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PolíticaHistoriaBiografía

Parma, Margarita de Austria. Duquesa de (1522-1586).

Hija natural del emperador Carlos V y de la dama flamenca Juana van der Gheist, nacida en Oudenarde en 1522 y muerta el 18 de enero de 1586 en Ortona (Italia), que fue nombrada gobernadora de los Países Bajos (1559-1567) por su hermanastro, el rey Felipe II de España.

Vida

Margarita fue legitimada y reconocida públicamente por su padre en 1529, tras lo cual se incorporó al edificio imperial de la dinastía de los Austrias españoles. Fue uno de los instrumentos que utilizó Carlos V para llevar a cabo la política matrimonial que le permitiría construir la Universitas Christiana. Así pues, el mismo año de su presentación en sociedad, su padre y el papa Clemente VIII, cabeza de la familia Médicis, pactaron su enlace con el duque de Florencia, Alejandro de Médicis, unión que se produjo en 1536. Al año siguiente, Margarita enviudó, de resultas del asesinato de su marido, lo cual no hizo que Carlos V desistiese en su empeño de emparentar con la familia pontificia, así que en 1539 entregó en matrimonio a Margarita a Octavio Farnesio, nieto del papa Paulo III. En 1545, el pontífice Paulo III creó para su hijo, Pedro Luis Farnesio, los ducados de Parma y Piacenza pero, tras el asesinato de aquél en 1547, pasaron a pertenecer de pleno derecho a Octavio y Margarita. De este segundo matrimonio, Margarita tuvo dos hijos gemelos, Carlos, muerto a la temprana edad de un año, y Alejandro Farnesio, inteligente político y general al servicio de Felipe II.

Tras las abdicaciones del emperador Carlos V en Bruselas en 1555 y 1556, el nuevo monarca español, Felipe II, abandonó apresuradamente Flandes para dirigirse a tomar posesión de su reino. La manifiesta incompatibilidad de caracteres surgida entre la inmensa mayoría de la población de los Países Bajos y el nuevo monarca, considerado por todos excesivamente "español", hizo temer un cambio político en el seno de la Corona española, tendente a la centralización y castellanización de todas las estructuras y órganos de poder, lo cual atañía también a los territorios extrapeninsulares.

Esto despertó la inquietud entre la nobleza flamenca que, recelosa, subrayó sus viejos privilegios, usos y costumbres, los cuales Felipe II no intentó alterar bajo ningún concepto -al menos en un primer momento-, pues prefirió mantener la línea patrimonialista impuesta por su padre en sus territorios. Llegó aún más lejos en sus intentos conciliadores al nombrar a su hermanastra Margarita de Parma gobernadora de los Países Bajos en septiembre de 1559, ya que ésta había nacido y se había educado en dicho territorio.

El tiempo que permaneció Margarita como gobernadora de Flandes estuvo marcado por una gran tensión política y religiosa, acorde con el cambio de la situación política en toda Europa, en franco contraste con los dos felices precedentes femeninos en el gobierno de los Países Bajos y del Franco-Condado (Margarita de Austria y María de Hungría) durante el reinado de Carlos V. El advenimiento al trono español de Felipe II marcó el inicio de un proceso político en Flandes que acabaría desembocando en el nacimiento de una nueva nación: Holanda. Margarita de Parma ni pudo, ni supo, hacerse respetar y amar por los flamencos del norte, máxime al estar su actuación política totalmente subordinada a los dictados de su hermanastro desde Madrid y, sobre todo, por ser víctima del complejo particularismo político-administrativo y financiero de las provincias flamencas, nunca superado por Carlos V. La labor política de Margarita de Parma quedó, asimismo, muy mediatizada por la insistencia de Felipe II de que gobernase auxiliada y en estrecha colaboración con la alta nobleza natural del lugar a través de los consejos de Estado, de Hacienda y del llamado Privado (también denominado con los nombres de Interno o de Consulta), este último dominado por completo por el hombre de confianza de Felipe II en Flandes, el cardenal Granvela.

Margarita de Parma se encontró de frente con dos escollos que acabarían por apartarla del cargo. El primero de ellos fue el toparse con los principios legitimistas y nacionalistas de una nobleza (Orange, Egmont, Horn, etc), que además controlaban prácticamente todos los instrumentos ejecutivos del gobierno de Flandes, pues sus miembros servían como gobernadores, con mando militar y civil a la vez en las distintas provincias del territorio. Todos estos nobles practicaron, siempre que pudieron, un doble juego político: por un lado, hacer compatible una política de colaboración y acercamiento con Felipe II como miembros de los consejos, y por otro seguir manteniendo una actitud crítica ante cualquier pretensión del rey de lesionar sus privilegios, usos y costumbres. Esta alta nobleza explotaba a su favor la inquietud de un partido más intransigente y hostil a Felipe II, formado por la mediana y baja nobleza y por la poderosa burguesía comercial, grupos favorables ambos a las ideas religiosas reformistas. Valiéndose de su ascendiente sobre el partido extremista, los hombres de la alta nobleza se ofrecían al rey o a Margarita de Parma como freno a dichas tendencias.

El segundo gran problema, sin duda alguna el más peliagudo, al que tuvo que enfrentarse Margarita de Parma era el religioso. En Flandes, a la par que se despertaba el sentimiento nacionalista, se produjo un claro avance de la Reforma protestante, en concreto del credo calvinista, mucho más intransigente y extremo con el catolicismo que el luterano. Margarita de Parma se esforzó en todo momento por contar con la ayuda de la alta nobleza para frenar a la media y baja nobleza, que se mostraba cada día más reaccionaria en cuestiones religiosas. Pero todos sus esfuerzos en dicha dirección resultaron del todo punto inútiles y estériles ante la tajante negativa de su hermanastro Felipe II a transigir en materia religiosa. Felipe II recibió de buen grado a todos los emisarios y nobles que fueron a verle a Madrid (Montigny en 1562 y Egmont en 1565), cediendo bastante en lo referente a la retirada de las tropas españolas del territorio e incluso destituyendo, a petición de Margarita de Parma, al odiado cardenal Granvela, pero siempre sin ceder en el único punto innegociable: el religioso. Felipe II insistió a Margarita de Parma con vehemencia para que ésta aplicara en todos los territorios de los Países Bajos los edictos y cánones aprobados en el pasado Concilio de Trento, decisión que no tardó en destapar una feroz rebelión que acabó en la formación de una Liga, en agosto de 1566, que agrupó a la práctica totalidad de la alta nobleza flamenca (Compromiso de Breda) en contra de Felipe II. Los disturbios populares que siguieron a esta agitación nobiliaria llegaron a conocimiento de Felipe II que, indignado y en contra de los criterios pacifistas y conciliadores de su hermanastra Margarita de Parma, se decidió por la intervención armada, máxime cuando comprobó la actitud tan pasiva y laxa de la alta nobleza para reprimir la revuelta.

Desde ese preciso instante, Felipe II se convenció de la imposibilidad de establecer una armonía política cuando en el problema se mezclaban cuestiones religiosas. Con objeto de conseguir la unidad, Felipe II abandonó su postura contemporizadora y envió a Flandes en 1567 a los tercios viejos al mando del duque de Alba, quien tenía órdenes directas del propio monarca de imponer el catolicismo y restaurar la paz al precio que fuese. El duque de Alba despreciaba por igual a los elementos nobiliarios más radicales y a los moderados, además de no albergar el más mínimo interés por llegar a acuerdo alguno con los magnates flamencos. Margarita de Parma supo que la presencia del duque de Alba y sus tropas en Flandes solamente podía interpretarse de una manera: su caída como gobernadora. Al enviar a Alba a Flandes, Felipe II le hizo saber de forma indirecta que su misión política había terminado. Margarita de Parma presentó su dimisión en septiembre del mismo año, dimisión que fue rápidamente aceptada por Felipe II, tras de lo cual se marchó con su marido a sus posesiones italianas dejando las manos libres al duque de Alba, quien inició un proceso acelerado de castellanización de todas las estructuras políticas existentes dentro de un clima continuo de rebelión que no terminaría en todo dominio de los Austrias españoles.

En Italia, Margarita de Parma conoció por primera vez en su vida a su hermanastro don Juan de Austria, en el período en el que éste actuaba como capitán general de la Santa Liga que debía enfrentarse al turco. En 1580, durante el tiempo que su hijo, Alejandro Farnesio, estuvo como capitán y gobernador de Flandes, Margarita de Parma residió en Flandes. Felipe II volvió a contemplar a su hermanastra como posible gobernadora de la región, manteniendo Alejandro Farnesio en calidad de capitán general; pero, ante la rotunda negativa de su hermana y los recelos del segundo, decidió mantener a éste en su doble puesto. Margarita de Parma regresó a Italia y nunca más volvió a pisar tierra flamenca.

Bibliografía

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  • TRACY, James. D. Holland under Habsburg rule, 1506-1566: the formation of a body politic. (Berkeley: Ed. University of California Press. 1990).

CHG

Autor

  • Carlos Herraiz García