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LiteraturaHistoriaBiografía

Hermite, Jehan de L' (ca. 1540-ca. 1610).

Humanista de los Países Bajos de entre los siglos XVI y XVII, nacido en Flandes hacia 1540 y fallecido en su provincia natal hacia 1610. Llegó a la corte madrileña de Felipe II, donde se le encomendó la educación del príncipe de Asturias, el que fue rey Felipe III. Permaneció en España desde 1587 hasta 1602 y entre el 19 de octubre de 1590 y hasta el 19 de mayo de 1602, día en que inició su regreso a Flandes, estuvo al servicio de los monarcas. En la corte madrileña Felipe II le nombró ayuda de cámara y fue una de las personas de confianza del soberano.

Su llegada había sido motivada por la educación del príncipe, la cual dejaba mucho que desear a los ojos de Felipe II. De hecho, el propio ayo del príncipe, don Pedro Girón García de Loaysa arzobispo de Toledo, era consciente de tales limitaciones, que se atribuían a la forma de ser del propio príncipe. Jean de L’Hermite fue también consciente de que la educación del príncipe no era adecuada a su temperamento, pero sin embargo no lo comentó nunca a persona alguna que no fuera el rey, salvo en una ocasión, en que lo hizo al marqués de Denia, que fue más tarde valido de Felipe III y duque de Lerma. Pese a los desvelos de Felipe II, la influencia del marqués de Denia sobre el príncipe Felipe iba en aumento, lo cual fue constatado por el propio L´Hermite. Éste, al igual que el rey, se mostraba contrario a dicha influencia, por lo que el marqués en una hábil maniobra política trató de atraer al humanista flamenco hacia su causa, lo cual no logró debido al respeto y al temor al rey que L´Hermite tenía, así como a su elevado concepto de la lealtad. Felipe II al enterarse de la maniobra del marqués de Denia y de la reacción del humanista, valoró aún en mayor grado a éste último, al tiempo que se empobrecía más si cabe su opinión sobre el noble.

Respecto al príncipe, durante ocho años, desde el 25 de junio de 1591 y hasta el 10 de julio de 1598, L’Hermite había señalado en la pared de una de las habitaciones del príncipe el crecimiento de éste, con el día y el año de sus medidas, recogiendo los datos en un curioso dibujo a escala reducida para transmitirlos a la posteridad. Tenía el príncipe veinte años y tres meses cuando le midió por última vez, y su maestro indicaba que creía que no habría de crecer más ya que era bien fornido de hombros y además ya le empezaba a salir la barba. En cuanto a su preparación intelectual, L’Hermite estaba contratado para educarle principalmente en la lengua francesa, aunque también era su maestro en lengua latina e igualmente, en alguna ocasión, en música y danza. Respecto a la lengua francesa, en 1596 había adelantado tanto en su aprendizaje de esta lengua, que pudo sostener una conversación en la segunda audiencia que con él tuvo el conde de Berlaimont, con gran sorpresa de este noble y no menor satisfacción del rey Felipe II. El monarca se había disgustado ya que en la primera entrevista el príncipe respondió en español al francés. El rey llamó a su hijo y le dijo delante del flamenco que Jehan de L’Hermite le había comentado que hablaba muy bien el francés y que, por otro lado, el propio rey había averiguado que en la audiencia con el de Berlaimont le respondió en español cuando el conde se había dirigido primero al príncipe en francés. El rey continuó diciendo que si creía que podía valerse de una conversación en lengua francesa, a él le gustaría que lo hiciera, ya que si no había sido así por su parte, la de Felipe II, no fue por no querer, sino por no saber, ya que pese a que lo entendía a la perfección, nunca tuvo el rey el valor de hablarlo e indicaba al príncipe que no cometiera el mismo error que él había cometido. Tras esta conversación el príncipe se animó mucho y tuvo varios días de ejercicios en los que junto con L’Hermite seleccionaron para las posibles respuestas las frases más adecuadas y elegantes.

Fue así cómo el príncipe Felipe pudo lucirse en la segunda conversación que sostuvo con el conde y continuó sus estudios con tal fortuna que apenas se le escapaba una palabra. Cuando había dificultad con alguna la escribía en un cuaderno que estaba dividido por orden alfabético y así las estudiaba por la noche. Otro incentivo fue que se sometió espontáneamente a la multa de un escudo por cada falta que cometiese. Según L’Hermite, en todo el tiempo que se dedicó a la enseñanza del francés del príncipe, solo le puso nueve multas, por errores de escasa importancia. Según esto, decía L’Hermite, el príncipe tenía una deuda de nueve escudos con él, pero nunca pensó que se la iba a pagar cuando un día, había pasado ya mucho tiempo de aquello, le pagó el príncipe Felipe con una cadena de oro de más de cien escudos de valor en la que había por un lado la efigie del príncipe y por el otro una leyenda en latín en la que se indicaba el motivo del pago. En 1598 todavía le seguía enseñando la lengua francesa y le acompañaba en sus veladas porque la música le gustaba mucho y tocaba los instrumentos con gran maestría. Sobre la música y la danza, el príncipe era muy aficionado a ambas y tocaba con gran perfección la viola, en la que le inició, antes del viaje a Tarazona, un maestro apellidado Troyolo, que murió sin dejar continuador. Respecto al cante, tenía seguridad en la parte que le tocaba cantar, pero como tenía la voz tierna y poco formada, a veces desafinaba y hubo de hacerlo acompañado y guiado por la voz de otro. También le sirvió para este aprendizaje su habilidoso maestro Jean de L’Hermite, que con él aprendió a tocar aquel instrumento, y todas las noches cantaba en falsete, hasta que con la edad le cambió la voz al príncipe y se hizo tan experto y hábil que interpretaba y cantaba toda clase de piezas y madrigales.

No obstante, Jehan de L’Hermite no sólo se preocupó por la formación intelectual y artística del príncipe, sino que también lo hizo por su formación física. A su regreso del viaje real a Tarazona y aprovechando los grandes fríos del invierno de 1593, organizó una gran fiesta con marineros holandeses sobre la superficie helada de un estanque de la Casa de Campo. Los patinadores estuvieron a punto de ahogarse ya que el hielo se rompió, de tal forma que se encontró en grave peligro la holandesa Margarita Walix, que era sumamente hábil en este deporte, pero las damas les ofrecieron sus mantas para abrigarse y el rey les hizo regalos y dispuso que fuesen atendidos con esplendidez. Según informaba L’Hermite el príncipe era de condición muy dulce y amable, gustaba de entretenimientos y se los procuró por todos los medios para conservarse en su gracia y terminado este ejercicio, hacía una pequeña merienda, y después empleaba media hora en el estudio del latín, que ordinariamente se terminaba entre las cinco y las seis de la tarde, cuando pasaban las horas de máximo calor y el sol había traspuesto las montañas, paseaba por el campo en coche o a caballo, cazaba algunos conejos o iba a pie a los jardines que rodeaban la casa para distraerse en juegos o ejercicios con sus meninos.

Jehan de L’Hermite se caracterizó por ser leal, culta y complaciente, lo que completaba con una carácter bondadoso. Sentía gran respeto y admiración por el rey, del que hace profundos elogios en los que incluso llegaba a disculpar las rarezas. Además, como ya indicamos, siempre fue fiel a la persona del monarca y sumamente humilde y agradecido, así en 1592, cuando el rey le dio doscientos ducados de ayuda por sus servicios, los primeros que recibió al cabo de dos años, le obsequió también el príncipe Felipe con un caballo que le habían regalado, atención que agradeció mucho L’Hermite porque consideraba que hasta entonces apenas había tenido oportunidad de servirle y no era merecedor de tal obsequio. Cuando regresó a Flandes el rey, ya Felipe III, el que había sido su discípulo, le concedió una pensión de veinte mil ducados anuales y otros mil de ayuda para el pago de los gastos del viaje. También se le dieron otros muchos regalos y el propio rey le armó caballero. Pero no sólo se dedicó en España a la enseñanza del príncipe. De la mano de Jehan de L’Hermite nos llegó la emocionada narración la escena del 20 de septiembre de 1598, en que los servidores comieron por última vez el pan del rey, el día en que este murió.

Como humanista y persona observadora, Hermite no sólo se dedicó a la misión educativa que se le encomendó, sino que dejó su huella en proyectos de todo tipo, dibujos y especialmente escritos en los que describió multitud de anécdotas y aspectos que le llamaron la atención de España, pero también sus vivencias en los territorios ibéricos de la monarquía hispánica, y entre estos escritos destacó un libro de memorias, Le Passatemps de Jehan L’Hermite y de el también son Le voyage de Taraçona o Le voyage de 1596.

Bibliografía

  • OUVERLEAUX Y PETIT, J. (EDITORES), Les Passetemps de Jehan de l’Hermite. 2 vols, Gante y La Haya, 1890

  • Les Passetems de Jehan de L’Hermite: Publie d’Apres le Manuscrit Original par Ch. Ruelens. Ginebra, Slatkine reprints, 1971.

  • Description de l’Espagne par Jehan l’Hermite et Henri Cock, humanistes belges (1560-1622). París, École Practique des Hautes Études, 1969.

MFD

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  • 0111 MFD