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PinturaBiografía

Velázquez (1599-1660)

Autoretrato de Velázquez

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez nace en Sevilla el 6 de junio de 1599, de padre portugués y madre sevillana. Se considera que su primer maestro fue Herrera el Viejo, hombre de difícil carácter con el que no debió durar mucho tiempo. En 1610 se encuentra en el taller de Francisco Pacheco como aprendiz. Siete años más tarde pasa el examen del gremio de pintores y en 1618 se casa con Juana Pacheco, hija de su maestro. Pacheco se convierte más tarde en su más ferviente admirador: a él debe haber podido formarse en un ambiente culto, de hombres de letras que se reúnen en tertulias en el taller de Pacheco.

Durante este primer periodo de formación va a recibir las influencias de la pintura tenebrista, sobre todo de la obra de Ribera, mostrando un interés por el Naturalismo que le recomienda su maestro. De esta época son algunos cuadros como Vieja friendo huevos o El Aguador, realizando un alarde de realismo, donde los objetos adquieren vida propia. En estas obras se plantea también el problema de la luz, optando por un estilo tenebrista propio de la influencia de la obra de Caravaggio.

En 1622 realiza su primer viaje a Madrid, acompañado de su discípulo y criado Diego Medrado. Conoce El Escorial y entabla amistad con Luis de Góngora, del que realiza un retrato.

Diego Velázquez. Museo Arqueológico. Madrid.

De vuelta a Sevilla y gracias a la amistad de Juan Fonseca, consigue que el Conde-Duque le costee un nuevo viaje a Madrid, en 1623, para realizar un retrato de los Reyes. En este momento pinta un retrato a Fonseca y un retrato de Felipe IV, que gustó mucho al rey. Desde este momento el éxito es fulminante, instalándose en el palacio y convirtiéndose en el único retratista de los reyes, ostentando el titulo de pintor de cámara y servidor del rey.

En la corte, Velázquez tiene ocasión de conocer y estudiar las obras de las colecciones reales, ya que el rey Felipe IV es uno de los mayores coleccionistas del momento además de ser uno de los mejores conocedores del arte italiano. También conoce la obra de los artistas madrileños como Vicente Carducho, que siguen fieles al academicismo. Su obra choca bruscamente con la de éstos, convirtiéndose en sus enemigos, especialmente Carducho.

En 1628 llega a Madrid el famoso pintor holandés Rubens. Velázquez le acompaña en su visita a las colecciones reales de El Escorial, ejerciendo sobre él una notable influencia. De este momento son cuadros de carácter mitológico como Los Borrachos y El triunfo de Baco.

En 1629 realiza su primer viaje a Italia, donde aprende y asimila el rico cromatismo de la escuela veneciana y abandona las reminiscencias tenebristas de su aprendizaje en Sevilla. De este momento son La túnica de José y La fragua de Vulcano. Aparecen nuevas preocupaciones en su pintura, como la luz, el paisaje y el desnudo. Su pintura se hace más libre, más moderna y más luminosa.

De vuelta a Madrid, desarrolla una gran actividad como retratista de corte, trabajo en el cual se va afianzando su propio estilo. De este momento son obras como La rendición de Breda o Las lanzas y los retratos ecuestres de Felipe IV, El Conde-Duque de Olivares y El Príncipe Baltasar Carlos, obras realizadas para la decoración del Palacio del Buen Retiro. También realiza retratos de bufones y cortesanos como Pablillos de Valladolid y El bobo de Coria, o algunos cuadros de personajes clásicos como Exopo y Marte, dios de la guerra.

En 1643 se produce la caída del Conde-Duque de Olivares, su gran protector. Al año siguiente mueren la reina y el príncipe Don Baltasar Carlos, lo que conlleva que el ambiente de la corte cambie. En 1647 es nombrado veedor de las obras del Alcázar y su decoración, cargo que le aleja de su actividad de pintor.

En 1649 vuelve a Italia, con el encargo de Felipe IV de adquirir obras para la decoración del Alcázar de Madrid. Visita diversas ciudades italianas como Roma, Venecia, Nápoles, Módena y Florencia. En Italia es recibido con gran admiración, realizando retratos como el del Papa Inocencio X o su criado Juan de Pareja, y dos pequeños paisajes Los jardines de la Villa Médicis, de gran trascendencia posterior.

De vuelta a Madrid, en 1651 es nombrado aposentador de la corte, llevando una vida casi cortesana, con una gran colección de cuadros y un biblioteca también importante. Entre 1656 y 1658 pinta algunas de sus más famosas obras: La Venus del Espejo, Las Meninas y Las Hilanderas.

En 1660 muere sin dejar escuela ni seguidores. Pese a sus ocupaciones como servidor del rey, Velázquez fue ante todo pintor y es en la tarea que se ocupa toda su vida. Pertenece, junto a Alonso Cano y Zurbarán, al grupo de pintores sevillanos de la primera generación barroca del siglo XVII. Pero además tendrá relación con los más grandes artistas del momento: Rubens, en España, Pietro da Crotona, Guido Reni y Bernini, en Italia. Una de sus grandes preocupaciones fue enaltecer el oficio del pintor, elevando de la categoría de trabajador manual en la que estaba considerado, a la de intelectual y artista liberal. Su figura es una de las más grandes de la pintura de todos los tiempos.

Su obra

El aguador de Velázquez. Londres

Las primeras pinturas que realiza en Sevilla son, fundamentalmente, temas de género como La vieja friendo huevos de 1618, El Aguador de Sevilla de 1620 o Cristo en Casa de Marta y María del mismo año; dentro de la misma línea están La Cena de Emaús de 1620, San Juan Evangelista en la isla de Patmos, realizada aproximadamente en 1618, o la Adoración de los Reyes Magos, de 1619, que se ha interpretado como un retrato de familia donde se representarían a su maestro Pacheco y el propio artista como los dos Reyes, y su esposa Juana y su hija, en la Virgen y el niño. De este mismo momento son La Virgen impone la casulla a San Ildefonso de 1623 y varios retratos como: La madre Jerónima de la Cruz El padre Cristóbal Suárez de Ribero y el supuesto retrato de Francisco Pacheco.

En su primera estancia en Madrid realiza el Retrato de Góngora, de 1622. Establecido definitivamente en la corte en 1623, realiza una serie de obras como los retratos de Don Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, de 1625, El infante Don Carlos de 1626, y varios retratos de Felipe IV, de 1626 a 1628. También realiza temas históricos como La expulsión de los moriscos, de 1627, y mitológicos como El triunfo de Baco y Los Borrachos de 1629.

Durante su primera estancia en Italia pinta La fragua de Vulcano de 1630, Jacob recibiendo la túnica de José del mismo año y Doña María de Austria, reina de Hungría, pintada en Nápoles en 1630.

De vuelta a Madrid en 1631 pinta obras como: Santo Tomás de Aquino confortado por los ángeles después de la tentación, Cristo Crucificado, y retratos tan importantes como el de Doña Antonia Ipeñatierra y Galdós y su hijo Don Luis; Don Diego del Corral y Arellano, el de su esposa Doña Juana Pacheco, a quien caracteriza como una Sibila, además de retratos reales como Isabel de Borbón, El príncipe Baltasar Carlos a los tres años.

En 1635 para el Salón de Reinos del Palacio de Buen Retiro pinta Las lanzas o La rendición de Breda, obra maestra de la pintura europea en el género histórico. De este momento y para el mismo fin son los retratos ecuestres de Felipe IV, El Conde-Duque de Olivares y El príncipe Baltasar Carlos.

Entre 1636 y 1643 realiza una serie de retratos como Juan Martínez Montañés, Francisco I de Este y El príncipe Baltasar Carlos jovencito. También realiza notables escenas de cacerías, como La Galería real del jabalí, y las pinturas con destino a la Torre de la Parada: Esopo y Menipo.

Entre 1643 y 1649 sus retratos aumentan la gama cromática, que se manifiesta en el de Felipe IV de 1644, La Dama del abanico, de 1646, y todo el conjunto de retratos de los bufones de la corte, donde los presenta con toda la dignidad, despertando más piedad que repulsión. El niño de Vallecas, El bufón Don Sebastián de Mora, El bufón Don Diego de Acedo o El primo, todos ellos en el museo del Prado.

En 1649 viaja a Italia, donde pinta en Roma el retrato de su criado Juan Pareja y el retrato del Papa Inocencio X, así como las dos vistas de los jardines de la villa Médicis Entrada en la gruta y El pabellón de Ariadna. En 1650 pinta también La Venus del Espejo, único desnudo conservado de los cuatro que se tiene noticia que ejecutó.

De vuelta a la corte española, entre 1656 y 1658, realiza varias de sus más famosas obras como son Las Meninas de 1656, Las Hilanderas de 1657. Su ultima producción de retratos es bastante copiosa: La reina Doña Mariana de Austria de 1652, La Infanta Margarita a los tres años de 1654, El príncipe Felipe Próspero, de 1659, La infanta Margarita a los nueve años, de 1659. Su última ocupación fue preparar la decoración de la residencia real en la isla de los Faisanes, como motivo de la infanta María Teresa a su prometido Luis XIV. Después, regresa a Madrid y muere.

La rendición de Breda o Las Lanzas de Velázquez. Museo del Prado. Madrid.

El estilo

Velázquez es el pintor más genial de todo el barroco español e incluso del europeo. Representa la síntesis absoluta de la forma de ver del natural con la representación de lo intelectual. Su pintura integra las experiencias y formulaciones del racionalismo científico del siglo XVII.

En su producción de retratos, los retratos de reyes y cortesanos, cumplen dos funciones: por una parte la exaltación de la monarquía absoluta, y por otra definen la imagen del rey y de los miembros de su familia, de acuerdo con las leyes del decoro. El rey debe mostrar a través de su apariencia exterior los rasgos de su posición social. La belleza física debe ser reflejo de la belleza moral. La idea de la austeridad y el decoro es una norma inquebrantable, aunque Velázquez consigue conjugarlo con la fidelidad a la imagen realista del modelo. Cambia la visión tradicional de los retratos de abajo a arriba y establece nuevas relaciones de luz y sombras. Dentro de estos retratos realiza una serie ecuestre, donde se observa la influencia de la pintura de Rubens. El caballo se convierte en el soporte idóneo para dar una imagen heroica del monarca, restringiéndose este tipo de representación al rey y a las figuras más distinguidas dentro de su círculo.

En su galería de retratos de bufones, criados, amigos e incluso nobles, Velázquez realiza lo mismo que en los retratos cortesanos, abandonando, claro está, los aspectos secundarios de la etiqueta. Velázquez pinta, como en los retratos reales, lo que ve el ser humano inmediato y concreto, tal como es. La representación de criados y bufones muestra el afán de investigación del artística en la búsqueda de la representación de lo real, por encima de cualquier idea de ostentación del retrato. Este género es utilizado como un medio de experimentación puramente pictórico.

Su posición en la corte hace que dentro de la obra de Velázquez las pinturas de temática religiosa sean escasas, frente a la del resto de los pintores de su época, que prácticamente, es el único género que cultivan, junto al retrato y las naturalezas muertas. Sin embargo, en su Cristo Crucificado ha dejado una de las obras más hermosas, patéticas, sobrias y equilibradas de toda la pintura barroca. Representa el momento de la muerte de Dios-hombre: el cuadro se desnuda de todo lo superfluo que pueda disminuir el impacto de la imagen de Cristo, que irradia la luz de su divinidad.

Sus paisajes de la Villa Médicis, los únicos paisajes del barroco español, muestran una perfección clásica conjugada con la representación de la inmediatez de la imagen y la creación de una atmósfera envolvente, mediante una pincelada suelta, ingrávida y rápida. Es donde mejor se pueden apreciar su famosas veladuras, capas de color casi trasparentes que crean atmósferas. Sus cuadros mitológicos serán también una excepción dentro del mundo contrarreformista y de clientela religiosa de la pintura española. Estos temas sirven para mostrar el contenido humano, no la realidad heroica del mito, sino la realidad cotidiana de los protagonistas: introduce la visión de personajes populares, que son captados casi en una instantánea fotográfica. El tema sirve al artista para investigar en las posibilidades de la pintura.

Los borrachos de Velázquez. Museo del Prado. Madrid.

Las Hilanderas

Las Hilanderas de Velázquez. Museo del Prado. Madrid.

Es una obra perfectamente sumida en las preocupaciones iconográficas propias del barroco, Velázquez narra un tema mitológico mediante la representación de una escena de género.
Esta obra se encontraba en el Alcázar de Madrid cuando se produce su incendio. Hasta su recientísima restauración, había tenido un añadido que había complicado los intentos de interpretación, no sabiendo si este añadido respondía a la restauración de una parte que se supone había sido dañada durante dicho incendio.

Durante mucho tiempo se había interpretado como una escena de género en la que se representaba un taller de Hilanderas, aunque la existencia de la escena cortesana del fondo, la inclusión de la figura de Minerva y elementos como el violonchelo, hacían dudosa esta simplicidad temática, siendo uno de los temas de gran preocupación entre la crítica.

Hacia los años cuarenta de este siglo, el cuadro de las Hilanderas es identificado con el nombrado como la Fábula de Aracne en uno de los inventarios de las colecciones reales. A partir de este momento se empieza a investigar para llegar a la justa interpretación de lo representado. Poniéndose de manifiesto que Velázquez, siguiendo los esquemas barrocos, propone la visión de una fábula mediante la representación de una escena cotidiana. Se narra la disputa entre Minerva y Aracne, que compiten por ver cuál es la más rápida tejiendo. Este es el tema representado en la segunda escena del cuadro, convirtiéndose en el tema principal el fondo del mismo que, además, puede ser interpretado como un simple tapiz decorativo. La escena del primer plano, inspirada en un taller de tapices, se ha interpretado siguiendo el libro de las Metamorfosis de Ovidio, obra que se encontraba en la biblioteca de Velázquez, como una alegoría del buen gobernante.

Indudablemente, la lectura del cuadro resulta compleja y dificultosa, trascendiendo la idea de instantánea, donde se quiere representar una realidad cotidiana, para integrase en todas las corrientes intelectuales del barroco.

La luz es elemento verdaderamente protagonista del cuadro: es la que ordena la composición, estableciendo planos fuertemente iluminados como el del fondo y planos prácticamente en penumbra. Con ello, Velázquez puede investigar en las posibilidades de las variaciones que sufre el color al pasar de un plano a otro, de una zona más iluminada a una zona en penumbra, consiguiendo definir una perspectiva aérea en la que lo que se está representando es la atmósfera.

La obra es un intento del artista por llevar al espectador más allá de lo que se ve, estableciendo un juego de planos, de miradas y de significaciones ocultas que necesitan una reflexión intelectual, más allá de lo puramente representado.

La Venus del Espejo

Venus del espejo de Velázquez. National Galery. Londres.

Es una obra excepcional dentro del panorama de la pintura barroca española. Es uno de los pocos desnudos femeninos que se pintan y en el que Velázquez consigue introducir importantes novedades en la iconografía de Venus.

La diosa aparece representada como cualquier mujer, invirtiendo en la composición de la obra los planos de las Venus pintadas por Giorgione o Tiziano, que aparecían de frente y en la posición inversa. Como en Las Meninas, va a introducir el espejo como elemento fundamental en la composición y como generador de variadas lecturas.
Venus se muestra de espaldas, con una belleza contundente y cuyo rostro sólo es visible por la imagen que devuelve el espejo. La imagen reflejada apenas insinúa los rasgos del rostro de Venus, pero sus ojos se dirigen hacia el espectador, introduciéndolo en la composición e incitándolo al ejercicio intelectual de crear la propia imagen de Venus.
El cuadro se conserva técnicamente en muy mal estado, debido a los avatares de su historia y a las malas restauraciones practicadas sobre él, que han ido arrancando muchas de las sutiles capas de pintura de Velázquez con lo que la perspectiva aérea que caracteriza su obra se ha perdido, así como todo el juego de sugerencias que introduce la atmósfera en sus cuadros. Pese a ello, es indudable que se trata de una de las obras claves de la producción de Velázquez.

Las Meninas

Las Meninas. Velázquez. Museo del Prado. Madrid.

Esta obra es, sin duda, una de las grandes obras maestras de la pintura de todos los tiempos. Supone dentro de la obra de Velázquez la síntesis de todos sus conocimientos pictóricos, su genialidad, su talante, la intelectualización de su obra y sus propias aspiraciones como pintor y como persona.

Como las Hilanderas, es una obra compleja de múltiples lecturas. La escena recoge el momento en que en una estancia del palacio, Velázquez está pintando un cuadro. En un primer término, aparece un grupo compuesto por la infanta Doña Margarita, las Meninas María Agustina Sarmiento e Isabel de Velasco, la deforme María Bárbola y el niño Nicolasito Pertusano, que apoya el pie sobre un perro que parece dormitar. En un segundo plano aparece Velázquez en actitud de pintar. Detrás de este grupo aparece doña Marcela Ulloa, dama del palacio, y un guardadamas vestido de negro. Al fondo de la estancia aparece en una puerta el aposentador José Nieto y reflejadas en un espejo las figuras de los reyes.

La obra se caracteriza por la calidad y la sutileza pictórica de las figuras. El acusado realismo, la profundidad espacial y el reflejo del movimiento detenido ha hecho que se la intérprete como una instantánea fotográfica. Estas sensaciones se consiguen mediante la reflexión cromática y la representación de una atmósfera que se hace palpable, espesa y contundente. La luz moldea y crea el espacio mediante la perspectiva área, introduciendo dos focos de luz: uno que hace que la luz penetre en la estancia por la derecha de la obra e ilumina a las figuras del primer plano y otro al fondo por la puerta que se abre, donde se sitúa la figura de José Nieto y que es un foco de luz vertical de gran violencia, pero que Velázquez interpreta sin ningún dramatismo. Técnicamente, Velázquez consigue llegar a la perfección de sus búsquedas lumínicas, consiguiendo la plasmación de la perspectiva aérea en una atmósfera tangible y envolvente: consigue pintar el aire, búsqueda que se había iniciado con la obra de Leonardo.

En la obra se traza un entramado sutil de planos y miradas mediante los cuales se teje una composición compleja en la que se destaca lo secundario, velándose lo principal que pasa a ser reflejado como anecdótico. Todo se estructura para lanzar un mensaje concreto sobre el artista, sobre su quehacer como pintor y sobre su consideración personal.

Recientemente, la opción de Velázquez ante esta obra ha sido interpretada como intencionada, sabiendo que estaba realizando una obra cumbre del arte occidental y planteándola como algo ante lo que el espectador siente su originalidad y su maravilla. El espectador pasa a ser parte activa de la obra, ya que el espacio que ocupa éste es el intermedio entre el propio cuadro y la posición que ocuparían los reyes reflejados en el espejo.

El tema, un retrato informal de grupo, parece poco importante y se les recoge en una instantánea, en un movimiento paralizado, justo cuando se dan cuenta de la presencia de los reyes en la habitación que en la obra sólo se muestran en el reflejo. El espectador queda atrapado en estos dos movimientos.

Pero la obra tiene, además, esa significación personal: es la primera vez que un pintor aparece retratado junto a un rey, aunque la presencia real, por decorosa, sea indirecta. Velázquez realiza un documento en el que habla de las buenas relaciones entre el pintor y el rey, que además es un amante de la pintura y un gran entendido en arte. Con ello afirma la posición del pintor como un artista intelectual y no como un mero artista manual o artesano.
Velázquez se retrata a sí mismo con el pincel, desarrollando su oficio pero en una actitud pensativa, digno por la virtud de su arte, afirmando su propia nobleza. Velázquez había mantenido una lucha particular para ser reconocido como noble, con lo que su arte pasaría a ser considerado fuera de las artes manuales, consideradas poco dignas en aquél momento, y entrar a formar parte de las artes liberales. Consigue, al final de su días, ser nombrado caballero de la Orden de Santiago, al igual que consiguió el reconocimiento de su arte en las Meninas, donde el rey mando pintar la cruz de Santiago en el pecho de Velázquez.

Galería

Velázquez: Felipe III. Museo del Prado.

Velázquez: El Conde-Duque de Olivares (Det.). Museo del Prado.

Velázquez: Retrato de Doña Mariana de Austria. Museo del Prado.

Velázquez: Felipe IV (1628). Museo del Prado.

Velázquez: Felipe IV anciano. Museo del Prado.

Obra

Galería multimédia

Bibliografía

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Autor

  • Esther Alegre Carvajal