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HistoriaPolíticaBiografía

Catalina II, Emperatriz de Rusia (1729-1796).

Emperatriz de Rusia llamada La Grande, nacida en Prusia el 2 de mayo de 1729 y fallecida en San Petersburgo en 1796.

Su verdadero nombre era Sofía Augusta de Anhalt-Zerbst y pertenecía a la alta nobleza polaca de origen alemán. De religión luterana y educación afrancesada, Sofía Augusta fue enviada a Rusia en 1744 con el consentimiento del rey de Prusia, Federico II,para contraer matrimonio con el heredero de la corona, el futuro zar Pedro III. La boda se efectuó en 1745, previa conversión al cristianismo ortodoxo de la novia, que adoptó el nombre de Catalina en homenaje a la emperatriz Catalina I. La joven se adaptó muy pronto a la vida en Rusia, cuya lengua aprendió con rapidez. Por ello se hizo popular en la corte y entre el pueblo, mientras que su marido, Pedro, hombre de carácter débil y caprichoso, se granjeaba la hostilidad general. Durante nueve años la pareja real no tuvo descendencia, lo que hizo temer a Catalina el repudio de su marido. En 1754 Catalina dio por fin a luz un niño, Pablo, aunque su paternidad era muy dudosa. En enero de 1762 Pedro accedió al trono de Rusia. Su política le valió la antipatía de la aristocracia militar y de la Iglesia. Una conspiración de la Guardia Real, encabezada por el amante de Catalina, Grigori Grigorievitch Orlov, y respaldada por el sector tradicionalista de la nobleza y por la Iglesia ortodoxa, acabó con el reinado del zar sólo seis meses después de su acceso al trono (julio de 1762). Pedro III fue encarcelado en el castillo de Rospch y, poco después, estrangulado. Catalina, que manejaba los hilos de la conjura, consiguió de este modo acceder al trono de Rusia como Catalina II, cuando contaba 33 años.

Política interior

Etapa reformista (1762-1774)

La inexistencia de una ley de sucesión clara garantizó la entronización de Catalina. Pero pesaba sobre ella la sospecha del magnicidio y sus derechos al trono radicaban tan sólo en el vínculo matrimonial. Por ello, las primeras medidas de la emperatriz fueron dirigidas a consolidar su poder personal mediante un pacto con la alta nobleza y el ejército. Entre las muchas concesiones hechas a la nobleza, Catalina otorgó a ésta el monopolio sobre la compra de tierras y siervos, así como la delegación en los señores de todos los derechos judiciales públicos sobre los siervos. Este primer período fue también el de aplicación de algunas de las doctrinas ilustradas en la política de la emperatriz. Catalina, que conocía bien la obra de los ilustrados franceses y participaba de sus ideales políticos, apoyó su programa de gobierno en los principios de lo que se ha dado en llamar Despotismo Ilustrado, del que se la considera una de las más conspicuas representantes. En 1764 acometió la reforma de la administración con un claro objetivo centralizador que continuaba la política de Pedro I el Grande, potenciando la participación política del Senado. En 1766 publicó una Instrucción que representaba una declaración de principios ilustrados de gobierno inspirados en las doctrinas de los filósofos Beccaria y Montesquieu. En este mismo año convocó la llamada Comisión para la Codificación del Derecho, que le valió su fama de monarca ilustrada. La Comisión reunió a representantes de los estamentos no serviles para la reforma del código legal, mientras que los representantes de las ciudades y de los campesinos llevaron a la emperatriz cuadernos de quejas a través de los cuales Catalina deseaba conocer la situación de su pueblo.

La Comisión, sin embargo, no tuvo repercusiones políticas significativas y fue disuelta dos años después. En 1767 creó la Comisión Legislativa, con el fin de fortalecer su poder personal absoluto. Otra de las vertientes de su política reformadora la constituyen las medidas adoptadas para la laicización del Estado. Las dificultades económicas que había producido la Guerra de los Siete Años (1756-63), que enfrentó a Rusia con Prusia por el reparto de las esferas de influencia en Europa central, llevaron a Catalina a decretar la secularización de los bienes de la Iglesia ortodoxa, cuyos siervos pasaron a ser propiedad de la monarquía, y a cerrar numerosos conventos. Catalina practicó la tolerancia religiosa, excepto en el caso de los “uniatos”, fieles ortodoxos sometidos a la obediencia del Papado. En cuanto a la política educativa, siguiendo las ideas ilustradas, Catalina ordenó redactar en 1762 un plan para la difusión general de la educación primaria, cuyos únicos frutos fueron la fundación de institutos para jóvenes nobles y de un hospicio. Su política económica también fue deudora de las directrices de la Ilustración. En 1765 se fundó la Sociedad Libre de Estudios Económicos que intentó poner en práctica las doctrinas de los agrónomos ilustrados, pero que no se ocupó de la situación de los campesinos sometidos a servidumbre. Esta situación había empeorado de manera notable debido al paso de casi un millón de siervos de la Iglesia a la monarquía y a las continuas donaciones de tierras y siervos hechas por la zarina a la aristocracia terrateniente, que tendía a un progresivo endurecimiento de los vínculos de servidumbre. La actitud de Catalina hacia el problema de la servidumbre fue claramente pro-nobiliaria, si bien, inspirada por los ideales ilustrados, mostró cierto desvelo por la situación de los siervos. Su legislación, sin embargo, contribuyó al endurecimiento de la servidumbre y sus veleidades emancipatorias se limitaron al intento de normalizar legalmente las relaciones entre siervos y señores y a recomendar a éstos la suavización de las exigencias laborales que pesaban sobre los siervos. El continuo fortalecimiento de la aristocracia gracias a la política de Catalina se traducía en el empeoramiento de las condiciones de vida de los campesinos y en un aumento progresivo de la tensión social, que estalló en 1773 con la llamada “revuelta de Pugachev”, el mayor conflicto social de la Rusia moderna. La revuelta, dirigida por el cosaco Pugachev, que se hacía pasar por Pedro III, involucró a los campesinos de las regiones del Volga, a los cosacos del Don y a los obreros de la región metalúrgica de los Urales. Su programa pretendía la abolición de la servidumbre y la eliminación violenta de la aristocracia terrateniente. Se extendió por las tierras del Volga y del Don, y alcanzó algunos éxitos en sus inicios. Fue sofocada con dureza en 1774 y su líder, ejecutado. La revuelta de Pugachev marcó el final del periodo reformista de Catalina, que desde entonces demostró su miedo a la insurrección popular con el endurecimiento de una política ya abiertamente favorable a los privilegiados.

Segunda etapa (1774-1796)

La rebelión popular supuso la aceleración de las reformas administrativas favorables a la nobleza. Catalina intentó vincular nuevamente a los nobles al servicio burocrático con el fin de garantizar su lealtad al Estado. Esta política se tradujo en la promulgación de la Carta de la Nobleza (1785), por la cual este estamento recibió un estatuto legal de confirmación de sus amplísimos privilegios. Entre ellos, la Carta reconocía a la nobleza el monopolio sobre las altas funciones administrativas, los poderes absolutos sobre la vida de sus siervos y el privilegio de una justicia propia. Catalina continuó el proceso de centralización del Estado, destinado ahora a un control más eficaz del orden público, a cuyo mantenimiento quiso vincular a la nobleza mediante la Reforma Provincial de 1775. La reforma perseguía un mayor sometimiento del territorio ruso y de las regiones periféricas del Imperio. Se dividió el territorio en 50 provincias o “gobiernos”, a cuyo frente se encontraba un gobernador designado por la zarina con poderes casi absolutos. Cada provincia se subdividió en distritos llamados "círculos", administrados por un noble local. Esta última etapa del reinado estuvo asimismo marcada por el endurecimiento de la censura intelectual y de la intolerancia hacia grupos disidentes, debido al impacto que sobre Catalina produjeron los acontecimientos de la Revolución Francesa.

Política económica

La Rusia de Catalina II era un país fundamentalmente agrícola cuya industrialización avanzaba lentamente. La emperatriz realizó numerosos esfuerzos inspirados en las doctrinas de la Ilustración. En sus esfuerzos por modernizar la economía rusa fomentó las finanzas, introdujo el papel moneda y creó entidades bancarias. Bajo sus auspicios se emprendió un plan de especialización agrícola de los territorios del Imperio, incorporándose para su explotación las regiones del Volga, el Cáucaso y las estepas. Ucrania se convirtió en la región más importante para el desarrollo agrícola ruso desde su incorporación a Rusia. Se fomentó el cultivo del trigo ucraniano mediante una política de colonización que atrajo principalmente a agricultores balcánicos, armenios, alemanes y rusos de otras regiones. Bajo Catalina II, el proceso de industrialización siguió sujeto a los intereses del Estado. Para favorecer la industria, la zarina abolió en 1779 la reglamentación de los oficios y de las fabricaciones y auspició la fundación de más de tres mil talleres manufactureros. La industria textil creció considerablemente, sobre todo en la Rusia central. Todas estas medidas favorecieron fundamentalmente a la nobleza, muy implicada en el desarrollo económico, aunque en esta época apareció asimismo el primer germen de la burguesía industrial rusa. La expansión fronteriza en los territorios de Crimea hizo posible la fundación de puertos en el Mar Negro (Odesa, Jerson, Sebastopol) y el auge de las exportaciones hacia Oriente Próximo y el Mediterráneo. En el comercio internacional, destaca también el crecimiento de las exportaciones de productos metalúrgicos, de los que Rusia se convirtió en principal productora desde la década de 1770. A pesar de los evidentes progresos, el despegue económico se vio frenado por la deficiente articulación del comercio interior, carente de una red de transportes básica y lastrado por un sistema tributario poco favorable al comercio.

Política exterior

La Rusia de Catalina II tuvo un papel muy destacado en la política europea del siglo XVIII. La zarina continuó la política imperialista de Pedro el Grande, en la que se vio favorecida por el debilitamiento del Imperio Otomano. Su principal frente de expansión fueron los territorios polacos, sobre los que ya en 1763 estableció el protectorado, y sentó en el trono a uno de sus amantes, Estanislao II. Las guerras que mantuvo con el Imperio Otomano por el reparto de las esferas de influencia en el centro y este de Europa llevaron a una considerable expansión de las fronteras del Imperio ruso, a expensas de los territorios turcos. En 1768 estalló la primera guerra ruso-turca, que resultaría desastrosa para Turquía. En 1769-70 Rusia anexionó Moldavia y Valaquia y en 1771 conquistó Crimea. Estos éxitos difundieron por Europa occidental la fama de su ejército y restauraron el prestigio político de Rusia. Desde entonces, Catalina II participó activamente en la lucha de influencias en la Europa central y oriental. En 1772 pactó un primer reparto de Polonia con Prusia y Austria. Con este reparto Catalina II consiguió para su imperio los territorios de Bielorrusia. El reparto suponía el retroceso de la influencia francesa en el este de Europa y el afianzamiento del Imperio ruso y de Prusia. Los repartos posteriores de Polonia (1793 y 1795) determinaron su desaparición como estado y la anexión definitiva por parte de Rusia de Ucrania, Podolia y la zona occidental de Bielorrusia hasta la ciudad de Minsk. Catalina estableció en sus territorios polacos un régimen de represión sostenido por las duras intervenciones militares y la pasividad internacional ante la descomposición de Polonia. Otro de sus frentes de expansión fue Alaska, cuya colonización por pobladores rusos se inició a finales de siglo. En los últimos años de su reinado, Catalina se unió al frente contrarrevolucionario levantado por Austria y Prusia contra la expansión de la Francia revolucionaria, pero sus planes de intervención quedaron truncados por su muerte, acaecida en 1796.

Conclusión

El nombre de Catalina II ha quedado unido a la difusión de los ideales de la Ilustración en Rusia. Durante el siglo XVIII, la emperatriz gozó de gran fama en Europa occidental como defensora del progreso ilustrado, al menos durante el período anterior a la Revolución Francesa. Catalina ejerció el mecenazgo sobre los ilustrados franceses, por los que sentía gran admiración. Diderot, para quien Catalina representaba el perfecto modelo del monarca ilustrado, visitó su corte en 1773. La emperatriz mantuvo correspondencia con los más destacados enciclopedistas así como con Voltaire, que le dedicó encendidos elogios. Sin embargo, la aplicación de las doctrinas ilustradas en Rusia fue muy superficial debido a las características del país, en el que faltaba una burguesía pujante. El carácter de las reformas emprendidas por Catalina II fue marcadamente aristocrático y favoreció el anquilosamiento de las estructuras tradicionales de la sociedad, fundadas en la servidumbre del campesinado.

Bibliografía

  • ANDERSON, B.S., ZINSSER, J.P. Historia de las mujeres: una historia propia. vol.2. Barcelona, 1991.

  • CARRETERO ZAMORA, J.M. La Rusia de Catalina II . Madrid, 1985.

  • KAUS, Gina. Catalina la Grande. Barcelona, 1941.

  • KRAKOWSKI, E. Historia de Rusia. Barcelona, 1960.

Autor

  • Victoria Horrilllo Ledesma