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LiteraturaBiografía

Dreiser, Theodore Herman Albert (1871-1945).

Narrador, ensayista y periodista estadounidense, nacido en Terre Haute (Indiana) el 27 de agosto de 1871, y fallecido en Hollywood (California) el 28 de diciembre de 1945. Autor de una extensa producción narrativa en la que, con un estilo a veces torpe y desaliñado, pero dotado de una vigorosa intuición para la caracterización psicológica de los personajes, aborda los conflictos del ser humano en la lucha cotidiana contra la hostilidad de las sociedades actuales, está considerado como el pionero del Naturalismo en la literatura norteamericana contemporánea. Su obra, tachada de inmoral y escandalosa por los sectores más conservadores de su país, alcanzó el reconocimiento de la crítica y los lectores europeos mucho antes de que fuera apreciada en los Estados Unidos de América, donde, a la postre, se reconoció el talento de Dreiser para reflejar y denunciar, por medio de un lenguaje duro y transgresor, la miseria y la violencia de la vida moderna. Consagrado, finalmente, como el narrador norteamericano más destacado de las dos primeras décadas del siglo XX, se convirtió en un punto de referencia obligada para sus colegas de oficio, que en 1930 -con Ernest Hemingway a la cabeza- protestaron airadamente contra la decisión de la Academia Sueca de conceder el Premio Nobel de Literatura a Sinclair Lewis, en detrimento de la candidatura del escritor de Indiana.

Vida y obra

Nacido en el seno de una humilde familia de emigrantes alemanes que vivía sumida en la miseria, el pequeño Theodore -que era el noveno de diez hermanos- se vio obligado desde niño a ejercer los más duros y variados oficios, primero para contribuir con su esfuerzo laboral al sostenimiento de los suyos, y muy pronto para procurarse su propia supervivencia. Su padre -al que el propio escritor habría de evocar en su autobiografía como "un hombre religioso, estrecho, lleno de prejuicios y al mismo tiempo capaz de ternura y amor"- era un modesto tejedor de la región alemana de Renania que, acuciado por la pobreza, había emigrado a los Estados Unidos en busca de nuevas oportunidades para salir adelante. Allí conoció a una emigrante alemana que se convirtió al catolicismo para casarse con él, y que habría de dar a luz a un niño que años después la describiría como "una especie de animalito feliz y soñador; una pagana que sólo había ingresado en la Iglesia Católica con el matrimonio y que vivía en un mundo propio, inaccesible a los demás".

La severidad religiosa que imponía a su copiosa prole el tejedor renano, sumada a la precaria situación de la economía doméstica, convirtieron la infancia y adolescencia de Theodore Dreiser en un penoso calvario del que el futuro escritor se apresuró a huir cuando apenas contaba quince años de edad. A las dificultades monetarias y el rigor espiritual que había conocido hasta entonces en el hogar familiar se añadía, como un pesado lastre para el intento de despegar por su cuenta, el hecho de que, por imposición paterna, en su casa sólo se hablase el alemán, imposición que supuso el mayor handicap para la adaptación del joven Theodore al país en el que había nacido. Con esta acusada desventaja a cuestas, sólo pudo ejercer en Chicago -ciudad en la que se había instalado huyendo de la enrarecida atmósfera familiar- los oficios más penosos, desde lavaplatos en un sórdido burdel hasta deshollinador, actividades que a duras penas logró compaginar, durante aquel período clave de su formación, con abundantes lecturas que le sirvieron para ir dominando la lengua inglesa y alimentar, de paso, su innata vocación literaria.

Una substancial mejora en su vida laboral se produjo cuando le ofrecieron trabajar como corredor de seguros, ocupación que Theodore Dreiser aprovechó para establecer algunos contactos que, poco después, le permitieron empezar a ganarse la vida por medio de la escritura. Su sueño era adentrarse en el mundo del periodismo, en el que veía la mejor escuela práctica para el desarrollo de sus ambiciones literarias, por lo que invirtió sus escasos ratos de ocio en recorrer una tras otra todas las redacciones de los rotativos de Chicago, en las que -según su propio testimonio posterior- llegó a ser "tan conocido como un perro perdido". Se matriculó, por aquel tiempo, en la Universidad de Chicago, pero al cabo de un año abandonó las aulas convencido de que el mejor aprendizaje posible del oficio de escritor pasaba necesariamente por el cultivo del periodismo, algo que se le antojaba a su alcance en aquella gran ciudad del Medio Oeste que, a la sazón, encarnaba mejor que cualquier otra urbe el sueño americano y la aventura de la civilización moderna. Inmerso en esta mentalidad colectiva, experimentó en su persona un brusco choque entre el misticismo católico y germánico que le había imbuido su progenitor y el apego a esa realidad cotidiana que vivían como una aventura diaria los buscadores de fortuna, y de este fecundo conflicto entre sus ideas de la infancia y el descubrimiento de un nuevo mundo de posibilidades que veía abrirse ante él surgió su fervoroso anhelo de consagrarse a la creación literaria.

Alimentado por sus ímpetus juveniles, su deseo de integrarse en la plantilla de algún rotativo le condujo, día tras día, hasta las oficinas de los grandes periódicos de la ciudad, como el Chicago Daily News y el Herald, en donde sus demandas de trabajo eran desestimadas con la misma tenacidad con que él se apresuraba a renovarlas al día siguiente. En vista de que parecía imposible empezar a colaborar en estos grandes medios, el joven Theodore Dreiser rebajó sus pretensiones y solicitó un empleo en el más modesto Chicago Daily Globe, donde también fue rechazado en un principio; pero, ante su pertinaz insistencia, los redactores del periódico -conocido popularmente en Chicago como "The Globe"- decidieron darle una oportunidad como reportero, ocupación que desempeñó brillantemente el futuro escritor por espacio de un año. Merced a esta incursión inicial en el periodismo profesional, Dreiser pasó luego a la redacción del Democrat Globe, de Saint-Louis (en el estado de Missouri), a la sazón dirigido por uno de los más destacados periodistas norteamericanos del momento, Mac Cullagh, quien apreció de inmediato la valía del joven reportero y le encomendó la redacción de esas crónicas repletas de romanticismo y vivacidad literaria que, por aquella época, hacían las delicias de los lectores.

Las magníficas dotes de Theodore Dreiser para el periodismo literario animaron a Mac Cullagh -a cuya sombra aprendió el joven escritor de Indiana todos los secretos del oficio- a encargarle la sección de crítica teatral del Democratat Globe, al frente de la cual, a sus veintidós años de edad, se consagró definitivamente como una de las plumas más brillantes y prometedoras del periodismo estadounidense de finales del siglo XX. Sin embargo, su azarosa peripecia vital -tan novelesca o más como cualquiera de las fabulaciones que estaba llamado a urdir en su obra de ficción- le tendió una peregrina emboscada que cortó en seco su extraordinaria relación con Mac Cullagh y el Democratat Globe. Una noche en la que Dreiser había salido a las calles de Saint-Louis con la misión de asistir a tres estrenos teatrales para ofrecer al día siguiente las respectivas crónicas en su sección, tuvo noticia de un misterioso crimen que, perpetrado en las afueras de la ciudad, atrajo poderosamente su atención de antiguo reportero y su siempre despierta imaginación literaria. Desplazado con urgencia hasta el lugar de los hechos, anduvo husmeando por allí sin advertir que la noche se le echaba encima, y, cuando quiso regresar al centro de la urbe los teatros ya habían clausurado sus puertas. Sin dejarse vencer por el desánimo, Dreiser apeló entonces a la experiencia que ya había acumulado como cronista teatral y, valiéndose de su poderosa inventiva, redactó apresuradamente las reseñas de los tres espectáculos que no había presenciado. A la mañana siguiente, el joven periodista de Indiana fue incapaz de explicar a Mac Cullagh, ante la edición del Democratat Globe en la que estaban impresas sus tres crónicas, cómo él era la única persona en la ciudad que había "presenciado" la noche anterior tras funciones que habían sido suspendidas a causa de una inundación que había impedido la llegada Saint-Louis de las tres compañías encargadas de representarlas.

A pesar del escándalo que provocó, en medios periodísticos y culturales, esta metedura de pata de Dreiser, el escritor de Indiana -fulminantemente despedido por Mac Cullagh- fue de inmediato contratado por The Republic, el rotativo rival del Democratat Globe, en cuyas páginas volvieron a rayar a gran altura los reportajes y las crónicas teatrales de aquel hijo de emigrantes que, como casi todos los norteamericanos de primera generación, sintió pronto la necesidad de abandonar una buena situación social y laboral para salir en busca de nuevas aventuras. Dejó, pues, esa ciudad del estado de Missouri en la que se había formado como periodista y recorrió, sucesivamente, otros núcleos urbanos estadounidenses como Grand Rapids, Toledo, Cleveland, Buffalo, Pittsburgh y Nueva York, en los que siguió ejerciendo labores periodísticas desde los más diversos cargos (reportero de sucesos, crítico literario y teatral, autor de folletines, redactor jefe, etc.). Al tiempo que desplegaba esta intensa actividad en la prensa norteamericana, Theodore Dreiser se enfrascó en la lectura de las obras de algunos de los grandes filósofos y científicos británicos del siglo XIX, como Herbert Spencer (1820-1903), John Tyndall (1820-1893) y Thomas Henry Huxley (1825-1895), cuyas ideas positivistas borraron en su espíritu los últimos posos del catolicismo heredado de su progenitor, y le llevaron a apartarse radicalmente del idealismo hasta aproximarle a los postulados estéticos e ideológicos del naturalismo. "Yo no sé -afirmó años después el escritor de Indiana en su autobiografía, haciendo referencia a esta etapa crucial en su formación autodidacta- lo que son la verdad, la belleza, el amor o la esperanza. No creo en nadie sin reservas y no desconfío de nadie sin reservas. Creo que los hombres son a la vez malvados y bien intencionados". Pero el punto de inflexión más importante en esta evolución del pensamiento de Dreiser vino dado por el descubrimiento -para él, deslumbrante- de las obras de Balzac (1799-1850), que le abrieron -siempre según su propio testimonio- "una nueva puerta a la vida".

Al tiempo que su particular concepción del mundo experimentaba estas profundas y fecundas mutaciones, la peripecia sentimental del todavía joven periodista le deparó, en 1898, un desafortunado enlace conyugal con una maestra de escuela de Saint-Louis a la que había conocido mientras preparaba una serie de reportajes para la Feria Mundial que había de celebrarse en dicha ciudad. Al poco tiempo de haberse casado, la esposa de Dreiser dejó bien patente su desprecio hacia el talento literario de su marido y su aversión general contra todos aquellos que se dedicaban al cultivo de la escritura creativa, actividad que ella consideraba improductiva; y, aunque el propio escritor quiso asumir luego su parte de culpa en este fracaso matrimonial (asegurando que él no había nacido para permanecer atado a otra persona durante mucho tiempo), lo cierto es que la actitud materialista y contradictoria de su mujer -que, a pesar de haberse separado de hecho en 1910, no se avino nunca a concederle el divorcio- le precipitó a lo largo de toda su vida a numerosas aventuras extra-conyugales en las que buscaba esa complicidad intelectual que desde el principio le había negado su legítima esposa.

Ya por aquel entonces había realizado su primera y también desafortunada incursión en el panorama literario de los Estados Unidos de América, plasmada en una novela que, presentada bajo el título de Sister Carrie (Nuestra hermana Carrie, 1900), fue de inmediato apartada del mercado por sus editores, quienes reaccionaron así ante el escándalo sin precedentes que había provocado la obra. La literatura norteamericana de finales del siglo XIX, tan mojigata y puritana como la mentalidad de las clases dominantes en la sociedad del momento, no había conocido hasta entonces la crudeza realista y el desgarro naturalista con los que Dreiser perfilaba en esta obra la figura de una joven mujer -inspirada en la peripecia real de su propia hermana Emma- que, valiéndose de sus habilidades para la seducción, alcanza el éxito social y la riqueza desde el escalafón más bajo de la clase trabajadora. Tachada de inmoral por la sinceridad y el vigor realista con que Dreiser describía la ambición de la protagonista, su intensa vida sexual y el declive de su amante y protector Hurstwood, Sister Carrie fue objeto de una dura campaña de acoso y derribo por parte de las voces más severas del puritanismo estadounidense, que se afanaron no sólo en denunciar la "inmoralidad" de los excesos naturalista del escritor de Indiana, sino también en poner de manifiesto la torpeza estilística de su primera entrega novelesca, con la clara y aviesa intención de identificar libertad de pensamiento con falta de formación cultural; el escritor y periodista Henry Louis Mencken, amigo del propio Dreiser, hizo especial hincapié en la estructura deficiente y la pobreza narrativa que lastraban esta primera novela del autor de Indiana.

Con el paso de los años, la audacia progresista del retrato social expuesto por Dreiser en Sister Carrie triunfó sobre los prejuicios éticos y estéticos de sus detractores, e incluso sus mayores defectos (como la impropiedad del lenguaje) comenzaron a ser valorados como señas de identidad del esfuerzo rupturista y transgresor realizado por el valiente novelista. Pero antes de que se produjera esta justa revalorización de su opera prima, Theodore Dreiser atravesó por uno de los peores momentos de su vida: la apresurada retirada de su novela -que no habría ser reeditada hasta 1912- le sumió en el desaliento y acabó por hundirle en una profunda depresión que le llevó hasta un intento de suicidio. Cuando comenzó a recuperarse psicológicamente de este duro golpe, renunció a su hasta entonces fracasada carrera literaria y se refugió en su otrora brillante trayectoria periodística, a la que se reincorporó con éxito en calidad de editor de revistas; pero en 1907, cuando ejercía como redactor jefe en una de estas publicaciones (dedicada a la moda femenina), Dreiser mantuvo una relación amorosa con la hija de uno de sus jefes, aventura que a la postre provocó el despido del periodista y la inesperada reanudación de su andadura literaria. Fruto de este regreso a la prosa de ficción (y de su buen conocimiento de la compleja psicología femenina) fue su segunda narración extensa, Jennie Gerhardt (1911), una novela protagonizada también por una ambiciosa mujer que consigue medrar gracias a sus relaciones amorosas, aunque ahora presentada no como una triunfadora (como en el caso de la protagonista de Sister Carrie) sino más bien como una víctima incapaz de hallar satisfacción alguna en su agitada vida amorosa o en los bienes materiales que logra alcanzar.

La "Trilogía del deseo"

Un año después de la publicación de esta obra, Dreiser volvió a los escaparates de las librerías norteamericanas con una narración mucho más ambiciosa, The Financier (El financiero, 1912), primera entrega de una trilogía centrada en el personaje de Frank Algernon Cooperwood, un magnate de los negocios carente de escrúpulos, trasunto literario de la figura real del célebre Charles Tyson Yerkes (uno de los grandes protagonistas de la epopeya financiera estadounidense). Combinando a la perfección las intrigas económicas y políticas de su protagonista con una turbulenta historia de amor, Dreiser logró un magnífico relato -sin duda alguna, el mejor de la denominada "Trilogía del deseo"- del ascenso y la caída del citado Frank Cooperwood, quien, tras haber seducido a la hija de uno de tres hombres más poderosos del panorama político de Filadelfia (Edward M. Butier), amasa una inmensa fortuna especulando con fondos municipales, hasta que se descubren sus turbios manejos y da con sus huesos en la cárcel.

Esta "biografía enmascarada" de Charles T. Yerkes (1837-1905) -un magnate de las empresas de tranvías, natural en Filadelfia y afincado en Chicago, que dilapidó grandes sumas de dinero en pinturas, mansiones y amantes- tuvo su continuación en las dos restantes entregas de la "Trilogía del deseo", presentadas bajo los títulos de The Titan (El Titán, 1914) y The Stoic (El estoico, publicada póstumamente en 1947). En la primera de ellas -segunda de la serie-, Dreiser continúa relatando la agitada vida política, financiera y sentimental de Frank Cooperwood; en la última entrega de la trilogía, el lector asiste a los postreros años de la vida del protagonista y a su anunciada muerte, para acabar conociendo las peripecias finales de su amante, Berenice Fleming, quien se traslada a la India y se convierte en una adepta del yoga y de la doctrina espiritual y filosófica de un venerable gurú. Al parecer, Theodore Dreiser tenía definitivamente concluida esta última parte de su trilogía novelesca a comienzos de los años treinta, según le confesó el propio escritor de Indiana, en la primavera de 1933, a su amigo Claude G. Bowers; sin embargo, no se atrevió a darla a la imprenta debido a que la difícil situación económica y social por la que atravesaba su país -lacerado por los penosos efectos del crack bursátil de 1929- no se le antojaba la más adecuada para que los lectores recibieran con benevolencia una nueva entrega de las andanzas de un poderoso financiero. Contra este testimonio del propio Dreiser se alzó la voz de la crítica posterior, que puso de manifiesto el miedo del autor a que la escasa calidad de The Stoic eclipsara el inmenso prestigio literario que había alcanzado con otras obras anteriores, especialmente con su excepcional novel An american tragedy (Una tragedia americana, 1925), que le había consagrado definitivamente como una de las grandes voces de la literatura norteamericana de todos los tiempos. Sea como fuere, lo cierto es que Dreiser dudó hasta el final de sus días acerca de la oportunidad de publicar esta novela postrera, y que siguió revisándola y reconstruyéndola pacientemente hasta dejar tres versiones diferentes con las que tuvieron que trabajar sus editores y agentes literarios a la hora de realizar la publicación póstuma de The Stoic.

Escritos autobiográficos

La intuición de que su propia peripecia vital revestía tanto interés como cualquier obra de ficción llevó a Theodore Dreiser a publicar su primera semblanza autobiográfica cuando contaba poco más de cuarenta años de edad, centrada en sus numerosos desplazamientos a lo largo y ancho de todo el país, y presentada bajo el título de A Traveler at Forty (Un viajero a los cuarenta, 1913). Poco después, tras la publicación de la ya mencionada The Titan (1914), apeló de nuevo a su experiencia para redactar la novela The Genius (El genio, 1915), un estudio sobre la figura del artista basado en sus propias vivencias e inquietudes literarias, al que siguió otro escritor de carácter autobiográfico titulado A Hoosier Holiday (Una fiesta en Indiana, 1916). A comienzos de los años veinte dio a la imprenta otra obra testimonial sobre su propia andadura vital, A Book About Myself (Un libro sobre mí mismo, 1922), que fue reeditada bajo el título de Newspaper Days (Días de periodista, 1931) al cabo de nueve años, cuando también vio la luz un nuevo texto autobiográfico titulado Dawn (Amanecer, 1931).

En esta línea de rememoración y reelaboración de su propia experiencia cabe situar también la mayor parte de los textos ensayísticos de Theodore Dreiser, entre los que ocupa un lugar preeminente el libro titulado Dreiser looks at Russia (Dreiser mira a Rusia, 1928), escrito tras un viaje que el escritor de Indiana realizó a la URSS en 1927, invitado por las autoridades soviéticas. Por aquel entonces, Dreiser, ya consagrado como uno de los grandes narradores del momento, había comenzado a asumir el papel de figura pública y a significarse por su entusiasta defensa de las posiciones ideológicas de izquierda, que habrían de llevarle -poco antes de su muerte- a formalizar su ingreso en el Partido Comunista. Agigantado por el reciente éxito de An American Tragedy (1925), declaró públicamente que viajaba al Este de Europa con la intención de "poder comprender mejor después a América", objetivo que tal vez creyó haber alcanzado cuando escribió este libro y otros ensayos posteriores como Tragic America (América trágica, 1931) y America is Worth Saving (América merece salvarse, 1941), en los que dejó bien patentes su abandono del naturalismo nihilista que teñía de pesimismo su obra anterior, y su nueva fe en un socialismo que, en su opinión, habría de redimir a su nación de los excesos fatales del capitalismo salvaje.

Por lo demás, también los textos biográficos que dedicó a diferentes hombres y mujeres de su tiempo se nutren de abundantes experiencias autobiográficas, en la medida en que Dreiser procuró ofrecer semblanzas de personas a las que había conocido y tratado. Así ocurre, v. gr., en los dos volúmenes que conforman su obra titulada A Gallery of Women (Galeria de Mujeres, 1929), en la que el escritor de Indiana relata las vivencias y analiza las personalidades de quince mujeres de muy distinta condición social, caracterizadas por sus variados temperamentos y sus particulares ocupaciones. En todos estos quince relatos, centrados en figuras femeninas que él conoció e intentó comprender con simpatía y equidad, Dreiser hizo gala de una sincera piedad en sus juicios y observaciones que permitió a una buena parte de la crítica equiparar su enfoque y con el punto de vista adoptado habitualmente por Dostoievsky en la construcción, contemplación y enjuiciamiento de sus personajes.

Idéntico proceder había seguido diez años antes en la redacción de Twelve Men (Doce hombres, 1919), otro libro de semblanzas biográficas marcado también por la presencia de abundantes datos de su vida real. Particularmente significativo, dentro de esta obra, es el capítulo dedicado a su hermano Paul Dresser, autor de los famosos "Wabash Blues", quien transformó su apellido original cuando se introdujo en el mundo del espectáculo para romper así con la intransigencia de ese padre fanático y ahorrarle, de paso, la para él humillante vejación de ver impreso su apellido junto al de otras gentes que encarnaban -dentro de su trasnochada concepción espiritual del mundo- todos los vicios y depravaciones del demonio. Frente a esta actitud cerril de su progenitor, Theodore Dreiser apoyó en todo momento la carrera musical de su hermano y, como dejó bien patente en ese texto titulado "My Brother Paul" ("Mi hermano Paul"), llegó a afirmar que el escrito del que se sentía más orgulloso era la letra que le había puesto a su más célebre composición.

Una tragedia americana (1925)

Considerada unánimemente por críticos y lectores como su obra maestra, An American Tragedy (Una tragedia americana, 1925) no se libró, en el momento de su aparición, de las censuras y persecuciones desatadas contra el novelista de Indiana desde la publicación de su opera prima. Tenaz en su empeño de poner al descubierto la hipocresía y la doble moral del puritanismo estadounidense de comienzos del siglo XX, Theodore Dreiser llevó a las páginas de esta espléndida novela un caso judicial real de gran resonancia en su tiempo, protagonizado por un joven ambicioso que fue ajusticiado por un asesinato que nunca llegó a cometer (aunque sí lo había concebido). La burguesía norteamericana, indignada por la obstinación con que Dreiser se empecinaba en tildarla de hipócrita desde la primera y malparada edición de Sister Carrie, volvió a poner el grito en el cielo tras la publicación de Una tragedia americana, y consiguió que en determinados puntos del país (como la ciudad de Boston) el autor fuera llevado a los tribunales y la distribución de su obra quedara prohibida durante un largo período de tiempo, a pesar de que en otros muchos puntos de los Estados Unidos las peripecias de Clyde Griffiths -el protagonista de la obra- figurasen entre las lecturas obligatorias o recomendadas de los programas escolares.

La novela refiere la azarosa historia del ya citado Clyde Griffiths, un muchacho perteneciente a la clase media, hijo de dos predicadores callejeros evangelistas -el padre, cercano a la idiocia; la madre, patéticamente inculta- que, por mor de su fanatismo religioso, le someten a unas condiciones de vida anormales o, cuando menos, impropias para un joven de su edad. Alentado por sus vivas inquietudes y sus deseos de progresar en la escala social, Clyde abandona a sus padres en busca de aventuras más excitantes que se le ofrecen, en un primer momento, al emplearse como botones en un lujoso hotel de Kansas City, ciudad en la que se rodea de una serie de amigos que le inician en la vida nocturna. En una de sus frecuentes correrías, el automóvil en el que circula a gran velocidad la pandilla de amigos -apurados por llegar a tiempo a sus puestos de trabajos tras una noche de juerga- atropella a una niña y, tras darse a la fuga, sufre un violento choque en el intento de zafarse de la policía que le viene acosando. A duras penas, los ocupantes del vehículo consiguen abandonarlo y, aunque heridos, escapar de sus perseguidores, sin que este penoso incidente sirva para poner tasa al alocado desenfreno del por aquel entonces confuso, irresoluto y voluble Clyde.

Finalmente, tras superar otras muchas penurias, el protagonista advierte que ha llegado el momento de cambiar de vida y se marcha a Chicago, en donde se encuentra con su poderoso tío Samuel Griffiths, quien le proporciona un ventajoso empleo en una fábrica textil de su propiedad. Sin respetar las directrices de la empresa, que prohíbe tajantemente las relaciones íntimas entre los mandos superiores y las operarias, Clyde seduce a la obrera Roberta Alden, lo que no es óbice para que, simultáneamente, mantenga una aventura con Sondra Finchley, una bella mujer liberal, desprovista de prejuicios morales y sexuales, a la que ha conocido en casa de sus ricos parientes. Su situación se complica gravemente el día que Roberta le comunica que está embarazada, para solicitarle acto seguido que cumpla con sus promesas y obligaciones y se case con ella.

Las perentorias exigencias de la trabajadora, tanto más irritantes para Clyde en la medida en que la atractiva y sofisticada Sondra le hace cada vez más partícipe de sus favores, conducen al protagonista a un estado de ansiedad del que cree salir cuando lee en un diario la noticia de un penoso accidente ocurrido en otro estado a un grupo de excursionistas. Concibe, entonces, en su cerebro la idea de acabar con Roberta ahogándola en un río, siguiendo para ello un minucioso plan que habrá de permitirle presentar su crimen como un desgraciado accidente; y, con el pretexto de atender a los ruegos de la muchacha embarazada, invita a Roberta a una excursión a Grass Lake, donde piensa llevar a cabo su malévola acción. Pero, llegado el momento de cometer el asesinato, se siente incapaz de hacerlo y recrudece por ello su inquina contra la joven, pues se sabe mucho más débil que ella y, desde luego, demasiado cobarde para procurarse su libertad según el diabólico plan que había trazado.

Fruto de este odio, surge la disputa entre ambos jóvenes y, de forma accidental, caen ambos al agua, después de que Clyde halla golpeado a Roberta sin querer con su cámara fotográfica. En ese fatídico instante, reviven en el protagonista esos instintos criminales a los que no había podido dar rienda suelta por su propia mano, y abandona a nado el lugar de los hechos mientras la infortunada joven su ahoga. Regresa luego al lado de Sondra y su alegre pandilla de amigos, contento de que, a la postre, su objetivo se haya cumplido sin que él haya tenido que protagonizar la acción criminal que había tramado; pero una carta hallada en la cartera de la ahogada levanta las sospechas de las autoridades judiciales y Clyde es arrestado bajo la acusación de asesinato, lo que da pie a un ruidoso proceso judicial que, por sus características trágicas y románticas, suscita el interés de toda la comunidad. Los prestigiosos abogados que proporciona a Clyde su tío Samuel Griffiths -más atento a salvaguardar la reputación familiar que a probar la inocencia del joven- no pueden hacer nada por evitar su condena a la pena capital, ya que en el transcurso del juicio el protagonista es incapaz de librarse él mismo de un claro sentimiento de culpabilidad ante los móviles que le habían conducido hasta el lago en compañía de Roberta. En última instancia, ante el fracaso de su defensa, entra en juego el reverendo McMillan, quien, a petición de la madre de Clyde, intenta darle ánimos para afrontar el paso terrible que le ha deparado su destino. Entretanto, en las calles de otra ciudad americana, un sobrino del malogrado Clyde revive su infancia y adolescencia al lado de sus fanáticos abuelos, como si el drama americano que Dreiser ha reflejado en las páginas anteriores flotara ineludiblemente sobre esa sociedad estadounidense que, tras haber torcido el rumbo de la vida del protagonista y alimentado su desmedida ambición, mira para otro lado ignorando su gran parte de culpa en la tragedia.

El éxito cosechado por Una tragedia americana propició su inmediata adaptación al teatro por parte del joven dramaturgo Phil Kearney, quien contó desde el principio con el apoyo entusiasta de la agente literaria y teatral Elizabeth Marbury, una de las figuras femeninas más destacadas en el panorama cultural norteamericano de los años veinte. Con la actuación estelar de Miriam Hopkins en el papel de Sondra Finchley, esta versión teatral de la obra maestra de Theodore Dreiser se convirtió en un clamoroso triunfo que redundó en provecho de la fama y el prestigio alcanzado por el escritor de Indiana entre sus compatriotas, aunque no logró paliar el sorprendente fracaso de la adaptación al cine de la misma historia. En un principio, fue el genial cineasta ruso Sergei Eisenstein quien, deslumbrado por la fuerza narrativa de Una tragedia americana, decidió realizar una versión cinematográfica de la obra de Dreiser; pero el guión realizado por el director de El acorazado Potemkin -cuyo estreno había coincidido, en 1925, con la publicación de la magnífica novela de Dreiser- escandalizó a los productores por su escrupulosa fidelidad respecto a la historia original, por lo que se rechazó la propuesta de Eisenstein y se encomendó la realización del film a Joseph von Sternberg, quien se plegó a la voluntad pacata de quienes le financiaban para estrenar, en 1931, una versión que provocó la indignación de muchos lectores y, desde luego, del propio Theodore Dreiser. El escritor de Indiana llegó a presentar una querella contra los productores de esta mediocre película, acusándoles de haber desactivado conscientemente el mensaje social de su obra, ya que en la versión de Sternberg Clyde Griffiths aparecía reflejado como un mero criminal que no tenía nada que ver con ese muchacho débil, irresoluto y ambicioso al que los vicios y lacras de una sociedad sobre la que no tenía ningún control habían empujado irremisiblemente al fracaso.

Otras obras de Dreiser

Al margen de los títulos ya anotados y comentados en parágrafos anteriores, en la extensa producción literaria de Theodore Dreiser figuran otras obras tan variadas -en lo que a su naturaleza genérica se refiere- como las comedias teatrales Plays of the Natural and Supernatural (1916) y The Hand of the Potter (La mano del alfarero, 1919); las colecciones de narraciones cortas Free and Other Stories (1918) y Chains (Cadenas, 1927); los libros de poemas Moods (Talantes, 1935) y Cadenced and Declaimed (Ritmado y recitado, 1935); el volumen de ensayos Hey Rub-a-dub-dub: A Book of Essays and Philosophy (1920); y los bosquejos de la ciudad de Nueva York presentados bajo los títulos de The Color of a Great City (1923) y My City (1929). Además, al poco tiempo de su desaparición vio la luz la última novela escrita por el autor de Indiana, The Bulwark (El defensor, 1946), obra que menor que vino a constatar la extenuación de su inspiración creativa.

En resumen, puede afirmarse que Theodore Dreiser fue un autor que sacrificó la voluntad de estilo y el preciosismo del lenguaje literario en aras de esa búsqueda de la verdad que, a lo largo de todas su carrera (y tal vez de toda su existencia) se erigió en el objetivo fundamental de su trabajo. Padre e impulsor del naturalismo literario americano, bajo la influencia directa de Balzac y la indirecta -a través de la obra de Frank Norris- de Zola, alcanzó en sus narraciones una asombrosa mezcla de visión realista e inspiración fabuladora, para dejar a la postre un claro mensaje de denuncia en el que su voz clama contra la tiranía hedonista y embrutecedora del materialismo -de la que, paradójicamente, no acertó a liberarse en su propia andadura vital-, plasmada en esa ambición desmedida y ese ansia de vida placentera que conducen al fracaso a sus personajes.

Bibliografía

  • ALONSO MULAS, Dolores G. Sister Carrie, de Theodore Dreiser, novela de la sociedad en transición (Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1986).

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.