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PolíticaHistoriaBiografía

Serrano y Domínguez, Francisco (1810-1885).

El general Serrano.

Militar y estadista español, nacido en la Isla de León -actualmente de San Fernando- (Cádiz), el 17 de diciembre de 1810 y muerto el 25 de junio de 1885. La vocación castrense le vino a través de su padre, Francisco Serrano y Cuenca, militar liberal que había llegado a ostentar el grado de mariscal de campo. Inició su educación en el Colegio de Vergara y a la edad de doce años ingresó en el Regimiento de Caballería de Sagunto, de donde pasaría más tarde al regimiento de Caballería del Príncipe, para seguir su adiestramiento militar en el Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras, del que se licenció en octubre de 1830, con el grado de subteniente.

Tomó parte activa en los fusilamientos de los inculpados en la fallida revuelta liberal de Torrijos (Málaga, 1831). Su siguiente destino fue el regimiento de Coraceros de la Guardia de Madrid (1833). A partir de este momento, su ascensión en el escalafón militar fue meteórica; se distinguió pronto en la Primera Guerra Carlista, lo que le proporcionó el rango de capitán y otras condecoraciones, como la Cruz de San Fernando. Tras esto se instaló en Cataluña, en donde sirvió a las órdenes de su propio padre; allí destacó en los sitios de Calaf y Castilseras, que le merecieron la Laureada. En 1839, al firmarse el Convenio de Vergara, ascendió al grado de coronel y, pocos meses después, fue designado brigadier. Además empezó su carrera política con la asistencia a las Cortes como diputado por Málaga.

El ideario político de Serrano era extremadamente pragmático: se amoldaba por completo a las circunstancias. Fue capaz de unirse a Prim y González Bravo en 1843 para acabar con el poder de Espartero. La Regencia del duque de la Victoria acabaría gracias a la creación por los anteriores del ministerio universal en la ciudad de Barcelona. La ambición de Serrano era tan grande como la de Espartero, por lo que seguramente esperaba ser su sucesor. Claro ejemplo de la teoría política del ejército, su fidelidad a las fuerzas armadas estaba por encima de la lealtad al gobierno establecido o a la propia monarquía.

La influencia de Serrano en la corte y, sobre todo, en la persona de Isabel II, fue aumentando con el tiempo; el general bonito, como le llamaba la reina, era el mejor instrumento para aliviar a la soberana de sus problemas maritales con don Francisco de Asís de Borbón. Algunos sectores de la corte veían una amenaza en la inclinacion que la reina mostraba hacia Serrano, por lo que el duque de Sotomayor trató de alejar a éste de las alcoba regia y en 1847 Serrano fue nombrado capitán general de Navarra. El intento fracasó estrepitosamente. En 1848 el gobierno moderado logró una aparente reconciliación entre los monarcas, lo que teóricamente disminuiría la influencia de Serrano. Éste fue nombrado capitán general de Granada en otro intento, esta vez por parte del gobierno de Pacheco, de alejarle de la corte. El distanciamiento resultó más efectivo en esta ocasión, pues Serrano cesó al poco tiempo en su puesto en Granada y se refugió en su finca de Arjona.

Este impasse en su vida política lo aprovechó para viajar a Rusia, con el fin de continuar con su formación militar, aprendiendo de la organización militar zarista. Tras regresar a España, se desposó con su prima Antonia Domínguez Borrell, hija de los condes de San Antonio. En otra clara muestra de su oportunismo político, participó en la revolución de 1854 a favor de la vuelta de Espartero; por aquél entonces se hizo cargo de la Dirección General de Artillería, y en 1856 fue nombrado embajador de la corte española en París por un año. Pero lo que realmente interesaba a Serrano eran las posibilidades que se le abrían en España. Fue uno de los impulsores de la Unión Liberal, en el período moderado de 1956 a 1868, años en los que ocupó la Capitanía General de Cuba (1859-1862). A su vuelta a España se le otorgó la Grandeza de España, y fue investido con el ducado de la Torre.

Tomó parte activa en la resolución de la revuelta de los sargentos del Cuartel de San Gil en 1866, lo que le valió el Toisón de Oro. Cuando falleció O’Donnell, Serrano pasó a ser cabeza visible de la Unión Liberal. De nuevo hizo honor a su pragmatismo político al participar en el origen y desencadenamiento de la revolución de 1868. En Alcolea derrotó al ejército estatal del marqués de Novaliches y tras el triunfo de la revoución, fue nombrado regente a la espera de la elección de un nuevo monarca. El pretendiente al que apoyaba era el duque de Montpensier, pero al ver que era Amadeo de Saboya quien el que contaba con mayores posibilidades, se acercó a él. Serrano fue el primer jefe de gobierno de la nueva monarquía constitucional, reunió un consejo pretendidamente de conciliación revolucionaria, que integraba a unionistas, progresistas y demócratas, que se vio obligado a dimitir en julio de 1871 ante la imposibilidad de soportar los ataques de la oposición y su propia desunión. La unión de los revolucionarios de 1868 había desaparecido por completo.

Al iniciarse la Tercera Guerra Carlista, Serrano dirigió los ejércitos de Navarra, Aragón y Burgos. Logró la pacificación con el controvertido Convenio de Amorebieta, en marzo de 1872, tratando de que la situación no empeorase. Volvió a la jefatura de gobierno en mayo de 1872, tras la dimisión de Sagasta, esta vez con unos ministros claramente conservadores. El nuevo proyecto duró muy poco tiempo, ya que la posibilidad de una revuelta republicana se hacía cada vez más evidente. Serrano trató de hacer ver al rey que la única posibilidad de evitarla era suspender las garantías constitucionales, algo a lo que Amadeo se negó taxativamente.

Desde su destierro, Isabel II trató de aprovechar la afinidad que tenía con Serrano para pactar una posible vuelta de los borbones al trono español, pero Serrano se negó a aceptar tal propuesta. Cuando se instauró la I República en 1873, Serrano reaccionó, aunque de manera informal, al igual que otros generales, intentando provocar una revuelta en la Milicia Nacional, pero fracasó. Esto significó el exilio de Serrano en Biarritz; su vuelta a España no se produjo hasta el golpe del general Pavía, que acabó con el sistema republicano en 1874, cuando fue elegido presidente del poder ejecutivo.

En este nuevo gobierno trató de llevar a cabo una forma de gobierno híbrida: una dictadura republicana ultraconservadora. Aunque él aspiraba a mantenerse en el puesto de forma vitalicia, aquel gabinete no pasó de ser el puente a la restauración de la monarquía borbónica. Tras la desilusión que le produjo su salida del gobierno, Serrano estuvo por algún tiempo apartado de la política, pero finalmente decidió reconocer la monarquía de Alfonso XII. El la época del turno pacífico, Serrano militó en el Partido Liberal. Cuando cesaron los conservadores al frente del gobierno, el rey no le llamó para formar un nuevo gabinete, sino que encargó dicha tarea a Sagasta, así que Serrano, sintiéndose despreciado, formó un grupo nuevo político, la Izquierda Dinástica. Falleció el mismo día en que era enterrado Alfonso XII.

Bibliografía

  • PAYNE, S. G. Los militares y la política en la España contemporánea. (París: 1868).

  • BUSQUETS, Julio: El militar de carrera en España. (Barcelona: 1971).

Autor

  • Victoria Horrillo Ledesma