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HistoriaPolíticaBiografía

Velasco, Luis de. Marqués de Salinas (1535-1615).

Político y administrador español, marqués de Salinas, VIII virrey de Nueva España (1590-1595) y IX virrey del Perú (1596-604), nacido en Carrión de los Condes en 1535 y muerto en Sevilla el 7 de septiembre de 1615. Fue también presidente del consejo de Indias.

Hijo de Luis de Velasco, segundo virrey de Nueva España, nació en Carrión de los Condes (Palencia) en 1535 y todavía niño acompañó a su padre, que en 1549 embarcó desde Sanlúcar de Barrameda con destino a México. En esta ciudad pasó su juventud y permaneció en ella al morir el virrey, siendo elegido regidor de Zempoala, cargo que no pudo ejercer por desavenencias con el virrey marqués de Villamanrique, quien al llegar a Nueva España en 1585 se opuso a esta designación. Velasco prefirió regresar a la corte y Felipe II le nombró embajador en Florencia, con una misión especial.

Terminada esta misión regresó a Madrid, donde aumentaba la preocupación por los asuntos de Nueva España, en la que el virrey era objeto de numerosas y repetidas quejas de instituciones y personas. El Consejo de Indias recomendó a S.M. que nombrase a don Luis de Velasco para suceder al marqués, mediante un decreto que el rey firmó el 19 de julio de 1589, advirtiéndole al mismo tiempo de la situación en el virreinato, por lo que se le recomendaba desembarcar lejos de Veracruz. Simultáneamente se nombró Juez Visitador del virrey depuesto al obispo de Tlaxcala-Puebla.

Al desembarcar en Tamihagua, cerca del río Pánuco y comprobar que el país estaba en calma, continuó viaje a Veracruz donde desembarcó a mediados de diciembre, cuando cumplía 55 años de edad, entrevistándose en Acolman con Villamanrique y haciendo su entrada en la ciudad de México el 25 de enero de 1590. Esta recepción “por su magnificencia y concurso de gente fue la más solemne que había visto México”. Participaron “un piquete de soldados que hacían lugar al paseo; seguía la música militar; venían después los caballeros y gente de lustre; después la Ciudad, detrás los Secretarios y Relatores; inmediata a éstos la Audiencia y por último el virrey en un caballo ricamente enjaezado…”.

Recibido con verdadero entusiasmo por la mayoría de la población, que recordaba sus años de juventud pasados en el virreinato, “respondió acertadamente con cordura y buen sentido, pues que dispuso se abrieran las fábricas de sayales y paños establecidas años antes, arrollando todas las dificultades promovidas por los comerciantes españoles”. Sin embargo, su segundo año de gobierno coincidió con la aparición de la peste, que causó graves estragos entre la población menos favorecida.

Muy pronto logró concertar la paz con las belicosas tribus chichimecas, que habían vuelto a perturbar la tranquilidad en las fronteras del norte, burlando la capacidad defensiva de los presidios construidos por orden de su padre y que atacaban con frecuencia las zonas de Guanajuato y Zacatecas. En 1591 llegó a la ciudad de México una embajada india que traía las condiciones de negociación, consistentes fundamentalmente en el suministro de carnes y ropas. Aceptadas estas demandas por el virrey, consiguió de los chichimecas que reconociesen la formación de nuevos pueblos y su colonización por familias tlaxcaltecas ya cristianizadas a las que acompañaron misioneros franciscanos. Como consecuencia, se establecieron cuatro centros de población: San Luis Potosí, San Miguel Mesquitic, San Andrés y Colotlán.

En cuanto a las obras públicas, este primer periodo de gobierno registró la construcción de un hermoso paseo, llamado de la Alameda, aprobado por el cabildo en enero de 1592, situado sobre el antiguo tianguis de San Hipólito, que llegó a contar años más tarde con más de cuatro mil álamos y sauces, catorce calles y cinco fuentes. Apoyó el sostenimiento del Hospital Real “con una medida de maíz de la cosecha general”; estableció una fábrica de armas y pólvora en Chapultepec; inició las obas de protección y defensa de los litorales y atendió a la limpieza de la ciudad tras las inundaciones, con ocasión de las lluvias torrenciales que se abatían sobre el valle.

Su preocupación por el estado en que se encontraban las poblaciones de indios y el trato a veces injusto y discriminatorio que se les dispensaba, le llevó a implantar medidas de mejoramiento: ordenó cuidar las causas civiles de los indios, simplificando los procedimientos y procurando sentencias ejecutorias inmediatas; proceder de acuerdo con las leyes en las de carácter criminal; dispensarles del pago tributario del medio real con destino a los sueldos de los jueces, escribanos y curiales, etc.

En cambio encontró obstáculos insalvables, al intentar el establecimiento de una política paternalista y de excesivo proteccionismo, que tropezó con la naturaleza de por sí independiente y huidiza de los indios. Los primeros programas que se aplicaron en 1592 con los otomíes, a los que se obligó a trasladarse por la fuerza a poblados nuevos situados en las llanuras, tuvo que hacer frente a su resistencia, su abandono de las viviendas y el regreso a las montañas. Dávila Padilla, cronista de los dominicos (citado en Orozco y Berra) describió con todo detalle este proceso.

Cuando Felipe II decidió la imposición de nuevos tributos, con la finalidad de lograr ingresos suficientes con los que sostener los gastos de guerra, aumentaron de cuatro a ocho reales los tributos que los indios pagaban, la mitad de ellos en forma de empréstito. Deseando aliviar esta situación y fomentar al mismo tiempo la cría de gallinas y otras aves de corral, el virrey estableció que el pago fuera de siete reales y una gallina, lo que provocó el aumento de la especulación y el comercio negro de este tipo de aves, que alcanzaron precios de compra exorbitantes.

En esta primera época del virreinato de don Luis de Velasco, el monarca ordenó la supresión de la Audiencia de Filipinas, cuyas justicias en lo civil y la gobernación de las islas en lo general, pasaron a depender de la Nueva España. Los años finales de este periodo los consumió el virrey alentando nuevos intentos de expansión territorial. Se consumó la cristianización de las tribus de los sinaloas, titulándose esta provincia Sinaloa (nombre que mantiene el actual estado), hasta llegar al río Nazas y la laguna de Parras, centro de una amplia comarca de viñedos y producción de vinos, muy apreciados con el paso del tiempo.

Se disponía el virrey a preparar una nueva expedición destinada a la conquista de Nuevo México, cuando llegó a Veracruz una flota procedente de la península, en la que venía don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, con órdenes reales de sustituir al virrey Velasco, que había sido destinado por Felipe II para hacerse cargo de esta misma responsabilidad en el Perú. Velasco entregó el bastón de mando a su sucesor el 5 de noviembre de 1595. En un documento de “Advertimientos” que le entregó, se refería a la gobernación del virreinato en 21 puntos, entre los que destacó “la guerra de los chichimecas, el poblamiento del septentrión con indios de Tlaxcala, las obras de defensa de los litorales, la entrada y evangelización de Sinaloa, el tribunal de indios y sus pleitos, los recursos de la tierra, el comercio y la navegación, el abasto de la ciudad y el trabajo de los indios”.

Don Luis de Velasco gobernó en Lima durante ocho años, hasta la llegada de su sucesor, el conde de Monterrey, su sucesor en Nueva España, según costumbre adoptada por la corte en los últimos años. Tras zarpar de Acapulco desembarcó en Paita, desde donde hizo el recorrido hacia Lima por tierra. Entró en la capital bajo palio el 23 de junio de 1596. Durante su gestión, la Hacienda Real remitió a España un total de 11.112.008 ducados en dinero y metales finos. Las ciudades más importantes fundadas durante su mandato fueron Carrión de Velasco, hoy Huaura, y San Felipe de Austria de Oruro en Charcas (1604). En lo que respecta a su labor en el campo de la educación, destaca la fundación de varias escuelas en Lima para la educación de los niños pobres criollos y peninsulares, así como la inauguración de la Ermita de la Caridad, donde las niñas de la nobleza se instruían, dotaban y casaban. En cambio fueron irrelevantes los esfuerzos del virrey encaminados a la mejora de la situación de explotación de los indígenas en las minas. Mejor suerte tuvo con su Real Orden de prohibir la introducción de negros por el Río de la Plata. Otro asunto que le preocupó fue el control del contrabando de objetos provenientes de China, que se hacía a través del galeón de Manila, problema para cuya solución aumentó las sanciones por este tipo de actividad. En lo que respecta al gobierno militar, tuvo que afrontar en 1600 el problema de la presencia en las costas chilenas de corsarios holandeses al mando de Oliver van Noort. Se enviaron contra esta expedición dos galeones y 300 soldados al mando de Gabriel de Castilla, pero las naves holandesas lograron evitar la batalla dirigiéndose hacia las islas Filipinas.

Los actos más destacados de Luis de Velasco tuvieron que ver con el ordenamiento y embellecimiento de la capital: se definieron sus límites administrativos, se reglamentó el tránsito callejero de carretas, se reforzaron los tajamares del río Rimac y se reordenó su sistema de acequias. Simultáneamente, procedió a rediseñar el palacio virreinal proporcionándole una gran portada principal y ampliando sus ventanas. Poco después inauguró dos casas de recogimiento, destinadas respectivamente a los huérfanos y a las mujeres vergonzantes. Otra edificación importante construida en este tiempo fue la casa de representación de comedias. Por último, el 2 de febrero de 1604 inauguró la nueva catedral de Lima. En lo que se refiere al patronato regio, se autorizó la edificación en Lima de los monasterios de las Descalzas de San José y de Santa Clara y se comenzó a construir la iglesia de San Pedro. En el Cuzco se creó el Colegio Seminario de San Antonio Abad y en 1598 quedó concluido el santuario de Nuestra Señora de Cocharcas, en Ayacucho. Entre los fenómenos naturales más importantes destacan la erupción del volcán Huainaputina, en Arequipa, el 19 de febrero de 1600, que arrojó una lluvia de cenizas sobre dicha ciudad.

Otorgada por Felipe III su jubilación el 15 de octubre de 1603, el virrey Velasco dejó el mando el 24 de noviembre de 1604 y se retiró a descansar a Nueva España, donde residió en Tultitlán y Azcapotzalco, pueblos que tenía en encomienda.

Pasados cuatro años Felipe III, al encontrar alguna dificultad para designar un sucesor del virrey marqués de Montesclaros decidió, el 26 de febrero de 1607 en Madrid, solicitar de don Luis de Velasco que volviese a gobernar en Nueva España, a pesar de su edad. Esta noticia llegó a México el 17 de junio, movilizándose el cabildo de inmediato para disponer los preparativos de tan grata celebración. Velasco, sin embargo, decidió retirarse durante ocho días al convento de Santiago Tlatelolco, donde se entregó a prácticas religiosas en preparación de sus nuevas funciones de gobierno.

Tomó posesión del mando el 15 de julio de 1607, fecha en que según las crónicas de la época “se hicieron luminarias y se quemaron fuegos de artificio en señal de regocijo”. Velasco aprovechó que su antecesor, el marqués de Montesclaros, se encontraba en la ciudad, para solicitarle una amplia información sobre su periodo de gobierno, en especial “acerca del laboreo de las minas, la provisión de mantenimientos, la remisión de metales a la península, el cobro de tributos y la situación general en Filipinas”, cumpliendo con las instrucciones que se le habían remitido desde la corte.

Montesclaros, en su relación, se refería a “la obra evangelizadora, los abusos de algunos religiosos, las visitas de las audiencias, las pretensiones de los descendientes de los conquistadores españoles, las alcaldías mayores de minas, la gobernación y el tratamiento de los indios, la repartición de la tierra y la necesidad de ajustar la política a los cambios del tiempo”.

Uno de los primeros problemas con los que tuvo que enfrentarse el virrey fueron las inundaciones de la ciudad, por lo que decidió poner en marcha un proyecto “siempre tenido por imposible”, que consistía en realizar las obras del desagüe de Huehuetoca, obra gigantesca y considerada descabellada por muchos de sus consejeros, que duró decenas de años. Velasco, tras muchas consultas y el examen del terreno, las inició personalmente el 28 de diciembre de 1607, “dando el primer azadonazo, para alentar a los trabajadores y honrar la obra”.

Prosiguió con tenacidad la expansión territorial en las fronteras del norte, enviando expediciones y misioneros que evangelizaron a las tribus rebeldes. En esta ocasión fueron jesuitas los que penetraron en territorio de los sinaloas, avanzando a lo largo del río Zuaque o Fuerte, hasta llegar a los dominios tarahumaras, donde fundaron San Pedro y Ocotlán, por la zona de los ríos Yaqui y Mayo. Al mismo tiempo por el sur, donde se habían concentrado multitud de esclavos negros traídos para el cultivo de la caña, se produjeron levantamientos de los llamados cimarrones, huidos a las montañas, a los que hubo que reducir por la fuerza de las armas.

Dos años llevaba Velasco en el gobierno de Nueva España cuando Felipe III, plenamente satisfecho de su actividad y comportamiento en todos los ramos, pero especialmente en favor de las naciones de indios, le otorgó el nombramiento de Marqués de Salinas, reservándose la decisión de llamarlo a la Corte, para que ocupara una función de alto rango, en agradecimiento a sus muchos años de servicio a la corona. Fue así como el 27 de diciembre de 1611 le nombró Presidente del Consejo de Indias, con el encargo de trasladarse cuanto antes a Madrid. Entretanto, podía seguir despachando los asuntos del gobierno virreinal, por lo que Velasco viajó a Veracruz en compañía de un secretario y un alcalde de corte, que autorizase sus mandamientos.

Coincidiendo con la salida del virrey para España, el 11 de junio de 1611, ocurrió un fenómeno que causó gran conmoción y espanto entre la población: un eclipse de sol que los cronistas cuentan así: “Se cubrió todo el cuerpo solar y quedó la tarde oscura como la noche […] yo vi salir murciélagos de sus guaridas […] y causó tanto temor entre la gente popular y menuda, que se confesaba y disponía como si se apercibieran para la muerte […] y se llenaron las iglesias de gente”.

Mientras llegaba el nuevo virrey le sucedió interinamente el arzobispo de México Francisco García Guerra, que tomó posesión de este cargo el 17 de junio de 1612.

Luis de Velasco, Marqués de Salinas, ocupó la presidencia del Consejo de Indias durante algunos años, hasta su muerte en Sevilla el 7 de septiembre de 1616.

Bibliografía

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  • DE LA TORRE VILLAR, E. Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos. Editorial Porrua. México, 1991

Manuel Ortuño

Autor

  • 0101 VP / 0111 Manuel Ortuño