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LiteraturaBiografía

Villon, François (1431-1463).

Poeta francés. De pocos poetas se puede decir, como de François Villon, que su obra es, en gran medida, incomprensible, si no se tiene en cuenta su biografía, pero a la vez aún hoy se pueden suscribir las palabras de Pierre Champion:

Según la conocemos, gracias a los esfuerzos obstinados de los eruditos, contemporáneos nuestros, la vida de François Villon podría caber entera en una página.

Gran parte de los datos biográficos que poseemos de Villon derivan de su propia obra, y su obra cabe entera en un volumen de reducidas proporciones. Resulta legítimo, pues, preguntarse si no se trata de un espejismo de la crítica.

El 5 de enero de 1463, emana del Parlamento de París una breve nota:

Visto por la corte el proceso hecho por el preboste de París o por su lugarteniente contra maestro François Villon, demandando que sea colgado y ahorcado, finaliter anulada dicha apelación y el motivo por el que fue apelado, y teniendo en cuenta la mala vida de dicho Villon, lo destierra hasta dentro de diez años de la ciudad, del prebostazgo y del vizcondado de París.

Este breve documento puede considerarse en gran medida como la clave que establece la unión entre biografía y obra poética: la delincuencia, la idea de la muerte, París, el destierro, son temas recurrentes en la obra de Villon. La referencia cronológica del documento sirve para situar al poeta en la encrucijada estética de finales de la Guerra de los Cien años; el título de "maestro" nos sitúa a Villon en el ámbito universitario; las condenas lo colocan en los medios oscuros de las banderías y agrupaciones de forajidos. Es evidente que se trata de una figura singular, cuya obra será resultado de una multiplicidad de tradiciones y de vivencias ajenas a la mayor parte de los escritores de su época.

En la introducción del Testamento, escrito a finales de 1461, Villon dice que tiene treinta años, dato difícil de corroborar:

En el año trigésimo de mi edad,
bebidas ya todas mis vergüenzas,
ni del todo loco, ni del todo cuerdo...
...
Como me encuentro débil
más de bienes que de salud,
dado que estoy en plenitud de sentido.
...
he otorgado este testamento,
bien establecido, con mi última voluntad,
único para todo e irrevocable.

Lo he escrito el año sesenta y uno,
en que el buen rey me liberó
de la dura prisión de Meung.

Si se acepta que Villon está dicendo la verdad y no utilizando un tópico literario, hay que deducir que el poeta nació hacia 1431.

Villon ha sido identificado con François de Montcorbier, bachiller en Artes en 1449, licenciado y maestro en la misma materia algunos años más tarde. Habitualmente se suele considerar que François de Montcorbier, de familia pobre, encontró un protector en la persona de Guillaume Villon, capellán de Saint-Benoît le Bétourné. Fue este clérigo quien le ayudó en los estudios y quien le impulsó a la carrera eclesiástica, de la que, al parecer, no llegó a obtener grandes beneficios. El poeta, agradecido a su protector, que había sido para él más que padre, como afirma al comienzo del Testamento, tomó su apellido.

Poco o nada se sabe del François Villon estudiante. Sus títulos académicos no le sirvieron para obtener ningún beneficio eclesiástico, y la pobreza lo acogió en sus filas, en las que militó a lo largo de toda su vida, como él mismo se encarga de recordarnos en multitud de ocasiones, unas veces con humor; otras, dolido. Por otra parte, la conducta del poeta no debía de ser ejemplar. Como tantos clérigos de su época, frecuenta las tabernas, se rodea de mujeres y provoca o participa en alborotos callejeros. Así lo hace pensar una carta de perdón que se le otorga en 1456: en una riña que tuvo como resultado la muerte por una pedrada del clérigo Philippe Sermoise, Villon recibió una cuchillada que le partió el labio, que le dejó marcada la cara para el resto de sus días. Empieza así -si es que no tuvo un origen anterior- la actividad delictiva del poeta.

Apenas ha vuelto a París, de donde había huído temiendo la justicia, cuando Villon participa en un audaz robo: la noche del 24 de diciembre de 1456 entra en el Colegio de Navarra con otros amigos, y se apodera de mil quinientos escudos de oro. A pesar de todas las diligencias, los autores no son descubiertos, pero algunos meses más tarde (mayo de 1457), uno de los cómplices -Guy Tabarie-, en estado de embriaguez, da los nombres de los implicados en los hechos. Villon ocupaba un lugar de honor entre los demás compañeros. El poeta acababa de salir de París y, al enterarse de la confesión de Guy Tabarie, no volvió a la capital; la versión poética de lo ocurrido nos la ofrece el mismo Villon en el Legado: ha salido hacia Angers porque está enamorado. Mientras escribía -por la noche- el poema, ha perdido el conocimiento y no recuerda lo ocurrido...

Villon se encuentra de nuevo fuera de París; va a buscar fortuna a la corte de Charles d'Orléans, en Blois, donde se protege a los poetas, y también va a saludar a René d'Anjou, rey de Sicilia, mecenas y, además, poeta. Villon debió de tener poco éxito, de forma que no mucho tiempo después conoce la cárcel de Meun (Meung-sur Loire-), gracias a la "ayuda" del obispo de Orléans, Thibaut d'Aussigny, a quien Villon dedica un violento recuerdo al comienzo del Testamento. El motivo de este encarcelamiento está poco claro, aunque es posible que hubiera razones múltiples: una de ellas fue, al parecer, la vida errante del poeta, cuando formaba parte de un grupo de cómicos, profesión perseguida por la Iglesia en la Edad Media. Otra, quizás la de mayor peso, fue, tal vez, la relación del poeta con alguna banda de delincuentes: el robo del Colegio de Navarra fue posible gracias a la colaboración de algunos amigos, que, con el paso del tiempo, aparecen en los procesos judiciales, acusados de formar parte de bandas armadas, y que no tardarán mucho en ser ahorcados. Esas bandas de delincuentes eran abundantes en Francia desde el tratado de Arrás (octubre de 1435). Estaban formadas por soldados licenciados que no tenían otro medio para ganarse la vida, se dedicaban al pillaje de cuanto hallaban a su paso, a la estafa, al robo, al juego trucado... y que utilizaban una jerga especial. Villon era uno más de la Compañía de la Coquille, banda que pudo llegar a tener más de mil miembros, algunos de los cuales fueron condenados a muerte en Dijon el 18 de diciembre de 1455, tras un proceso en el que afloraron casi un centenar de expresiones jergales, que permiten comprender sin demasiados esfuerzos las baladas en jerga escritas por Villon entre los años 1455 y 1461.

Además de ser condenado a la cárcel, Villon fue castigado con la pérdida de sus privilegios como clérigo. El régimen de la prisión debía de ser muy severo y las torturas abundantes: el poeta vio la muerte cerca, pues apenas quedó libre, por gracia del rey Luis XI (1461), comenzó a escribir el Testamento. Para entonces, varios de sus amigos de antaño ya habían sido ahorcados.
Vuelve a París, y de nuevo es encarcelado, aunque por poco tiempo, pues promete devolver al Colegio de Navarra su parte del botín. No había transcurrido un mes desde esta condena, cuando Villon cae otra vez en manos de la justicia: había sido reconocido en una reyerta nocturna en la que se produjeron heridos. Su presencia en el lugar de los hechos y su largo historial delictivo lo convierten en reo de muerte por horca. El poeta pide clemencia y se le conmuta la pena por diez años de destierro de París, según confirma el documento que nos servía de obertura.

Nada más se sabe de Villon. Hay quien cree que marchó a la corte de Inglaterra; otros piensan que se retiró a un monasterio y vivió en religión el resto de sus días. En cualquier caso, dado el silencio que se extiende sobre su persona y la inexistencia de obras posteriores, lo más posible es que Villon muriera poco después de ser desterrado, en 1463.

Las obras de Villon se publicaron tiempo después de su muerte: la primera edición es de 1489; rápidamente se formó en torno a su figura una leyenda con aureola de mito, a la que no son ajenos Clément Marot o Rabelais, y que hizo de Villon un poeta maldito, loco e ingenioso, sucesor de Cecco Angiolieri o Rutebeuf, ejemplo para los románticos y modelo de los inconformistas.

Villon se ha educado en la revuelta Universidad de París, donde ha obtenido el grado de maestro en Artes; pero también se ha criado en la taberna y el burdel, por eso no debe extrañar la continua alternancia entre el academicismo y el vitalismo; es éste uno de los rasgos más destacados del estilo de Villon: siguiendo las pautas retóricas, compone baladas para sus amigos muertos en la horca, o lleva a cabo un debate -de corte medieval- entre el alma y el cuerpo, o mezcla máximas cultas con proverbios vulgares, o alterna sublimes expresiones trovadorescas con términos groseros, alejados de toda idealización. El resultado son obras extrañas y vigorosas.

Es curioso que las dos obras mayores de Villon, el Legado (Lais) y el Testamento, se pueden poner en relación con momentos conocidos de su vida; parece como si el mismo poeta quisiera establecer ciertos nexos entre la obra y sus fechorías. Según las palabras del mismo Villon, el Legado fue escrito la noche del 24 de diciembre de 1456:

El año cuatro cientos cincuenta y seis,
yo, François Villon, estudiante
...
hacia Navidad, estación muerta,
en que los lobos viven del viento
y que uno se queda en casa
-por la escarcha-, cerca del tizón,
me vinieron deseos de romper
la muy amorosa cárcel
que quebraba mi corazón.

Y así lo hice,
teniendo ante mis ojos a aquella
que consentía en mi perdición,
sin que por ello le fuera mejor
...

Me apresó la mirada de aquella
que me fue traidora y dura;
sin que yo haya faltado en nada,
quiere y ordena que yo sufra
muerte y que no viva más;
no veo más salvación que huir.
Quiere romper la soldadura viviente
sin oír mis compasivas quejas.

Para evitar estos peligros,
lo mejor para mí es, creo, huir.
¡Adiós! Me voy a Angers,
ya que ella no me quiere conceder
su gracia, ni compartirla conmigo.
Por ella muero, con los miembros sanos;
a la fuerza soy amante mártir,
de la lista de los enamorados santos.

Según los datos que suministra el poeta, se trata de la misma noche del robo en el Colegio de Navarra; dos interpretaciones caben, pues: o ha encubierto la realidad transformándola y adaptándola a los usos corteses, o está jugando en clave para un público conocedor de la realidad, capaz de descifrar que el referente del amor no es la dama, inasequible a los desvelos del poeta, sino el arca del dinero, igualmente inasequible a los esfuerzos del poeta, y por cuya culpa se ve -literalmente- condenado a morir. El juego con los recursos poéticos tradicionales no deja lugar a dudas.

También el Testamento remite a la biografía real: Villon lo compuso en 1461, al verse libre de la prisión de Meun, donde había pasado un verano entero a base de pan y agua. Sin embargo, algunos poemas incluidos en el Testamento fueron escritos con anterioridad a esa fecha, de tal modo que no habría que dar un crédito absoluto a las palabras del poeta y, sobre todo, en algunas ocasiones en las que la interpretación es ambigua:

Cuántas veces en el mayor de mis males,
caminando sin cruz ni cara,
Dios, que a los peregrinos de Emaús
reconfortó, según dice el Evangelio,
me mostró una buena ciudad
y me concedió el don de la esperanza;
por muy vil que sea el pecador,
Dios odia sólo la perseverancia en el mal.

Está claro que una de las interpretaciones posibles es la situación de pobreza del poeta y su esperanza de robar en una buena ciudad, con lo que los versos adquieren de nuevo una notable carga burlesca.

Tanto en el Legado como en el Testamento, se repiten los mismos personajes, las mismas donaciones. El primero comienza con el tema del 'Enamorado, mártir de amor' y de la 'Dama sin compasión', que hacen que el poeta tenga que marcharse de París para poder soportar unos sufrimientos amorosos (en lectura superficial) o económicos (en otro nivel de lectura). El padecimiento por la dureza o la inconstancia femenina es un dolor que sufre cualquier hombre de corte que se precie, pero también es virtud del cortesano la generosidad. Villon no puede faltar a estos ideales y se comporta con magnificencia, repartiendo entre sus protectores todo lo que tiene. Así, a partir del primer momento, el texto se debe entender en dos planos distintos: el literario (el poeta-gran señor reparte sus bienes) y el real (Villon se burla dando lo que no tiene). Esta doble situación se mantiene hasta los últimos versos; entonces, el poeta reconoce su verdadera situación, su miseria, el hambre que pasa y el frío que siente:

Después de que mi razón volvió del descanso
y que el espíritu se desatara,
decidí acabar mi propósito;
pero la tinta se había helado
y mi cirio estaba apagado;
no hubiera podido hallar fuego.
Así me dormí, envuelto en el manto
y no pude acabar.

Hecho en tiempos de la susodicha fecha,
por el muy renombrado Villon,
que no come higo ni dátil.
Seco y negro como escobón de horno,
no tiene tienda, ni pabellón
que no haya legado a sus amigos,
y no le queda más que alguna moneda de cobre
que pronto se habrá gastado.

El Legado adquiere, pues, el carácter de sátira personal, donde los nombres de importantes personajes se mezclan, sin ningún orden aparente, con los de individuos de dudosa reputación. La lectura resulta penosa por la dificultad de entender el sentido, a veces rebuscado, de cada uno de estos dones; así ocurre en cualquier otra sátira personal, donde las anotaciones se hacen imprescindibles para poder superar los abundantes escollos. Dejadas atrás las dificultades, la transparencia del texto es total, y las caricaturas adquieren su auténtica dimensión, descarnada y cruel.

El Testamento se plantea de forma similar al Legado, aunque, además de la sátira, deba ser visto como una antología de la obra de Villon: el poeta ha ido engastando distintas piezas dentro de un hilo narrativo difícil de seguir en muchas ocasiones, desde el comienzo mismo de la obra; apenas ha empezado el poeta a expresar sus propósitos, cuando se acuerda de Thibaut d'Aussigny, obispo de Orléans, que lo había tenido un verano en prisión. La cólera le arrastra estrofa tras estrofa, y le lleva a continuas imprecaciones contra el indigno prelado. Pero Villon es consciente de que se ha desviado de su propósito inicial: tras agradecer al rey Luis XI el haberle salvado, vuelve al testamento; pero de nuevo se aleja de su propósito, pues ha empezado a reflexionar sobre la vida, cómo la vejez puede salvar una juventud alocada y cómo el dinero puede hacer cambiar la conducta de cualquiera; si los piratas se convierten en gentes de bien, con mayor motivo él podrá alcanzar la salvación, si encuentra quien lo saque de la miseria:

Si Dios me hubiera concedido que me encontrara
a otro misericordioso Alejandro
que me hubiese hecho entrar en la buena suerte,
si entonces alguien me hubiera visto caer
en el mal, a ser quemado y convertido en cenizas
yo me hubiera condenado con mi propia voz.
La necesidad hace que las gentes se inclinen al mal,
y el hambre obliga al lobo a salir del bosque.

Villon sigue meditando sobre su propia existencia: ha perdido y desperdiciado casi por completo su juventud; le ha llegado la vejez de repente y no tiene nada en las manos. Mira a su alrededor y ve cómo unos amigos han muerto y otros se han convertido en grandes señores; sin embargo él sigue solo, igual que antes. La vejez y la muerte aparecen ante el poeta, quien les dedica algunas baladas extraordinarias, como la de las Damas de antaño, o la Balada en antiguo francés, en las que alternan los elementos medievales y las soluciones renacentistas: la repetición de los estribillos "Pero, ¿dónde están las nieves de antaño?" y "Así se lo lleva todo el viento", refuerza el valor del ubi sunt con una nota de fugacidad tan inasible como las mismas nieves o el viento; todo ha quedado en nada.

En este sentido, merece la pena señalar, aunque sea brevemente, la perfecta construcción de la Balada de las Damas de antaño: la estrofa I nos sitúa en la Antigüedad; la II, recuerda a Abelardo y Eloísa, y a Buridán y a la reina de Francia, dos parejas de amantes célebres en la Edad Media; la estrofa III incluye una larga enumeración de damas medievales. En claro paralelismo con esta balada, el poeta construye otra, la de los Hombres de antaño, sin la fuerza de la anterior, aunque siga el mismo esquema. El estribillo bien puede marcar la distancia lírica entre las dos baladas: frente a las nieves de antaño, ahora se encuentra al final de cada estrofa un verso más débil, menos logrado, y quizás porque la referencia ha sido menos directa, la carga poética se ha disipado: "Pero, ¿dónde está el noble Carlomagno?".

La vejez evoca la juventud. La Hermosa Armera toma la palabra y se recuerda tal como era algunos años antes: el poeta lleva a cabo, de nuevo, una construcción simétrica; al retrato juvenil de la hermosa armera sigue su retrato en la vejez, de acuerdo con los estrictos cánones estéticos medievales. Alternando baladas y estrofas narrativas, comienzan los legados y donaciones, con el mismo espíritu satírico que en el Legado; cuando el poeta no sabe qué dejar, incluye una balada. Por lo general, se mantienen las donaciones de 1456, aunque en alguna ocasión se incrementen con nuevas aportaciones. Por la galería burlesca pasarán, además, personajes que no se hallaban en el Legado. Tras la larga introducción, el poeta dedica un recuerdo al clérigo Guillaume Villon, más que padre para él, y otro a su madre, que tanto ha sufrido por su culpa, a quien envía una Balada para rogar a la Virgen, perfecto modelo de oración.

La sátira es implacable con los enemigos del poeta o con aquellos que han mostrado tibieza a la hora de ayudarle; Villon no tiene misericordia con ellos. Sin olvidar en ningún momento que está redactando un testamento, su Testamento, Villon dispone no sólo el reparto de sus bienes (ficticios, naturalmente), sino que aprovecha para ordenar cómo han de celebrarse sus exequias, como si fuera un gran señor:

Item, encargo en Sainte Avoie,
y no en otro lugar, mi sepultura;
y para que todos me vean,
no en carne, sino en pintura,
que se me saque el retrato entero
en tinta, si no cuesta muy caro.
Nada de tumba, no me interesa,
pues pesaría más el suelo.

De nuevo chocamos con la realidad: ni estatua fúnebre, ni largo epitafio; a una vida pobre, un recuerdo pobre, aunque no desprovisto de ironía.

Basta ver este breve esquema para dudar de la unidad cronológica e histórica de la obra. En efecto, resulta difícil aceptar que Villon, al salir de la cárcel de Meun en 1461, escribiera sin interrupciones el Testamento; es posible que al verse libre de la prisión compusiera la feroz crítica contra el obispo que le había encarcelado; también es posible que, como ya se ha indicado antes, el poeta concibiera el Testamento como unas memorias o antología poética, siguiendo un procedimiento ya utilizado por Dante en la Vita nuova o por el Arcipreste de Hita en el Libro de Buen Amor, entre otros muchos: una lectura -aunque no sea minuciosa- nos mostrará ciertas incoherencias entre las baladas y los textos que las introducen, poniéndonos sobre la pista de una fusión forzada de elementos que existían de forma independiente. Por otra parte, no deja de sorprender la diferencia de tono que existe entre la introducción del Testamento (reflexión seria sobre la vida y la muerte) y el resto de la obra, donde adquieren mayor relieve las ironías, burlas y antífrasis.

La obra de Villon no se limita a estos dos largos poemas narrativos; por lo general se consideran suyas también una serie de composiciones, que se suelen agrupar bajo el epígrafe de Poesías diversas: incluye este grupo obras de distinta extensión, que oscilan entre los cuatro versos de "quatrain"

Yo soy François, lo cual me pesa,
nacido en París, cerca de Pontoise,
y en el extremo de una soga
sabrá mi cuello cuánto mi culo pesa.

y los ciento treinta de la epístola a María de Orléans. En estas composiciones, Villon se muestra una vez más como poeta de valores muy distintos: es capaz de construir poemas de circunstancias, como la epístola a la hija del duque de Orléans, o de llevar a cabo las más emotivas baladas, como la que constituye el Epitafio; puede verse sumergido en la tradición escolar y retórica de su época (Balada de los proverbios, de las contra-verdades...) o, por el contrario, rompe violentamente los moldes que le impone la cultura (en el "quatrain" citado, o en la Epístola a los amigos), pero siempre encontraremos versos que impresionan, estribillos que hacen meditar.

En este grupo se incluye el Debate del cuerpo y el corazón (como asiento del alma y de la inteligencia): siguiendo la pauta de las disputas medievales, con representantes literarios ya tres siglos antes, Villon lleva a cabo una reflexión sobre sí mismo, mostrándose tal como debía ser: contradictorio, indeciso, poco dispuesto a corregirse si la corrección cuesta algún esfuerzo, siempre con una respuesta pronta o con una excusa preparada.

En 1463 compuso Villon el Epitafio o Balada de los ahorcados: había sido condenado a muerte y, quizás por eso, el arrepentimiento parece ser más sincero, más auténtico, lo que no impide que el poeta incida, con evidente muestra del humor negro que le caracteriza, en elementos macabros, tomados directamente de la realidad: habla como si ya estuviera ahorcado y su cuerpo colgara del extremo de una soga:

Hermanos humanos que vivís después de nosotros,
no tengáis contra nosotros los corazones endurecidos,
pues si tenéis compasión por nosotros, pobres,
Dios se apiadará antes de todos vosotros.
Aquí nos veis, atados, cinco, seis:
la carne, que hemos alimentado en demasía,
hace tiempo que está devorada y podrida,
y nosotros, los huesos, nos hacemos ceniza y polvo.
Nadie se ría de nuestro mal,
y rogad a Dios que nos absuelva a todos.
...
La lluvia nos ha lavado y limpiado,
y el sol, desecado y ennegrecido;
urracas, cuervos, nos han cavado los ojos
y arrancado la barba y las cejas.
Nunca, en ningún momento estuvimos quietos;
hacia aquí, hacia allá, según varía el viento
a su antojo, sin cesar nos menea,
más picoteados por los pájaros que dedales de coser.
No seáis, pues, de nuestra cofradía,
pero rogad a Dios que nos absuelva a todos...

Junto a esta balada, se nos aparece el otro Villon, el que en las mismas circunstancias escribe un "quatrain" jocoso aludiendo a su próxima muerte.

Villon es un poeta de dos caras, como ya hemos visto; mezcla continuamente la burla y la crítica, la retórica y la improvisación; no resulta extraño, pues, que su obra participe de una doble vertiente: la mayor parte de sus poesías están escritas en francés medio, pero hay, además, un pequeño grupo de composiciones en jerga. Era previsible que Villon, como clérigo, escogiera el francés o el latín; sin embargo, rechaza la posibilidad de la lengua de cultura por antonomasia y recurre a la jerga que utilizaban los malhechores y gentes de dudosa conducta: es una lengua totalmente artificial, con una gran cantidad de palabras inventadas, connotativas, referidas a circunstancias muy concretas.

Pierre Guiraud, esforzado estudioso de las baladas en germanía, señala que el conjunto de las seis composiciones escritas en esta modalidad lingüística forman un conjunto homogéneo, que podría titularse Juegos de la Muerte, del Azar y del Amor, o los Peligros de la Coquille. Siguiendo al mismo estudioso, cabe indicar que cada balada se dedica a un grupo distinto de delincuentes: descerrajadores, asesinos, tramposos ("desplumadores"), falsificadores, estafadores y blanqueadores de moneda.

Para comprender las dificultades que presentan estas seis baladas hay que tener en cuenta que el vocabulario empleado resulta oscuro, entre otras razones porque no había sido documentado antes del proceso de los miembros de la Coquille, en Dijon (1455): se trata generalmente de compuestos derivados de la lengua hablada mediante sufijos, cambios de conjugación o de género, calcos morfológicos, cruces, desvíos semánticos (metáforas, analogías, etc.). La jerga así construida se basa en términos del francés hablado en el siglo XV, con abundantes aportaciones dialectales de las regiones del Este y del Norte: Franco-Condado, Lorena, Saboya, Picardía y Walonia.

Pero, además, se pueden establecer tres niveles distintos de lectura: el primero se aplica al mundo del robo, de la tortura y de la horca; el segundo nivel se refiere al juego, a las trampas, a los engaños; el último grado sería el relativo a los engaños amorosos, con un planteamiento indudablemente homosexual, y que constituiría el sentido secreto de la obra: así, spelicans se podría traducir por 'picoteadores' (I), 'desplumadores' (II) y 'peladores de pava' (III).

El juego de los tres niveles dura a lo largo de las seis baladas, dando lugar a una compleja relación de significantes y significados, que se apoyan unos en otros, y casi siempre en juegos de palabras imposibles de traducir y de mantener.

Para concluir con la enumeración de las obras de nuestro poeta, hay que hacer mención de un roman perdido y que él mismo cita: se trata del Rommant du Pet-au-Diable, narración que debía tener como tema los diversos acontecimientos ocurridos con una piedra que había en París, ante un albergue que había tomado ese mismo nombre. Como resultado de las tensiones entre la Universidad de París y el preboste de la ciudad, los estudiantes anduvieron enfrentados con los poderes públicos desde 1444. La Universidad cesó en sus actividades entre el 4 de septiembre de ese año y el 14 de marzo de 1445, hubo reformas de los estatutos en 1452, y en 1453, el rector y unos ochocientos estudiantes se manifestaron ante el preboste, muriendo un joven y un sargento...

Parece ser que los estudiantes se aplicaban a destrozar las insignias y marcas de las calles, arrancando las señales de los albergues y lugares públicos; entre sus fechorías se encontraba el robo de la piedra del Pet-au-Diable, que llevaron a una colina, en donde la adoraban o la veneraban como si fuera su señor. Incluso cuando las fuerzas del orden consiguieron rescatar la piedra, los estudiantes acudieron al Palacio Real, donde se había guardado, y la volvieron a robar mediante fuerza de armas.

El roman de Villon debía narrar estos acontecimientos y, por tanto, sería compuesto en fechas cercanas a los mismos, hacia 1453. El contenido tendría forma heroico-cómica, con elementos alegóricos, y seguiría esquemas tradicionales (octosílabos pareados); es posible, también, como señala M. Schwob, que en el relato se intercalaran algunas de las baladas que después fueron utilizadas en las dos obras mayores de Villon.

Villon vive dentro de las tradiciones literarias de su época, aunque consiga dar cierta impresión de modernidad: tanto el Legado como el Testamento pertenecen a un género característico, el decir, que tiene amplia representación en las literaturas románicas del siglo XV. El decir no se acompaña de música, ni se canta (y en esto se diferencia de la canción); por lo general está constituido por octavas octosilábicas de dos o tres rimas, similares a las que aparecen en los Cancioneros castellanos de la misma época.

Por lo que respecta al contenido, las dos obras principales de Villon pertenecen a una tradición medieval, que ya tiene notables representantes entre los trovadores del siglo XIII. Tampoco fue invención del poeta la inclusión de baladas en medio del decir, pues en esto también sigue los gustos de la época, como en tantos otros aspectos de su obra: temática, recursos, formas estróficas, etc.

Sin embargo, la fuerza de las caricaturas, basadas en una simple anécdota, en un hecho concreto, las imágenes y metáforas, apenas esbozadas y llenas de vigor, los cuadros tomados de la vida cotidiana: las viejas acurrucadas al fuego, la mujer que se mira al espejo, el cadáver colgando de la horca..., y su sentido del humor, construido sobre continuas antífrasis y parodias muestran que Villon ha dominado y superado la tradición literaria, al combinar la retórica y las vivencias personales, con lo que logra dar espíritu a los inertes lugares comunes.

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CARLOS ALVAR

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