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LiteraturaBiografía

Gabriel y Galán, Jose María (1870-1905).

Poeta español, nacido en Frades de la Sierra (un pequeño pueblo de la provincia de Salamanca, a la sazón adscrita a la región de Castilla la Vieja) el 28 de junio de 1870, y fallecido en Guijo de Granadilla (Cáceres) el 6 de enero de 1905. Poeta regionalista que convirtió el habla, las costumbres y las formas de vida rurales extremeñas en materiales poéticos de primera magnitud, encarnó en su vida -y aún durante muchos años después de su muerte- la máxima representación de esa corriente literaria costumbrista y tradicionalista que, en aras de la sencillez expresiva, el apego al terruño, la exaltación de los sentimientos primarios y la autenticidad del hombre vulgar, se enfrentó al triunfo avasallador de la exuberancia léxica, la suntuosidad colorista, la complejidad temática y el anhelo cosmopolita de la lírica modernista. Y, aunque a la postre fue anecdótico su esfuerzo literario frente a las ricas y variadas aportaciones del Modernismo a todas las literaturas occidentales, gozó en su día de enorme predicamento entre la crítica y los lectores, y sus versos fueron aprendidos y recitados de memoria por varias generaciones de escolares de todo el país.

José María Gabriel y Galán.

Vida y obra

Nacido en el seno de una modesta familia rural que se dedicaba al cultivo de la tierra y al cuidado del ganado (actividades básicas en la economía doméstica del campo charro), cursó sus primeros estudios elementales en la escuela pública de su población natal, donde pronto dio muestras de poseer una viva inteligencia natural y una acusada inclinación hacia la creación literaria. A los quince años de edad, agotados todos los recursos de sus maestros rurales, se trasladó a la capital de la provincia para proseguir allí sus estudios, con el consiguiente perjuicio para la humilde hacienda familiar, pues la necesidad de mano de obra agraria exigía, por aquel entonces, que casi todos los hijos varones de los hogares campesinos abandonaran sus estudios y pasaran a ocuparse de las labores agrícolas y pecuarias tan pronto como alcanzaban la pubertad (y, en los casos de mayor pobreza, desde la misma niñez).

Para ocasionar el menor trastorno posible a la economía de los suyos, el joven José María Gabriel y Galán compaginó su formación secundaria en Salamanca con el desempeño del oficio de mozo en un almacén de tejidos, ocupación que no le impidió cursar con provecho sus estudios y, al mismo tiempo, comenzar a escribir unas primeras composiciones poéticas que, leídas por sus amistades de la capital de la provincia, le granjearon pronto un merecido reconocimiento literario en su reducido ámbito local. Estos primeros estímulos consolidaron definitivamente su temprana vocación poética, que a la sazón competía, entre sus intereses intelectuales, con su decidida entrega al aprendizaje de la pedagogía de su tiempo. Por esta vía, al cumplir los dieciocho años de edad (1888) vio coronados sus estudios con la obtención del título de maestro de escuela, con lo que dio inicio a su trayectoria profesional dentro del campo de la docencia, que le condujo en primera instancia al pequeño pueblo salmantino de Guijuelo, situado al sur de la provincia, a unos veinte kilómetros de su población natal. Era, dentro de las aspiraciones profesionales de Gabriel y Galán, un destino magnífico, pues le permitía ejercer la docencia en esa tierra propia a la que tanto quería y, por ende, mantener un estrecho contacto con sus amigos y familiares; pero, consciente de que su progresión académica e intelectual se vería prematuramente estancada si permanecía durante mucho tiempo como maestro rural en Guijuelo, decidió -no sin grandes tribulaciones- abandonar por fin el campo charro y trasladarse a Madrid, con el propósito de completar su formación pedagógica en la Escuela Normal Central.

El choque con las costumbres y formas de vida de la capital del Reino fue brutal para el humilde maestro provinciano, demasiado apegado a la calma del terruño como para asimilar el ritmo frenético de una gran ciudad cosmopolita. Desde el primer instante de su estancia en Madrid comenzó a experimentar un fuerte rechazo hacia la capital, a la que se refería -en la correspondencia privada que enviaba a sus amigos salmantinos- con el apelativo despectivo de "Modernópolis", y muy pronto su recelo hacia cualquier forma de modernidad se aposentó en su particular poética, encaminada con paso firme hacia la exaltación de una estética regionalista y costumbrista en la que cualquier influjo procedente del exterior era tenido por un rasgo pretencioso de prepotencia, falsedad, esnobismo o pedantería. Concluidos sus estudios en la Escuela Normal Central, la fortuna le sonrió con un destino docente en la escuela de Piedrahíta (Ávila), donde intentó poner en práctica los avances de la última pedagogía que había conocido en Madrid; pero tampoco estos progresos de la educación en España eran demasiado gratos para ese joven maestro anclado en la tradición que era Gabriel y Galán, cuyo carácter triste y melancólico había acentuado sus rasgos más sombríos durante su estancia en Madrid, a raíz de su brusco encontronazo con los valores sociales y morales de la sociedad más avanzada de la época.

Sumido en un estado de ánimo que hoy tildaríamos de depresivo -como queda patente en el pseudónimo de "El Solitario" que eligió para suscribir las epístolas enviadas desde Piedrahíta-, se aferró aún más a su inmovilismo espiritual y estético y se refugió en sus profundas convicciones religiosas, heredadas de su madre y destinadas a convertirse en otra de las principales señas de identidad de su obra (sobre todo, en sus primeras composiciones poéticas). Esta religiosidad sencilla y primaria, al tiempo que fortalecía su innata sensibilidad, le impidió caer en los postulados ideológicos defendidos por las clases más reaccionarias del país, a las que podría haberse aproximado peligrosamente desde su ideario conservador e inmovilista; sin embargo, no confundió su concepción tradicionalista de la vida con la defensa a ultranza de normas, conductas y valores morales heredados del pasado, y supo mostrar la repulsa y la tristeza que provocaban en su espíritu sensible algunas prácticas tan crueles e inhumanas como la pena de muerte ("pasado mañana -escribió en una carta fechada en el municipio abulense donde impartía clases- dará la justicia en esta localidad el triste espectáculo de la ejecución del reo de un crimen cometido en una dehesa de este partido judicial, hace ya dos años. Dios lo recoja en el cielo [...]").

Hacia el año de 1983, la monotonía, soledad, abulia, tristeza y depresión que dominaban su existencia se vieron felizmente atajadas por la irrupción en su vida de la joven Desideria, una campesina extremeña de la que se enamoró intensamente y junto a la que halló una felicidad que parecía negársele hasta entonces. Tras un largo pero apacible noviazgo que se prolongó por espacio de un lustro, a finales de 1897 ambos prometidos anunciaron la fecha de su inminente enlace conyugal, previsto para el 26 de enero de 1898. Tal día, en una iglesia de la bella localidad de Plasencia, José María Gabriel y Galán contrajo matrimonio con su "vaquerilla" -como llamaba cariñosamente a Desideria, debido a la explotación agropecuaria que su familia poseía en las vecinas tierras cacereñas-, y a partir de entonces encontró definitivamente no sólo el sosiego familiar, la paz espiritual y -todo hay que decirlo- la estabilidad económica y social que disiparon en su ánimo ese poso de abatimiento y melancolía que arrastraba desde su juvenil estancia en Madrid, sino también la calma y la serenidad necesarias para desarrollar concienzudamente su hasta entonces incierta carrera literaria.

Grandes cambios tuvieron lugar, en efecto, en la vida del poeta salmantino a raíz de su matrimonio con Desideria, entre los que cobró una importancia suprema el abandono de esa actividad docente que no le entusiasmaba demasiado, para asumir la dirección y administración de una vasta dehesa extremeña conocida como "El Tejar", perteneciente a un tío de su reciente esposa. Cambió, asimismo, su domicilio, ahora fijado en un pequeño pueblo de Cáceres llamado Guijo de Granadilla, en cuyo término municipal estaba comprendida la citada dehesa; y cambiaron radicalmente sus obligaciones familiares, pronto centradas en la crianza y educación de su primer hijo, nacido a finales de 1898 y bautizado con el nombre de Jesús, que habría de inspirarle su célebre poema en dialecto extremeño titulado "El Cristu benditu" ("¡Qué güeno es el Cristu / de la ermita aquella! / Pa jacel más alegri mi vía, / ni dineros me dio ni jacienda, / polque ice la genti que sabi / que la dicha no está en la riqueza. / Ni me jizu marqués, ni menistro, / ni alcaldi siquiera, / pa podel dil a misa el primero / con la ensinia los días de fiesta / y sentalmi a la vera del cura / jaciendu fachenda. / [...] / A mí me dio un hijo / que päeci de rosa y de cera, / como dos angelinos que adornan / el retablo mayol de la inglesia. / Un jabichuelino / con la cara como una azucena, / una miaja teñía de rosa / pa que entávia más guapo paeza. / A mí me entonteci / cuando alguna risina me jecha / con aquella boquina sin dientis, / rëondina y fresca, / que paeci el cuenquín de una rosa / que se jabri sola pa si se la besa. / ¡Juy, qué boca tan guapa y tan rica! / ¡Paeci de una tenca! / A vecis su madri / en cuerinos del to me lo quea, / se poni un pañali tendío en las sayas / y allí me lo jecha. / ¡Paeci un angelino / de los de la inglesia!".

Pero cambió, sobre todo, como se echa de ver en la lectura de estos versos, la temática y el lenguaje poético de José María Gabriel y Galán; o, por mejor decir, se intensificó en su obra la temática de la tierra, aunque ahora orientada al reflejo de las vivencias e inquietudes cotidianas de sus vecinos extremeños, y se apoderó de su expresión lingüística el léxico, la sintaxis, la morfología y hasta el peculiar acento del habla dialectal extremeña (el castúo), tal vez bajo la influencia de un poeta coetáneo -el murciano Vicente Medina (1866-1937)- que, por aquel entonces, estaba empecinado en conferir dignidad literaria al panocho que se hablaba en su lugar de origen.

La alegría sincera y desbordada que le produjo el nacimiento de su primer hijo disipó definitivamente, junto a la feliz vida conyugal al lado de Desideria, todas las brumas melancólicas que habían flotado sobre Gabriel y Galán durante su triste juventud, e incitó al poeta a sumirse en una febril actividad creativa que pronto habría de cosechar el reconocimiento público de la crítica y los lectores. MIentras observaba minuciosamente las vivencias del campesinado extremeño y recordaba su infancia feliz en el agro salmantino para surtir de temas, anécdotas y personajes su producción poética, se produjo el nacimiento de su segundo vástago, venido al mundo el 27 de febrero de 1901. En septiembre de aquel mismo año se celebraron en la ciudad de Salamanca, convocados por su prestigiosa Universidad, unos Juegos Florales presididos por su no menos afamado rector, el poeta y filósofo Miguel de Unamuno (1864-1936); a este certamen concurrió José María Gabriel y Galán con un largo poema en castellano titulado "El ama", en el que evocaba con hondo amor filial la figura de doña Bernarda, su madre, fallecida poco tiempo atrás. En la ficción literaria, el poeta se encarnaba en la persona de su padre y, desde ese punto de vista, reconstruía el feliz matrimonio de sus progenitores, ubicándolo al frente de una finca imaginaria que estaba inspirada en la posesión extremeña regentada, a la sazón, por el propio Gabriel y Galán, quien conseguía identificar así su dicha conyugal con la vivida por sus creadores, y celebraba la fortuna que habían tenido su padre y él al encontrar sendas mujeres sencillas, honradas y trabajadoras que les habían inculcado algunos valores tan elevados para el poeta como la paz espiritual, la conformidad, el tesón en la lucha cotidiana y el amor al trabajo (de hecho, doña Bernarda fue, en su sencillez, quien más había animado a su hijo para que no dejara de componer versos): "Yo aprendí en el hogar en qué se funda / la dicha más perfecta, / y para hacerla mía / quise yo ser como mi padre era / y busqué una mujer como mi madre / entre las hijas de mi hidalga tierra. / Y fui como mi padre, y fue mi esposa / viviente imagen de la madre muerta. / ¡Un milagro de Dios, que ver me hizo / otra mujer como la santa aquella! / Compartían mis únicos amores / la amante compañera, / la patria idolatrada, / la casa solariega, / con la heredada historia, / con la heredada hacienda. / [...] / ¡Qué alegre era mi casa / y qué sana mi hacienda, / y con qué solidez estaba unida / la tradición de la honradez a ellas! / Una sencilla labradora, humilde, / hija de oscura castellana aldea; / una mujer trabajadora, honrada, / cristiana, amable, cariñosa y seria, / trocó mi casa en adorable idilio / que no pudo soñar ningún poeta".

Reunido el día 3 de septiembre, el jurado presidido por el flamante rector otorgó el primer premio de los Juegos Florales a José María Gabriel y Galán, quien regresó emocionado a la Salamanca de sus años mozos para asistir, el día 15, a solemne la entrega de la preciada "flor natural". Pronto fue muy conocida y recitada de memoria la composición ganadora, y no sólo por parte de esas gentes sencillas que habían hallado en el poeta local una voz clara y rotunda que elevaba a categoría literaria sus costumbres e inquietudes cotidianas, sino también por algunas personalidades de la intelectualidad coetánea tan señeras como el propio Unamuno, quien, fascinado por el poema de Gabriel y Galán, entabló a partir de entonces con él una sincera amistad que habría de dar lugar a una intensa y fecunda relación epistolar entre ambos autores.

Este reconocimiento popular, incrementado por los elogios del intelectual bilbaíno, difundió el nombre de José María Gabriel y Galán por todos los mentideros literarios de la Península, y animó definitivamente al vate salmantino a divulgar los poemas que venía escribiendo con asiduidad desde su feliz asentamiento en Guijo de Granadilla. Así las cosas, al año siguiente de su rotundo triunfo en los Juegos Florales de Salamanca volvió a alzarse con la "flor natural" en un certamen similar convocado en Zaragoza, y dio a la imprenta sus dos primeras colecciones de versos, tituladas Castellanas (1902) y Extremeñas (1902). En ambos títulos, el retrato de los humildes labriegos que faenan en vastas dehesas, las preocupaciones e inquietudes de las gentes sencillas, las duras condiciones de vida que soportan, la fortaleza y resignación con que se enfrentan a ellas, los momentos de sana alegría que eclosionan en fiestas públicas y privadas, los castos amoríos entre pastores y zagalas, la ingenuidad y ternura de la infancia, la honda espiritualidad religiosa del pueblo llano, y, en suma, las propias vivencias paterno-conyugales de Gabriel y Galán en su apartado retiro extremeño, configuran un magnífico fresco realista de la España rural de finales del siglo XX y comienzos de la siguiente centuria; con todo, en opinión de una parte de la crítica especializada, este realismo descriptivo y emotivo de Gabriel y Galán -acentuado intencionadamente por el poeta con el uso de giros lingüísticos regionales y registros dialectales poco frecuentes en la tradición poética hispana- rebasa en muchas ocasiones las fronteras de lo verosímil para incurrir en un bucolismo ingenuo que, partiendo del clásico "menosprecio de Corte y alabanza de aldea", idealiza, no sin cierta cursilería gárrula, la vida campesina. Se acepte o no esta opinión de algunos críticos, parece innegable que no era ésa la intención de Gabriel y Galán, o, por lo menos, que de la minuciosa observación de las gentes que le rodeaban no había extraído sistemáticamente una visión idealizada de sus convecinos: "las gentucas de las aldeas -escribió en una epístola dirigida a un amigo- al par que cosas buenas, tienen miserias y roñas morales que repugnan al estómago más fuerte, se necesita mucha calidad y mucha paciencia para vivir entre ellas". Cabe, entonces, hablar, a la hora de enjuiciar su supuesta idealización bucólica de la vida rural, de una elección estilístico-temática con fines puramente estéticos, antes que de una auténtica declaración de principios de quien también dejó escrito en su correspondencia privada: "yo no tengo más amigos, en sentido estricto de la palabra, que uno de mis criados. Voy dejándome vivir, agua abajo, agua abajo, sin prisa alguna".

Sea como fuere, lo cierto es que en 1902, tras la aparición en las librerías de Castellanas y Extremeñas, Gabriel y Galán se había convertido ya en uno de los poetas más leídos y celebrados del país. Al año siguiente, su fama se incrementó con nuevos triunfos en los Juegos Florales de Murcia, Lugo y Sevilla, y a tanto llegó su popularidad que el consistorio de Guijo de Granadilla acordó conceder el título de "Hijo Adoptivo" a quien había difundido el nombre de esa pequeña localidad de Las Hurdes por todos los rincones del Reino. El día 13 de abril de 1903, en el transcurso de un emotivo acto oficial en el que se hacía pública la concesión de este honor, Gabriel y Galán correspondió a sus vecinos -algunos de ellos, no se olvide, plagados de "miserias y roñas morales"- con la lectura de "Sólo para mi lugar", un poema inédito escrito expresamente para la ocasión; pero, al tiempo que proclamaba la exclusividad del lugar privilegiado que ocupaban los suyos en su corazón, el poeta salmantino se afanaba en extender su obra por toda España y aun por otros lugares del extranjero, como dejó bien patente con el envío de su composición "Canto al trabajo" a un certamen poético argentino, donde resultó galardonado con el primer premio y dio pie a un solemne homenaje que se le tributó en tierras australes en 1904.

Seguía, entretanto, desplegando una intensa labor creativa que le permitió publicar nuevos volúmenes como Campesinas (1904), Cuentos y poesías (1904) y Nuevas castellanas (1905), a los que se sumó la edición póstuma de un poemario centrado exclusivamente en sus firmes convicciones católicas, Religiosas (1906), obra que, en opinión de la mayor parte de la crítica especializada, constituye la parte más endeble de su producción. Desde su voluntario apartamiento en Las Hurdes, mantenía también una copiosa correspondencia con amigos íntimos, poetas e intelectuales de toda España, que fue recopilada y editada en dos volúmenes en 1918 (Epistolario) y 1919 (Cartas y poesías inéditas), en un clara demostración de la pervivencia de su legado hasta unas fechas en las que Europa entera comenzaba a convulsionarse con la radical revolución estética de las primeras corrientes vanguardistas. Su prematura desaparición, sobrevenida -cuando estaba en la cúspide de su fama literaria- el día El 6 de enero de 1905, a consecuencia de las graves secuelas que le había dejado una afección pulmonar mal atendida por los médicos rurales, impidió una posible evolución de su quehacer literario hacia terrenos más acordes con los gustos y la mentalidad dominantes a comienzos del siglo XX. De ahí que toda su obra, compacta y unitaria como pocas, haya quedado firmemente anclada a unas coordenadas regionalistas y tradicionalistas que, con el correr del tiempo y los nuevos derroteros tomados por el arte y el pensamiento contemporáneos, sólo pueden contemplarse como una anécdota caduca y desfasada en el devenir de la lírica hispana (aunque no exenta de algunos momentos de honda emoción y ternura).

Pese a todo, Gabriel y Galán influyó notablemente en otros poetas coetáneos y posteriores que eligieron el cauce regionalista y las variedades lingüísticas locales y dialectales para dar forma y sentido a sus composiciones, como el leonés Isaac Martín Granizo (1880-1908), extremeño Luis Chamizo (1896-1944) y el manchego Juan Alcaide (1907-1951). Sus Obras Completas, recopiladas el mismo año de su muerte (1905), han sido objeto de varias ediciones posteriores a lo largo del siglo XX, como las de 1949 o 1965.

Los libros de su biblioteca particular, sus manuscritos y otros enseres personales fueron donados por sus descendientes al Ayuntamiento de Guijo de Granadilla, que convirtió en museo la casa donde había residido y perdido la vida el ilustre "Hijo Adoptivo" de la localidad. Entre los logros sociales y los valores cívicos que cabe atribuir a su producción -generada toda ella al mismo tiempo que el "tema de España" comienza a ser la nota dominante entre los autores de la Generación del 98, en una coincidencia que aún no ha sido bien explicada por los estudiosos de las ideas y la estética españolas-, conviene destacar su audacia y eficacia en el intento de dignificar la región y las gentes más miserables del país; y, ente sus notas estilísticas más sobresalientes, resulta obligado reparar en la defensa a ultranza de una sintaxis y un vocabulario ajenos a cualquier artificio retórico, regulados por la llaneza expresiva de las gentes del campo y reforzados -dentro del ritmo exigido por la propia naturaleza del género poético- por unos moldes estróficos populares (romance, cuarteta, redondilla, quintilla, sextilla, serventesio, silva romanceada, etc.), una amplia gama de versos (desde el hexasílabo al hexadecasílabo), y una rima sonora y elocuente que facilita la retención memorísticas del poema. Pero tal vez el mayor mérito de su obra, que aúna logros sociales con valores estéticos y se convierte, a la postre, en la nota más significativa y recordada de su producción poética, sea la osadía de elegir como vehículo de expresión literaria un dialecto tan relegado -y incluso despreciado- por los creadores e intelectuales de su tiempo como el castúo, con cuyo empleo alcanzó Gabriel y Galán tal vez las cotas más altas de emoción y calidad poéticas que se divisan en el ya lejano horizonte de su obra: "Señol jues, pasi usté más alanti / y que entrin tos ésos. / No le dé a usté ansia, / no le dé a usté mieo... / Si venís antiayel a afligila, / sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s'ha muerto! / Embargal, embargal los avíos, / que aquí no hay dinero: / lo he gastao en comías pa ella / y en boticas que no le sirvieron; / y eso que me quea, / porque no me dio tiempo a vendello, / ya me está sobrando, / ya me está jediendo. / Embargal esi sacho de pico, / y esas jocis clavás en el techo, / y esa segureja / y ese cacho e liendro... / ¡Jerramientas, que no quedi ni una! / ¿Ya pa qué las quiero? / Si tuvía que ganalo pa ella, / ¡cualisquiá me quitaba a mí eso! / Pero ya no quio vel esi sacho, / ni esas jocis clavás en el techo, / ni esa segureja / ni ese cacho e liendro... / ¡Pero a vel, señol jues: cuidiaíto / si alguno de esos / es osao de tocali a esa cama / ondi ella s'ha muerto: / la camita ondi yo la he querío / cuando dambos estábamos güenos; / la camita ondi yo la he cuidiau, / la camita ondi estuvo su cuerpo / cuatro mesis vivo / y una noche muerto!... / Señol jues: que nenguno sea osao / de tocali a esa cama ni un pelo, / porque aquí lo jinco / delanti usté mesmo. / Lleváisoslo todu, / todu, menos eso, / que esas mantas tienin / suol de su cuerpo... / ¡y me güelin, me güelin a ella / ca ves que las güelo!..." ("El embargo", de Extremeñas).

José María Gabriel y Galán, "El Embargo" (Extremeñas, nuevas extremeñas, castellanas).

Bibliografía

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Autor

  • José Ramón Fernández de Cano