Maya Mikhailovna Plisetskaya (1925-2015): La Reina del Aire que Encantó al Mundo
La historia de la danza no puede contarse sin el nombre de Maya Mikhailovna Plisetskaya,
la insigne bailarina rusa que deslumbró al mundo con su talento único y
su entrega apasionada. Nacida en Moscú el 20 de noviembre de 1925,
Plisetskaya personificó la esencia del ballet ruso, fusionando la
fuerza técnica con una expresividad sin igual que la convirtió en un
símbolo perdurable de la danza del siglo XX. A lo largo de su extensa
carrera, dejó una huella imborrable en los escenarios internacionales,
donde su figura se convirtió en sinónimo de arte en movimiento y de la
eterna búsqueda de la perfección.
Contexto de su Nacimiento y Formación
La infancia de Maya Plisetskaya se desarrolló en una familia profundamente vinculada al mundo artístico. Hija de la actriz de cine mudo Raquel Messerer y sobrina de los renombrados bailarines Asaf y Sulamith Messerer,
la danza formaba parte de su entorno cotidiano desde sus primeros años.
La influencia de estos destacados artistas moldeó su percepción del
arte y alimentó la determinación que la llevaría a convertirse en una
de las máximas exponentes del ballet.
Formada en la Escuela del Ballet Bolshoi de Moscú bajo la tutela de la maestra Elisaveta Gerdt,
Plisetskaya demostró una disciplina y una pasión excepcionales desde su
ingreso a la escuela. Su dedicación la llevó a ser una de las primeras
bailarinas en asistir regularmente a las clases destinadas a los
varones, un gesto que no solo evidenció su carácter decidido, sino
también su afán por dominar todos los aspectos de la técnica clásica.
El contexto histórico de la Unión
Soviética de los años treinta y cuarenta, con sus cambios sociales y
políticos profundos, influyó también en el desarrollo personal y
profesional de Plisetskaya. La cultura soviética, que valoraba el arte
como vehículo de la ideología estatal, se convirtió en un terreno
fértil para el florecimiento de talentos como el suyo, pero también
impuso restricciones y desafíos que exigieron de ella una fortaleza
única.
Logros y Momentos Importantes de su Vida
El debut de Maya Plisetskaya
en el Ballet Bolshoi en 1943 marcó el inicio de una carrera legendaria.
Con una técnica brillante en saltos y giros, pronto se ganó el afecto
del público y el respeto de sus colegas. Su ascenso a prima ballerina en 1962, tras el retiro de la icónica Galina Ulanova, consolidó su posición como una de las figuras más relevantes del ballet ruso.
Plisetskaya brilló en los grandes ballets del repertorio clásico, incluyendo interpretaciones memorables en Don Quijote, Raymonda, El Lago de los Cisnes y La Bella Durmiente. Sin embargo, fue su versión de La Muerte del Cisne, creada originalmente por Mikhail Fokine para Anna Pavlova,
la que se convirtió en su sello personal. Su interpretación, llena de
sutileza y dramatismo, la llevó a presentarla en más de quinientas
ocasiones, convirtiéndola en una referencia indiscutible de esta pieza
maestra.
Su creatividad no se limitó a la
interpretación de grandes obras: también participó en estrenos clave
con el Ballet Bolshoi, como Shurale (1955) de Leonid Jacobson, Espartaco (1958) de Igor Moiseyev y las versiones de La Flor de Piedra (1959) y La Leyenda de Amor (1965) de Yuri Grigorovich. Además, demostró su talento coreográfico en producciones propias como Ana Karenina (1972), La Gaviota (1980) y La Dama del Perrito (1985), todas con música de su esposo, el compositor Rodion Shchedrin, con quien compartió una profunda conexión artística y personal.
La admiración que despertó en coreógrafos de renombre como Roland Petit y Maurice Béjart dio lugar a papeles creados especialmente para ella. Petit coreografió La Rose Malade (1973) para Plisetskaya, mientras que Béjart diseñó Isadora (1976) y Leda y el Cisne (1979), demostrando la amplitud de su talento y la versatilidad que la caracterizaba.
Impacto en la Sociedad y su Tiempo
La figura de Maya Plisetskaya
no solo transformó el ballet en términos técnicos y artísticos, sino
que también desafió las convenciones sociales y políticas de su época.
Su ascenso en un medio tradicionalmente controlado por las autoridades
soviéticas la convirtió en un símbolo de la excelencia artística que
trascendía las restricciones impuestas por el régimen.
Durante las décadas de la Guerra
Fría, Plisetskaya se convirtió en una embajadora cultural de la Unión
Soviética, cautivando a públicos de todo el mundo y reafirmando el
prestigio de la escuela rusa de ballet. Su participación en giras
internacionales y su éxito en concursos como el de Budapest en 1949
reforzaron la imagen de la URSS como potencia cultural y demostraron la
capacidad de la danza para trascender las fronteras políticas.
La influencia de Plisetskaya en la
escena internacional también se manifestó en sus colaboraciones fuera
de Rusia. Fue directora artística del Ballet de la Ópera de Roma entre
1983 y 1986 y del Ballet del Teatro Lírico Nacional Español de 1987 a
1990. Su trabajo como jurado en eventos como la VII Competición
Internacional de Ballet de París (1996) subraya su autoridad y su
incansable compromiso con la danza.
Su carácter visionario la llevó, en 1994, a fundar el Ballet Imperial Ruso, así como la Fundación Maya Plisetskaya y Rodion Shchedrin
en Alemania, un proyecto orientado a preservar y difundir la obra
artística que compartió con su esposo. Estas iniciativas revelan su
vocación de trascender su tiempo y de asegurar que el arte siga siendo
un puente entre culturas.
Legado y Controversias Posteriores
El legado de Maya Plisetskaya
ha sido objeto de reflexión y controversia. Aunque la crítica unánime
destaca su virtuosismo técnico y su capacidad para emocionar a
generaciones de espectadores, también se han planteado preguntas sobre
las tensiones entre su éxito personal y las exigencias políticas de la
URSS. Su relación con el poder soviético fue ambivalente: Plisetskaya
fue homenajeada con distinciones como el título de Artista del Pueblo de la URSS (1951) y la Medalla al Servicio de Rusia, pero su libertad creativa siempre estuvo condicionada por la censura y las restricciones impuestas a los artistas.
La apertura de Rusia tras la caída
de la URSS permitió redescubrir su obra bajo una luz distinta, libre de
las limitaciones ideológicas que habían marcado su trayectoria. La
crítica contemporánea valora en ella no solo a la intérprete, sino
también a la artista que supo reinventarse y a la mujer que mantuvo su
independencia en un contexto históricamente difícil.
Plisetskaya también ha sido objeto
de debates sobre el papel de la mujer en el ballet y su relación con
las estructuras de poder. Su figura ha sido reivindicada como símbolo
de resistencia artística, y su voz —plasmada en sus memorias Yo, Maya Plisetskaya— continúa inspirando a nuevas generaciones que ven en su vida un ejemplo de fuerza y coherencia.
Perspectivas Actuales sobre su Legado
Hoy, la vida y obra de Maya Plisetskaya
siguen provocando reflexión y debate. Su impacto en la danza va más
allá de sus memorables interpretaciones y de su incansable búsqueda de
la belleza escénica. Su historia plantea interrogantes sobre la
libertad del artista frente al poder, sobre la capacidad del arte para
trascender las divisiones políticas y sobre el papel transformador de
la cultura en las sociedades contemporáneas.
A sus innumerables distinciones, entre ellas la Legión de Honor francesa (1986), la Medalla de Oro de las Bellas Artes de España (1991) y el prestigioso Praemium Imperiale
de Japón (2006), se suma el reconocimiento de críticos y bailarines que
continúan viendo en ella una fuente inagotable de inspiración. Su
influencia en figuras como Tamara Rojo, con quien compartió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2005, y la admiración expresada por artistas como Joaquín Cortés en su gala homenaje por su 80º cumpleaños, confirman su estatus como referente universal de la danza.
El estudio de la trayectoria de Maya Plisetskaya
invita a reconsiderar el valor del arte como forma de resistencia y de
diálogo entre culturas. Su legado, anclado en la tradición del ballet
clásico pero abierto a las exploraciones más vanguardistas, sigue
despertando preguntas esenciales sobre la relación entre arte, poder y
libertad. Su vida nos recuerda que la danza, en manos de una artista
como Plisetskaya, puede ser mucho más que movimiento: es un acto de
valentía, una forma de poesía y un testimonio inquebrantable de
humanidad.