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HistoriaPolíticaBiografía

Abd al-Rahman o Abderramán I, Emir de al-Andalus (731-788).

Primer emir (756-788) omeya del emirato de Córdoba independiente de Bagdad y fundador de la dinastía Omeya cordobesa, nacido en el año 731 (año 111 de la hégira) en Dayr Hamina, población cercana a Damasco (Siria), y muerto el 30 de septiembre del año 788 (año 172 de la hégira) en la ciudad de Córdoba, capital del emirato que él mismo fundó y consolidó, cuyo verdadero nombre era Abu al-Mustarrif Abd al-Rahman Ibn Muawiya al-Dajil.

Vida

Hijo de Muawiya y nieto del califa omeya de Damasco Hisam Abd al-Malik (724-743), fue uno de los pocos de su familia que logró escapar de la falsa amnistía concedida por los abassíes, cuyo único propósito era eliminar a todos los vástagos omeyas para consolidar su poder en el califato. Se refugió en España, ocupó Córdoba y extendió su poder a toda la España musulmana (Al-Andalus) hasta el otro lado de las fronteras marcadas por el río Ebro. También combatió con fortuna a las tropas comandadas por el emperador franco Carlomagno en la batalla de Roncesvalles.

La conquista de la Península Ibérica por los musulmanes.

Acceso al poder

La sublevación llevada a cabo en 749 por los descendientes de la familia del Profeta, los abassidas, culminó con la victoria y la entronización del nuevo califa abassí, Abu al-Abbas (749-754), en la ciudad de Kufa. El último califa omeya, Marwan II (744-749), fue capturado y muerto. El nuevo régimen abassí no estuvo dispuesto a permitir que siguiera en vida ningún miembro de la vencida dinastía Omeya, por lo que preparó un banquete, en 750, con la falsa promesa de un perdón general, para así poder exterminar a toda la dinastía Omeya. Sin embargo, cierto número de ellos lograron escapar a la masacre por diversas circunstancias, entre ellos el joven príncipe Abd al-Rahman, que logró salvarse gracias a que en aquellos momentos no se encontraba en Damasco. Abd al-Rahman erró de incógnito a través de Palestina, Egipto y el norte de África, lugar éste último donde encontró refugio temporal en el seno de la tribu de los Nafsa, de donde era originaria su madre. Acompañado tan sólo de su liberto Badr, Abd al-Rahman se instaló en Qairawan, gobernado por al-Fihri. Como éste temía los posibles disturbios que provocaría la presencia de tan molesto huésped, comenzó a incordiar a Abd al-Rahman para que se marchara, llegando incluso a atentar contra su vida, por lo que el joven príncipe dirigió sus ojos hacia el cercano Al-Andalus, por aquel entonces sumido en una feroz guerra civil entre los dos clanes más poderosos, los qaysíes y los yemeníes. Abd al-Rahman envió a la Península a su liberto Badr en una misión exploratoria, en 754, de la cual regresó con noticias favorables para Abd al-Rahman, ya que los recién vencidos yemeníes, llenos de resentimiento contra sus enemigos, decidieron brindar su apoyo incondicional al príncipe omeya, por lo que equiparon un barco con veinte hombres para trasladarle a la Península. En el otoño del año 755, Abd al-Rahman arribó en el puerto de la actual Almuñécar (Granada).

Nada más enterarse de la llegada del omeya, el gobernador de Al-Andalus, Yusuf al-Fihri, que se encontraba con su general al-Sumayl persiguiendo a sus enemigos en el norte, regresó precipitadamente a Córdoba. Abd al-Rahman se estableció provisionalmente en Torrox, donde comenzó a entrar en contacto con un nutrido grupo de antiguos clientes (mawali) de la dinastía Omeya, con los que consolidó su precaria situación, a la par que mantuvo varias negociaciones con el gobernador al-Fihri, quien llegó a ofrecerle la mano de su hija y grandes sumas de dinero si renunciaba a sus pretensiones sobre el trono del emirato. Abd al-Rahman, consciente de su creciente poder gracias a la continua llegada de beréberes y yemeníes que engrosaban sus tropas provenientes de todos los puntos de la Península y del norte de África, rechazó el ofrecimiento del gobernador, al que obligó a presentar batalla para dirimir el liderazgo sobre el descompuesto emirato dependiente de Damasco. Antes de enfrentarse a al-Fihri, Abd al-Rahman quiso legalizar su situación proclamándose, en el mes de marzo del año 756, emir independiente en Reyyo (Málaga).

Una vez nombrado y reconocido como emir de Córdoba, Abd al-Rahman se encaminó a Córdoba para enfrentarse con al-Fihri, al que venció en la batalla de al-Musara el 15 de mayo del año 756. La importante victoria de al-Musara abrió la capital al joven príncipe omeya que, con veintiséis años, se convirtió en emir y fundador de la dinastía Omeya de Córdoba, la cual gobernaría Al-Andalus hasta 1031.

La consolidación de Abd al-Rahman en Al-Andalus

La conquista de Córdoba no significó el final de la lucha por el poder, ya que Abd al-Rahman se encontró con un cúmulo importante de problemas por resolver. Por medio de su magnanimidad y moderación, Abd al-Rahman logró evitar a duras penas el saqueo de la capital por parte de sus seguidores yemeníes, circunstancia que fomentó el descontento de éstos contra el emir, hasta el punto de que los soldados planearon eliminarle al verse privados del prometido y acostumbrado botín de guerra que las propias leyes coránicas establecían para las tropas vencedoras.

Por otra parte, al-Fihri huyó a Toledo y levantó un poderoso ejército, mientras que al-Sumayl hacía lo mismo con sus partidarios de Jaén, logrando ambos apoderarse temporalmente de Córdoba, ciudad que fue encomendada a un hijo del antiguo gobernador, quien no logró mantener la ciudad en su poder por mucho tiempo. Abd al-Rahman consiguió recuperar el apoyo de los yemeníes para asestar el golpe definitivo a los dos sublevados, con los que firmó un acuerdo de rendición en 757, bastante favorable para los rebeldes dadas las circunstancias, por el que ambos podían gozar de inmunidad y de la protección del emir, además de permitírseles vivir en la capital conservando todas sus propiedad intactas y altos cargos en la corte.

Finalmente, ese mismo año, Abd al-Rahman I al-Dajil ('el inmigrado') maldijo públicamente el estandarte negro de los abassíes y prohibió que se mencionase el nombre del califa abassí en la oración del viernes santo.

El emirato independiente

Continuación de los focos rebeldes

Antes de poder dedicarse plenamente a la construcción de su estado, Abd al-Rahman tuvo que hacer frente a bastantes brotes rebeldes contra su poder, algunos de los cuales pusieron en grave peligro el trono recién conquistado.

Aunque su política de magnanimidad, respeto y conciliación le proporcionaron el respeto por igual de partidarios y enemigos, quedaron algunos resentidos, como el propio Yusuf al-Fihri, quien, en 758, rompió el pacto de obediencia que estableció con el emir y logró huir a Mérida, en cuya ciudad se hizo fuerte y reclutó un impresionante ejército de cerca 20.000 hombres. compuesto por beréberes descontentos con la política conciliadora del emir y de algunos yemeníes, con el que avanzó hacia Córdoba dispuesto a destronar al insolente príncipe omeya. Tras fracasar en su intento, al-Fihri no tuvo más remedio que huir a toda prisa hacia Toledo, donde esperaba encontrar refugio. Pero, antes de que alcanzase su objetivo, fue capturado y muerto por un leal vasallo del emir, al que enviaron la cabeza del rebelde. Abd al-Rahman mandó exponer en público el trofeo para escarnio y aviso de nuevas tentativas golpistas, a la vez que aprovechó la circunstancia para abandonar su política de moderación y tomar crueles represalias contra sus enemigos: mandó decapitar al hijo mayor de al-Fihri e hizo estrangular a al-Sumayl, acusado de supuesta complicidad con el rebelde.

En 761, Abd al-Rahman tuvo que enfrentarse a una rebelión surgida en Toledo, instigada por el qaysí Hisam Ibn Urwa, que duró cuatro años. El cabecilla fue crucificado finalmente en Córdoba. En 763, estalló otra revuelta en Beja, liderada esta vez por un agente abassí, Ibn Mugith, que enarboló la bandera abassí. Consternado por semejante acción, Abd al-Rahman marchó con todo su ejército al encuentro del rebelde, que se había refugiado en Carmona, y lo venció tras una tenaz resistencia. Abd al-Rahman no se anduvo por las ramas: cortó su cabeza, la envolvió en el estandarte negro abassí y la envió en un cofre ricamente adornado a La Meca, donde el califa abassí al-Mansur (754-775) se hallaba en peregrinación. Al comprobar el contenido de tan sorprendente regalo, parece ser que el califa de Bagdad exclamó: "¡Gracias a Alah por colocar el mar entre nosotros y semejante demonio!".

Tres años más tarde se produjo en Niebla una nueva sublevación, encabezada por el yemení Said al-Matari, que logró tomar Sevilla y hacerse fuerte en Alcalá de Guadaira, donde finalmente fue reducido. A ésta siguió otra más en Sevilla, en el mismo año, instigada por el antiguo gobernador Abd al-Yafar, también yugulada de manera implacable por las fuerzas leales de Abd al-Rahman.

En el año 768 estalló la revuelta más seria en contra de Abd al-Rahman, promovida por los beréberes ubicados entre las regiones de Mérida y Santaver, la cual tuvo unas motivaciones más religiosas que étnicas. El líder de la sublevación era un beréber llamado Saqya Abd al-Wahid, de la tribu de los Miknasa, maestro de escuela coránica que pretendía ser fatimí, es decir, descendiente directo del Profeta por parte de su hija Fátima. A pesar de los aspectos ideológicos tan confusos de la disidencia, logró agitar durante bastante tiempo todo el centro de la Península, a ambos lados de Toledo, lo que costó a Abd al-Rahman una sangría constante de dinero y tropas para sofocar la rebelión y atrapar al huidizo Saqya, que se mantuvo independiente durante unos nueve años gracias a la táctica de internarse en las montañas sin hacer nunca frente a los ejércitos de Abd al-Rahman, hasta que en el año 777 fue eliminado por la traición de algunos de sus antiguos partidarios.

El valle del Ebro: derrota de Carlomagno y consolidación definitiva del emirato de Córdoba

La última sublevación de grandes magnitudes en contra de Abd al-Rahman se desarrolló en los territorios fronterizos de la Marca Superior. Tras la muerte del antiguo gobernante al-Fihri, en 759, y a pesar de la caída de Narbona en manos francas, las tropas de Abd al-Rahman consiguieron hacerse con el control efectivo de la Marca Superior. En 767, Badr llevó a cabo una campaña militar contra las regiones cristianas limítrofes de la Marca, en el curso de la cual obligó a uno de los jefes yemeníes más influyentes y contrarios al poder del emir, Sulayman Ibn al-Arabi al-Kalbi, a abandonar Zaragoza. Sulayman aprovechó el calor de la rebelión beréber de Saqya para alzarse en armas contra Abd al-Rahman en 772, apoderarse de Zaragoza e independizarse de la tutela cordobesa, empeño que fracasó por la pronta reacción de las tropas de Abd al-Rahman, comandadas por el eficiente Badr. Sulayman fue confinado en una prisión de Córdoba, de donde logró escapar y huir hacia el norte con el propósito de coordinar un gran ejército para derrocar al emir de Córdoba. Los rebeldes abrieron negociaciones con el rey franco Carlomagno, llegando a un acuerdo por el que, una vez conseguida la victoria, reconocerían la autoridad del monarca franco sobre los territorios conquistados, que ellos mismos gobernarían. Cuando las fuerzas que Abd al-Rahman envió a Zaragoza fueron aplastadas por los insurgentes, Carlomagno se convenció de la viabilidad del proyecto.

Fiel a su compromiso, en 778 Carlomagno marchó contra Al-Andalus; primero ocupó Pamplona y, acto seguido, se dirigió a Zaragoza. Pero al llegar a las puertas de la ciudad, Carlomagno se encontró la ciudad cerrada a cal y canto por orden del líder religioso, el ortodoxo Husayn Ben Yahiya, para quien el rey franco no dejaba de ser un enemigo declarado en el terreno religioso. Acuciado por problemas internos en su reino (sublevación en Renania), Carlomagno optó por retirarse a toda prisa, no sin antes sufrir uno de sus mayores descalabros militares cuando sus tropas se disponían a atravesar el valle de Roncesvalles, donde fueron diezmadas en agosto de 778 por un ataque sorpresa de las tropas de Abd al-Rahman, en un choque en el que murió la flor y nata de la caballería franca.

El desastre de Roncesvalles coincidió con el fin de la revuelta beréber de Saqya. Abd al-Rahman vio llegado el momento de hacer un alarde espectacular de su poderío militar para restablecer su autoridad. Rápidamente puso sitio a Zaragoza y obligó a Husayn a capitular sin condiciones. Seguidamente, llevó a cabo una violenta expedición de castigo contra Pamplona y un gran número de comarcas vascas, regiones que ya de por sí habían sido devastadas de antemano por el rey franco en su retirada. Abd al-Rahman prosiguió su campaña contra los territorios cristianos situados al oeste del Ebro, para volver en 783 contra Zaragoza, donde el perdonado Husayn se había vuelto a declarar en rebeldía contra el emir, quien sin más miramiento ante el traidor le mandó ejecutar inmediatamente después de que recuperase el control de la ciudad. Su siguiente objetivo fue deshacerse del hijo de Sulayman, Ayshua, que se había echo cargo de la oposición yemení en los territorios catalanes más orientales, a quien mandó ejecutar unos días antes de entrar victorioso en Córdoba, con todo el emirato pacificado y bajo su órdenes, en 785.

Relación de Abd al-Rahman con el reino astur

Ocupado en sofocar las continuas rebeliones internas en contra de su poder y en someter a su autoridad a las facciones étnicas que dividían al emirato, la actividad militar de Abd al-Rahman contra el reino Astur fue casi nula, circunstancia que supieron aprovechar los monarcas astures para recuperar territorios en su lento avance hacia el valle del Duero. Aún así, los éxitos cristianos no pueden tildarse de espectaculares ya que Abd al-Rahman consiguió rehacerse de todas las intentonas de rebelión y reforzar la suficientemente bien a su ejército para que se estabilizaran las fronteras del norte por un largo período de tiempo.

La organización del emirato independiente

Apenas se tienen noticias fidedignas de cómo se logró, política y administrativamente, la consolidación del nuevo estado omeya de Córdoba, salvo las indicaciones referidas en las fuentes que hablan de las batallas que tuvo de dirimir el primer emir para asentar su poder.

Lo cierto es que Abd al-Rahman demostró poseer una gran inteligencia política al aprovecharse hábilmente del prestigio personal de su dinastía y de la fidelidad de algunos cientos de clientes de su familia que habían arribado a la Península antes de su llegada, a lo que se sumó la utilización en su favor de las intensas rivalidades surgidas entre las grandes etnias árabes, trazando alianzas complementarias con los beréberes, todo lo cual contribuyó a que Abd al-Rahman lograse mantenerse en el poder a pesar de las continuas revueltas en su contra.

Hacia la mitad de su reinado, Abd al-Rahman desplegó esfuerzos importantes para reforzar y asegurar su reino. A tal fin mandó reconstruir por completo el recinto amurallado de Córdoba e inició la compra de esclavos berberiscos y europeos destinados a engrosar sus tropas y su guardia personal, medida que le puso en posesión de un impresionante ejército mercenario con el que pudo hacer frente con garantías de éxito cualquier acción militar de envergadura. En 785, comenzó la reedificación del viejo alcázar (el antiguo dar al-imara de los primeros gobernantes), por una fortaleza principesca, repleta de un lujo exquisito pero con finalidades militares defensivas (qasr).

Abd al-Rahman nombró capaces y leales gobernadores (visires) para la administración eficaz de las provincias bajo su mando. La organización de unas estructuras administrativas y burocráticas complejas trajo consigo el consiguiente aumento del gasto para mantener en pie tan poderosa maquinaria estatal, por lo que se vio obligado a perfeccionar el sistema impositivo, tal como demuestra el creciente nivel de emisión de monedas que permitió un aprovisionamiento suficiente del Tesoro Público y la puesta en marcha de una economía vital y bastante desarrollada para el momento.

Abd al-Rahman, bien por lealtad a la tradición musulmana o para evitar complicaciones político-religiosas, no quiso asumir el título de califa, así que adoptó tan sólo el título de emir ('rey' en árabe), o hijo del califa. Preocupado por el bienestar y la seguridad de sus súbditos, emprendió una importante tarea de reconstrucción de las principales ciudades del reino, especialmente de Córdoba, que embelleció con multitud de edificios y jardines propios de una capital de Estado, para los cuales mandó traer de Oriente frutales y hortalizas de todo tipo, que evocaban su Siria natal (fue él quien introdujo el cultivo de la palmera en España). También embelleció la sierra de Córdoba con la construcción del Palacio de Rusafah, una maravilla de su época, que levantó en recuerdo del palacio del mismo nombre que su abuelo Hisham tenía en Damasco.

El aumento espectacular de la población cordobesa obligó a Abd al-Rahman a erigir una nueva mezquita Aljama. Para ello compró a la población cristiana de Córdoba la mitad que les correspondía de la vieja iglesia visigótica de San Vicente. Una vez hecha la compra, mandó demoler por completo la vieja iglesia para edificar la parte primitiva de la actual mezquita de Córdoba, construcción que se convirtió con el paso de los años en modelo de futuras mezquitas en el mundo musulmán occidental.

Ante de morir, Abd al-Rahman designó a su sucesor, elección que recayó en su segundo hijo, Abu al-Halid Hisam (788-796), en detrimento del primogénito Abd Allah. La sorprendente designación provocó una guerra civil entre los partidarios del designado y los de Abd Allah, que duró casi dos años del reinado de Hisam y amenazó con disgregar de repente la obra de unificación y consolidación que con tanto esfuerzo había llevado a cabo Abd al-Rahman I. Una vez que fueron derrotadas las tropas de Abd Allah, Hisam pudo beneficiarse y disfrutar de la tranquilidad de un emirato pacificado y, lo más importante, consolidado a todos los niveles, con la autoridad de la dinastía Omeya cordobesa reconocida por todas las fuerzas sociales, políticas y religiosas de Al-Andalus.

Bibliografía

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Autor

  • Carlos Herraiz García