A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
HistoriaBiografía

Lahorie, Victor Fanneau de (1768-1813).

Militar y político francés, nacido el año 1768 en Mayenne, al Norte de Laval, cerca de Rennes, que se opuso al nuevo régimen de Napoleón. Sufrió varias persecuciones y protagonizó una conjura contra el emperador que fracasó, por lo que fue condenado a muerte y ejecutado el 29 de octubre de 1812.

De familia aristocrática, estudió en el colegio de los jesuitas Louis-le-Grand, donde aprendió las maneras más refinadas y desarrolló un espíritu cultivado y una sólida formación humanística. Dominaba el latín y leía con fruición a los clásicos en esta lengua. Muy joven se trasladó a vivir a Nantes, donde trabó amistad con Sophie Trebouchet, hija de un capitán de navío nantés que había hecho la trata de negros y servía con agrado a la realeza, mientras por parte de madre era nieta del abogado Buisson, miembro del Tribunal revolucionario de Nantes. Huérfana a temprana edad, Sophie fue confiada en 1784 a su tía Robin, viuda de un notario, con la que vivió varios años en la ciudad, donde tía y sobrina asistieron con horror a los sucesos de 1793, por lo que buscaron refugio en la finca de la Renaudière, propiedad de los Trebouchet, cerca de Chateaubriand, un pequeño pueblo al norte de Nantes y no muy alejado de Mayenne.

Victor y Sophie fueron buenos compañeros de juegos y aventuras, en una época llena de encantos y atractivo, pronto truncada por la marea revolucionaria. Al separarse, mientras Lahorie se enrolaba en la milicia, siguiendo el impulso natural de los jóvenes revolucionarios de la época, Sophie maduró como campesina atractiva y bien formada que, calzando zuecos y ocupándose de labores de jardinería, trataba de ayudar a las víctimas del terror jacobino. Los campesinos la llamaban “nuestra señorita”; era en realidad una joven independiente, testaruda, incrédula y generosa.

En noviembre de 1797 en París, contrajo matrimonio con el capitán Joseph Hugo, al que había conocido en Chateaubriand año y medio antes, cuando el oficial cumplía sus funciones militares en persecución de los realistas de la Vendée. Sophie, presionada por su tía, fue incapaz de negarse a los requerimientos del capitán, que la acosó por escrito durante algunos meses. La capital se distinguía entonces por su ambiente lascivo y disoluto, cargada de fiestas y representaciones al aire libre, por lo que la joven pareja vivió una relación conyugal abierta y liberal.

Fue en París, entre diversiones y tertulias, donde Sophie Trebouchet y Victor de Lahorie volvieron a encontrarse, paseando por los Campos Elíseos, junto a los jardines de Idalie. Lahorie, en este momento coronel, ayudante-general y amigo del general Moreau, “aunque encuadrado entre los revolucionarios, conservaba las maneras aristocráticas adquiridas en su infancia, vestía un frac azul muy bien cortado, pantalones azules sin galones, portaba guantes blancos y se cubría con un bicornio negro tocado con una minúscula escarapela”. Al parecer, Sophie reaccionó encantada a la sobria y clásica distinción de su antiguo compañero.

Aquel coronel “de ojos diamantinos, gran lector de los poetas latinos y franceses, estoico y soñador” que “poseía un esprit de lo más exquisito y sabía hacerlo valer”, conquistó también la simpatía y amistad del capitán Hugo, feliz por haberse encontrado con un protector, tan cercano al general Moreau, que en esos momentos cumplía una misión encargada por el Directorio en los campos de Italia. Sophie, por su parte, sentía el feliz reencuentro con un confidente discreto y secreto como ella.

Al incorporarse el capitán Hugo, a principios de 1799, a una brigada del llamado Ejército del Danubio, decidió instalar a Sophie en Nancy, su ciudad natal, obligándola a vivir con su madre y hermana, a las que Sophie no podía soportar. Sin embargo, en Nancy se volvió a encontrar con Victor Lahorie, que la seguía con notable insistencia, convertida “en la esposa de su corazón”. Pronto reanudaron sus charlas sentimentales y políticas, ya que los dos discutían apasionadamente los temas de mayor actualidad: criticaban severamente el régimen del Terror, ambicionaban y esperaban la paz y la libertad “verdaderas”, se mostraban firmes partidarios del general Moreau, cada vez más crítico de Napoleón y recordaban con nostalgia su infancia normanda y bretona. En realidad, entre ellos se desarrollaba un profundo amor secreto, que se prolongaría hasta la muerte de Lahorie.

A finales de 1799, Moreau fue designado comandante en jefe del Ejército del Rhin y Lahorie, ascendido a general, se convirtió en su jefe de Estado Mayor. Fue algo natural que el mayor Joseph Hugo “cuya esposa agradaba al joven general recién ascendido, lograra cuanto deseaba y fuese asignado igualmente al servicio inmediato de Moreau”. Sophie, cada día más alejada del mayor Hugo, a quien trataba con desdén y frialdad, como se refleja en su correspondencia, trató de regresar a su casa bretona, sin conseguirlo, por lo que se mantuvo en Nancy, donde nació su segundo hijo.

Al ser nombrado Hugo gobernador de Luneville, al sureste de Nancy, obligó a Sophie a reunirse con él, pero precisamente en Luneville se encontraba el general Lahorie, bien situado y encargado por José Bonaparte de las negociaciones de paz. “Desempeñaba su cometido con diplomacia. Su distinción y su lenguaje pulcro contrastaba con la vulgaridad reinante. Se decía que tenía las maneras de un realista”. En la práctica, gracias a este nuevo encuentro, entre los tres se consolidó un triángulo amoroso que el gobernador Hugo fomentó sin la menor reserva. Llegaba a encargar “lindos uniformes” para el general y se mostraba públicamente orgulloso de los éxitos de su esposa, cuya inteligencia era alabada por el propio José Bonaparte. En la correspondencia del gobernador Hugo a un amigo de la infancia, aparecen referencias a “la adorable Sophie” y “el querido Lahorie”.

Poco después, el comandante Hugo fue destinado a jefe de batallón y se le trasladó a Besançon, donde nació su tercer hijo, llamado Victor en honor de aquel a quien pidieron que fuese su padrino, el general Lahorie, que en febrero de 1802 había regresado a París. Entre tanto, enfrentado Hugo a sus superiores, se le ordenó trasladarse a Marsella, para tomar el mando de un batallón que iba a partir rumbo a Santo Domingo. Asustado el comandante por lo que presumía una conjura persecutoria, “cometió la locura”, según un biógrafo de Victor Hugo, “de enviar a su joven esposa a París, para suplicar a José Bonaparte, al general Clarke y a Victor Lahorie, que le salvaran de sus enemigos mediante un cambio de destino”.

El general Lahorie, en París, se había dejado crecer el pelo y llevaba patillas, “a la manera de Tito”. Pero la situación en la que se encontraba era francamente mala. Durante algunos años había tratado de actuar como intermediario entre el primer Cónsul y su jefe Moreau, al que Napoleón toleraba, a pesar de la profunda desconfianza que sentía hacia él. Bonaparte, quien pudo haberse atraído a Lahorie, ofreciéndole una embajada o nombrándole divisionario, no quiso hacerlo, con lo que se conquistó un enemigo más. Por otra parte Sophie, al llegar a la capital y encontrar a su amigo decaído y humillado, le instigó a enfrentarse al primer cónsul y, animada por su espíritu combativo y su capacidad para la intriga, fomentó el encuentro y la alianza de Moreau con los emisarios de Cadoudal y del conde de Artois, que influyeron sobre él, inclinándole a trabajar por la caída de Bonaparte. “Era un consejo imprudente, pero Sophie tenía un espíritu agresivo y el corazón ardiente”.

Durante más de un año, Sophie Trebuchet vivió en París con el general Lahorie, caído en desgracia, mientras el llamado “club Moreau” ampliaba sus actividades y conspiraba contra Napoleón. Sin embargo, respondiendo a la llamada del esposo, en julio de 1803, Sophie viajó a la isla de Elba, donde estaba destinado el comandante, para reunirse con sus hijos. Al ver confirmados los amores de Hugo con una muchacha del lugar, decidió volver con los tres a París, en busca de su amado Lahorie, a quien avisó puntualmente del regreso.

Desgraciadamente, al llegar a París supo que Lahorie había desaparecido, tras el fallido intento de asesinar al primer cónsul, organizado por Pichegru y Cadoudal en 1804, mientras las calles se llenaban de panfletos en los que se incitaba al pueblo a denunciar y perseguir a los sospechosos. En uno de los primeros lugares de esta lista figuraba este nombre: Victor Claude Alexandre Lahorie. El descontento y la protesta de Moreau había ido en progreso, mientras se rodeaba de extranjeros, emigrados e ideólogos. Condenado a muerte por su implicación en la conjura de Cadoudal, gracias a las gestiones de clemencia que se multiplicaron en su favor, se le concedió permiso para exilarse a Estados Unidos con su suegra y esposa, igualmente comprometidas en la conspiración.

En cuanto a Lahorie, había logrado escapar, pero la policía del Consulado concedió desde el primer momento una gran importancia a su detención. Según la ficha policial “medía cinco pies y dos pulgadas; tenía pelo negro, a lo Tito; cejas negras y ojos negros bastante grandes aunque hundidos; amarillo el blanco de los ojos; la cara marcada por una viruela; risa sardónica; las piernas arqueadas por su frecuente ejercicio a caballo”. Se le buscó por todas partes, en Mayenne y en París, donde se registraron, sin éxito, los domicilios conocidos. Pero en cuanto Sophie se instaló en una casa de la calle Clichy con sus tres hijos, reapareció Lahorie, que estuvo escondido y convivió con ellos varios días, hasta que tomó la decisión de continuar su vida de proscrito errante.

Durante algún tiempo siguieron llegándole recursos de sus dominios, y Lahorie se ocupó de atender a las necesidades de Sophie y de sus hijos, por lo que la familia de Hugo pudo subsistir sin dificultad. Pero en torno a 1807 la situación económica del escurridizo general empeoró gravemente, se agotaron todas sus reservas y se sintió cada vez más acosado. En los documentos de esta época se le describe con expresión retraída, “moviendo sin cesar las mandíbulas en el vacío, como un enfermo de tétanos”. Quienes lo encontraron en algún lugar lejos de París, dijeron de él que se movía febril e inquieto, echando a faltar la época en que, al frente de “los soldados de la Libertad”, entraba alegremente en las ciudades de Baviera y el Tirol, maldiciendo al nuevo tirano en que se había convertido el Emperador.

Los dos años siguientes permaneció alejado de París, entre otras razones porque su amada Sophie había tenido que buscar a su esposo, destacado en Nápoles, en otro intento fallido de reconciliación imposible. De regreso a París, en febrero de 1809 y dotada ahora de una pensión marital suficiente, Sophie encontró una amplia residencia, “Propiedad Nacional”, situada en los bajos de un convento fundado por Ana de Austria, que Victor Hugo recordaría en sus versos de infancia. Tenía un gran jardín, al fondo del cual, en una capilla arruinada, “invadida de flores y de pájaros”, se escondió Lahorie.

Al saber que Sophie se encontraba en la ciudad, el proscrito regresó en busca del cariño que necesitaba para curar su angustia, como expiación del compromiso republicano y por su negativa a aceptar el Imperio de Napoleón. El ministro Fouché mantenía la orden de arresto y mientras la policía secreta lo buscaba por todas partes, Lahorie permaneció refugiado en la casa de su amada, oculto bajo el seudónimo de “Monsieur de Courlandais”. Descubierto por los niños, a partir de aquel momento compartió mesa y mantel con la familia y, obedeciendo a una vieja afición, se dedicó a practicar el recitado, la lectura y el latín, en especial con su ahijado Victor. Al parecer, en la capilla y detrás del altar, tenía un lecho de campaña y guardaba una pistola, junto a los textos de sus lecturas preferidas. Lahorie, como tenía por costumbre, vivía rodeado de libros, una nada despreciable biblioteca, en la que se mezclaban Virgilio, Horacio y Salustio, junto a los contemporáneos Rousseau, Voltaire y Diderot, además de algunos libros de viajes, manifiestos y ensayos prohibidos.

Los biógrafos de Victor Hugo cuentan que alguna vez, sentado en las rodillas de su padrino, le oyó comentar en latín: “Si Roma hubiese conservado sus reyes no hubiese sido Roma. ¡Hijo mío, la libertad ante todo!”. La religión de la libertad y la pasión por la república se habían convertido para él en una mística insoslayable. Durante casi dos años vivió esta etapa de seguridad y confianza, “invisible e ignorado por todos, excepto por Sophie y los niños”. Al parecer, esperaba que pronto iba a llegar un tiempo de clemencia y libertad. Confiaba en que la fortaleza del emperador le llevaría a olvidar viejos agravios y enfrentamientos, seguramente superados por el tiempo. Cuando Fouché fue sustituido en el ministerio de la Policía por Savary y le llegaron algunos comentarios del emperador, extrañado ante los emisarios de su madre por la ausencia del fugitivo, se inclinó a pensar en la posibilidad del perdón. El 29 de diciembre de 1810, a pesar de la negativa de Sophie, decidió visitar a su viejo amigo Savary.

Regresó del encuentro alegre y exultante de confianza. El ministro le había estrechado la mano y se despidió de él con un “¡Hasta pronto!”. Sin embargo, Sophie siguió temiendo lo peor y en efecto, al día siguiente, dos esbirros de la policía aparecieron en la casa y se lo llevaron esposado hasta el castillo de Vincennes, donde permaneció rigurosamente incomunicado durante cinco meses. En junio de 1811 se le transfirió a las celdas del torreón, en el que se encontraban recluidos los demás “presos de Estado” del emperador.

En el “donjon” de Vincennes, Lahorie compartió celda durante más de un año con Javier Mina, joven guerrillero español, quien curaba las heridas de su caída en poder de los franceses, cerca de Pamplona, en el inicio de la primavera de 1810. Pasados los meses del silencio obligado, la convivencia con Mina supuso para Lahorie una época de renovación y de entusiasmo, dedicado a enseñar y dirigir espiritualmente a este pupilo inesperado. A las preguntas de Mina, necesitado de un maestro, respondía con su experiencia en el arte militar, mediante la lectura en directo de las batallas del mundo antiguo, la enseñanza de la historia, la pasión por la república y la libertad, tratando de alentar en el discípulo los mejores y más nobles sentimientos. También le enseñó matemáticas y química, dispuesto a convertirlo en un brillante jefe militar. A lo largo de todo un año, frecuentaron juntos la biblioteca del castillo y dieron largos paseos por el patio, mientras en el exterior su amada Sophie, que regresó de un largo viaje a Madrid, en donde se encontraba el general Hugo al servicio del rey José Bonaparte, seguía conspirando y tramando nuevas tentativas de golpe contra Napoleón.

En abril de 1812 Sophie había entrado en relación con el abate Lafon, que intentaba reunir a realistas y republicanos en otra vasta conspiración. En junio, Lahorie fue trasladado a la prisión de La Force, se dijo que era la antelasa de su expulsión a Estados Unidos, en la que gozaba de una disciplina relajada y se le permitieron recibir visitas. Se volvía a iniciar una nueva trama, inventada y preparada por el general Malet, un “republicano ardiente” pero dispuesto a colaborar con los realistas, en la que quiso contar con Lahorie, Guidal y Lecourbe, entre otros implicados. Malet había falsificado perfectamente unos documentos, en los que el Senado disponía los cambios necesarios al conocerse en París la noticia de la supuesta muerte de Napoleón en la lejana Rusia. Basados en esta suposición, que caería como una bomba en la ciudad, Malet y sus amigos se harían con los controles del poder y sustituirían a los jefes militares por sus propios secuaces. En el plan de Malet, Lahorie figuraba como el nuevo jefe de Estado Mayor General.

Pero esta loca fantasía sólo llegó a funcionar a medias. El 22 de octubre de 1812, mientras Lahorie y Guidal tomaban presos al ministro Savary y al prefecto de la policía Pasquier y el Ayuntamiento se entregaba sin resistencia, Malet fracasó en su intento de dominar a Hulin, gobernador militar, y se dejó prender por dos oficiales cuando trataba de instalarse en las oficinas del Estado Mayor. Desmentida rápidamente la noticia de la muerte del emperador, los conspiradores fueron detenidos, cursándose de inmediato un proceso militar de alta traición.

Victor Lahorie y otros doce comprometidos en esta conjura, fueron condenados a muerte y ejecutados el 29 de octubre de 1812, ante un pelotón de fusilamiento, en las llanuras de Grenelle, en las afueras de París. Junto a la fosa común donde se depositaron sus restos permaneció en silencio, durante largo rato, la fiel amada Sophie Trebouchet. Los biógrafos de Victor Hugo cuentan que al preguntarle a su madre qué había pasado, ésta contestó: “No es nada. No hay que inquietarse nunca. Y menos aún llorar”.

Bibliografía

  • BARTHOU, L. Le Général Hugo. Hachette. Paris, 1926.

  • GUIMBAUD, L. La Mère de Victor Hugo. Plon. París, 1930.

  • GUZMÁN, M. L. Javier Mina, héroe de España y de México. Compañía General de Ediciones, México, 1955.

  • MAUROIS, A. Olimpio o la vida de Victor Hugo. José Janés Editor, Barcelona, 1956.

Manuel Ortuño

Autor

  • 0201 Manuel Ortuño