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LiteraturaBiografía

Abarca de Bolea, Ana Francisca (ca. 1602-1685).

Narradora, poetisa y religiosa cisterciense española, nacida en Zaragoza el 19 de abril de 1602, y fallecida en Casbas (Huesca) en 1685. En la línea de tantas otras religiosas españolas del barroco tardío que se significaron por su acusada vocación literaria, dejó una interesante producción que la reveló no sólo como una inspirada poetisa, sino también como una de las primeras novelistas de las letras hispánicas (junto a la madrileña María de Zayas).

Nacida en el seno de una ilustre familia nobiliaria que tenía emplazada su mansión solariega frente a la zaragozana iglesia de San Felipe, prácticamente desde la cuna estuvo destinada a la vida religiosa, pues con tan sólo tres años de edad fue encomendada por sus progenitores (don Martín y doña Ana) a las monjas cistercienses de Casbas, que se ocuparon de su educación y crianza. Apenas tuvo trato, pues, con sus padres, de los que quedó huérfana entre los doce y los catorce años de edad. Sólo alcanzó a relacionarse con sus hermanos cuando las monjas le permitían realizar alguna visita a Zaragoza (o a Huesca y Siétamo, donde también tenía casas la familia), o bien cuando algunas de sus hermanas -con las que tuvo mayor relación que con sus padres- acudían hasta el convento para hacerle una visita. Con el paso de los años, la hija de una de estas hermanas de doña Ana Francisca Abarca de Bolea profesó, con el nombre religioso de Francisca Bernarda, en el mismo convento en que se hallaba recluida su tía, a la que aportó gran consuelo y compañía durante sus últimos años de existencia.

Criada, pues, con las monjas desde su más tierna infancia, ella misma tomó en efecto los hábitos el día 4 de junio de 1624, para profesar solemnemente en ese monasterio de Casbas que quedaba así definitivamente establecido como el principal -y, prácticamente, el único- escenario del transcurso de su vida. Monja aplicada, obediente y trabajadora -aunque nunca sumisa-, se entregó siempre con esmero a las labores propias del cenobio y a las tareas que le encomendaba su congregación, y, ya en su vejez, ejerció durante cuatro años como madre abadesa (1672-1676). Pero no por esta dedicación a la vida religiosa y doméstica del monasterio dejó de lado sus hondas inquietudes intelectuales, manifiestas en ella desde su temprana niñez. Mujer de gran inteligencia natural y sólida formación humanística, permaneció siempre atenta -a pesar de su alejamiento de los principales mentideros literarios del país- a la evolución de los gustos y las corrientes estéticas de su tiempo, informada por algunos de los intelectuales aragoneses más prestigiosos del momento, como el polígrafo, erudito y cronista del Reino de Aragón Juan Francisco Andrés de Uztarroz (1606-1653) -con el que mantuvo una intensa amistad y una fructífera relación epistolar-, o el anticuario, escritor y coleccionista de monedas oscense Vicente Juan de Lastanosa (1606-1685), una de las cabezas visibles de la intelectualidad aragonesa durante el siglo XVII. A través del primero, admirador y comentarista de los versos de don Luis de Góngora y Argote (1561-1627), la curiosa monja bernarda tuvo un conocimiento pleno de los principales registros temáticos y estilísticos del gran poeta cordobés, lo que pronto quedó bien reflejado en la propia producción poética de doña Ana Francisca Abarca de Bolea. Por mediación de Lastanosa, conoció la impresionante obra de un paisano suyo, el jesuita Baltasar Gracián, algunos de cuyos mejores textos (como El político, El discreto, el Arte de ingenio y el Oráculo manual y arte de prudencia) fueron editados por el numismático de Huesca.

En el círculo de amistades intelectuales de doña Ana Abarca de Bolea figuraron, además, otras figuras tan relevantes en la cultura aragonesa del Barroco como el conde de Guimerá, el gran cronista Ximénez de Urrea, y el eximio poeta e historiador fray Jerónimo de San José (1587-1654). Además, se dio la feliz circunstancia -muy frecuente, por lo demás, en todos las congregaciones femeninas de la época- de que en el mismo convento en el que hizo su vida la autora de Zaragoza estuviese profesa otra celebrada escritora, la poetisa doña Ana Paciencia Ruiz Urríes, cuyos hermosos versos merecieron en más de una ocasión los elogios de la propia doña Ana Francisca, que entabló una fecunda relación de amistad y complicidad literaria con esa otra escritora de su convento, y, alentándose entre ambas, concurrió con ella a varios certámenes literarios de los que eran tan comunes por aquellos años.

Inserta en esta rica tradición literaria, hacia finales de la década de los años setenta doña Ana Francisca Abarca de Bolea dio a la imprenta una curiosa narración que, publicada bajo el título de Vigilia y Octavario de San Juan Bautista (Zaragoza: Pascual Bueno, 1679), puede considerarse la última de las novelas pastoriles de la literatura áurea española. La originalidad de esta obra -cuya acción transcurre en un paraje bien conocido por los lectores aragoneses: el Moncayo- radica no sólo en esa condición de broche o culminación de un subgénero narrativo que, iniciado a mediados del siglo XVI, parecía ya notoriamente desgastado tras más de cien años de fecunda existencia, sino también en la adición, por parte de la escritora cisterciense, de abundantes elementos religiosos que han permitido a la crítica especializada tildar esta obra de religioso-pastoril e, incluso, de novela pastoril "a lo divino". Por lo demás -y como mandan los cánones estilísticos y estructurales de este subgénero-, la prosa de Vigilia y Octavario de San Juan Bautista viene enriquecida por constantes incrustaciones poéticas que, al paso que embellecen el tejido lingüístico del texto, dan fe de la facilidad versificadora de la inspirada monja y de su intencionada militancia dentro de esa estética gongorina que hizo furor durante toda la segunda mitad del siglo XVII y la primera parte de la centuria siguiente (gongorismo que, en la pluma de doña Ana Francisca Abarca de Bolea, atenúa con gusto sus excesos culteranos): "Esas que en vos, Clarinda, eran centellas, / si olvido por pasados sus rigores, / ocultos resplandores / entre celajes muestran ya de estrellas, / y aunque lo oculta el velo, / en vuestro cuerpo están como en su cielo" (de "Liras a una viruela").

A pesar de estos notables aciertos líricos, la religiosa bernarda no llegó a recopilar su producción poética en un volumen exento, por lo que los únicos versos suyos que han llegado hasta nuestros días -suficientes, desde luego, para mostrar la hondura y calidad de su estro- están entretejidos entre los avatares religiosos y pastoriles de su citada novela, como esta bella "Décima a un jazmín": "Estrella entre verdes hojas / naciste radiante y bella, / errante en tu misma estrella / pues te ocasiona congojas. / De los alientos que arrojas / por ese candor nevado, / a presumir he llegado / que hurtó tu mano sutil / si la blancura al marfil, / la fragancia a todo el prado". De forma excepcional, también se conserva un soneto de circunstancias que doña Ana Abarca de Bolea, en la estela de todos los poetas de su tiempo, insertó en uno de los volúmenes colectivos que se imprimieron con motivo de la muerte del príncipe heredero don Baltasar Carlos (1629-1646): "Lapidario sagaz, duro diamante / labra, resiste firme al golpe fiero, / tíñelo en sangre y pierde aquel primero / rigor a la labor menos constante. // Contra Carlos el mal no era bastante, / que queda al golpe cual diamante entero, / tíñelo en sangre amor, y el mal severo, / sujeta con amor a un hijo amante. // El mal lo agrava y el amor lo aflige, / aquél pide remedio, éste no tiene, / y quien conoce aquél éste no alcanza. // No rige el mal, que amor de madre rige, / y Carlos por amor a perder viene / la vida en flor, y España la esperanza" ("Soneto a la muerte del Príncipe don Baltasar Carlos", en Obelisco histórico y honorario que la Imperial ciudad de Zaragoza erigió a la inmortal memoria del Serenísimo Señor don Baltasar Carlos de Austria, Príncipe de las Españas [Zaragoza: Hospital de Nuestra Señora de Gracia, 1646]; no es de extrañar la inclusión de este poema de la monja cisterciense en este volumen colectivo, pues su recopilador y editor fue el citado amigo de doña Ana Abarca, Juan Francisco Andrés de Uztarroz).

Al margen de ese tratamiento "a lo divino" de la materia pastoril, y más allá también del colorido plástico de los versos que encierra, la riqueza y variedad de Vigilia y Octavario de San Juan Bautista queda patente en una compleja y proteica estructura en la que tienen cabida otras notables creaciones literarias de doña Ana Abarca de Bolea, interpoladas aquí con singular acierto y oportunidad, como el apólogo La ventura en la desdicha y la novela corta Fin bueno en el mal principio. El resto de la obra en prosa de la escritora oscense se completa con algunos textos hagiográficos relacionados, por lo general, con figuras pertenecientes a su orden religiosa, como Catorce vidas de santas de la Orden del Císter (Zaragoza: Her. de P. Lanaja, 1655) y Vida de la gloriosa Santa Susana (Zaragoza: Her. de P. Lanaja, 1671). Además, la erudita e inspirada monja fue autora de una interesante Historia del aparecimiento y milagros de Nuestra Señora de Gloria; de una Vida de San Félix de Catalicio; de una Crónica de los hechos y vidas de las religiosas del Monasterio de Casbas. También se compone de diferentes composiciones poéticas sueltas que, como rasgo temático común, suelen jugar con los valores mágicos o cabalísticos atribuidos al número siete. Cabe indicar, por último, que su pasión hacia su tierra natal (que dejó bien patente en la ambientación de su novela religioso-pastoril en la serranía del Moncayo) quedó también de sobra manifiesta en su elección, para una serie de composiciones poéticas menores, de un vehículo expresivo tan alejado de los lenguajes poéticos al uso como el dialecto somontano que hablaban los pobladores de su entorno oscense.

Bibliografía

  • ALVAR, Manuel. Estudios sobre el 'Octavario' de doña Ana Abarca de Bolea (Zaragoza: Instituto "Fernando el Católico", 1945).

  • CAMPO GUIRAL, M. A. Estudio y edición de 'Vigilia y Octavario de San Juan Bautista' de Doña Ana Abarca de Bolea (Zaragoza, 1990).

  • CASTRO Y CALVO, J. M. Prosas y versos de doña Ana Francisca Abarca de Bolea (Zaragoza: Berdeño, 1938).

  • MUÑIZ, R. "Doña Ana Francisca Abarca de Bolea", en Biblioteca cisterciense (Burgos, 1793), págs. 1-4.

  • NAVARRO, Ana. Antología poética de escritoras de los siglos XVI y XVII (Madrid: Editorial Castalia / Instituto de la Mujer, 1999), págs. 253-259.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.