Frederick Ashton (1906-1988): El coreógrafo británico que redefinió el ballet moderno

Frederick Ashton, nacido como William Mallandaine el 17 de septiembre de 1904 en Guayaquil y fallecido el 18 de agosto de 1988 en Suffolk, es una de las figuras más influyentes en la historia del ballet británico y mundial. Su talento excepcional como bailarín, coreógrafo y director artístico lo convirtió en un pilar fundamental de la danza del siglo XX, contribuyendo de manera decisiva a la consolidación del ballet británico como un referente internacional.

Desde sus inicios en América del Sur hasta su consagración en Europa, la carrera de Ashton se caracterizó por una pasión inquebrantable por la danza y un espíritu creativo inagotable que lo impulsaron a transformar el arte del ballet en un lenguaje de sofisticación y profundidad emocional.

Contexto de su Nacimiento y Formación

El nacimiento de Frederick Ashton en Guayaquil, Ecuador, en 1904, lo situó en un contexto geográfico y cultural inusual para un coreógrafo británico. Sin embargo, su infancia transcurrió en Lima, donde recibió una educación que lo preparó para afrontar el mundo cosmopolita del arte. Fue allí donde comenzó a gestarse su fascinación por la danza, aunque su primer trabajo lo alejara momentáneamente de este destino.

Antes de dedicarse al ballet, Ashton trabajó como hombre de negocios en una empresa de exportación en Londres. Este temprano contacto con el comercio internacional le permitió desarrollar una visión amplia y cosmopolita que influiría en su estilo coreográfico, caracterizado por la fusión de tradiciones y la apertura a nuevas corrientes artísticas.

Su decisión de iniciarse en la danza en 1924 marcó el verdadero punto de inflexión en su vida. En este período, encontró en Marie Rambert una maestra y mentora que lo impulsó a explorar su talento creativo. Ella no solo le brindó formación técnica, sino que también confió en su capacidad como coreógrafo, encargándole su primera obra: «Tragedy of Fashion» (Goossens, 1926). Esta colaboración sentó las bases para la que sería una trayectoria deslumbrante.

Durante esta etapa formativa, Ashton continuó sus estudios con grandes figuras de la danza, como Léonide Massine y Bronislawa Nijinska, dos personalidades que influyeron profundamente en su visión del movimiento y la musicalidad. Así, el joven Ashton se fue nutriendo de las corrientes más innovadoras del ballet europeo, forjando un estilo propio que fusionaba la tradición clásica con la vanguardia.

Logros y Momentos Importantes de su Vida

La primera gran oportunidad de Ashton llegó con su ingreso a la compañía de Ida Rubinstein en 1927. Durante dos años, perfeccionó su arte y amplió sus horizontes, trabajando en un entorno que le permitió experimentar y madurar como intérprete y coreógrafo.

A partir de ese momento, su nombre comenzó a figurar como uno de los más prometedores de la escena británica. Con la Ballet Rambert, Ashton creó coreografías que deslumbraron al público y a la crítica, como «Nymphs and Shepherds» (Mozart, 1928) y «Leda and the Swan» (Glück, 1928). Estas obras le permitieron colaborar con personalidades de la talla de Sergei Diaghilev, quien visitó el estudio de Rambert en 1928 y quedó impresionado por la creatividad del joven coreógrafo.

La década de 1930 marcó una consolidación en la carrera de Ashton. Obras como «Capriol Suite» (Warlock, 1930), «Mars and Venus» (Scarlatti, 1930) y «Mercury» (Satie, 1931) evidenciaron su versatilidad y su capacidad para plasmar en movimiento las emociones más sutiles. Su participación en la Camargo Society, donde presentó la célebre «Façade» (Walton, 1931), mostró también su faceta como intérprete, encarnando el papel del Gigoló.

El año 1933 marcó otro hito al integrarse al Vic-Wells Ballet, compañía que más tarde se convertiría en el Royal Ballet. Desde 1935, se desempeñó como coreógrafo estable, y en 1946 fue nombrado coreógrafo principal. Su ascenso culminó con la dirección de la compañía entre 1963 y 1970, sucediendo a Ninette de Valois. Tras su retiro de la dirección, continuó como Coreógrafo Fundador, manteniendo una influencia perdurable en la institución.

En su vastísima producción coreográfica, destacan obras icónicas como «Les Patineurs» (1937), «Dante Sonata» (1940), «Symphonic Variations» (1946), «Cinderella» (Prokofiev, 1948) y «La Fille mal Gardée» (Hérold, 1960). Su creatividad incesante le permitió también explorar nuevas formas en piezas como «Monotones» (Satie, 1965), donde demostró su maestría en la economía del movimiento y la poesía visual.

Su colaboración con Nureyev fue otro momento culminante de su carrera. Creó para él el solo «Poème Tragique», con música de Scriabin, abriendo así las puertas de Occidente al legendario bailarín ruso.

Impacto en la Sociedad y su Tiempo

Frederick Ashton no solo fue un creador de belleza, sino un transformador del arte coreográfico británico. Su obra contribuyó a forjar la identidad del ballet británico, dotándolo de un estilo propio que combinaba la elegancia de la tradición clásica con la vivacidad de la música moderna y la innovación escénica.

Durante su mandato en el Royal Ballet, Ashton impulsó un repertorio que equilibraba la fidelidad a los grandes clásicos con la apertura a nuevas creaciones. Su estilo, caracterizado por la musicalidad y el lirismo, rompió con la rigidez academicista, otorgando al ballet británico una voz única y poderosa.

Ashton también desempeñó un papel crucial en la proyección internacional de la danza británica. Sus colaboraciones con compañías como los Ballets Russes de Montecarlo, el New York City Ballet y el Real Ballet Danés ampliaron su influencia y consolidaron su prestigio más allá de las fronteras británicas. Su coreografía de «Romeo y Julieta» (Prokofiev, 1955) para el ballet danés, y sus trabajos para el cine y la ópera, como «Tales of Hoffmann» (1951) y «Death in Venice» (1973), evidencian su versatilidad y su compromiso con la expansión de la danza a nuevos públicos.

Su visión poética y su sensibilidad para la narrativa escénica transformaron cada obra en un diálogo íntimo entre música, movimiento y emoción. Este enfoque personal y artístico elevó el ballet a una forma de arte capaz de conmover y de interrogar a la sociedad.

Legado y Controversias Posteriores

La figura de Frederick Ashton ha sido objeto de múltiples lecturas y reinterpretaciones a lo largo de los años. Su legado como coreógrafo y director es indiscutible, pero también ha sido objeto de debates y controversias, especialmente en torno a su papel en la definición de una identidad nacional para el ballet británico.

Algunos críticos han cuestionado la aparente «insularidad» de su estilo, argumentando que su fidelidad a las formas tradicionales pudo haber limitado la apertura a corrientes más vanguardistas en la danza contemporánea. Sin embargo, otros sostienen que Ashton supo integrar lo clásico y lo moderno con una sutileza inigualable, logrando un equilibrio que pocos coreógrafos alcanzaron en el siglo XX.

En el plano personal, la discreción de Ashton y su carácter reservado alimentaron un aura de misterio en torno a su figura. A pesar de ser una personalidad influyente, nunca buscó el protagonismo mediático, prefiriendo que su obra hablara por él. Este rasgo lo ha convertido en un símbolo de la entrega absoluta al arte, pero también ha dejado espacios para interpretaciones contradictorias sobre sus motivaciones y su vida privada.

Perspectivas Actuales sobre su Figura

La obra de Frederick Ashton continúa siendo un referente esencial para los estudiosos y los intérpretes del ballet. Sus creaciones siguen representándose en los escenarios más prestigiosos del mundo, lo que demuestra la vigencia de su arte y su capacidad para trascender las modas y los estilos.

El interés por su figura se ha revitalizado en las últimas décadas, especialmente a la luz de debates sobre la diversidad en la danza y la necesidad de abrir los repertorios a voces contemporáneas. En este contexto, Ashton aparece como un maestro que supo dialogar con su tiempo y al mismo tiempo trascenderlo, ofreciendo coreografías que aún hoy conmueven por su profundidad emocional y su refinamiento técnico.

Las futuras generaciones de bailarines y coreógrafos encuentran en Ashton una fuente inagotable de inspiración y un modelo de disciplina y creatividad. Su vida, marcada por la búsqueda constante de la excelencia y la belleza, invita a reflexionar sobre el papel del arte en la construcción de la identidad cultural y sobre el poder transformador de la danza.

Frederick Ashton no solo dejó un legado de obras inmortales, sino también un ejemplo de pasión y dedicación que sigue iluminando los escenarios y las conciencias de todos aquellos que creen en el arte como un lenguaje universal.