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LiteraturaBiografía

Fedin, Konstantin Alexandrovich (1892-1977).

Narrador soviético, nacido en Sarátov (en la región del Volga) en 1892 y fallecido en Moscú en 1977. Considerado como uno de los grandes novelistas de la literatura rusa del siglo XX, dejó una espléndida producción novelesca caracterizada por un realismo ortodoxo y tradicional que le convierte en el mejor seguidor de los modelos clásicos de la narrativa rusa decimonónica.

Vida.

Nacido en el seno de una familia en la que se juntaban muy diversas procedencias (su madre era de estirpe nobiliaria, mientras que su padre pertenecía a la clase campesina), el joven Kostantin cursó sus estudios secundarios en el Instituto de Comercio de Moscú, donde recibió una extraordinaria formación académica que parecía destinarle -por las excepcionales dotes naturales de que hacía gala- a formar parte de la inteliguentsia radical. Cuando ampliaba sus estudios en Baviera sobrevino el estallido de la I Guerra Mundial, circunstancia que Kostantin Fedin aprovechó para quedarse refugiado en Alemania y, gracias al conocimiento de la lengua, recorrer diversas poblaciones de dicho país. Ya por aquel entonces había comenzado a cultivar su innata vocación literaria, aunque no se dedicaría profesionalmente al oficio de escribir hasta varios años después, cuando el mismísimo Gorki le introdujera en uno de los círculos literarios más selectos de su nación: los Hermanos de Serapión. Mientras tanto, el joven Konstantin Fedin sirvió en el Ejército Rojo y desempeñó diversos cargos en varias instituciones soviéticas, actividades que fue compaginando con la redacción de los relatos que habrían de configurar su primera entrega a la imprenta, una obra recopilatoria presentada bajo el título de El solar (1923).

Fue el susodicho Gorki quien reparó en la brillantez de estas narraciones primerizas de Fedin y quien se ocupó de presentarle como "un escritor serio, concentrado, que trabaja cautelosamente; no tiene prisa por decir una palabra, pero cuando la dice, la dice bien". Con esta elocuente tarjeta de presentación, Konstantin Alexandrovich Fedin volvió a los anaqueles de las librerías un año después para divulgar su novela titulada Las ciudades y los años (1924), una espléndida narración que no sólo vino a confirmar su valía como escritor, sino que contribuyó decisivamente a restablecer la antigua corriente épica de la novelística rusa del siglo XIX, interrumpida por la tendencia al relato, a la prosa poética y a las narraciones fragmentarias mostrada por los escritores inmediatamente posteriores a la Revolución Rusa.

Considerada como la primera gran novela de la recién creada Unión Soviética, Las ciudades y los años alcanzó una enorme difusión por todo el país, al tiempo que generaba una encendida polémica en torno a la oportunidad de recuperar o no, dentro de aquella nueva realidad socio-política que acababa de configurarse, los antiguos temas y métodos de la narrativa realista decimonónica. Por otra parte, Fedin, que se había educado durante varios años en Europa y estaba muy influido por la cultura occidental, era visto con ciertos reparos por parte de algunos intelectuales ortodoxos; sin embargo, el escritor de Sarátov, que en 1919 se había afiliado al Partido Comunista -si bien es verdad que para abandonarlo sólo dos años más tarde-, proclamó siempre que tuvo ocasión para hacerlo su apoyo incondicional a la Revolución y a la creación de la República Soviética, y ensalzó el individualismo revolucionario como la auténtica plasmación de la idiosincrasia del pueblo ruso.

El éxito de esta su primera novela le sorprendió en una aldea de la región de Smolensk, en la que permaneció retirado durante un trienio (1923-1926). Fruto del aquel apartamiento literario fueron los tres relatos que configuraron una nueva entrega impresa, publicada en 1928 bajo el título de Transvaal. Al año siguiente volvió a acercarse a los tórculos para estampar su segunda narración extensa, titulada Los hermanos (1928), obra que, en la misma línea que Las ciudades y los años, venía a manifestar esa preocupación que habría de ser una constante en toda la producción literaria de Fedin: las contradicciones internas en que vivía sumida toda una clase intelectual que, aunque había participado con entusiasmo en el proceso revolucionario y se mostraba partidaria de todas las innovaciones aportadas por la República, no podía renunciar tajantemente a su antiguo bagaje cultural y espiritual.

El hecho de habérsele declarado un agudo proceso tuberculoso le permitió obtener varios permisos para pasar prolongadas estancias en diferentes lugares de reposo del extranjero. Así, Fedin logró mantener un fecundo contacto con varios intelectuales y artistas europeos y norteamericanos que, por la década de los años treinta, consideraban -al igual que el escritor de Sarátov- el comunismo como una especie de humanismo, y la Unión Soviética como una reencarnación de la Francia progresista e ilustrada del siglo XVIII. Fue así como surgió la tercera narración extensa de Konstantin Fedin, El rapto de Europa (1934), una obra política centrada en las relaciones entre Occidente y los Soviets, y -desde una perspectiva estrictamente literaria- considerada unánimemente como su novela menos afortunada.

Dos años después, el famoso escritor soviético volvió a enfocar su aliento narrativo en Europa, esta vez en un balneario suizo que convirtió en el espacio protagonista de la novela corta El sanatorio Arktur (1936), donde situaba simbólicamente la enfermedad de Occidente, para oponerla a la vitalidad de la Unión Soviética. En plena vitalidad creativa, al inicio de los años cuarenta Fedin se empleó a fondo en la redacción de una trilogía novelesca en la que pretendía reflejar a un auténtico héroe comunista cuyas raíces se hundieran en el pasado reciente, con el fin de conseguir, a través del reflejo de su peripecia vital, una serie de relatos que fueran, simultáneamente, históricos y contemporáneos. Así fueron surgiendo Las primeras alegrías (1945), Un verano extraordinario (1948) -ambas galardonadas con el prestigioso "Premio Stalin"- y La hoguera (1961), tres narraciones que constituyen un magnífico fresco de la vida en Rusia desde 1910 hasta 1941, dentro de una estética rigurosamente realista que refleja a la perfección los contrastes entre las generaciones recientes y las que estaban en su apogeo en los primeros años del siglo XX.

Siempre en contacto con los países de Occidente (lo que le convertía, por aquellos años, en un privilegiado dentro del estricto régimen soviético), Konstantín Fedin había trabajado como corresponsal en el frente durante la II Guerra Mundial. Cada vez mejor considerado en el Kremlin y entre sus compañeros de andadura literaria, en 1959 fue nombrado Secretario General de la Unión de Escritores Soviéticos, organismo cuya Presidencia alcanzó en 1971. Sin embargo, tantos reconocimientos oficiales le hicieron perder predicamento entre las nuevas generaciones de escritores soviéticos (sobre todo, las aparecidas en el período post-estalinista), que, sin dejar de reconocer su importancia como enlace entre la prosa decimonónica y los nuevos narradores del siglo XX, vieron en Fedin la encarnación del intelectual acomodado y complaciente con el régimen político que lo utiliza, a su vez, como bandera. Y, en efecto, hasta sus últimos días el escritor de Sarátov se avino a representar ese papel de intelectual oficial, por más que su influencia real en la nueva literatura de su pueblo fuera ya prácticamente nula.

Obra.

Los siete relatos que configuran El solar (1923) están centrados -según el testimonio del propio autor- en "el ganapán sin nombre que arrastra la pesada carreta de la historia de época en época". El más famoso de ellos, titulado "El Huerto", muestra mejor que cualquier otro esa inspiración tradicional y conservadora que revela, en esta primera entrega impresa de Fedin, el influjo notable de Chéjov y Bunin.

El protagonista de Las ciudades y los años (1924), Andréi Startsov, es un intelectual ruso que, prisionero en una ciudad alemana de provincias durante la I Guerra Mundial, presenta muchos rasgos autobiográficos del propio Konstantin Fedin. Tras alentar una pasión revolucionaria en la joven de la que se enamora, logra escapar con la decisiva ayuda de ésta y regresa a Rusia. Allí, Andréi se introduce en el Partido Comunista, se olvida de su pasado alemán, abandona a su amada Mary y tiene un hijo con una joven rusa. En general, este personaje encarna la debilidad de los intelectuales que, en su pureza, es incapaz de adaptarse a la crudeza de los nuevos tiempos; y esta incapacidad, que le acarreará su destrucción, comienza a ser el símbolo de la constante temática en gran parte de la obra de Fedin: el conflicto entre el espíritu vacilante del artista y la firmeza que se exige al buen bolchevique. Influido aquí a partes iguales por la tradición decimonónica rusa e inglesa, Fedin, desde el título y la dedicatoria de esta obra, no ocultó su deuda con la novela de Dickens Historia de dos ciudades.

Los tres relatos de Transvaal (1927), referidos todos a la dureza de la vida rural, no fueron bien entendidos por la crítica comunista más ortodoxa, que creyó ver en ellos una anacrónica defensa de los kulaks (campesinos ricos) de antaño. Sin embargo, la mera valoración de la caracterización psicológica de algunos de los personajes que pueblan estas narraciones breves basta para desmentir este juicio apresurado.

En Los hermanos (1928), el escritor de Sarátov volvió a plantear el conflicto entre el intelectual y la revolución, ahora plasmado en la figura de un músico que, frente al acendrado espíritu bolchevique de dos hermanos menores, reclama ser eximido de las labores colectivas revolucionarias para consagrarse de lleno a la creación artística individual. Sin embargo, la muerte del más intransigente de sus hermanos le lleva a unirse a la causa por la que el joven ha perdido la vida, logrando vencer así la contradicción entre el arte y la lucha revolucionaria: La tesis que Fedin propone es que resulta posible integrar el legado humanista del pasado en las duras exigencias de una nueva sociedad igualitaria.

Tras el intento fallido de El rapto de Europa (1934), Konstantín Fedin volvió a cosechar los elogios de críticos y lectores con El sanatorio Arktur (1936), una novelita simbólica en la que ahora resulta patente el influjo de La montaña mágica, de Thomas Mann, en la ambientación de los hechos (situados en una residencia sanitaria apartada), si bien la intención de la obra no guarda luego relación alguna con la novela del escritor alemán.

Finalmente, la trilogía novelística de Fedin (compuesta por Las primeras alegrías, Un verano extraordinario y La hoguera) revela una sazonada y fecunda madurez narrativa que alcanza cotas difícilmente superables dentro de la estética realista del siglo XX. Dentro de las mismas claves temáticas que alientan su producción anterior, el escritor de Sarátov supo plasmar en estas tres novelas toda su maestría en la caracterización psicológica de los personajes y en la descripción de los ambientes sociales más variados, sin apartarse un ápice de los modelos tradicionales de la narrativa rusa del siglo XIX. Son, desde el punto de vista estilístico, las piezas más conservadoras de Konstantin Fedin, pero también la cota más alta de su capacidad novelística a la hora de estructurar perfectamente una obra y dotar a sus personajes del lenguaje más adecuado en cada caso.

Bibliografía.

  • ABOLLADO VARGAS, Luis. Literatura rusa moderna (Barcelona: Labor, 1972).

  • LO GATTO, Ettore. La literatura rusa moderna (Buenos Aires: Losada, 1973).

  • SLONIM, Marc. Escritores y problemas de la literatura soviética, 1917-1967 (Madrid: Alianza Editorial, 1974).

Autor

  • JR.