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Paz Lozano, Octavio (1914-1998).

Poeta, ensayista, periodista, traductor, crítico literario, pedagogo y diplomático mexicano, nacido en Mixcoac (junto a la Ciudad de México) el 31 de marzo de 1914, y fallecido en Coyoacán (México D.F.) el 19 de abril de 1999. Galardonado con el Premio Cervantes en 1981, con el Premio Internacional Menéndez Pelayo en 1987 y con el Premio Nobel de Literatura en 1990, ha dejado una deslumbrante producción poética y un lúcido legado teórico que le configuran como una de las voces más importantes no sólo de la literatura mexicana contemporánea, sino de las Letras hispanoamericanas de todos los tiempos.

Octavio Paz.

Nacido en el seno de una familia acomodada, los primeros años de su infancia transcurrieron plácidamente en la casa solariega de sus mayores, sita en el pequeño pueblo de Mixcoac (actualmente, incorporado a la capital mexicana). Allí, alentado por el espíritu humanista de su abuelo paterno, el escritor Ireneo Paz (1836-1924), el niño Octavio comenzó a aficionarse a la lectura de los grandes clásicos de la literatura universal, al tiempo que experimentaba una morbosa curiosidad por la inquietante presencia de la muerte, suscitada por las extrañas circunstancia en que perecieron algunas de las personas que poblaban su entorno familiar inmediato. (Años después, a esta indeleble obsesión infantil vendrían a sumarse los efectos ocasionados por la trágica desaparición de su padre, Octavio Paz Solórzano, víctima de un atropello ferroviario en 1934.)

Aún en edad escolar, y gracias a los desvelos que puso una tía suya en enseñarle la lengua de Molière, añadió a sus frecuentes lecturas de los autores clásicos españoles el conocimiento de otros grandes maestros de las Letras francesas, como Jean Jacques Rousseau y Victor Hugo. Esta inusual formación humanística le permitió, cuando apenas tenía quince años, dirigir su viva curiosidad hacia las obras de otros célebres pensadores europeos que, como el ruso Piotr Alexeievich Kropotkin, el español Francisco Ferrer y Guardia y el francés Pierre Joseph Proudhon, despertaron en él un juvenil apasionamiento por las ideas anarquistas. Este inflamado idealismo adolescente dejó en su espíritu un constante rechazo hacia cualquier forma de poder totalitaria, manifiesto no sólo en sus escritos, sino también en algunos episodios vitales de gran trascendencia, como el papel que desempeñó en el Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultural, celebrado en Valencia en 1937, en plena Guerra Civil Española.

Tras un fugaz paso por la Escuela Nacional Preparatoria (donde tuvo la fortuna de recibir las enseñanzas de algunos maestros tan señalados como el filósofo Samuel Ramos y el poeta José Gorostiza), su creciente interés por la literatura le llevó a fundar, en 1931, la revista Barandal, primera de una fecunda serie de publicaciones culturales puestas en marcha por Octavio Paz a lo largo de su dilatada trayectoria intelectual y creativa. Al año siguiente ingresó en la Universidad Nacional para comenzar a cursar unos estudios de Leyes que abandonaría, sin llegar a culminar la carrera, en 1937, una vez convencido de que su verdadera vocación le exigía consagrarse de lleno al cultivo de la creación literaria.

Octavio Paz durante una rueda de prensa en España

En efecto, desde que, en 1931, diera a la imprenta su primer poema (titulado "Cabellera"), el joven Paz había dedicado muchos más esfuerzos al ejercicio literario que a sus estudios de Derecho. En 1933 fundó una nueva revista cultural, Cuadernos del Valle de México, y en el transcurso de aquel mismo año irrumpió ruidosamente en el panorama poético de su país con la publicación de una opera prima titulada Luna silvestre (México: Fábula, 1933). Fue por aquel entonces cuando amplió la ya copiosa lista de sus lecturas con el estudio pormenorizado de las obras de Marcel Proust, James Joyce, William Blake, Thomas Stearns Eliot, Friedrich Hölderlin y Friedrich Wilhelm Nietzsche, autores que dejaron una notable influencia en el quehacer poético y en el pensamiento teórico del joven intelectual mexicano. Particularmente señalado fue, por aquellos años, el influjo de Nietszche y su obra La gaya ciencia, que, leída por Paz en el transcurso de la crisis de agnosticismo que le había causado el dramático fin de su progenitor, contribuyó de forma decisiva a generar en el atribulado poeta una concepción relativista de la vida y, dentro de ella, un entendimiento de la poesía como el máximo exponente de la libertad que podía llegar a alcanzar el ser humano, una vez liberado de sus ataduras mortales ("Mañana nadie escribirá poemas, ni soñará músicas, porque nuestros actos, nuestro ser, en libertad, serán como poemas"). Esta concepción de la vida como un acto de encarnación en la poesía (en una poesía que no sólo se escribe o se lee, sino que, por encima de todo, se vive), constituirá desde entonces uno de los fundamentos más sólidos de la poética de Octavio Paz.

Por lo demás, las lecturas críticas de los autores mencionados en el parágrafo anterior comenzaron a arrojar el sazonado fruto de una larga serie de estudios literarios que, desde entonces hasta el final de sus días, convirtieron a Paz en uno de los ensayistas más lúcidos y originales del siglo XX. En el momento de su muerte, una veintena de volúmenes impresos dejaba constancia del relieve que había llegado a adquirir el poeta de Mixcoac en su faceta de estudioso de las Letras universales.

En 1937, con veintitrés años de edad, Octavio Paz tomó la firme decisión de consagrarse plenamente a su vocación humanística. Tras el ya mencionado abandono de sus estudios de Leyes, dejó también la casa familiar en la que todavía residía para instalarse en Yucatán, donde fundó una escuela secundaria para procurar la instrucción a los hijos de los campesinos pobres. En el transcurso de aquel mismo año, contrajo matrimonio con la periodista y futura escritora Elena Garro Navarro, y dio a la imprenta su segundo volumen poético, Raíz del hombre (México; Simbad, 1937), compuesto por un largo poema que despertó el interés del gran escritor chileno Pablo Neruda. A instancias de éste, Octavio Paz se desplazó a una España en guerra para tomar parte activa en el célebre congreso de escritores antifascistas, donde tuvo ocasión de conversar no sólo con Neruda, sino también con algunas de las más destacadas voces de la literatura hispanoamericana del siglo XX, como el chileno Vicente Huidobro, el peruano César Vallejo y el cubano Alejo Carpentier; además, trabó amistad con otros grandes autores españoles del momento, como Rafael Alberti, Luis Cernuda y Manuel Altolaguirre.

Este período de estancia en tierras españolas constituyó un hito decisivo en la evolución creativa e ideológica de Octavio Paz. Allí publicó su siguiente entrega poética, titulada Bajo tu clara sombra (1937), y allí comenzó a experimentar la transformación de su exaltado idealismo juvenil en un sosegado intento de llegar a explicarse -desde una conciencia mucho más íntima y, desde luego, desengañada- las complejidades del mundo contemporáneo. Veinte años después de esta primera visita a España, el germen de esta poderosa transformación cristalizó definitivamente en un extenso poema publicado, como libro independiente, bajo el título de Piedra de sol (México; Fondo de Cultura Económica, 1957), unánimemente considerado por críticos y lectores, desde el mismo momento de su aparición, como una de las cumbres de la poesía hispanoamericana de todos los tiempos. Las imágenes procedentes de sus recuerdos de la Guerra Civil Española, mezcladas con otros motivos de la actualidad y con las reflexiones íntimas del autor, configuran en Piedra de sol un bello y desgarrado canto de amor y odio, desarrollado a través de quinientos ochenta y cuatro versos que se corresponden -en la palabras del propio Paz- con "la revolución sinódica del planeta Venus", en intento de reproducir una concepción cíclica del tiempo que el autor atribuye al talante mexicano.

En 1938, ya de nuevo en México, Octavio Paz se integró plenamente en los principales cenáculos intelectuales y artísticos de su país, donde entabló estrechas relaciones con algunos poetas de la generación anterior, como Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia. Entregado, por aquel entonces, a una febril actividad literaria, se unió también a otros colegas de su edad para fundar la prestigiosa revista Taller (1938-1941), en torno a la cual se congregó un grupo de jóvenes escritores que, desde una común protesta social contra los regímenes totalitarios, aportaron un rica diversidad de temas y estilos tendentes a lograr una renovación de la literatura mexicana del momento. Entre los creadores del grupo Taller, además de Octavio Paz, se contaba el poeta Efraín Huerta y el novelista Miguel Nicolás Lira, quienes compartieron las páginas de la revista homónima con algunos de los grandes autores españoles recién acogidos al exilio mexicano.

Octavio Paz, "Escritura" (Calamidades y milagros).

Ya consagrado, en fin, como uno de los principales intelectuales mexicanos de su tiempo, Octavio Paz prodigó también por aquellos años la publicación de numerosos artículos políticos en el rotativo El popular, de claro sesgo socialista, al tiempo que desarrollaba su inagotable labor creativa, ensayística y editorial. Así, en 1942, coincidiendo con el cuarto centenario del nacimiento de San Juan de la Cruz, pronunció, a instancias de José Bergamín, una brillante conferencia titulada "Poesía de soledad y poesía de comunión", más tarde recogida entre las páginas de una selección antológica titulada Primeras letras (1933.1943) (México; Ed. Vuelta, 1988). En este lúcido texto, Octavio Paz precisaba las diferencias que separaban su poética del quehacer lírico de la generación anterior, al tiempo que intentaba resumir, en un solo aliento poético, las obras de Xavier Villaurrutia y Pablo Neruda. Aquel mismo año del centenario del místico abulense, el poeta de Mixcoac recopiló en un solo volumen algunos de sus mejores títulos poéticos: A la orilla del mundo y Primer día, Bajo tu clara sombra, Raíz del hombre, Noche de resurrecciones (México; Compañía Editora y Librera ARS, 1942).

En 1944, merced a una beca concedida por la fundación Guggenheim, Octavio Paz se trasladó a los Estados Unidos de América, donde vivió por espacio de un año entregado a la laboriosa redacción de un ensayo en el que pretendía cifrar las claves de la verdadera identidad cultural e histórica de su pueblo. Publicado seis años después bajo el título de El laberinto de la soledad (México; Ediciones Cuadernos Americanos, 1950), este valioso texto -que fue revisado y aumentado por el propio autor en 1959- define al mexicano como un ser en permanente búsqueda de una identidad que sólo se le presenta nítidamente en los momentos más intensos de la vida, como el amor, el duelo, la rebelión, la fiesta, etc.

De nuevo fue Europa quien recibió la visita de Paz al año siguiente de su estancia en Norteamérica, para sorprenderle, en el París de 1945, con las ideas estéticas del surrealista André Breton, cuya fascinante simbiosis entre el erotismo y lo sagrado dejó, a partir de aquel viaje, una acusada huella en la creación poética del escritor mexicano. Por mediación del poeta surrealista Benjamín Péret, Paz entabló amistad no sólo con Breton, sino también con otras grandes figuras de las Letras francesas contemporáneas, como Albert Camus, y con otro muchos artistas e intelectuales europeos y americanos que, a la sazón, poblaban los cenáculos culturales del París de posguerra. Los efectos de esta estancia en la capital gala no sólo se dejaron notar en los postulados estéticos del autor de Mixcoac, sino también en su constante evolución ideológica, que a partir de entonces se alejó definitivamente de sus iniciales preocupaciones marxistas.

De regreso a su país natal, en 1946 fue llamado a desempeñar diferentes misiones diplomáticas que le llevaron a residir en numerosos lugares del mundo hasta finales de la década de los años sesenta (San Francisco, Nueva York, París, Tokio y Delhi), con un largo paréntesis de permanencia en México entre 1953 y 1959. Para entonces, ya había visto la luz otro de los ensayos más celebrados de Paz, el titulado Libertad bajo palabra (México; Fondo de Cultura Económica, 1949), obra que también fue revisada e incrementada por el autor en una edición posterior (México; Fondo de Cultura Económica, 1968). Entre las páginas de este libro apareció impreso por vez primera su famoso poema extenso "Piedra de sol", más tarde publicado como obra autónoma (México; Fondo de Cultura Económica, 1957). En 1951 dio a la imprenta otro texto en prosa, ¿Águila o sol? (México; Fondo de Cultura Económica, 1951), esta vez en la línea de la mejor escritura surrealista.

A mediados de los años cincuenta, durante ese fecundo paréntesis literario abierto entre las continuas labores diplomáticas de Paz, salió de los tórculos la primera versión de El arco y la lira (México; Fondo de Cultura Económica, 1956), considerado por buena parte de los estudiosos de su obra como el mejor texto en prosa que jamás publicara su autor. Allí, al tratar de formular nuevamente su propia poética, Octavio Paz dejó estampadas espléndidas reflexiones sobre el espíritu moderno, la dependencia de la poesía respecto a la palabra, y la relación entre la creación literaria y la historia. Un año después, con la publicación de un volumen de ensayos críticos presentados bajo el título de Las peras del olmo (México; Universidad Nacional Autónoma de México, 1957), Paz dio a conocer su famoso ensayo "El surrealismo".

A la par que ultimaba estas prosas ensayísticas, el escritor mexicano configuró lo más granado de su producción poética, no sólo patente en el ya citado poema "Piedra de sol". Así, a finales de los años cincuenta volvió a los anaqueles de las librerías con otro excelente poemario, La estación violenta (México; Fondo de Cultura Económica, 1958), al que siguió, cuatro años después, el titulado Salamandra (1958-1961) (México; Joaquín Mortiz, 1962). Por aquellos años también había comenzado a redactar algunas de las composiciones poéticas que habrían de dar lugar a otros dos deslumbrantes libros de versos, publicados en la década siguiente bajo los títulos de Blanco (México; Joaquín Mortiz, 1967) y Ladera este (1962-1968) (México; Joaquín Mortiz, 1969). En 1963, reputada ya como una de las más originales aportaciones a la lírica hispanoamericana contemporánea, la producción poética de Paz había sido distinguida con el Gran Premio Internacional de Poesía.

En 1964, durante su estancia en la India como miembro de la delegación diplomática mexicana, el poeta de Mixcoac se casó en segundas nupcias con Marie José Tramini. Al año siguiente dio a la imprenta otro libro de prosas, Cuadrivio (1965), compuesto por cuatro ensayos literarios sobre las obras de Luis Cernuda, Fernando Pessoa, Ramón López Velarde y Rubén Darío. En la misma línea genérica y estilística, en 1966 publicó Puertas al campo, y un año después Corriente alterna (1967), obras en las que dejaba patente la gran diversidad de temas que constituían el centro de atención de sus ensayos, desde la literatura y la antropología hasta la política internacional y el arte mesopotámico e incluidos también los más variados aspectos de las culturas india y japonesa.

Un acontecimiento histórico de singular dramatismo vino a marcar un nuevo hito en la dimensión pública de la vida de Paz, para forzarle a romper sus hasta entonces magníficas relaciones con el poder político mexicano, al que servía desde hacía más de veinte años en complejas misiones diplomáticas. El día 2 de octubre de 1968, en la Plaza de Tlatelolco, unos trescientos estudiantes universitarios que protestaban contra el gobierno vigente fueron masacrados sin piedad por el ejército mexicano, que obedecía órdenes expresas de la autoridad gubernativa. En medio del clamor de indignación general que levantó esta masacre tanto en México como fuera de las fronteras aztecas, Octavio Paz manifestó su protesta por medio de su inmediata renuncia al cargo de embajador en la India que desempeñaba desde 1962, y se enfrascó en la redacción de un nuevo ensayo en el que vertió todo el escepticismo político al que le habían conducido estas y otras actuaciones de las clases dominantes. Esta obra, publicada bajo el epígrafe de Posdata (México; Siglo Veintiuno Editores, 1970), alude desde el mismo título a su naturaleza de texto añadido a las anteriores reflexiones de Paz sobre la idiosincrasia mexicana, recopiladas en El laberinto de la soledad (1950).

Alejado, pues, de cualquier labor pública, Octavio Paz se instaló de nuevo en la capital de su país para centrarse otra vez en su infatigable actividad literaria, ahora briosamente impulsada por la fundación de una nueva revista cultural que fue bautizada por el poeta de Mixcoac con el significativo nombre de Plural. Auspiciada por el rotativo Excélsior, esta publicación fue dirigida por el propio Paz desde que fuera fundada en 1971 hasta que, cinco años más tarde, dejara de editarse por culpa de un nuevo incidente político que volvió a afectar duramente al intelectual mexicano. En efecto, en 1976 Julio García Scherer, director del citado diario Excélsior, se vio forzado a renunciar a su puesto al frente de la redacción del cotidiano por las presiones directas del presidente de la República Luis Echeverría, cuya labor gubernativa había sido objeto de constantes críticas editoriales en el periódico dirigido por García Scherer. A raíz de esta forzada dimisión, el periodista fundó el semanario político Proceso, en el que continuó el desarrollo de una valiente tarea de información y opinión, mientras que Paz sustituyó la desaparecida Plural por una nueva revista cultural presentada bajo la cabecera de Vuelta. Ya en el papel de "gran patriarca" de las Letras mexicanas del momento, Octavio Paz desplegó, primero en Plural y luego en Vuelta, una incesante labor de difusión de las obras de sus coetáneos, al tiempo que impulsaba y promocionaba las creaciones de los jóvenes autores de las generaciones posteriores a la suya.

Entretanto, su propia obra literaria y ensayística no cesaba de fluir. A dos libros de prosas aparecidos antes que Posdata -Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo (México; Joaquín Mortiz, 1967) y Conjunciones y disyunciones (México; Joaquín Mortiz, 1969)-, añadió los reveladores ensayos literarios contenidos en Los hijos del limo: del romanticismo a la vanguardia (Barcelona; Seix Barral, 1974), textos que, por su agudeza conceptual y su brillantez expositiva, volvieron a situarle en la cúspide de la crítica contemporánea. Aquel mismo año dio a la imprenta también El mono gramático (Barcelona; Seix Barral, 1974), tal vez su obra más genuinamente narrativa, en la que partía de una remota leyenda hindú para presentar a un mono volador, sabio en materias lingüísticas, que protagoniza una aventura de hondo alcance erótico y brinda, de paso, una deslumbrante metáfora sobre el proceso de creación poética. Cada vez más inmerso en la escritura esotérica, Octavio Paz se alejó definitivamente con El mono gramático de esta temática histórico-cultural que había constituido el eje central de sus textos anteriores, para adentrarse de lleno en las reflexiones acerca del lenguaje poético; se diría que el poeta, impulsado por sus largas estancias en el extranjero, por su absorción de las culturas orientales y por su cada vez más acusado desencanto político, perseguía alcanzar un lenguaje proteico, ambiguo, sugestivo y autónomo que, en lugar de asimilar y reflejar la realidad circundante, lograra desplazarla de sus objetivos literarios.

Pero, como era de esperar, el peso de la conciencia histórica (con su larga cadena de acontecimientos violentos que afloran a lo largo del siglo XX) no pudo desaparecer de golpe en la creación literaria de Octavio Paz. Así, en otro de sus poemas extensos, Pasado en claro (México; Fondo de Cultura Económica, 1975), el autor de Mixcoac retomó sus preocupaciones acerca de la relación entre historia y poesía ("ser tiempo es la condena, nuestra pena es la historia"), lo que no fue óbice para que, al años siguiente al de la publicación de este volumen, Paz diera a la imprenta el poemario titulado Vuelta (Barcelona; Seix Barral, 1976), en el que la pirotecnia verbal se pone al servicio de la memoria del poeta para reconstruir, en medio de espléndidas acuñaciones lingüísticas, una imagen atemporal y fantasmagórica de la Ciudad de México, en plena contradicción entre el ayer, el hoy y el mañana de la urbe, y su extraña impresión de estar ubicada en el vacío, fuera del tiempo, en "la densidad del silencio". Con este deslumbrante ejercicio de creación poética, Paz obtuvo el Premio de la Crítica en España.

A finales de los años setenta vieron la luz In / Mediaciones (Barcelona; Seix Barral, 1979) y El ogro filantrópico: historia y política, 1917-1978 (Barcelona; Seix Barral, 1979), libro -este último- que, ya desde el frontispicio de su título, anuncia un nuevo retorno de Octavio Paz a las reflexiones sobre los acontecimientos públicos en el pasado reciente de su pueblo. Tres años después, el intelectual mexicano volvió a deslumbrar a sus lectores con una nueva muestra de su aguda capacidad para la crítica literaria y la revisión histórica, ahora volcada en la figura de una de las mayores escritoras mexicanas de todos los tiempos. Se trata del ensayo titulado Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (Barcelona; Seix Barral, 1982), obra en la que Paz ofreció un singular retrato de la monja carmelita, al tiempo que brindaba una de las más detalladas recreaciones de la sociedad y la mentalidad mexicanas del siglo XVII.

En los tres últimos lustros de su vida, jalonados con los máximos reconocimientos literarios que se dispensan en todo el mundo, Octavio Paz continuó desarrollando una fecunda labor creativa que cristalizó en diferentes obras originales y numerosas selecciones y recopilaciones de sus anteriores escritos. Entre ellas, y sin ánimo de agotar de forma exhaustiva la dispersa bibliografía del autor de Mixcoac, cabe recordar algunos títulos como Sombras de obras (Barcelona; Seix Barral, 1983); Hombres en su siglo y otros ensayos (Barcelona; Seix Barral, 1984); Tiempo nublado (Barcelona; Seix Barral, 1986); Árbol adentro (México; Seix Barral, 1987); Primeras letras (1931-1943) (México; Ed. Vuelta, 1988); "Poesía, mito, revolución", artículo aparecido en la revista Vuelta (México), XIII, 152 (1989), págs. 8-12; Lo mejor de Octavio Paz: el fuego de cada día (Barcelona; Seix Barral, 1989); "Discurso de Estocolmo", pronunciado con motivo de la entrega del Premio Nobel, y publicado en la revista Vuelta (México), XV, 170 (1991), págs. 10-14; La otra voz. Poesía y fin de siglo (Barcelona; Seix Barral, 1991); Pequeña crónica de grandes días (México; Fondo de Cultura Económica, 1990); La llama doble (Barcelona: Seix Barral, 1993); Amor y erotismo (Barcelona; Seix Barral, 1993); y Vislumbres de la India (1995).

Otras obras suyas no citadas en parágrafos anteriores son los poemarios titulados Entre la piedra y la flor (1941) y Semillas para un himno (1958) -ambos recogidos en una de las revisiones ampliadas de Libertad bajo palabra (1960)-, Discos visuales (1968) y Topoemas (1968) -obras experimentales con las que se acercó a la denominada "poesía espacial"-, y La centena (1969) -recopilación de algunos de sus poemas escritos entre 1935 y 1968)-; los ensayos Los signos en rotación (1965), Puertas al campo (1966) y Marcel Duchamp o el castillo de la pureza (1968); y las traducciones recogidas en Versiones y diversiones (1974), basadas en diferentes textos de William Blake, Friedrich Hölderlin y Arthur Rimbaud. Una revisión aumentada de este última obra se publicó en 1990 y, diez años después, apareció una edición definitiva con la totalidad de las traducciones poéticas del autor.

En líneas generales, le evolución ideológica del pensamiento de Octavio Paz, rastreada a través de sus principales entregas ensayísticas, arranca de una etapa inicial en la que resultan evidentes las influencias de Freud y Marx. Del psicoanalista austríaco, Paz hereda una constante fascinación por el mundo de las máscaras psicológicas y las barreras psíquicas que continuamente levanta el ser humano; del filósofo alemán, una permanente reflexión acerca de los poderes y errores del Estado moderno. Con el paso del tiempo, el intelectual mexicano se alejó progresivamente de su marxismo juvenil, sin que por ello llegase a renegar abiertamente de los planteamientos originales de Karl Marx; antes bien, Paz centró sus críticas políticas en los complejos aparatos burocráticos que pervirtieron el marxismo en casi todos los países del Tercer Mundo, las mismas fuerzas burócratas que también cayeron bajo su enfoque crítico como causantes de muchas de las limitaciones de la evolución democrática en los países desarrollados.

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Autor

  • JR