajo matrimonio con Felipe II, que la doblaba con creces la edad. Al parecer, en 1564 Felipe II aún mantenía una relación extramatrimonial con una dama de la Corte, Eufrasia de Guzmán, princesa de Ascoli. La reina estuvo gravemente enferma por estas fechas y sufrió un aborto. La enfermedad unió al matrimonio e hizo desistir a Felipe de su relación con la princesa de Ascoli. A partir de entonces, Felipe II amó a su esposa como no había amado a ninguna de sus mujeres y confió en ella como no había confiado en ninguno de sus consejeros.

En 1564 llegaron a la corte los archiduques Rodolfo y Ernesto, sobrinos de Felipe II. El rey les recibió con alegría y les trató como si fueran sus propios hijos.

En agosto de 1566 nació la princesa Isabel Clara Eugenia y en 1567 Catalina Micaela. No cabe duda que en estos años Felipe II era un hombre feliz, tanto por su vida privada como por la situación de su reino. Esta felicidad sólo estaba empañada por el agravamiento de la salud mental del príncipe heredero Carlos, el cual falleció el 29 de julio de 1568. Pocas semanas después del nacimiento de Catalina Micaela, la reina quedó de nuevo embarazada y enfermó. El 3 de octubre de 1568 Isabel de Valois, gravemente enferma, dio a luz a una niña de cinco meses, que falleció a las pocas horas. La reina falleció ese mismo día.

Isabel de Valois había sido un gran apoyo para Felipe II, pero también había sido una reina caprichosa y de gustos caros a los que Felipe II siempre había accedido. La corte de la reina estaba llena de deudas debido al gusto derrochador de Isabel. La reina se trajo de Francia un séquito inmenso y un gusto excesivo por el lujo. La reina gastó sumas exorbitantes en obras de arte, en vestidos y en joyas. Los viajes de su corte suponían unos gastos increíbles, habitualmente, mucho más elevados que los de la corte del propio Felipe II.

En 1567 había llegado a la Corte la princesa Ana de Austria, una joven de apenas 18 años. Felipe II convirtió a su sobrina en su cuarta esposa tras la muerte de su heredero. Hubo una considerable afinidad entre ambos durante los diez años que duró el matrimonio. La nueva reina se sintió muy bien arropada en la Corte madrileña, ya que en ella se encontraban sus hermanos, los archiduques Ernesto y Rodolfo, además, junto a la reina habían llegado sus hermanos Alberto y Wenceslao. En diciembre de 1571 la reina dio a luz a su primer hijo, el príncipe Fernando (1571-1578).

En estos años, Felipe II disfrutó de una tranquilidad que le había faltado hasta entonces. Un embajador veneciano decía de él en 1577: "Se levanta temprano y trabaja o escribe hasta el mediodia, en que como siempre a la misma hora, y casi siempre la misma calidad y la misma cantidad. Bebe en una copa de cristal de medianas dimensiones la vacía dos veces. Se encuentra bien por lo general. Sin embargo, sufre algunas veces de debilidad del estómago y poco de la gota. Media hora después de comer, despacha todas las súplicas y todos los documentos que deben llevar su firma. Tres o cuatro veces por semana va en carroza al campo para cazar a la ballesta ciervos y conejos. Sobre su relación con Ana de Austria, el mismo embajador aseguraba: Visita a la reina tres veces cada día: por la mañana antes de la misa; durante el día antes de comenzar su trabajo; y por la noche en el momento de acostarse. Tienen dos lechos bajos con un palmo de separación entre ellos, pero a causa de la cortina que los cubre parecen uno solo. El rey manifiesta una gran ternura por la reina, y no deja jamás de visitarla." (Alberi, op. cit., vol. 5, p 276).

En 1573 la reina Ana dio a luz a su segundo hijo, Carlos Lorenzo que falleció dos años más tarde. A los pocos días de la muerte de Carlos Lorenzo nació el tercer hijo de la pareja, Diego. En 1578 falleció el primogénito de Ana, ese mismo año nació Felipe. En 1580 nació María, la última hija de Ana de Austria. Dos años después falleció el príncipe Diego y al año siguiente lo hizo María. En junio de 1580 el matrimonio se había trasladado a Badajoz, para seguir de cerca el proceso de incorporación del Reino de Portugal. En esa ciudad el rey enfermó, al parecer de gripe, la reina estuvo a su lado hasta que se recuperó, tras lo cual fue Ana la que enfermó, el 16 de octubre de 1580 falleció.

Felipe II sufrió su primer ataque de gota en 1563. La enfermedad volvió a manifestarse en el verano de 1568 y le acompañó a lo largo del resto de su vida. Felipe II no gozó de buena salud a lo largo de su vida, debido fundamentalmente a una dieta en la que abundaban las carnes rojas. En la segunda mitad de la década de 1570 empezó a tener problemas de visión, fruto de las horas de trabajo, y parece ser que usó anteojos.

Felipe II, el oficio de Rey

El gobierno de la monarquía durante el reinado de Felipe II.

Uno de los primeros cambios que Felipe II realizó a su llegada al trono fue la modificación del sistema de Consejos. Creó el Consejo de Italia que, dirigido por Éboli, se convirtió en el corazón del complicado sistema de alianzas y uniones matrimoniales que dirigían la política italiana. El Consejo de Estado, a partir de 1559, quedó reducido a unas pocas personas. En 1582 se creó el Consejo de Portugal y seis años más tarde el de Flandes. Además de los Consejos, creó juntas especiales para determinados asuntos que requerían un tratamiento pormenorizado. Fuera de los Consejos, la autoridad real era débil. La descentralización propia de los reinos peninsulares obligaba al Rey a disponer de funcionarios que controlaran y representaran sus intereses, en las distintas ciudades, provincias y territorios.

En la estructura de gobierno de Felipe II, los secretarios eran piezas fundamentales. Estos asistían a los consejos, elaboraban informes y se hacían cargo de la inmensa correspondencia.

La administración bajo Felipe II, como ocurría en el resto de Europa, era un laberinto de conjuras, acuerdos secretos, alianzas y búsquedas incesantes del poder; salpicado todo ello por la corrupción y el nepotismo. Felipe II, siguiendo los consejos de su padre, trató de mantener a las distintas facciones en un delicado equilibrio que sólo su personalidad era capaz de mantener.

Felipe II trabajaba constantemente con una montaña de papel sobre el escritorio. La insistencia en ocuparse personalmente de los detalles de su reino, así como la costumbre de que todos sus consejeros se comunicaran con él por escrito, provocó que la toma de decisiones se hiciera lentísima. Muchos, incluido el propio Felipe II, se quejaban de esta lentitud, pero poco podía hacerse mientras el sistema no se cambiara. Felipe II siempre se negó a tratar los asuntos de gobierno verbalmente. El ritmo de trabajo que soportaba Felipe II era demencial, si por algún motivo un asunto le llevaba más tiempo del previsto la situación se hacía insostenible. Sólo por la familia dejaba el trabajo, ya que nunca desatendió sus obligaciones familiares y trató siempre de encontrar tiempo para ellos.

Felipe II no tomaba decisiones basándose únicamente en sus propias opiniones, antes requería multitud de informes a sus consejos y consejeros. En los asuntos importantes, siempre trataba de buscar el consenso entre sus consejeros. Una gran parte de las decisiones que debía tomar se referían a asuntos de importancia menor, normalmente a peticiones individuales. La tarea de organizar estas peticiones era inmensa y en ella participaba un ejército de funcionarios.

Felipe II sólo se expresaba en castellano, entendía el italiano, el francés, el latín, quizá el portugués y algo de catalán, pero no los hablaba. A lo largo de su reinado esto supuso una continua fuente de problemas. El caso del Rey no era exclusivo, en la Castilla de la época casi ninguno de los nobles era capaz de hablar otra lengua que la propia.

La personalidad de Felipe II

Es imposible separar la personalidad de Felipe de la del Rey. Felipe II era una persona de carácter tranquilo y discreto. Pese a lo que se ha dicho frecuentemente, le gustaban las fiestas y todo tipo de diversiones y, tal y como se desprende de su correspondencia, no carecía de sentido del humor.

Prefería la vida en el campo a la ciudad y siempre que podía se escapaba a comer al campo u organizaba una cacería. En su juventud fue un mujeriego y tan sólo con Ana de Austria fue plenamente fiel. Salvo en casos excepcionales, Felipe II no se mostraba melancólico o taciturno.

Hablaba poco y escuchaba mucho, siempre trataba de ser cortés con sus interlocutores, lo que en ocasiones se ha juzgado injustamente como rasgos de timidez. Los silencios de Felipe II, además de darle tiempo para pensar, lograban intimidar a su interlocutor. El autocontrol de Felipe II fue uno de los rasgos de su carácter que más impresionó a sus contemporáneos. Tenía una asombrosa capacidad para almacenar datos en su cabeza y solía tener una clara visión del conjunto. En su mente canalizaba una abrumadora cantidad de información que le llegaba por infinidad de fuentes.

Felipe II vistió gran parte de su vida de negro y por ello muchos le han calificado de taciturno. Realmente, al Rey le gustaban los colores, que reservaba para los días de fiesta. El negro era sobre todo una muestra de luto. En la Castilla de la época, el luto duraba un año y Felipe II a lo largo de su vida tuvo suficientes fallecimientos familiares como para vestir durante años de riguroso luto.

El Rey valoraba sobre todo la sinceridad, siempre exigió a sus ministros y consejeros que le dijeran la verdad. No era proclive a las alabanzas. Siempre se mostró dispuesto a leer cualquier papel que le entregase, pero no admitía que fueran anónimos, cualquier anónimo que llegara a sus manos era destruido inmediatamente.

El pensamiento común en las universidades castellanas de la época era que el poder real provenía directamente de Dios. Felipe II, que nunca fue un intelectual, aceptó esta idea y la llevó a sus últimas consecuencias. En los momentos de mayor crisis de su gobierno, se resignó y aceptó que si sus planes no se veían cumplidos era por que Dios no lo quería. Felipe aplicaba justicia con total rigor, pero nunca se mostró cruel. No hay pruebas que demuestren que recurriera al asesinato para lograr sus fines políticos, pese a las leyendas que circularon a este respecto. No fomentó el culto a su persona como ocurría en Inglaterra o Francia, sin embargo, si eran de su agrado las imágenes del poder real que difundió el Renacimiento. Pese a que hubo muchos rumores al respecto, Felipe II nunca hizo ningún movimiento para obtener la corona imperial, ni para coronarse como emperador de las Indias.

Felipe II no fue antiprotestante, nunca defendió la teoría por la cual los reyes protestantes no tenían derecho a gobernar por ser herejes. En numerosas ocasiones defendió los intereses de reyes protestantes, como Isabel de Inglaterra, e incluso tuvo buenas relaciones con algunos de ellos, como los escandinavos.

Felipe II tenía una religiosidad muy marcada, dedicaba muchas horas a la oración y con el tiempo esta tendencia se fue acentuando. No admitía el principio de tolerancia hacia los protestantes en sus dominios, pero tampoco estaba dispuesto a lanzar una cruzada para perseguirlos. Los confesores reales tenían un papel destacado en la Corte, pero no está claro hasta donde llegaba su influencia. Sus principios religiosos no evitaron que se mostrara contundente con la Iglesia. En numerosas ocasiones se opuso abiertamente a la política papal y no admitía ingerencias en los asuntos de la Iglesia en sus dominios. El apoyo de Felipe II a la Inquisición fue incondicional, era lo único en lo que no admitía ningún tipo de crítica.

En su deseo constante de estar bien informado, Felipe II mostró una gran preocupación por la cartografía y por la necesidad de disponer de buenos mapas de sus dominios. Fue un decidido impulsor de la compilación de documentos que se realizó en Simancas y que se inició durante su época como regente. Tendió bastas redes de espionaje e información por las principales cortes europeas.

Felipe II no creía en la propaganda, estaba convencido de que la verdad acabaría triunfando sobre la mentira de sus enemigos. Por ello, nunca se preocupó de lavar su imagen frente a las calumnias de ingleses y holandeses. El brillante periodismo de sus enemigos y la falta de respuesta por su parte, acabó por dar lugar a un descrédito total de su figura y a una imagen distorsionada de la España de la época, la Leyenda negra.

El mundo de Felipe II

Cuando Felipe II llegó al trono, España se encontraba en la periferia cultural de Europa. A lo largo del Renacimiento, Italia se había convertido en el centro cultural del mundo. Las cortes itinerantes de los Reyes Católicos y de Carlos V no contribuían al desarrollo del arte. Felipe II cambió esta situación al fijar la Corte en Madrid.

En sus viajes por los Países Bajos e Italia, Felipe II entró en contacto con las principales corrientes culturales del momento. A pesar de las crisis económicas, el Rey siempre encontró partidas presupuestarias para destinar al fomento de la cultura. Felipe II se rodeó de humanistas, fomentó la actividad de historiadores y cronistas, reformó los estudios universitarios y convirtió la Corte en un centro cultural de importancia creciente.

Felipe II era consciente de que para convertir a sus reinos peninsulares en un centro cultural era necesario el intercambio cultural con el resto del mundo. Por ello, el decreto de censura de 1558 tuvo unos efectos limitados.

La sociedad bajo el reinado de Felipe II.

A partir de 1559 se propuso establecer una Corte permanente. Valladolid, era lo más parecido a una Corte que había existido en los reinados anteriores, pero a Felipe II no le gustaba, además la ciudad fue destruida por un incendio en 1561. Toledo, la vieja capital, era demasiado pequeña para la Corte y sus intrincadas calles medievales suponían un obstáculo para el funcionamiento burocrático de la Administración filipina. Toledo era además la ciudad de la Iglesia, su vida social estaba marcada por el ritmo del Arzobispado, que poco tenía que ver con el de la Corte. Isabel de Valois la detestaba. Aranjuez, lugar de retiro de los monarcas, carecía de infraestructuras y edificios que dieran cobijo a los cortesanos. De este modo, el nuevo monarca eligió la villa de Madrid, bien comunicada con los cotos de caza reales. En 1561 Madrid se convirtió en la nueva Corte. A partir de ese momento, la pequeña villa castellana empezó a crecer. El crecimiento acelerado de Madrid convirtió a la ciudad en una de las más sucias y desorganizadas de la época. Felipe II trató de poner medidas para solucionarlo, pero finalmente tuvo que darse por vencido. En Madrid, la Corte habitó el Alcázar, un pequeño palacio mudéjar en el que Carlos V había hecho algunas ampliaciones. Felipe II inició un ambicioso plan para reformar el edificio y sus alrededores.

Alcázar de los Reyes. Madrid.

Mostró a lo largo de toda su vida una gran pasión por la arquitectura. Hacia 1567 se diseñó un programa de construcciones que fue permanente durante todo el reinado. No sólo hizo construir diversos palacios y residencias de recreo, además tomó partido en la construcción de los mismo. Disfrutaba en compañía de los arquitectos y en ocasiones incluso modificaba o trazaba él mismo los planos. Otra de las grandes inquietudes del monarca fueron los jardines, con los que decoró sus realizaciones arquitectónicas.

La caza era una de las grandes pasiones de Felipe II, por ello se preocupó constantemente por el estado de los bosques y los cotos de caza. Además, casi todas sus construcciones se edificaron en lugares cercanos a los cazaderos reales. De todos los edificios que Felipe II creó o modificó con este propósito, destacan dos a los que prestó especial atención: el Palacio de El Pardo y Valsaín.

Sin duda, la mayor empresa arquitectónica de Felipe II fue El Escorial. El Monasterio no era sólo una residencia real, era un centro de estudio, una inmensa biblioteca, una galería que atesoraba algunas de las obras pictóricas más importantes de la época, un lugar de retiro, un panteón familiar..., en definitiva, El Escorial era el impresionante centro desde el que se regía el gran imperio filipino y el espejo de Felipe II en el mundo. A pesar de que el edificio fue iniciado por Juan Bautista de Toledo, el auténtico artífice fue Juan de Herrera, su discípulo.

Los gustos artísticos de Felipe II apenas encontraron eco entre la nobleza peninsular. Los grandes nobles preferían el estilo del arte castellano. Felipe II se convirtió en uno de los mayores coleccionistas de arte de su tiempo y también en una gran coleccionista de reliquias, de las que llegó a tener más de siete mil, incluidos diez cuerpos enteros. También coleccionó instrumentos científicos, plantas y animales exóticos. En los territorios europeos, Felipe II se convirtió en el mayor patrocinador de artistas de la época. Entre los artistas favorecidos por Felipe II se encontraban Tiziano, Pompeio Leoni y su hijo Leone. Sintió una gran predilección por la obra de El Bosco, de quien adquirió diversas obras. De los artistas españoles destacaron Sánchez Coello, Navarrete el Mudo y Pantoja de la Cruz. En la nómina de artistas que gozaron del favor real, destaca la ausencia de El Greco, cuyo arte nunca gustó al Rey. A la muerte de Felipe II su colección de arte consistía en más de 1.100 obras importantes en El Escorial y otras 300 en el Alcázar de Madrid.

El afán de conocimiento de Felipe II le llevó a financiar diversas expediciones científicas en tierras americanas. La más importante de estas fue la que le encomendó a Francisco Hernández, que durante cinco años estuvo recorriendo las tierras americanas.

La Corte

La Corte madrileña era un complejo entramado en el que estaba sumergida toda la familia real. Todos los miembros de la familia tenían su propia corte. A esto se sumaba el personal de servicio conjunto como la guardia y el de las caballerizas. En total, los desplazamientos de la Corte movilizaban a un pequeño ejército. La corte del Rey se dividía en cinco unidades: cámara, cocina, capilla, caballerizas y bodega.

Los compromisos de cada miembro de la familia complicaban enormemente los contactos entre ellos. Esto ha llevado a muchos historiadores a pensar que las relaciones entre Felipe II y sus esposas eran frías y distantes. Era poco habitual que la familia se reuniese aunque fuera para comer, lo normal era que Felipe II pasara el día trabajando e hiciera visitas a su familia esporádicamente. Felipe II mantuvo a lo largo de toda su vida la costumbre de cenar sólo los viernes, los sábados y las vigilias de las festividades.

Pese a la leyenda, la Corte de Felipe II no era un lugar lúgubre y aburrido, al menos no lo fue durante la mayor parte de su reinado. Sólo al final y debido a las ausencias y enfermedades se puede considerar como una Corte triste. Felipe II llenó la Corte de músicos, entretenimientos y bailes durante gran parte de su reinado. Las mujeres, tantos las esposas como las hermanas, de Felipe II tuvieron un papel importante en la vida social de la Corte. Una de las más importantes fue la emperatriz María, cuyo alto rango obligaba a los dignatarios de otros países a visitarla siempre que pasaban por Madrid.

Felipe II se mostraba interesado por las preocupaciones de su pueblo, pero el ceremonial cortesano y las costumbres de la época le mantenían apartado de la gente. Era un rey inaccesible para sus súbditos, no obstante, siempre mantuvo la costumbre de recibir peticiones particulares en los días festivos, pero normalmente estas peticiones acababan en el escritorio de algún funcionario que nunca las tramitaba.

A pesar de la idea comúnmente aceptada de que Felipe II fue un rey al que no gustaba viajar, es preciso desmentir tal argumento. Felipe II pasó gran parte de su reinado viajando y nunca se resignó del todo a permanecer en Castilla. Pasó catorce meses en Inglaterra, cinco años en los Países Bajos, un año y tres meses en Alemania, varias semanas en Italia, dos años y cuatro meses en Portugal y tres años en la Corona de Aragón. Además, viajó tanto por el Mediterráneo como por el Atlántico. Incluso durante el tiempo que permaneció en Castilla no estaba durante demasiado tiempo en el mismo lugar.

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Autor

  • Juan Antonio Castro Jiménez