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HistoriaBiografía

Livio, Tito (ca. 64 a.C.-ca. 17 d. C)

Historiador latino que escribió en tiempos del emperador Augusto. San Jerónimo nos da noticia en su Crónica de que había nacido el 59 a.C., si bien el historiador moderno R. Syme ha demostrado que habría que adelantar la fecha al 64 a.C. Su ciudad natal fue Patavium, actual Padua, a la que en la Antigüedad se atribuía austeridad de costumbres y estricta moralidad (algo que se aprecia en el propio Livio). El general e historiador Asinio Polión asignó a Tito Livio la cualidad de Patavinitas (literalmente “provincianismo paduano”), aunque es incierto a qué se refiere este apodo: si es una alusión a la rigidez moral, a la tendencia lingüística o estilística del historiador, o incluso a su pronunciación dialectal del latín.

Breve semblanza

Recibió una esmerada educación formal en Padua, aunque parece que no la completó, como era habitual en la época, con un viaje de estudios por Grecia (dado el peligroso clima político y militar de la década de los 40 a.C.). La conclusión de la guerra civil (victoria de Octaviano en Accio, el año 31 a.C.) y la pacificación de la vida pública animaroa Livio a escribir una historia de Roma y a trasladarse, por fin, a la capital (algo que debió ocurrir hacia el 30). A diferencia de otros historiadores romanos (como Julio César, Salustio, Asinio Polión o Tácito), Tito Livio nunca desarrolló una vida pública de hombre de acción, en el terreno político o militar. Por el contrario, consagró su vida entera a la composición, en un retiro intelectual, de su obra historiográfica, a la que dedicó todo su tiempo y energías (según Plinio, Tito Livio “consideraba desperdiciado cualquier momento que no fuera consagrado al estudio”: Plinio, Epist. III 5, 16).

Tuvo dos hijos y una hija: uno de los hijos llegó a componer un tratado geográfico; otro mostró interés por la retórica, y Livio le dedicó una epístola sobre cuestiones estilísticas, animándole a atenerse al modelo de Cicerón (cf. Quintiliano, Institutio oratoria X 1, 39); la hija casó con el retórico Lucio Magio. Se trataba, en definitiva, de una familia inclinada a los estudios literarios. Tuvo siempre un talante tradicionalista y republicano, cercano al partido senatorial, lo que le valió, por parte de Augusto, el apodo de “pompeyano” (según noticia de Tácito, Anales IV 34), es decir, partidario de la república subyugada por Julio César y su heredero Augusto. A pesar de dicho republicanismo, apreció la política pacificadora de Augusto (la llamada Pax Augusta), y especialmente su defensa de las costumbres, moral y religiosidad antiguas. Pero no fue un panegirista incondicional del régimen augústeo, aunque alguna vez así se haya señalado. Mantuvo siempre una relación cordial, aunque no servil, con el emperador.

Gradualmente fue alcanzando un gran prestigio: celebró recitaciones públicas de partes recién terminadas de su obra; se cuenta la anécdota de que un gaditano viajó a Roma sólo por conocerlo (Plinio, Epist. II 3, 8) y parece que incitó al joven Claudio, futuro emperador, a dedicarse al cultivo de la Historia (Suetonio, Claudio XLI 1). Posiblemente a lo largo de su vida madura alternó estancias en Roma y en Padua. Finalmente, murió octogenario el 17 d. C., en Padua, si damos crédito a la noticia de Jerónimo.

Contenido de la obra

Tito Livio escribió una extensa historia de Roma, en 142 libros, que hoy se conoce con el título de Ab urbe condita (“Desde la fundación de Roma”), aunque debió de titularse, más exactamente, Historiarum ab urbe condita libri (“Libros de historias desde la fundación de Roma”). Trataba de la historia romana desde la fundación de la capital (año 753 a.C.) hasta la muerte de Druso en el 9 a.C., en la campaña de Germania. Posiblemente el plan de Livio consistía en llegar al libro 150, con la muerte de Augusto (14 d.C.). De los ciento cuarenta y dos volumina (rollos de papiro) originales, ha llegado a nuestros días el texto de sólo una cuarta parte: los libros 1-10 y 21-45 (que corresponden a los años 753-293 y 219-167 a.C.), y breves fragmentos en papiros (de los libros 11, 37-40, 48-55 y 87-88); Séneca el rétor transmite el relato de la muerte de Cicerón, perteneciente al libro 120 (Suasoriae VI 17 y 20). Se conserva también un conjunto de Periochae, o tablas de materias, de cada libro, escritas en el siglo IV d.C. (en número de 140, pues faltan las correspondientes a los libros 136-137); además, un conjunto de historiadores escribieron Epítomes (relatos resumidos) de la obra de Livio.

El contenido de la obra es como sigue (se marcan entre corchetes las partes perdidas; las fechas deben entenderse como a.C.):

Libros 1-10: Historia primitiva de Roma, desde los orígenes hasta la Tercera Guerra contra los samnitas del año 293.
1-5: Hasta el saqueo de Roma por los galos (390).
5-10: Guerras de conquista por Italia.
[11-20: Conquista de Italia y Primera Guerra Púnica (264-219).]
21-30: Segunda Guerra Púnica (218-201).
31-45: Guerras de expansión por Oriente, distribuidas en tres péntadas (grupos de cinco libros).
[46-50. Tercera y cuarta guerra contra Macedonia. Tercera Guerra Púnica (hasta el 148).]
[51-60: Desde la caída de Cartago hasta la época de los Graco (147-123).]
[61-70: Desde la muerte de G. Graco hasta la de Druso (122-91).]
[71-80: Guerra social y civil (91-86).]
[81-90: Gobierno de Sila (86-78).]
[91-100: Época de la llegada al poder de Pompeyo (77-66).]
[101-110: Formación y fin del primer triunvirato (66-48).]
[111-120: Guerra civil y luchas intestinas (48-43).]
[121-142: Acontecimientos contemporáneos tras la muerte de Julio César (44), incluyendo el Segundo Triunvirato (43), la guerra civil entre Marco Antonio y Octaviano, y la consecución del poder por parte de Octaviano. Régimen de Octaviano (el emperador Augusto), hasta el año 9.]

Sobre la tabla de contenidos anterior conviene formular las siguientes apreciaciones generales:

1) En general, predomina una estructuración en décadas y péntadas (grupos de 10 y 5 libros). Prueba de ello es que no sólo el libro 1, sino también los libros 6, 21 y 31 tienen prólogos propios.

2) Se tratan de manera más sumaria los períodos más primitivos, mientras que el relato es más extenso y pormenorizado conforme se acerca a la época contemporánea. Es decir, hay gran desproporción entre la duración de los acontecimientos narrados en cada libro: por ejemplo, el libro I abarca un período enorme, el de la Monarquía (753-510 a.C. = 244 años); los libros II-V comprenden un conjunto de 120 años (509-390); los primeros diez libros se extienden por 450 años.

3) Los cincuenta primeros libros versan especialmente sobre la expansión de Roma: primero, por la península itálica, luego por el Mediterráneo, mediante diferentes guerras de conquista contra pueblos extranjeros; en cambio, desde el libro 51 domina el tratamiento de los asuntos internos, y especialmente de los conflictos civiles.

4) Dentro de cada libro, Livio usa el método analístico (que se remonta al que usaron los historiadores analistas y, antes, a los archivos de los pontífices o tabulae pontificum). Ello significa que la narración se hace año a año, y que numerosos episodios se parcelan por años. Dentro de cada año se empieza por la toma de posesión de los correspondientes magistrados, el sorteo de provincias, acontecimientos principales acontecidos en Roma y en las provincias; por último, se cierra el año de turno con las elecciones de magistrados, noticias religiosas y listas de prodigios.

Fuentes y valor historiográfico

Está claro que, para recabar información, Tito Livio no se valió de fuentes primarias (documentales), sino exclusivamente secundarias o literarias (esto es, historiadores anteriores, romanos y griegos). Para la Primera Década recurrió a los analistas romanos del siglo I a.C.: Valerio Antias, Licinio Macro, Elio Tuberón y Claudio Cuadrigario, así como a Calpurnio Pisón y Fabio Píctor. Las fuentes principales de la Tercera Década son Celio Antípatro y Valerio Antias, así como (secundariamente) Polibio. En la cuarta y quinta Década Polibio es utilizado directamente como fuente principal para la historia exterior; y Antias y Claudio, para los asuntos internos. Para las partes perdidas Livio pudo depender de Posidonio (continuador de la historia de Polibio), e igualmente de Sempronio Aselión, Sila, Sisenna, César, Salustio y Asinio Polión.

Livio usa sus fuentes de una manera particular. No las coteja entre sí, ni las revisa críticamente, ni las pondera con otros testimonios o documentos. Según un procedimiento que descubrió en 1868 el crítico H. Nissen (en su libro Kritische Untersuchungen über die Quellen der vierten und f¨ünften Dekade des Livius), el historiador sigue para cada episodio una sola y única fuente principal, integrando parcial y ocasionalmente otras fuentes, para completar o corregir.

En la Antigüedad, el gran historiador griego Polibio (ca. 218-118 a.C.) había establecido (XII 25e) tres requisitos necesarios para el buen historiador: examen crítico de fuentes documentales, autopsia de los campos de operaciones, y experiencia política personal. Pues bien, Tito Livio no satisface ninguno de los tres criterios, al menos en la parte conservada de su obra: 1) no recurrió a fuentes documentales que podría haber tenido a mano, como los Annales Maximi, los libri lintei, los senatus consulta o los archivos privados de familias nobles; 2) el historiador viajó poco o nada por Italia y provincias, y por ende carecía de un conocimiento profundo de los escenarios tratados, lo que le hace incurrir ocasionalmente en errores geográficos; 3) por último, como ya se ha apuntado, Livio no contaba con experiencia política o militar alguna, a pesar del importantísimo componente militar de la historia narrada (como ha señalado el estudioso P.G. Walsh: “el Ab urbe condita es predominantemente una historia de los ejércitos romanos, con ojeadas ocasionales a las actividades de políticos y legisladores en Roma, mientras se entabla batalla, primero, por la hegemonía sobre Italia, y, luego, para imponer el dominio romano sobre tres continentes” (p. 35)).

Todos estos factores explican las deficiencias que, para una mentalidad moderna, tiene la historiografía liviana. No hay un escrutinio crítico de los datos y hechos; no se presta por supuesto la más mínima atención a los factores económicos y sociales (por el contrario, se confiere el protagonismo a las individualidades). Pero ha de tenerse muy presente el concepto antiguo de la historiografía, como se considera a continuación.

Valor literario

Para escribir su historia, Livio depende de un concepto historiográfico que se había desarrollado en la historiografía griega de época helenística, siguiendo los postulados del rétor Isócrates (que, en sí mismo, no fue historiador). Este tipo de historiografía, cultivado por Eforo, Teopompo, Duris de Samos o Filarco, no se marcaba como objetivo primero el relato desnudo de los hechos y sus causas (como había hecho antes Tucídidides), sino que pretendía revestir la narración con un ropaje artístico y literario. En esa misma línea, Cicerón reprochaba a los analistas latinos antiguos que fueran meros relatores de los hechos, sin adornarlos: ceteri non exornatores rerum, sed tantum modo narratores fuerunt, “los demás no adornadores de los hechos, sino sólo relatores fueron” (De oratore II 54).

Este ropaje literario debía consistir, de un lado, en el énfasis en los recursos retóricos (no se olvide que Cicerón consideraba el género historiográfico como el “más retórico de los géneros”: opus...unum hoc oratorium maxime, Leyes I 5); por otro, en el acento en los aspectos dramáticos de la historia, al objeto de acercar el género historiográfico a la tragedia. El historiador dramático relata los hechos como si estuviera representando una tragedia ante el lector, con el objeto de transmitirle emociones de admiración, piedad, horror, esperanza y temor. El fin de esa presentación dramática es, en última instancia, moralizante y ejemplificador.

El carácter retórico de la historiografía liviana se manifiesta especialmente en los discursos, que abundan en la obra (suman unos cuatrocientos en la parte conservada; se ha calculado que la obra completa tendría unos 1650). Esos discursos se hicieron muy famosos en la Antigüedad, y Quintiliano llegó a afirmar de ellos que “se adaptan estupendamente tanto a las personas como a las situaciones” (Institutio oratoria X 1, 101). De los tres géneros que la Retórica clásica distinguía (deliberativo, judicial y mostrativo), la mayoría de los discursos insertos en la historia de Livio pertenecen a la variedad deliberativa: el orador pretende convencer a un grupo de oyentes sobre la conveniencia de tomar una decisión. Livio no transmite las palabras exactas que el orador en cuestión pronunció, sino que inventa el discurso, y lo elabora artísticamente siguiendo las reglas retóricas del genus deliberativum: el discurso se divide en las tres partes canónicas de exordium o introducción, tractactio o discusión de la materia, y conclusio o recapitulación. A su vez, dentro de la tractatio se suelen hilvanar diferentes argumentos, según las categorías conceptuales de lo honorable (honestum), expediente (facile) y factible (possibile), con diferentes subcategorías.

Por otro lado, y siguiendo también la estela de la historiografía griega helenística, Livio concebía la historia como un método de aleccionamiento moral. En su Prefacio exhorta a los lectores a examinar la vida que llevaron los que elevaron a Roma a su cima: “que cada cual dirija especialmente su atención a las formas de vida y maneras de los tiempos antiguos, y que observe mediante qué hombres y qué procedimientos en guerra y en casa se obtuvo e incrementó el Imperio” (Praef. 9). Es decir, los grandes héroes del pasado simbolizan las virtudes tradicionales que hay que emular: patriotismo (amor patriae), valor (virtus), devoción religiosa (pietas), disciplina (disciplina), lealtad (fides), capacidad de sufrimiento (patientia), frugalidad (frugalitas), dignidad (gravitas) y clemencia (clementia). Livio se caracteriza también por un exacerbado nacionalismo romano.

Este chauvinismo romano, que en la historiografía latina se inicia con el analista Fabio Píctor (“el padre de la historia romana”), va a veces en detrimento de la fiabilidad histórica: Livio tiende a conceder crédito a cualquier información que redunde en prestigio y gloria de sus antepasados, mientras minimiza la violencia y crueldad del ejército romano en algunas ocasiones, como en Sicilia durante la Segunda Guerra Púnica. Sobre este patriotismo pueden leerse las palabras de Livio en su Prefacio: “Por lo demás, o me engaña el amor a la empresa comenzada, o jamás hubo una nación mayor, más sagrada, más rica en buenos ejemplos, ni ciudadanía a la que tardaran más en llegar la ambición y el lujo y que conservara más tiempo el culto a la austeridad y a la economía;” (Praef. 11).

No ha de buscarse en la historia de Livio (como se exigiría a un historiador moderno, científico) un análisis excesivamente racional de los hechos, con indagación de su causas, y escrutinio de los factores sociales y económicos. Por el contrario, la historiografía antigua concebía los hechos como consecuencia de decisiones, pensamientos y emociones humanas. Como son los dirigentes de las sociedades los que toman las decisiones, es inevitable que la historiografía antigua sea en buena medida historia de individualidades dirigentes. Ese es el caso de Livio: el protagonismo de las personas (combinado con la actuación de los dioses y con la fortuna) se considera el único factor significativo para explicar el pasado histórico.

Estilo

En el estilo de Livio se ha detectado una cierta evolución, desde un estilo poético y arcaizante de los primeros libros, hasta una tendencia más clasicista, de carácter ciceroniano, desde la Tercera Década en adelante. En efecto, en los primeros libros, que versan sobre leyendas heroicas, el color poético tiñe la prosa de la narración; así, se ha llamado a Livio “el poeta de la historia”, y acusa la influencia de los grandes poetas augústeos. Incluso invoca a los dioses al comienzo de su obra, como los poetas épicos: “Si los buenos augurios, los votos y las plegarias a los dioses y a las diosas fueran costumbre de los historiadores, como lo son de los poetas, comenzaría gustosamente por pedirles que concedieran éxitos felices a mi gran empresa” (Praef. 12).

Pero, en general, en Livio domina el estilo ciceroniano, basado en el período sintáctico. Este período consiste en una frase larga y estructurada complejamente, caracterizada por la simetría, por los diferentes niveles de subordinación, y por el hecho de que el contenido y la forma se mantienen en suspenso hasta el final, en que se llega a la resolución de ambos. Este tipo de frases largas resulta excesivamente ampuloso y barroco al oído moderno, pero sonaban muy bien al oído antiguo y se consideraban la cima de la perfección estilística.

Pervivencia

Livio gozó de éxito y favor ya durante su vida, así como en la época siguiente a su muerte. Lo elogian Séneca el Rétor, Quintiliano, Tácito y Plinio. Proporciona material a Valerio Máximo, Frontino, Lucano y Silio Itálico (autor en época flavia de unos Punica, epopeya histórica sobre la Segunda Guerra Púnica). Curcio Rufo lo imita literariamente. Es fuente histórica de los historiadores Apiano (s. I d.C.), Dión Casio (s. II) y Amiano Marcelino (s. IV).

La transmisión y conocimiento de la obra liviana topó con el inconveniente de su ingente extensión. Ya Marcial observó cómo Livio “no cabía en su biblioteca”, describiendo una edición compendiada de su obra (XIV 190):

Titus Livius in Membranis

Pellibus exiguis artatur Livius ingens,
quem mea non totum bybliotheca capit.

Un pergamino de Tito Livio.

Queda reducido a minúsculas pieles el voluminoso Livio,
que, entero, no cabe en mi biblioteca.”

En efecto, y como apuntaba Marcial, dada la dificultad y alto coste de la copia de una obra tan amplia, se recurrió al expediente de redactar versiones resumidas para uso escolar y de divulgación, llamadas Epítomes, ya desde finales del s. I d.C.: escribieron tales epítomes Floro (s. II d.C.), Granio Liciniano (s. II) , Eutropio (Breviarium ab urbe condita, del s. IV), Festo (autor, en el s. IV, de un Breviarium rerum gestarum populi Romani), Orosio (s. IV), Casiodoro (s. IV) y Julio Opsecuente (colección de Prodigia, del s. III ó IV). El resultado es que, mientras tres cuartas partes del texto original de Livio se han perdido, casi todos esos epítomes se han conservado, lo que permite formarnos una idea general de la versión original liviana. Al final de la Antigüedad el conocimiento de Livio declinó; y durante la Edad Media parece que se conocieron sólo los cuatro primeros libros.

Desde el Renacimiento se asiste a un auténtico resurgir de la influencia de Livio. Petrarca logró reunir el texto de las Décadas primera, tercera y cuarta; por sus sonetos y por su epopeya Africa desfilan personajes de Livio. Boccaccio tradujo la obra de Livio al italiano. Humanistas como Poggio y L. Valla muestran su entusiasmo por el historiador. La edición príncipe es temprana, de 1469 (Roma). Tito Livio influye desde entonces en Maquiavelo, que analizó la constitución republicana a partir de la Primera Década de Livio (Discorsi sopra la prima deca di Tito, aparecidos póstumamente en 1531), en Voltaire y Montesquieu, los revolucionarios franceses y Walter Scott, por citar sólo algunos casos cimeros. En España Livio fue traducido al castellano por Pero López de Ayala (en 1401), y por fray Pedro de Vega (1520); ejerció igualmente enorme influencia, como modelo lingüístico y temático, en los cronistas de Indias que en el siglo XVI redactaron su obra en latín, como Pedro Mártir de Anglería y Juan Ginés de Sepúlveda.

Livio constituyó igualmente una rica fuente de leyendas históricas. Esto es, la maestría literaria de Livio ha propiciado que un amplio elenco de figuras e historias legendarias de Roma ejerzan en la cultura europea una gran influencia, parangonable a la de la mitología griega (baste pensar en lo conocida que es hoy la leyenda de Rómulo y Remo). Así por ejemplo, la leyenda de los tres hermanos Horacios, que lucharon por Roma en contra de tres hermanos Curiacios, que luchaban por Alba (Livio I 25-26), inspiró a Lope de Vega su drama El honrado hermano, y a Corneille, su Horacio (1640). La leyenda de la violación y suicidio de Lucrecia fue aducida por Petrarca, Boccaccio (en De claris mulieribus), e inspiró a Shakespeare su epopeya La violación de Lucrecia (1594).

Otro héroe famoso de Tito Livio es Coriolano (Livio II 33-54), cuya figura fue la base de la tragedia Coriolano, de Shakespeare; y todavía en 1952 B. Brecht hizo una versión del Coriolano shakespeariano. El tratamiento liviano de la Segunda Guerra Púnica es el origen de novelas históricas, desde el Salambò (1862) de G. Flaubert, pasando por Cartago en llamas (1908), de E. Salgari, hasta las recientes de G. Haefts (Aníbal, Barcelona 1990) y de J. Eslava Galán (Yo, Aníbal, Barcelona 1988). En este siglo, numerosas películas históricas (los llamados “peplum”) tratan historias cuya fuente última se remonta a Tito Livio: El rapto de las sabinas (1945, M. Bonnard; y 1961, R. Pottier), Rómulo y Remo (1961, S. Corbucci), Horacios y Curiacios (1961, F. Baldi y T. Young), Héroe sin patria (G. Gentilomo, 1963), sobre Coriolano; y un largo etcétera.

Contemporáneamente la obra de Tito Livio es más objeto de estudio de especialistas (filólogos latinos) que del historiador de la Antigüedad. Tampoco suscita especial interés en el lector general culto, quizá por las razones ya apuntadas de su escasa fiabilidad histórica y de su barroquismo estilístico.

Bibliografía

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G. Laguna Mariscal

Autor

  • Carlos