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Azevedo, Aluísio Tancredo Gonçalves de (1857-1913).

Narrador, dramaturgo, dibujante, periodista y diplomático brasileño, nacido en São Luís (en el estado de Maranhão) el 14 de abril de 1857, y fallecido en Buenos Aires (Argentina) el 21 de enero de 1913. Hermano menor del gran dramaturgo Artur Azevedo, está considerado como el mejor representante de la corriente naturalista en la narrativa brasileña de finales del siglo XIX.

Vida y obra

Vino al mundo en el seno de la pareja de hecho formada por doña Emília Amália Pinto de Magalhães y don David Gonçalves de Azevedo, vicecónsul de Portugal, de quien habría de heredar la afición a las Letras y la vocación profesional que le llevó, ya en su edad adulta, a desempeñar también funciones diplomáticas.

Los progenitores de Artur y Aluísio habían entablado una relación amorosa muy escandalosa en su tiempo, después de que la joven Emília Amália, casada desde los diecisiete años de edad con un rico y rudo comerciante portugués, hubiese tenido que romper su matrimonio para zafarse de la brutalidad de su esposo. Refugiada en casa de unos amigos, conoció allí al ya por aquel entonces viudo David Gonçalves de Azevedo, con el que pronto formalizó una unión que, ajena a los vínculos sacramentales del matrimonio, mereció, ante los ojos de la sociedad provinciana del Brasil de mediados del siglo XIX, una consideración pareja a la de un concubinato o amancebamiento. Fruto de esta relación fueron cinco hijos (tres niños y dos niñas), todos ellos nacidos fuera del sacramento matrimonial, ya que don David y doña Emília Amalía no pudiero contraer nupcias hasta que les llegó la noticia de la muerte, en la Corte y a causa de la fiebre amarilla, del legítimo esposo de ella.

El vicecónsul portugués, hombre de vasta formación cultural y vivas inquietudes humanísticas, se ocupó de proporcionar a sus hijos una espléndida educación que les permitiera despreciar sin grandes desgastes emocionales las murmuraciones del vecindario. Merced a estos desvelos educativos de su padre, el pequeño Aluísio, después de cursar con gran provecho sus estudios secundarios en el Liceu Maranhense, se sintió atraído por el Arte y asistió a unas clases de dibujo y pintura que le permitieron desarrollar un estilo propio y bien definido (estilo que, naturalmente, habría de dejar también un sello inconfundible en los perfiles físicos y psicológicos de sus personajes literarios, así como en las descripciones paisajísticas de sus relatos y novelas).

En plena juventud, cuando aún se sentía mucho más atraído por los lápices y pinceles que por la creación literaria, empezó a ganarse su sustento trabajando como cajero y bibliotecario. Pronto consiguió reunir una modesta cantidad de dinero que, sumada a la ayuda de sus progenitores, le facilitó su traslado, en 1876, a Río de Janeiro, la gran urbe en la que ya se encontraba su hermano mayor Artur. Su propósito era ampliar allí su formación artística y humanística, y para ello se matriculó en la entonces denominada Imperial Academia de Belas Artes (conocida actualmente como Escola Nacional de Belas Artes).

Pronto logró integrarse, de la mano de Artur, en los principales foros y cenáculos artísticos e intelectuales de la capital carioca; y así, consiguió trabajo como caricaturista en diferentes periódicos y revistas de Río de Janeiro, casi todos ellos de signo satírico, como O Figaro, O Mequetrefe, Zig-Zag y A Semana Ilustrada. Con este oficio, amén de ganarse la vida y pagarse sus estudios en Río, fue desarrollando el gusto por narrar historias a partir de los personajes y las viñetas que iba abocetando.

Pero aquella feliz aventura juvenil en Río de Janeiro se vio truncada, abrupta y trágicamente, en 1878, con motivo del fallecimiento de don David Gonçalves de Azevedo. De forma repentina, cuando Aluísio ya estaba plenamente incorporado a la vida social y cultural carioca, se vio forzado a regresar a su São Luís natal para asumir las cargas familiares que ya no podía atender el difunto vicecónsul. Fue entonces cuando tomó la determinación de ganarse la vida como escritor, y se enfrascó -favorecido por la calma provinciana que reinaba en la capital de Maranhão-, en la redacción de una novela que acabó dando a la imprenta bajo el título de Uma lágrima de mulher (Río de Janeiro: Garnier, 1880). En esta opera prima, el escritor de São Luís relató un típico dramón romántico que, a pesar los tópicos inherentes al género, revelaba ya un vigoroso aliento narrativo detrás de la pluma de su autor.

Imbuido de la mentalidad abierta y liberal que había conocido en Río de Janeiro, Aluísio de Azevedo comenzó por aquel tiempo a significarse por su talante progresista, enemigo de los sectores más reaccionarios del país (a saber, la Iglesia y los partidarios de la Monarquía). Colaborador asiduo del rotativo anticlerical O Pensador -en cuyo lanzamiento intervino de forma decisiva-, defendió, en los artículos que allí publicaba, la abolición de la esclavitud (alcanzada finalmente en Brasil en 1888, merced a la promulgación de la Ley Áurea) y otras ideas de claro sesgo liberal, muy avanzadas para la sociedad "bienpensante" de su época.

En esta línea de pensamiento, a comienzos de los años ochenta dio a los tórculos su segunda narración extensa, O mulato (São Luís de Maranhão: Tipog. do País, 1881), pronto reconocida por toda la crítica especializada como la primera novela naturalista de las Letras brasileñas. En esta obra maestra, Aluísio de Azevedo volvía a arremeter con saña y vigor contra el clero y la burguesía acomodada de su región, en la medida en que ambos grupos sociales seguían siendo enconados partidarios de la esclavitud y la discriminación y los prejuicios raciales. Era, además, en lo que a sus rasgos estilísticos se refiere, una novela de gran crudeza y naturalidad, escrita en un lenguaje claro y directo que no temblaba a la hora de nombrar cada cosa por su auténtico nombre, por muy fuerte o desagradable que pudiese resultar para la mentalidad y los modales de la sociedad establecida.

Saludada con alborozo por críticos y lectores del resto del país -aunque no así por la alta sociedad de São Luís, que tachó la novela de inmoral y bautizó a su autor como el "Satanás da cidade"-, esta obra aupó a Azevedo a la cima del mundillo literario de su tiempo, lo que implicaba, naturalmente, un regreso -y, ahora, ciertamente triunfal- a la urbe abierta y cosmopolita de Río de Janeiro. Por otra parte, el joven escritor sentía la imperiosa necesidad de "cambiar de aires" ante el acoso al que le empezaba a someter la clase acomodada de São Luís, lo que acabó precipitando su regreso a la capital carioca.

Instalado nuevamente en Río desde el mismo año de la aparición de O mulato (concretamente, desde el 7 de noviembre de 1881), el ya consagrado escritor de São Luís se halló por fin el entorno adecuado para ganarse la vida como escritor, tal y como se había propuesto tras su forzoso retorno a su ciudad natal. Pasó, pues, a desenvolverse como la mayor parte de los escritores profesionales de su tiempo: redactando novelas folletinescas que se difundían por entregas en las publicaciones periódicas. Se trataba de obras menores, de claro sesgo romántico, concebidas únicamente como medio de supervivencia y, por ende, sin grandes pretensiones estéticas (tendían, por el contrario, a buscar los recursos fáciles que aseguran la conmoción sentimental del lector). Entre estas narraciones románticas de escaso interés, escritas por Azevedo a su vuelta a Río, cabe mencionar las tituladas Memórias de um condenado (o A condessa Vésper, 1882), Mistério da Tijuca (o Girândola de amores, 1882), Filomena Borges (1884) y A mortalha de Alzira (1894).

Pero, al paso que iba escribiendo estos folletines sentimentales que garantizaban sus ingresos monetarios, el autor de São Luís atendía con mayor rigor esa otra corriente naturalista, mucho más seria y profunda, que él mismo había iniciado en 1881 con O mulato. Sus cada vez más hondas preocupaciones sobre los distintos comportamientos humanos, y en especial sobre las miserias e injusticias que condicionaban la vida de los más desfavorecidos, le impulsó a redactar otras novelas naturalistas de excelente factura, tan valoradas por sus aspectos literarios como por su valiente denuncia de la desigualdad social y la opresión en que vivían la población marginada (emigrantes portugueses explotados en pensiones de mala muerte, jornaleros del campo que seguían siendo tratados como esclavos, etc.). Defensor enconado -y cada vez con más ahínco- de la causa republicana y la ideología progresistas, continuó arremetiendo en estas obras contra el estamento eclesiástico, la alta burguesía y el resto de las clases privilegiadas, en esa misma línea temática y estilística abierta por O mulato, y enriquecida luego con otras novelas naturalistas tan relevantes como Casa de pensão (Casa de pensión, 1884), O homem (El hombre, 1887), O cortiço (La casa de vecindad, 1890) y O coruja (El búho, 1890).

Son, estas últimas, obras en las que no resulta complicado descubrir una clara influencia de los principales narradores naturalistas europeos, como el francés Émile Zola y el portugués José María Eça de Queirós; pero en ellas cabe anotar, como singularidad específica del estilo de Azevedo, la presencia constante de un poso romántico que, incluso en la situaciones más crudas, asoma una y otra vez para delatar la simultánea dedicación de Azevedo al cultivo del melodrama sentimental. Con todo, en estas piezas naturalistas el autor de São Luís refleja con crudeza -como cualquier otro escritor adscrito a dicha corriente- la realidad de su tiempo, incluida la más áspera y descarnada, e intenta explicar las claves del funcionamiento de la sociedad a través de las nuevas teorías científicas y filosóficas que se pusieron de moda en el último tercio del siglo XIX (generalmente, de índole positivista).

Inmerso en una febril actividad literaria en la que alternaba -como ya se ha apuntado más arriba- su dedicación a la escritura de las novelas que él mismo llamó "comerciales", con su entrega a la redacción de aquellas otras obras que bautizó como "artísticas", Aluísio Tancredo Gonçalves de Azevedo disfrutó plenamente de la pintoresca bohemia carioca entre 1882 y 1895. Llegó a escribir un total de catorce novelas, entre las que cabe citar también O esqueleto (El esqueleto, 1890), que redactó en colaboración con el gran poeta parnasiano Olavo Bilac; y compartió muchas horas de diversión y jolgorio -aunque también de fecundo intercambio de ideas literarias- con otros bohemios como Coelho Neto, Guimarães Passos, Emílio Rouède o su propio hermano Artur, con quien también colaboró en la redacción de algunas obras teatrales. En esta faceta suya de dramaturgo, Aluisío Azevedo destacó con algunas piezas como Doidos (1879), Casa de Orates (1882), Un Caso de Adulterio (1891) y Em Flagrante (1891).

Su plena y gozosa integración en la vida bohemia, artística y literaria de Río de Janeiro hace difícil explicar el drástico cambio de rumbo que Azevedo imprimió a su vida a finales del siglo XIX. En efecto, tras haber publicado nuevas obras como el libro de cuentos Demônios (1895) y la novela Livro de uma sogra (1895), abandonó súbita e inesperadamente la creación literaria y, tomando ahora la estela profesional de su progenitor, se pasó a la carrera diplomática, que en un primer momento le condujo hasta España, donde ejerció como vicecónsul de su nación en Vigo. Luego fue enviado a otros muchos destinos ubicados en los más diversos rincones del globo terráqueo (Japón, Argentina, Inglaterra, Italia...); y, en el transcurso de aquellos viajes, conoció a la ciudadana argentina Pastora Lúquez, con la que -imitando de nuevo a su propio padre- formó una unión sentimental sin necesidad de pasar por el registro civil ni por la vicaría. Su compañera era madre de dos hijos (Pastor y Zulema) que fueron adoptados por Aluísio de Azevedo, quien, en los pocos años que le quedaban de vida, se comportó con ellos como si fuera su auténtico padre.

Elevado al rango de cónsul de primera clase en 1910, fue destinado a Asunción (Paraguay) y, poco después, a la capital de Argentina, donde perdió la vida a comienzos de 1913, cuando sólo contaba cincuenta y seis años de edad. Al cabo de seis años, por iniciativa de su antiguo amigo y compañero de farras bohemias Coelho Neto, sus restos mortales fueron trasladados a Brasil y sepultados definitivamente en esa localidad de São Luís que, en su día, le había tachado de "Satanás da cidade".

Bibliografía

  • ARARIPE JÚNIOR, Tristão de. "A terra, de Zola, e O homen, de Aluísio de Azevedo", en Obra crítica (Río de Janeiro: Casa de Ruis Barbosa, 1960), t. 2, págs. 25-90.

  • CARONI, Italo. "Zola/Azevedo. As pensões de lá não eram como as de cá", en Parcours/percursos. Brasil/França: percursos literarios (São Paulo: Universidade de São Paulo-CAPES, 1992), págs. 48-64.

  • VERÍSSIMO, José. "O romance naturalista no Brasil", en Estudos brasileiros (Río de Janeiro: Laemmert, 1894), t. 2, págs. 2-41.

  • ------------ "Aluísio de Azevedo", en Letras e literatos (Río de Janeiro: José Olympio, 1936), págs. 59-64.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.