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EsculturaBiografía

Susillo y Fernández, Antonio (1857-1896).

Escultor español nacido en Sevilla el 18 de abril de 1857 y muerto en la misma ciudad el 21 de diciembre de 1896.

Tras un período juvenil autodidacta, se formó con el pintor local José de la Vega. Posteriormente, y gracias a la protección del príncipe ruso Romualdo Gredeye, estudió en la École de Beaux Aps de París con el célebre Bonaumax. Vuelto a Sevilla a causa de la muerte de su padre, continuó trabajando como herrero. Años antes, su obra había llamado la atención de la reina Isabel II, por lo que consiguió una pensión que le permitió estudiar durante tres años en Roma. El ambiente de la ciudad eterna le gustó más que el parisiense, según se sabe por sus escritos. De nuevo en España, alcanzó éxitos en las Exposiciones Regionales y Nacionales -medallas de plata en las de 1887 y 1890-, así como en la Universal de París en la que obtuvo, por su grupo La Raza latina, una medalla de bronce; mereció ingresar como Numerario en la sevillana Academia de Bellas Artes y que el rey Alfonso XII le concediese la Cruz de la Orden de Carlos III.

Calificado de romántico y apodado por la crítica "El Fortuny del barro", Susillo fue un naturalista que supo arrojar fuera de sí los convencionalismos arqueologizantes vigentes en su tiempo, para tomar de la Naturaleza, que interpretó con veraz realismo, todo su caudal de inspiración. Ello le llevó al más ortodoxo realismo e hizo de él un maestro que, con un estilo fresco y novedoso, llevó a la escuela sevillana por las sendas de un proceso modernizador que culminó con los artistas que protagonizaron la generación de la Exposición Iberoamericana de 1929. Polifacético en temas y técnica, fue, esencialmente, un gran barrista y un técnico del bajorrelieve. No obstante, cultivó el monumento público -Daoiz y Mañara en Sevilla, y Colón en Valladolid-, la escultura monumental -esculturas de sevillanos ilustres en la Portada de Coches del Palacio de San Telmo-, el retrato -Marqueses de Pickman y General Polavieja- y la escultura religiosa, tanto en madera policromada -Beato Fray Diego de Cádiz del Convento de capuchinos de Sevilla- como en bronce, como demuestra su delicado Crucificado del cementerio hispalense, acaso su obra más exquisita. No obstante, fue en el bajorrelieve de barro cocido donde volcó sus preferencias y dio rienda suelta a su versatilidad iconográfica. Así, dentro de su legado, podemos encontrar obras de asunto religioso -Cristo Rey y Muerte de San Juan Crisóstomo-, de índole histórica -Las Navas de Tolosa y Colón ante la Rábida-, de tipo costumbrista -En la Macarena-, de matiz literario -Paolo y Francesca y la Hostería del laurel-, o de matiz poético como Los dos besos y Risas y lágrimas. Junto a estas obras, acabadas muestras de su exquisito oficio e innegable maestría, es forzoso citar La primera contienda, delicioso grupo de acabada factura y singular encanto, así como El fruto de la Independencia, modelo de hábil combinación entre el ardor patriótico característico del tema y la fuerza plástica propia de la creación de un gran escultor. Por eso fue, ciertamente, Susillo, pese a tantas diatribas pseudoverídicas, un gran escultor digno de compararse con otras celebridades nacionales de su tiempo y desde luego el único merecedor de tal nombre en el ámbito geográfico y artístico andaluz de su época.

En 1896 se suicidó por motivos no esclarecidos; se truncó así una brillante carrera artística.

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