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PolíticaHistoriaBiografía

Abul Qasim Muhammad I ibn Ismail ibn Abbad, Rey de la taifa de Sevilla (ca. 990-1042)

Rey de la taifa de Sevilla nacido hacia 990 y muerto el 24 de enero de 1042. Bajo su gobierno nació y se consolidó el reino taifa de Sevilla, en torno al cual logró Muhammad aglutinar a los elementos andalusíes que desde la caída del califato se opusieron al poder beréber, encarnado en los hammudíes de Málaga.

Hijo de Ismail ibn Abbad, Muhammad perteneció al linaje de Attaf, llegado a la Península Ibérica a mediados del siglo VIII y cuyos descendientes se establecieron en el distrito sevillano de Tocina, junto al Guadalquivir. Ismail, muerto en 1019 inició una dinastía de cadíes en Sevilla, que con el tiempo acabaron por convertirse en reyes. Así, ya durante el califato de al-Qasim ibn Hammud (1018-1023) Muhammad ejerció como cadí en la capital sevillana al servicio del califa hammudí, aunque no fue propuesto para el cargo inmediatamente después de la muerte de su padre, sino que ganó el puesto por sus servicios al califa. Por aquella fecha los Banu Abbad ya eran un familia muy rica e influyente en los círculos sevillanos.

En 1023 los habitantes de Sevilla negaron asilo a al-Qasim y sus beréberes, fugitivos de Córdoba y decidieron entregar el poder a su personaje más importante: el cadí Muhammad ibn Ismail, el 2 de noviembre de aquel año. En un principio éste prefirió hacer participar del gobierno a los notables locales y formó un triunvirato en el que se encontraba él mismo, el alfaquí Abu Abd Allah al-Zubaydi, célebre gramático que había sido preceptor de Hisham II, y el visir Abu Muhammad Abd Allah ibn Mayram. Aunque nominalmente los sevillanos reconocían la soberanía del califa hammudí Yahya ibn Alí, intentaron desvincularse todo lo posible del poder de Córdoba y lo primero que se hizo para conseguirlo fue reunir un ejército, del que hasta entonces carecía la ciudad. Este hecho proporcionó la ocasión de los primeros roces entre los reinos de Sevilla y Badajoz, ya que Abul Qasim Muhammad comenzó a reclutar sus tropas en las tierras septentrionales del reino aftásida y comenzó atacando la zona entre el Duero y el Mondego, asaltando el castillo de Alafoens y haciendo más de 300 cautivos, sin que Abdallah de Badajoz pudiese hacer nada para impedirlo. Con el saneado erario sevillano se compraron tropas árabes, beréberes e hispanomusulmanas, hasta conseguir un ejército de 500 caballeros y un número indeterminado de infantes, lo cual no aseguraba en absoluto la defensa de la ciudad, como se demostró en el ataque que sufrió Sevilla en 1027 por parte de Yahya ibn Alí, al que se acababa de destronar en Córdoba, unido al régulo de Carmona Muhammad I. Los sevillanos se vieron forzados a acatar la autoridad del destituido califa, pero no fue suficiente y éste, para asegurarse, exigió la entrega de rehenes; Muhammad ibn Ismail entregó a su propio hijo, Abbad. Este hecho aumentó de tal forma su popularidad que Muhammad vio el momento de prescindir de sus compañeros de gobierno. En todo caso el reconocimiento de Yahya por parte del rey de Sevilla no tuvo consecuencias prácticas y en los años siguientes la taifa sevillana continuó su andadura independientemente del califato hammudí de Málaga.

El cronista al-Udrí narra un hecho que sitúa en los primeros años del reinado de Abul Qasim Muhammad, aunque no da una fecha exacta: en las tierras del Algarve apareció un rebelde que atemorizaba a los viajeros e incluso se atrevió a atacar el reino de Sevilla. Era el famoso bandido Bazi al-Ashab. Muhammad ordenó que se le prendiera vivo y se le condujera a Sevilla. Hecho esto lo mandó crucificar en un cruce de caminos junto al Guadalquivir.

En 1030 comenzaron las disputas entre el reino sevillano y el de Badajoz, cuando Muhammad ibn Ismail trató de apoderarse de Beja para usar la plaza como punto de partida de futuras expediciones sobre el reino aftásida, y para ello envió un ejército al mando de su hijo Ismail y al que acompañaba el régulo de Carmona, Muhammad. Pero Abdallah ibn Maslam de Badajoz, enterado de los planes del abadí, trató de frenarlo al enviar a su hijo Muhammad al frente de un ejército para que conquistase la ciudad. El ejército sevillano partió hacia Beja devastando por el camino las comarcas de Evora y Lisboa y tras tomar la plaza de Beja y capturar al príncipe Muhammad comenzaron una campaña de devastación sobre el reino de Badajoz.

Desde 1027 Muhammad ibn Ismail actuó como un verdadero rey (malik) en Sevilla, con un poder temporal absoluto, por lo que 1027 puede considerarse el punto de arranque de la taifa sevillana. Pero en 1035 el reino sevillano se vio amenazado por el califa hammudí, que había conquistado Carmona y se dirigió a la capital del Guadalquivir con la intención de tomarla. Muhammad ibn Ismail, que conocía la afición al vino de Yahya ibn Alí, envió a su hijo Ismail con un destacamento de caballería para que atacase a los agresores, consiguiendo Ismail capturar y dar muerte a Yahya, que se encontraba acantonado en Carmona. Tras esto se repuso en Carmona a Muhammad I. Aunque los hammudíes rápidamente nombraron califa a Idris ibn Alí, Muhammad ibn Ismail se les opuso desde entonces y se convirtió en el aglutinador del partido andalusí, al que se adhirieron aquellas taifas que rechazaron el califato beréber.

El principal obstáculo de Ibn Ismail para oponerse a los califas hammudíes era que desde la caída del califato en 1031 no existía un pretendiente omeya al que los andalusíes pudiesen invocar en las oraciones públicas y esto restaba legitimidad a su causa. Para solucionar esto Muhammad inventó una ficción: "resucitó" al califa Hisham II, del cual hacía más de veinte años que nada se sabía, en la persona de un esterero cuyos rasgos se parecían a los del desaparecido califa; anunció que Hisham II se encontraba con él y se proclamó su hayib. Hisham fue reconocido por los señores eslavos de Denia, Valencia y Tortosa e incluso por el señor beréber de Carmona y en un principio también lo fue por Yahwar de Córdoba, pero éste retiró el reconocimiento cuando el sevillano intentó ubicar a su patrocinado en el palacio califal de Córdoba. La legitimidad que le proporcionó la reaparición del falso Hisham II sirvió a Muhammad ibn Ismail para acometer sus planes expansivos y dedicó los últimos años de su vida a tratar de ampliar el reino de Sevilla a costa de la taifa de Badajoz y en guerras contra Granada y los hammudíes.

En 1034 se reavivaron los odios entre Sevilla y Badajoz, cuando las tropas sevillanas bajo el mando del príncipe Ismail, que venían de luchar en el reino de León y habían obtenido permiso de Abdallah ibn Maslam para atravesar sus tierras, fueron atacadas por los aftásidas en un desfiladero cerca de Lisboa, causando una gran derrota a las tropas abbadíes, a las que incluso acosaron en su huida.

A finales de agosto de 1036 el reino de Sevilla fue atacado por una coalición en la que participaban Habbus de Granada, Zuhayr de Almería y Muhammad de Carmona. Concentraron sus tropas en Écija y se dirigieron a Carmona, desde donde consumaron la conquista de la aldea de Tocina y se apoderaron de varias fortalezas. Sin embargo no pusieron sitio a Sevilla, sino que, en clara provocación al sevillano, proclamaron califa frente a las murallas de la ciudad a Idris ibn Alí ibn Hammud y después se marcharon.

Abul Qasim Muhammad sufrió su mayor derrota en Écija el 5 de octubre de 1039, cuando hubo de enfrentarse a la coalición formada por Granada, Málaga y Carmona, que había acudido en socorro de Muhammad I de Carmona, atacado por el sevillano. En la batalla murió el príncipe Ismail, que había sido el principal ejecutor de la política paterna; su cabeza fue enviada a Málaga. Con la muerte de Ismail quedó abierta la sucesión del príncipe Abu Amr Abbad ibn Muhammad, cuyo reinado fue el más importante de la dinastía.

Bibliografía

  • BOSCH VILÁ, J. La Sevilla Islámica 712-1248. Sevilla, 1984.

  • DOZY, R. Histoire des Musulmanes d'Espagne juste la conquete de l'Andalusie pas les Almoravides. París, 1932.

  • JOVER ZAMORA, J.M. (dir). "Los reinos de Taifas. Al-Andalus en el siglo XI", en Historia de España Menéndez Pidal, vol. VIII-I. Madrid, Espasa Calpe, 1994.

Autor

  • Juan Miguel Moraleda Tejero