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LiteraturaBiografía

García Nieto, José (1914-2001).

Poeta y narrador español, nacido en Oviedo el 6 de julio de 1914 y fallecido en Madrid el 27 de febrero de 2001. Autor de una extensa, fecunda y brillantísima producción lírica que sobresale por su equilibrada hondura, su serena voz expresiva, su exquisito acabado formal y su constante ahondamiento en las raíces temáticas y estructurales de la tradición clásica hispánica del Renacimiento. Fue uno de los máximos exponentes de la denominada poesía garcilasista que triunfó en las letras españolas al término de la Guerra Civil, una corriente estético-ideológica en la que militaron otras voces tan representativas del panorama lírico de la inmediata posguerra como las de Jesús Juan Garcés, Rafael Laffón, José María Valverde, Pablo Cabañas y -entre otros- Rafael Romero Moliner. En reconocimiento a la alta calidad de su poesía y a su importante contribución a la evolución de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, en 1996 fue galardonado con el prestigioso Premio Cervantes de las letras hispanoamericanas.

Vida y obra

Nacido en el seno de una familia perteneciente a la clase media española de comienzos del siglo XX, a los dos años de edad abandonó su Oviedo natal para afincarse en la localidad soriana de Covaleda, donde su padre había sido destinado para ocupar la plaza de secretario del Ayuntamiento. A los seis años de edad, coincidiendo con la repentina muerte de su progenitor, fue enviado a Zaragoza para que iniciara allí sus estudios elementales. Vivió, luego, durante algún tiempo en Toledo, hasta que en 1929 se instaló con el resto de su familia en Madrid, donde cursó una formación secundaria que, en un principio, orientó sus pasos vocacionales por el sendero de los saberes científico-técnicos.

En el momento de iniciar sus estudios superiores, el joven José García Nieto se matriculó en la facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Complutense de Madrid, aunque por aquel entonces ya había experimentado una viva fascinación por los conocimientos humanísticos y, de forma muy señalada, por la poesía española de finales del siglo XIX, con especial inclinación hacia la lectura de los versos de su paisano Ramón de Campoamor y del salmantino José María Gabriel y Galán. Abandonó, pues, la carrera de Matemáticas e, impulsado por esa acusada tendencia a la escritura creativa, cursó estudios de Periodismo y comenzó a frecuentar los ambientes literarios de Madrid, donde tuvo ocasión de dar a conocer sus primeras composiciones poéticas al tiempo que opositaba por una plaza de funcionario en el Ayuntamiento de la capital. Finalmente, en 1935 obtuvo un puesto burocrático en la administración municipal y fue destinado a una delegación en Chamartín de la Rosa, donde continuó ampliando sus lecturas poéticas para descubrir una obra que habría de cambiar radicalmente sus gustos tardo-románticos: la antología recopilada y publicada por Gerardo Diego bajo el título de Poesía española (1932), auténtico manifiesto del quehacer literario de la Generación del 27.

El estallido de la Guerra Civil, que le sorprendió cuando acababa de cumplir los veintidós años de edad, propició la movilización de José García Nieto y su inmediata incorporación al Batallón del Ministerio, con el que se desplazó hasta Valencia, donde cayó prisionero y permaneció encarcelado por espacio de seis meses. Al término de la contienda fratricida fue restituido en su plaza del Ayuntamiento madrileño. Desde esta estabilidad laboral tan difícil para otros muchos españoles en aquellos años sombríos, recuperó con renovados bríos su interés por la creación poética y se sumó a un grupo de jóvenes autores que, al amparo de los nuevos aires ideológicos que corrían por España, se presentaban bajo el marbete de "Juventud Creadora" y postulaban una renovación literaria dentro de ese "nuevo orden" del que casi todos ellos eran partidarios. En contacto desde los últimos meses de la guerra y reunidos, a partir de 1940, en una célebre tertulia que tenía por sede el madrileño Café Gijón, estos autores (entre los que figuraban -además de José García Nieto- Pedro de Lorenzo, Jesús Revuelta y los futuros poetas garcilasistas mencionados al comienzo de este artículo) dieron a conocer sus versos y sus postulados estético-ideológicos en las páginas de las revistas Juventud y El Español.En esta última publicación llegaron a difundir una antología que los presentaba como un grupo unitario y bien consolidado.

Ya había sentado plaza de poeta José García Nieto con Vísperas hacia ti (1940), una primera colección de versos en la que dejaba bien patente esa predilección por los moldes estróficos clásicos (principalmente, el soneto), por el "dolorido sentir" y, en general, por el lenguaje poético creado, cuatrocientos años antes, por Garcilaso de la Vega, cuyo fallecimiento en 1536 estaba siendo objeto de conmemoración por parte de algunos de los poetas recién citados cuando estalló la Guerra Civil. En 1943, contando con la afinidad y el apoyo de casi todos sus compañeros de "Juventud Creadora", José García Nieto fundó la revista Garcilaso. Congregó en torno a sus páginas no sólo a los poetas del grupo anterior, sino a otros muchos jóvenes autores de la época que se sintieron atraídos por esa recuperación de los modelos formales y temáticos tradicionales (recuperación alentada y subvencionada, en buena medida, por la política cultural de los falangistas, que añadían a este interés estético la añoranza ideológica del antiguo esplendor imperialista que rodeó al gran poeta toledano).

Se agigantó, desde su cargo de director de la revista Garcilaso y su condición de cabeza visible de los garcilasistas (conocidos, entre sus escasos detractores, como "soneteros"), la proyección literaria de José García Nieto, omnipresente por aquellos años de la década de los cuarenta en las tertulias del Gijón y del Café Comercial, donde conoció al escritor y figura destacada del falangismo Rafael Sánchez Mazas (padre de Rafael Sánchez Ferlosio) y al futuro premio Nobel Camilo José Cela (con el que mantuvo a partir de entonces una íntima relación de amistad). Su poesía, entretanto, escondía bajo los moldes formales traídos desde Italia por Garcilaso un nítido aliento neorromántico que, traspasado por algunas inquietudes de raigambre unamuniana y machadiana, afloraba en versos tan hondos como los de este soneto, publicado entre las páginas de su poemario Poesías (1944): "Tan hombre soy que siento por mi pecho / ríos de un corazón precipitado / que avanza rumoroso y desbordado, / cuantos más años tiene, más derecho. // Baja a mis pulsos, súbito, en acecho, / y hasta mi lengua sube enamorado; / vive para mi voz y su cuidado, / se ahoga entre los llantos que cosecho. // Tan hombre soy que por vivir daría / lo que tengo, que es vida solamente, / barro que sólo en barro se sustenta. // Y un día llegará mi muerte, un día / se llenará de sombras esta frente / que es sólo carne y carne la alimenta".

De aquella época son también otros cancioneros del poeta ovetense como Versos de un huésped de Luisa Esteban (1940-1944), Tú y yo sobre la tierra (1944), Toledo (1945) y Del campo y soledad (1946), así como la pieza teatral titulada Retablo del ángel, el hombre y la pastora (1945), que, en pleno triunfo arrollador de quien era contemplado por aquel entonces como una de las grandes revelaciones de la literatura española contemporánea, se estrenó con éxito en el Teatro Español de Madrid aquel mismo año. Esta asombrosa fecundidad creativa, plasmada -al final de su vida- en más de treinta volúmenes impresos, pronto hizo circular entre los detractores del poeta la opinión de que su facilidad versificadora iba en detrimento de la calidad y hondura de sus poemas, lo que, pasado un tiempo e incrementada aún más la abundante bibliografía del vate ovetense, se tradujo en algún que otro malicioso epigrama de este tenor: "Ayer pesaron los versos / de José García Nieto: / veinte kilos, peso bruto; / veinte gramos, peso neto".

Lo cierto es que esta excesiva prolijidad, sumada a las buenas relaciones que mantenía con las autoridades de la política cultural del régimen franquista (entre ellas, el falangista Juan Aparicio, máximo responsable de la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda) y a su constante presencia al frente de las principales publicaciones literarias de mediados del siglo XX (dirigió, además de Garcilaso, las revistas Acanto y Cuadernos de Literatura -ambas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas-, amén de Poesía Española -subvencionada por el citado Aparicio- y Mundo Hispánico -del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid-) le acarreó tantos amigos como enemigos. Además, el éxito de que gozó en los años cuarenta y cincuenta dio pie a otros muchos ataques y burlas procedentes de otros poetas que no veían con buenos ojos su voracidad acaparadora de premios, cargos, honores, distinciones y demás favores del mercado editorial y las instancias culturales oficiales. Uno de los mejores ejemplos de este excesivo protagonismo de García Nieto en el panorama literario de la época (a medio camino entre el divertimento lúdico del humanista ingenioso y la ambición desbordada de quien se sabe consolidado en su "trono" y respaldado por el visto bueno de los que detentan la autoridad) se produjo en 1950, cuando se alzó con el prestigioso premio Adonais una desconocida poetisa. De ésta sólo se sabía que había escrito el libro premiado (titulado Dama de soledad), que era muy amiga de José García Nieto -a juzgar por los rumores que difundieron por los mentideros literarios de Madrid los autores cercanos al propio poeta-, y que se llamaba Juana García Noreña, nombre que nunca había circulado -hasta entonces- por las tertulias poéticas de la Villa y Corte, y cuyas iniciales coincidían sospechosamente con las del poeta natural de Oviedo. Ante el elocuente y complacido silencio que, al respecto, guardó el entonces director de Cuadernos de Literatura, en todos los foros y cenáculos literarios se dio por hecho que el propio García Nieto se había permitido el lujo de concurrir a un premio tradicionalmente destinado al descubrimiento y la promoción de autores noveles, lo que dio pie a severos comentarios de desaprobación y jugosos epigramas satíricos, como este que circuló, anónimo, entre las mesas del Café Gijón: "¡Carajo con don José! / Se alzó con el santo y seña / y se llevó el 'Adoné' / con el pseudónimo de / Julia García Noreña".

Fuera auténtica o no su autoría en el volumen galardonado con el Adonais, lo cierto es que, para no desmentir nunca esa fecundidad que para algunos era un don y para otros un demérito, en el transcurso de aquel mismo año dio a la imprenta un nuevo poemario, Daño y buen año del hombre (1950), al que muy pronto siguió otra entrega poética que, bajo el título de Tregua (1951), se hizo merecedora del Premio Nacional de Literatura "Garcilaso". En el transcurso de aquel mismo año de 1951 contrajo matrimonio con su adorada María Teresa, de la que estuvo profundamente enamorado durante toda su vida, y cuya muerte en 1999 precipitó el definitivo declive del ya anciano y muy enfermo poeta. Al poco de haberse casado nació su primer vástago, una niña a la que dedicó su poemario siguiente, Sonetos para mi hija (1953), para enfrascarse de inmediato en la redacción de un nuevo volumen poético que, publicado bajo el título de La Red (1955), fue galardonado con el Premio Fastenraht de la Real Academia. Dos años después, ganó el Premio Nacional de Literatura con Geografía del amor (1957).

A mediados de los años cincuenta, con la definitiva superación de los fervores épico-patrióticos de "Juventud Creadora", el desgaste del excesivamente explotado garcilasismo y la irrupción de las primeras voces que anunciaban la inminente y saludable vigencia de la poesía social, José García Nieto y el resto de los poetas de su círculo comenzaron a perder peso específico entre los jóvenes creadores, que ya no aceptaban como modelos de creación poética las propuestas estéticas e ideológicas de los autores de la posguerra. Pero el poeta supo adaptar su voz a ciertos giros sociales aunque, bien es verdad que tímidamente, a pesar de que su amigo Cela manifestara, en el momento de su muerte, que "fue el primer poeta, quizá con José Hierro, que cultivó la poesía pura, mientras los demás perdían el tiempo con los huecos cantos imperiales primero y con los sumisos poemas sociales después". Además, siguió desplegando una intensa actividad creativa sólo comparable, en su fecundidad, a la espléndida labor que realizó al frente de algunas de las revistas culturales mencionadas en parágrafos anteriores (como Mundo Hispánico y Poesía española). En ellas, al margen de su ideario político y su particular concepción del hecho poético, dio cabida y apoyo a varias generaciones de jóvenes poetas que en nada se identificaban con su poética y su pensamiento. Hombre de ideas conservadoras y firmemente apegadas a la tradición, mostró, en cambio, un admirable talante liberal a la hora de promover las corrientes renovadoras que iban surgiendo, talante que quedó bien reflejado, asimismo, en las críticas y reseñas periodísticas que publicó en algunos rotativos de gran difusión (como el diario madrileño ABC).

Tras la publicación de Elegía en Covaleda (1959), a comienzos de los años sesenta se alzó con otro relevante galardón, el Premio Ciudad de Barcelona, que recayó en Hablando solo (1961), y poco después dio a la imprenta Corpus Christi y seis sonetos (1962), Circunstancias de la muerte (1962) y La undécima hora (1963). Cumplido el medio siglo de existencia, consideró que estaba en un momento óptimo para empezar a redactar algunos de sus recuerdos más valiosos, por lo que, a mediados de dicho decenio, publicó Memorias y compromisos (1966), tal vez su mejor libro en prosa. Sin embargo, en su faceta de narrador, se apuntó años después un tanto notable con el relato "Theo y el autocar de las 8'15", galardonado con el prestigioso premio de cuentos "Hucha de Oro" y recogido luego en el volumen titulado Theo y el autocar de las 8'15 y diecinueve cuentos más, de 1973).

Desde entonces hasta finales del siglo XX, siguió cultivando la creación poética e incrementado su copiosa bibliografía con otros títulos tan relevantes como Los tres poemas mayores (1970), Facultad de volver (1970), Taller de arte menor y cincuenta sonetos (1973), Toledo (1973), Súplica para la paz del mundo y otros collages (1974, distinguido con el premio "Juan Boscán"), Sonetos y revelaciones de Madrid (1976), El cuaderno roto (1977), Los cristales fingidos (1978), El Arrabal (1980, Premio Internacional de San Lesmes de Poesía Religiosa), Piedra y cielo de Roma (1984), Galiana (1986), Carta a la madre (1986, galardonado con el premio "Fernando Rielo" de poesía mística) y Mar viviente (1989). A finales del siglo XX apareció una selección antológica de su obra, publicada bajo el título de Antología fundamental (1998). Además, realizó algunas afortunadas incursiones en el complejo género de la literatura destinada a los jóvenes lectores (como Leyendas de la dulce Francia, de 1967, y Pipepaco en la selva, de 1981), y publicó excelentes trabajos de crítica e historia literaria (como Madrid en la poesía lírica del siglo XVIII, de 1980; El dos de mayo en la poesía española del siglo XIX, de 1983; y Rubén Darío, de 1987).

Entretanto, desde el 28 de enero de 1982 había sido reconocido oficialmente como uno de los grandes escritores españoles del siglo XX con su elección, a instancias de su inseparable Camilo José Cela, como miembro de número de la Real Academia Española, donde ocupó la vacante dejada por la muerte de José María Pemán (1898-1981) e ingresó el 13 de marzo de 1983 con un discurso -cómo no, en verso- titulado Nuevo elogio de la lengua castellana. También en 1982 (año en el que publicó otra narración en prosa titulada Donde el mundo no cesa de referir su historia) había sido nombrado presidente del Círculo de Bellas Artes, distinción que compartió con otros cargos y honores tan señalados como el de miembro de número del Instituto de Estudios Madrileños, miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y socio de mérito del Ateneo de Madrid.

Orador facundo, articulista brillante y analista lúcido y sagaz de ese universo literario en el que vivió inmerso durante casi toda su existencia, José García Nieto colaboró en los principales medios de comunicación del país, pronunció cursos y dictó conferencias en las tribunas más elevadas del panorama académico nacional e internacional, y fue honrado, en fin, con otros premios y distinciones como el "Hispanidad" (de Buenos Aires), el "Portugal" (1966), el "Francisco de Quevedo", el "Alcavarán", el "Angaro", el "Carta de Plata", el "Mariano de Cavia" y el "César González Ruano" (este último, otorgado en 1987 a su artículo "Con Gerardo Diego en el Café Gijón").

En 1992, cuando le faltaba poco para convertirse en octogenario, sufrió un gravísimo infarto cerebral que la causó lesiones de las que nunca llegó a recuperarse del todo, con alarmantes pérdidas de memoria y grandes dificultades para moverse y expresarse con soltura (se dio la penosa casualidad de que el poeta cayó víctima de este ataque el mismo día en que iba a recoger del hospital a su mujer, felizmente repuesta de una afección idéntica). A partir de entonces, su inseparable esposa se ocupó constantemente de rodearle de unos cuidados y unas atenciones que lograron, en parte, reanimar a un abatido José García Nieto y permitirle asistir esporádicamente a algún que otro acto cultural en el que era obligada su presencia, como la recepción del Premio Cervantes en 1996. Pero la desaparición de María Teresa en 1999 precipitó una acelerada recaída de la frágil salud del poeta ovetense, que, aunque alcanzó a ver el nuevo milenio, perdió la vida en Madrid a comienzos del año 2001.

Bibliografía

  • HIRIART, Rosario. La mirada poética de José García Nieto (Barcelona: Icaria Editorial, 1990).

  • VV. AA. Homenaje a José García Nieto (Pozuelo de Alarcón [Madrid]: Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón, 1992).

  • VV. AA. Homenaje a José García Nieto (Jaén: Institución Literaria Federico Mayor Zaragoza, 1997).

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.